Bombas sobre Gaza: un caso de genocidio
La política del Estado de Israel en la Franja de Gaza se puede calificar de genocidio sin incurrir en un uso excesivo o ilegítimo del término. Hasta ahora han muerto 155 palestinos, la mayoría civiles, incluidos 28 niños, once mujeres y trece ancianos. Entre las víctimas, hay que incluir a once miembros de la misma familia. Ya hay más de mil heridos y no se descarta una incursión terrestre. La combinación de operaciones militares, represión policial, destrucción de infraestructuras, desempleo crónico, interrupción arbitraria del suministro de agua y electricidad y restricción de alimentos, medicinas y material de construcción, han convertido la Franja de Gaza en un superpoblado campo de concentración, con 1’5 millones de personas hacinadas en 360 kilómetros cuadrados. Cuando en marzo de 2002, José Saramago visitó Gaza acompañado por Juan Goytisolo y otros seis intelectuales, afirmó “lo que está ocurriendo aquí es un delito que puede compararse con el de Auschwitz. Es lo mismo, salvando las diferencias de espacio y tiempo”.
Las palabras de Saramago recobran su actualidad estos días, cuando la Operación Pilar Defensivo ni siquiera ha respetado a la prensa internacional. Los ataques aéreos han destruido las oficinas de la cadena británica Sky News, la alemana ARD, la rusa RT y las árabes MBC, Abu Dhabi y Al Arabiya. La agencia británica de noticias Reuters y la palestina Maan han corrido la misma suerte. Sólo el domingo murieron 29 personas y el lunes otras 28. Las ciudades de Gaza y Rafah han sido las más afectadas. El Estado de Israel admite que ha bombardeado el Banco Islámico Nacional de Gaza y la sede del Primer Ministro y líder de Hamás, Ismail Haniya. Su presunto objetivo es acabar con los ataques terroristas de Hamás, pero eso no le impide reconocer que al menos un tercio de los muertos son “víctimas colaterales”, un cálculo que no se corresponde con los datos de las agencias de prensa, que fijan el porcentaje de civiles heridos o muertos al menos en un 50%. La ofensiva comenzó el 15 de noviembre con el asesinato de Ahmed Yabari, jefe militar de Hamás. Se trató de un atentado inesperado, pues liquidaba de raíz la posibilidad de una tregua ya negociada y a punto de ser comunicada oficialmente, según el diario israelí Haaretz. Todo sugiere que el gobierno israelí engañó a Hamás para debilitar su capacidad de reacción. El gobierno de Benjamin Netanyahu se enfrenta a las urnas el próximo 20 de enero y quiere captar votos con una exhibición de fuerza. A pesar de algunas protestas en Tel Aviv, condenando los ataques, la sociedad israelí cada vez está más escorada hacia posturas ultranacionalistas, con una influencia creciente de los grupos religiosos fundamentalistas.
Mientras se negocia una tregua en El Cairo para evitar una invasión terrestre, la Organización Mundial de la Salud y Cruz Roja Internacional han manifestado su preocupación por el número creciente de heridos y la escasez de medicamentos esenciales en los hospitales de Gaza. De momento, se ha hospitalizado a 790 personas, de las cuales 252 son niños, a veces de meses. El personal sanitario del hospital de Al Shifa ha declarado que la situación es más grave que en diciembre de 2008, cuando el ejército israelí lanzó la Operación Plomo Fundido, causando la muerte de 1.400 palestinos y sufriendo tan sólo ocho bajas. La desproporción entre ambas cifras revela que ni entonces ni ahora se puede hablar de un escenario de guerra, sino de una matanza injustificable. Los médicos y enfermeros afirman que acuden a urgencias fundamentalmente mujeres y niños, pues los bombardeos afectan sobre todo a edificios civiles. Este encarnizamiento con la población civil no es casual. Después de visitar Gaza y Ramala, Saramago declaró que en Israel no existía la democracia, pues en realidad el poder se hallaba en manos del ejército. El hecho de que los Primeros Ministros procedan casi siempre de sus filas constituye una evidencia de la hegemonía militar. Esa atípica circunstancia en una sociedad civil se refleja en una política de hostigamiento e intransigencia, donde aún se escuchan las palabras de Golda Meier, Primera Ministra de Israel entre 1969 y 1974, según la cual “no existe el pueblo palestino”. Desde el punto de vista de la “Dama de Hierro” israelí, sólo se trata de árabes que deberían reunirse con sus compatriotas sirios o jordanos, abandonando definitivamente las tierras judías. “El ejército israelí tiene una visión bastante clara de lo que quiere hacer con los palestinos”, apuntó Saramago sin entrar en detalles. Chomsky entiende que la política israelí no camina a ciegas, sino de acuerdo con un fin perfectamente definido. En el caso de la Franja de Gaza, la opción es un genocidio progresivo y silencioso. En Cisjordania, se aplica una estrategia diferente, pero con un objetivo semejante. La agresiva política de asentamientos y colonias ilegales sólo puede interpretarse como una “limpieza étnica”, más o menos encubierta. En los siguientes párrafos, me limitaré a repetir los argumentos de Noam Chomsky e Ilan Pappé en Gaza en crisis: Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos (2011).
