Bankia, la película
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Enero 2015
La imagen satírica de Bankia es un Rodrigo Rato riendo feliz con dientes de ratón y repicando con una campanilla de bronce modelo Wall Street. Pero la vid quiere que a los días dulces les sigan otros días amargos. De pronto todo el engranaje de caja negra le estalló a Rato bajo los pies y el edificio de la estafa inundó el aire como el olor del culo de una mofeta. Hedor estomagante, cocinado por ejecutivos bankieros a costa de los “espaldas mojadas” de la inenarrable Transición española.
Bankia por sí sola ha resultado ser un agujero negro insondable, una materia oscura de dimensiones galácticas. Una cloaca ibérica. En sus momentos más expansivos y turbios, absorbía subvenciones públicas y afanaba ahorros “preferenciales” de incautos a la velocidad de la luz. Pero cuando la iluminación se desvió más de lo debido, afloró la codicia abominable de los ejecutivos en flor. Y, con ella, todos los tejemanejes del bueno el feo y el malo… por un puñado (grande) de euros.
Entonces, explotó el globo de feria de la tarjetas “black” de la sisa; unos fondos que se atribuyeron fraudulentamente los directivos jetas. A la cabeza de la procesión de Bankia estaban y están (ahora imputados por puteros, entre otras cosas) dos amigos íntimos del ex-presidente José María Aznar; aunque, por supuesto este hombre, el estadista que llegó de las Azores, no sabía nada y lo ignoraba todo. Porque, al parecer, nada le contaban de sus travesuras Rodrigo Rato y el ínclito Blesa.
Resulta que, al mismo ritmo caimán que los directivos se repartían prebendas de ensueño, Bankia y sus colegas de la banca equilicual enviaban a los jueces, y estos a la policía, exhortos de desahucio que dejaban a la gente municipal y peatonal a la intemperie. No hay perdón, como nunca lo hay en la vida real, para los pobres. Tal vez en alguna lacrimógena película de escaso presupuesto ocurra todo lo contrario; y que un delirante guión escriba que los menesterosos alimentándose a base de bogavante y caviar del Volga; pero esto no es algo común en nuestra Cultura. Lo nuestro es un acerbo que hunde sus raíces en los mefíticos médanos de olorosa bragueta y el engaño vil. Ahí están para mostrarlo el Arcipreste de Hita, Francisco de Quevedo y todo el Siglo de Oro de las letras y las luces.
Rodrigo Rato es a los restaurantes de lujo lo que las vocales al diptongo: un sibarita esencial del derroche del lujo en etiquetas de vinos exclusivos y restaurantes Michelín. Por su parte, Blesa viene a ser un donjuán revenido, más que maduro, podrido. Fatigando un ocaso físico de obligadas píldoras azules. Iba a practicar la puntería de su telescópica virilidad a costa de la fauna africana. Luego, en el retorno triunfal de su Mogambo, con Ava en la lejanía del cinemascope, se paseaba en Ferrari para pescar impresionables doradas y lubinas, de ocasión erótica. Así pues ¿De qué sirve la caza mayor si no es para impresionar a alguien con las cornamentas de los cadáveres?
Ahora se ha podido saber que Bankia era además un esperpento de la generación del 98. Valle, que murió sencillamente, se partiría el rabo para conseguir este material novelesco. Además de las tarjetas “black” y la “lluvia dorada” de las archidietas sin control, había más, mucho más. Se sabe que 78 directivos en flor de Bankia se obsequiaban con automóviles de alta gama. Los jueces y los fiscales lo dicen y hay que creerlo, aunque el caso Bankia esté fuera del entendimiento. Y parezca más bien un celuloide de ficción tercermundista.
Si ese entramado de propinas al por mayor y a caja abierta lo perpetra “Teodorín, el hijo primogénito del sátrapa guineano Teodoro Obiang, nos partiríamos la mandíbula de la risa (“son cosas de los negros, ya se sabe… son así”). Pero el saqueo lo han hecho estos endomingados tipos un poco más al norte del Estrecho gibraltareño. Y tienen pálidos abogados a su servicio, y fumigan a algún juez Elpidio por pretender empapelarlos. Y siguen en la calle tan panchos. Esto es el valleinclanesco Ruedo Ibérico.