Breves notas sobre la nefasta influencia de la “mitohistoria” en la historiografía

Breves notas sobre la nefasta influencia de la “mitohistoria” en la historiografía

Por Nònimo Lustre. LQSomos.

Encontrar una palabra nueva es oficio de poetas pero negado a los comunes. Por ejemplo, en bastantes ocasiones, para referirnos a la Historia enseñada por el Poder –radicalmente falsa-, hemos escrito “Historia Sagrada” o, para que no se confunda con la Hª bíblica, Sacra Hª, o también Hª convencional, tradicional, oficial, etc., términos que han sido inventados por muchos autores. Pero ahora hemos leído otro vocablo que nos satisface mucho más: Mitohistoria, popularizado desde 2003 por Matthew Restall (en adelante, MR) quien la adoptó de la “mythistory” acuñada por el antropólogo Dennis Tedlock -en lugar del mismo vocablo usado por Joseph Mali en un artículo de 1991 y, después, en un libro publicado ese mismo año del 2003.

Las relaciones entre Mito e Historia, han sido un tópico frecuente en las historiografías de cariz antropológico. MR lo profundiza y le da otro sentido. Usa el concepto ‘mitohistoria’ no aplicado sobre aquellas relaciones convencionales sino sobre el hecho de que la Historia Oficial está constituida por leyendas (o seudo-mitos) propagandeadas desde el Poder. Por ejemplo, los historiadores padecen una obscena atracción por los Grandes Hombres. MR los apea de sus pedestales y, ya en 2003, sobre los Conquistadores con mayúsculas afirma que “El modelo de conquista fue un procedimiento seguido por muchos hombres, no un conjunto de acciones excepcionales de unos pocos.” Dicho a nuestra modimanera, los Líderes no son divinos sino un fruto casual de su tiempo. A menudo, son personajillos prosaicos –ramplones, incluso-, especializados –eso sí- en esconder el papel de la muchedumbre que, posteriormente a sus hazañas, les aúpa con más hipérbole que sentido común.

MR (n. 1964), es un genio que ha seguido una trayectoria ejemplar: antropólogo-> etnohistoriador->historiador. Dejamos para otra ocasión sus dos primeros tipos de investigaciones para centrarnos en su faceta de historiador. En este sentido, más allá de los venerados libelos que sustentan la Sacra Hª –el papel lo aguanta todo… para caucionar al Poder-, MR se zambulle en infinidad de fuentes: desde polvorientos manuscritos nunca consultados, pinturas olvidadas, escribidores contemporáneos o ediciones proscritas, todas ellas para evaluar la perdurable influencia de esos seudo-mitos en obras populares como las cinematográficas/televisadas o cómics como los del fascista pregonao y activo racista Hergé/Tintin. Esta metodología pluridisciplinar le lleva a estudiar a los agentes olvidados de la susodicha Sacra Hª: desde los indígenas y los afroamericanos hasta los peones blancos ninguneados por los exclusivos y excluyentes beneficiarios de sus trabajos: los Héroes Conquistadores –escrito en plata, una cuerda de genocidas en las Yndias, en España y en todas partes.

Dicho sintéticamente: con su mitohistoria, MR nos descubre que son ilógicos (seudo) mitos los embustes que nos venden como ‘verdades’ del más alto grado –las ‘históricas’. No obstante, si las analizamos críticamente, experimentamos que estos seudo-mitos propalados desde las alturas sólo son “falsedad bien ensayada / estudiado simulacro” (así lo cantaba La Excitante Lupe)

Edición en castellano, 2004 a 2010

La Historia, ya sabemos cómo está conceptuada. Pero el concepto mito merece una aclaración: en este comentario –y, obviamente en MR, mito no es un hecho más menos poético o ficticio alrededor del cual pivota una cosmogonía –ejemplo, los mitos de los indígenas- que escuchamos admitiendo que habrá variaciones en su narrativa y tantas transcripciones como individuos informantes –versiones todas ellas difíciles de tragar por el Poder. Al contrario, el relato de la mitohistoria es unívoco, monótono y, desde luego, sustentado por el Poder. Ambos tipos de mito sólo se asemejan en que el seudo-mito recrea cotidianamente -gracias a una propaganda fácil de deglutir por ser de mínima imaginación y de máxima productividad para las élites-, otra ‘cosmogonía’ que también pivota a su redor aunque nadie parezca ser consciente de que, con su construcción, se está erigiendo una seudo-cosmogonía de ínfima calidad poética, mercantil y, en definitiva, des-educadora.