La Franja de Gaza apenas representa el 2% de Palestina. Hasta 1948, era una de las principales puertas de acceso marítimo y terrestre, un espacio próspero, cosmopolita y tolerante impregnado por el espíritu de las ciudades costeras del Mediterráneo. Actualmente, es un gueto superpoblado y sometido a continuas agresiones. En el desierto de Negev, el Estado de Israel ha construido una réplica de Gaza a tamaño natural, con sus calles y mezquitas. El escenario se levantó entre 2004 y 2006 y costó 45 millones de dólares. En su interior, se preparó la Operación Plomo Fundido. Los soldados israelíes fueron instruidos para enfrentarse contra una población hostil, obedeciendo a unos oficiales que les instaban a “actuar sin inhibiciones morales”. Uno de los combatientes que participó en la instrucción y en el posterior ataque a Gaza reconoció: “Te sientes como un niño estúpido con una lupa, quemando hormigas y torturándolas” (Shovrim Shtika [Rompiendo el Silencio]: Report on Gaza, 15 de julio de 2009. Testimonies from Operation Cast Lead). Después de examinar las condiciones de vida en Gaza, John Dugard, informador especial de Naciones Unidas, afirmó que el Estado de Israel obraba como si su único propósito fuera “construir una cárcel y arrojar las llaves al mar”. Antes de la Operación Plomo Fundido a finales de 2008, el Tsahal encadenó una serie de campañas militares contra la Franja de Gaza, con los nombres “Primeras Lluvias”, "Lluvias de Verano” y “Nubes de Otoño”. Los generales israelíes querían conocer las reacciones de la opinión pública internacional ante el uso su poderosa maquinaria bélica contra los palestinos. Salvo una indignación previsible, no sucedió nada significativo. Satisfechos, los militares incrementaron la escalada. Desde el 2000, se calcula que el ejército israelí ha acabado con la vida de 4.000 palestinos, la mitad mujeres y niños. Los datos varían de un año a otro, de acuerdo con una progresión ascendente. Sólo en 2006, murieron 661 palestinos, de los cuales 141 eran niños. Esa cifra triplica la del año anterior, según la organización israelí por los derechos humanos B’Tselem, que acusa al gobierno de no establecer diferencias entre objetivos militares y civiles. Altos mandos del Tsahal han corroborando esta opinión, escarneciendo la retórica diplomática: “Para nosotros los pueblos son bases militares” (general Gadi Eizenkot), “el objetivo es infligir daños de los que no puedan recuperarse en mucho tiempo” (coronel Gabi Siboni).
La evacuación de los asentamientos judíos de la Franja de Gaza en 2005 y el triunfo electoral de Hamás en 2006 permitieron a Israel profundizar en su doble estrategia de genocidio y limpieza étnica. Sin presencia de colonos judíos, la Franja de Gaza quedó reducida a simple campo de batalla sobre el que se podían ejercer represalias ilimitadas. En cuanto a Cisjordania, el gobierno israelí afirmó que un tercio de la región pertenecía al “Gran Jerusalén” e impulsó una nueva oleada de colonias. La construcción de un muro de 721 kilómetros de longitud (aún sin terminar) y de autopistas de circunvalación exclusivas para ciudadanos israelíes permitió anexionarse un 20% del territorio cisjordano. En algunas zonas, el muro se ha adentrado hasta 22 kilómetros, dividiendo o aislando pueblos y separando a familias. Naciones Unidas aprobó una resolución no vinculante que consideraba el muro ilegal, pero la condena no surtió ningún efecto. Cisjordania se ha convertido en una cárcel abierta y la Franja de Gaza en una prisión de alta seguridad, sometida a terribles e ilegales castigos. Ya se han demolido 300 casas, a veces con sus habitantes dentro, que se han negado a abandonar las viviendas. El propósito de anexionar los territorios ocupados situando a la población al borde de la extinción física se aprecia en el bloqueo sobre el cemento y otros materiales de construcción que impiden edificar nuevas casas, lo cual condena a muchas personas a vivir a la intemperie o entre ruinas. Chomsky e Ilan Pappé interrumpen sus análisis en 2009, mostrándose escépticos sobre la posibilidad de que el Presidente Barack Obama impulsara un plan de paz. Salvo algunos activistas e intelectuales de una izquierda diezmada y acorralada, nadie parecía reparar en las desdichas de los palestinos hasta que la Operación Pilar Defensivo los ha devuelto a la primera página de los periódicos e informativos. Hamás ha acordado un alto el fuego a partir de la medianoche del 20 de noviembre. Israel ha respondido con ambigüedad. Lo cierto es que ha llamado a filas a 75.000 reservistas, un número que rebasa ampliamente los efectivos movilizados durante 2006 para atacar a Hezbolá en el sur del Líbano o a finales de 2008 para lanzar la Operación Plomo Fundido. El canal 10 de la televisión israelí ha informado que se han vaciado bases enteras para enviar a sus guarniciones a la frontera. El comentarista militar Alon Ben David no excluye que el objetivo final consista en derrocar a Hamás.
