Argentina. Ser ateo en tiempos de Francisco
Cuando nuestro país comenzaba a dar sus primeros pasos legislativos se sancionaron las constituciones nacionales de 1819 y 1826, posicionando a la religión Católica Apostólica y Romana como la del Estado. Más tarde, en 1853, esto se elimina y se avanza hacia la libertad religiosa estableciendo que todos los ciudadanos pueden "profesar libremente su culto". Claro está que ni se pensaba en el derecho a no tener un culto. El nuevo preámbulo proclamó a "Dios, fuente de toda razón" y que "las acciones privadas de los hombres… están sólo reservadas a Dios". También le otorgó privilegios al culto católico. Algunos persisten al día de hoy.
Los ateos no éramos dignos de ser tenidos en cuenta a la hora de legislar. Considerados ciudadanos de segunda, pertenecientes a una infinita minoría de ácratas, ni siquiera se sabía qué porcentaje de la población representábamos. En el segundo Censo Nacional, de 1895, se preguntó: "Si no es católico, ¿qué religión tiene?" Dejando invisibilizados a quienes no creían en la existencia de dioses y perdidos en la pequeña cifra titulada "otros", de apenas el 0,02 por ciento.
Desde aquella época, los ateos hemos crecido, llegando a estar numéricamente en el orden de los católicos practicantes. En 2005, representábamos el 2% de la población adulta; en 2008, el 4,9%; y en 2012, el 7 por ciento. Si a esta cifra sumamos los agnósticos y los apateístas, el conjunto de quienes no creemos en deidades difícilmente puede ser considerado una minoría. Aún ahora que somos millones, seguimos siendo extranjeros en nuestra sociedad y en nuestra propia cultura, silenciados, discriminados, y calumniados especialmente por el catolicismo oficial. Un ejemplo de esto nos lo proporciona Bergoglio. Siendo provincial de los jesuitas, en 1974, redactó la declaración de principios de la Universidad del Salvador, diciendo que el primer objetivo de la institución es "luchar contra al ateísmo". El documento sigue vigente, a pesar de que, tras mi denuncia, el INADI dictaminó que era un acto discriminatorio. Él siempre odió a los ateos, pero ahora lo disimula. Su accionar debería serme ajeno, pero cuando invita a "hacer lío" y esto significa que funcionarios públicos restrinjan derechos y generen discriminación, no queda más alternativa que salir a defender los enormes logros laicistas de los últimos 20 años.
Desde que Bergoglio es Francisco, el lobby del Estado teocrático del Vaticano nos está llevando al clericalismo, al igual que sucedió en las épocas oscuras de la dictadura. No quiero que un dogma religioso controle nuestras vidas, ni pagar con mis impuestos los sueldos de sus vicarios, ni sostener el culto ni los homenajes papales desde el Estado, ni la moral católica mezclada con el derecho.
Los partidos políticos mayoritarios se han sumado a la "papamanía" discriminando gravemente a sus votantes ateos, agnósticos o laicistas en general. Si hay alguna duda de esto, basta ver los cambios introducidos al proyecto de reforma del Código Civil y Comercial, con formulaciones propuestas por la Iglesia, manteniendo su privilegio, gracias al dictador Onganía, de ser persona jurídica de carácter público, y negando a las mujeres el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.
Los ateos organizados queremos un Estado laico, independiente de cualquier culto, para que este sea neutral en materia religiosa, respete y proteja a las personas, permitiendo lo coexistencia pacífica de la diversidad de creencias y no creencias, sin perjudicar ni beneficiar a nadie por ellas.
* Publicado por "El Tiempo argentino"