MR publicó en 2003 su primer libro de cierto éxito: Los siete mitos de la conquista española (hasta 2021, 62 ediciones y traducciones a cinco idiomas, castellano incluido) Esos Siete Pilares de la sabiduría histórica occidental son: el mito de los hombres excepcionales; el del ejército del rey; el del conquistador blanco; el de la completitud (completion) bajo el rey; el de la (ambigua) comunicación (ejemplificado en la Malinche); el de la devastación indígena y el de la superioridad –sobra decir eurocéntrico-cristiana.

El simple enunciado de estas siete nociones hace sospechar a los biempensantes que estamos ante un panfleto ‘anti-español’. Se equivocan. MR se aleja del pasquín tanto como de las conclusiones anti-imperialistas naturales entre los que –como quien suscribe- detestan la Invasión de las Yndias. Ejemplo, MR demuestra que los Conquistadores no buscaban exclusiva y únicamente oro –o no más que todo el mundo- sino que aspiraban a que el Gran Poder (los reyes) legitimara su individual poder subalterno (1) . Además, tampoco le parece correcto afirmar que la obsesión con el oro, las perlas o las joyas indígenas, supusiera abandonar la economía productiva. Para MR, al contrario, la economía global de su tiempo entendía la producción en términos monetarios –léase, de oro. Por ello, concluye que el lugar común del oro como aliciente exclusivo es uno más entre los incontables “minimitos” de la Invasión.

Como, entre monografías, informes de campo y libros de MR no acabaríamos su enumeración, saltamos directamente al más reciente: Cuando Moctezuma conoció a Cortés. La verdad del encuentro que cambió la historia (2). En ésta opus major, MR no

Edición original, 2019

abunda en escribir el término mitohistoria puesto que toda ella es un comentario mitohistórico.

Ejemplos: en su declarada intención de sustituir la hagiografía de los Grandes Hombres por los verdaderos agentes de la Historia, “desde la perspectiva de los individuos marginados de la narrativa tradicional”, menciona a aquellos “como los esclavos taínos de Cuba, por ejemplo, o mujeres de todas las etnias” (Prólogo, p. 38) Asimismo, citando las palabras de un ‘azteca’ en cumplimiento de esa voz indígena que suele faltar, aprovecha para reparar el olvido del valor bélico que en la Invasión tuvieron los perros: “Y también los perros: sus perros vienen adelante, van oliendo todo, jadean, están sin aliento” (p. 44) No sigo porque no quiero revelar o arruinar el desarrollo de este impecablemente redactado libro. Y, asimismo, porque con este par de citas, sólo he querido aguijonear al lector/a para que se enfrasque en esta obra.

No obstante, no me resisto a citar algunas de sus felices definiciones: los Invasores no vistos como soldados sino, en los primeros años, como “colonizadores armados” (p. 71) Otrosí, MR no rehúye acudir a etiquetas ajenas como las publicadas por B. Las Casas –dominico, por ende, áspero enemigo de los ásperos franciscanos- cuando denuncia que Gonzalo Fernández de Oviedo –cuyo nombre bendice un organismo español de alta investigación- es “el más grande enemigo de los indios” o Juan Ginés de Sepúlveda –santo varón para el franquismo- quien es “la figura intelectual de la causa de los conquistadores” (p. 103)