Es difícil realizar una predicción, pero todo indica que el Estado de Israel continuará con sus agresiones, humillando sin tregua a los palestinos y cometiendo crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad con una vergonzosa impunidad. Si busco motivos para la esperanza, no encuentro ninguno. El mundo es cada vez más violento, inseguro y precario. Los gobiernos recortan derechos y libertades y la Gran Depresión que se inició en 2007 podría llevar a la suspensión de pagos a varios países de Europa, sembrando las bases de un conflicto social y político de proporciones incalculables. Los periodistas cada vez trabajan con más limitaciones. En algunas zonas, ni siquiera se tolera su presencia. Si buscáramos un corresponsal de guerra de la talla de Robert Capa, descubriríamos que lo más parecido es Joe Sacco (Malta, 1960), autor de celebradas novelas gráficas. Sacco ha reemplazado la cámara de fotos por un lápiz y ha dibujado excelentes reportajes basados en sus experiencias personales en Gaza y Bosnia como periodista independiente. Muchas veces se ha jugado la vida, introduciéndose en las zonas más conflictivas sin ninguna clase de autorización o escolta. En Palestina: En la Franja de Gaza (2001), relata cómo un grupo de soldados israelíes patrullan por Jerusalén bajo la lluvia, cuando se cruzan con un niño palestino de doce o trece años. Le detienen y le ordenan quitarse la kuffiya, mientras se resguardan debajo de un tejadillo. El niño se moja mientras los soldados le interrogan, obligándole a permanecer al raso. La situación se demora interminablemente entre risotadas y preguntas innecesarias. “¿Qué le pasa por la cabeza a una persona ferozmente humillada?”, se pregunta Sacco. “¿Que un día habrá un mundo mejor y los soldados israelíes y los niños palestinos se saludarán como buenos vecinos?”. Evidentemente, se trata de una pregunta irónica. Un niño humillado es un futuro combatiente que sólo anhelará la destrucción de sus verdugos.
El Estado de Israel ignora los derechos de los niños palestinos. Ha detenido a miles de ellos por arrojar piedras contra sus tropas. Confinados en el Campamento Offer, que depende del departamento número 2 del Juzgado Militar, los menores son torturados y encerrados sin juicio. No es un rumor, sino una horrible realidad denunciada por el diario israelí Haaretz, un medio liberal que no aprueba la política represiva del Likud y sus aliados. Algunos israelíes desconocen la existencia del Campamento Offer, al que se accede por la carretera 443 de Tel Aviv a Jerusalén, una vía prohibida para los palestinos, pese a que se ha construido sobre sus antiguos hogares y cultivos, expropiados por la fuerza y sin ninguna compensación económica. Amira Hass, periodista de Haaretz, entrevistó a una delegación de diputados laboristas que visitó la cárcel a finales de 2010. El diputado Richard Burden le relató conmocionado que ese día se esposó a los niños palestinos con las manos delante y no a la espalda, evitando a los parlamentarios una escena particularmente vejatoria. Un funcionario les explicó que esa postura les ahorraba un sufrimiento físico y psicológico “desgraciadamente necesario” para conseguir su colaboración en los interrogatorios. Conviene recordar que hablamos de niños con edades comprendidas entre diez y catorce años. No está de más repetir la pregunta de Joe Sacco: “¿En qué piensan esos niños?”. Sólo un insensato diría que en la paz y la reconciliación. Las bombas que han caído sobre la Franja de Gaza tal vez regresen algún día a Tel Aviv convertidas en atentados suicidas. Algunos hablarán de terrorismo y otros pensarán que se trata de actos de resistencia semejantes a los de los independentistas argelinos durante la ocupación francesa. Ojalá surgiera algún día un Estado Palestino laico, democrático y socialista, pero me temo que la violencia israelí no cesa de alimentar la cultura del martirio de Hamás. Odio el fundamentalismo religioso, pero entiendo que un pueblo oprimido se identifique con la facción más combativa y acepte inmolarse en una estrategia impuesta por la inexistencia de vías pacíficas y democráticas.