Apéndice para los españoles de hoy

Visto desde España, esta gran obra tiene el enorme mérito de refutar esa ola de nacionalismo imperialista que inunda a la Madrastra Patria desde que la dizque erudita E.R.B. publicó en 2016 Imperiofobia y leyenda negra. Auspiciada por C. Iglesias (ayer dirigente del Frente de Liberación Popular y hoy condesa de Gisbert y directora de la Real Academia de la Historia), siete años después de su publicación, este panfleto inspira a multitud de adeptos militantes que llegan a negar la mayor: no hubo Conquista ni tampoco Colonia, no se expulsó a los judíos ni a los moriscos, los amerindios tenían los mismos derechos que los Invasores –obviamente ninguno; disparate que sólo es cierto si nos referimos a la España franquista-, España se adelantó a su tiempo en Ciencia, en Derechos Humanos y etcétera. Pero, ¡ay!, por pura envidia, el Mundo tiene ojeriza a España…

Servidor creía que esa ‘multitud de adeptos’ estaba reducida a los que otrora constituyeron aquel llamado bunker de paniaguados del franquismo –sacros historiadores coreados por adocenados plumillas orgánicos. Por ello, me sorprendió leer a E. Mira Caballos (EMC), un ex crítico de la Sacra Historia, que ahora carga contra MR acusando a su obra de utilizar un “vocabulario radical” para lograr un “objetivo desmitificador” –“Dicen que son mis coplas del dieciséis / porque digo los fechos que vos facéis”, cantaba Chicho Sánchez Ferlosio. Item más, ¿desmitificar es pecado mortal?

Pero, además, EMC sostiene que MR “redime a la civilización mexica afirmando que los sacrificios humanos y la adoración a ídolos satánicos formaban parte de los estereotipos de la historiografía oficial. Lo mismo que el alcoholismo, el libertinaje, la deshonestidad, la credulidad, etc”, lo cual, simplemente, no es cierto porque MR añade que todas esas lacras (reales o atribuidas, moralinas todas) eran comunes a todo el planeta -¿acaso no existía la pena de muerte? Para concluir EMC que, pese a conceder que “a medio o largo plazo puede suponer un avance en la investigación” pese a que “verdades asentadas durante tanto tiempo no se pueden desmontar planteando una simple teoría” –¿no es más verdad que, para verdades perennemente inamovibles, las religiosas? Es grave que EMC rebaje la obra de MR a una “teoría” que, peor todavía, le resulta “rocambolesca” pues “carece de consistencia”. Y, ¡¡tachán tachán, finale grandioso!!: el villano MR no “empequeñece” al metellinense (Cortés nació en Medellín) sino que lo “engrandece” pues supo “prever el futuro y ganar la eternidad”. Laus Deo, ‘tanta paz lleves como descanso dejas’.

Notas:
1.- De ahí que MR conceda gran relevancia a la fundación de ciudades –mayormente efímeras-, no porque los Invasores fueran acérrimos urbanistas sino porque querían disponer de unos cabildos que les facultaban para justificar sus reciente posesiones. A mi entender, los cabildos de entonces heredaban el régimen medieval de las behetrías (término no utilizado por MR), propio de las urbes que no se sometían incondicionalmente al Señor u Obispo sino que firmaban contratos con él. Hoy, en muchos lugares de América Latina, todavía se recurre a la convocatoria de un Cabildo Abierto para que la (literalmente) ciudadanía dirima en asamblea sobre tal o cual litigio.
2.- When Montezuma met Cortés: the true story of the meeting that changed history (solo en 2018, 10 ediciones en inglés) La edición en castellano que obra en mi poder: Debolsillo, México, sept. 2022. ISBN 978 607 381 875 9. 572 pp. de las que unas 400 son texto principal, amén de varios apéndices y el consabido encarte de 8 páginas con variopintas láminas reproducidas en papel especial. Aunque la edición en inglés es accesible en epub en https://annas-archive.org/search?q=matthew+restall, por una sola vez y sin que sirva de precedente, no la hemos consultado porque la vuelve innecesaria la modélica traducción de J.E. Latapi Zapata y su cuidada edición -¡apenas tiene errores tipográficos!

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