Cámara en Carabanchel
Luis Puicercús “Putxi”. LQSomos. Enero 2015
Recuerdos de lucha y resistencia contra el franquismo
Luchar y resistir contra el franquismo fue nuestro deber y nuestra obligación. Hoy, cuarenta años después, seguimos luchando… contra la corrupción, por la Tercera República, por el trabajo… por la libertad… Pero, sobre todo, debemos recordar y nunca olvidar aquellos años de lucha y resistencia contra el franquismo. Hoy traemos a nuestra página algunos de aquellos importantes recuerdos… y con material gráfico *, además (estas fotos no han visto la luz desde que fueron tomadas). Es nuestro deber para con nosotros mismos, para los que se quedaron en el camino y para los que vienen detrás.
A finales del año 1972 en la prisión de Carabanchel se empezó a incrementar el número de militantes del FRAP y de otras organizaciones recluidos a consecuencia de la radicalización de las luchas en el exterior. “Juan”, uno de aquellos encarcelados y miembro de la U.P.A. (Unión Popular de Artistas, integrante del FRAP) tuvo la genial idea de introducir clandestinamente una cámara fotográfica en la cárcel, a pesar de que estaba expresamente prohibido y su posesión podía entrañar duras sanciones. Se trataba de tener un recuerdo gráfico de nuestro paso por la cárcel y poder confeccionar un dossier para difundirlo en el exterior y potenciar de esa manera la solidaridad con los presos políticos.
Se decidió introducir una cámara fotográfica a través de la comunicación con uno de los abogados solidarios (que no cobraban por sus servicios) que llevaba varias causas de presos políticos. A través de una de nuestras familias pedimos el modelo de cámara más adecuado para realizar las fotos en condiciones tan adversas, además de los carretes correspondientes que, para evitar los flashes, tenían que ser especiales (creo recordar que eran “plus-X” o algo muy similar).
La acción la llevaron a cabo dos compañeros que compartíamos el mismo sumario, los de la “imprenta del PCE (m-l)” y podíamos comunicar con el abogado conjuntamente. Lo más importante es que dicha “acción” había que llevarla a cabo en las mejores condiciones posibles de seguridad, ya que nos jugábamos una grave sanción disciplinaria, celdas de castigo aseguradas y, posiblemente, la apertura de un nuevo sumario, por no mencionar la implicación del abogado en la nueva causa.
Llegó un día cualquiera del mes de diciembre de 1972. A pesar de la fecha, hacía mucho calor. Los dos compañeros, cubiertos con amplios chaquetones o “tabardos” (para disimular la cámara y accesorios) fuimos llamados a comunicar con el abogado. Mientras uno no perdía de vista al funcionario de vigilancia, que curiosamente se llamaba don Benigno (que tenía un carácter totalmente contrario a su nombre, con una pinta de fascista que impresionaba), el otro iba recogiendo los pequeños paquetes que le iba entregando el abogado (la cámara estaba desmontada, claro) y escondiéndolos bajo las prendas.
Entre los nervios, el calor y la lógica tensión del momento, estábamos chorreando de sudor… había mucho en juego. El abogado, asustado por lo que le podía caer encima si se descubría lo que estábamos haciendo, estaba blanco como el papel… y sudando también. Pero la realidad es que pudimos regresar a la galería a pesar de nuestras extrañas “pintas” y sin ningún problema. Nunca hemos podido entender cómo nadie se dio cuenta de lo contradictorio de nuestro atuendo con el tiempo que hacía.
Una cámara en el interior de la galería suponía un riesgo adicional para nuestra organización y los militantes encarcelados, así que todo lo relacionado con ella se llevaba con la más estricta clandestinidad y seguridad. La mayoría de los compañeros no sabía de la existencia de la cámara, solo que estaba en la galería. Tampoco conocían el sistema por el que había entrado. Cuando no se utilizaba, se escondía en el doble techo de las duchas, que también servía como depósito de publicaciones clandestinas y libros prohibidos en la cárcel (introducidos de forma clandestina). El escondite sólo lo conocíamos dos compañeros, que pasábamos la información a otros cuando éramos trasladados a otras prisiones.
Hacer las fotos era algo más complicado y también se empleaban estrictas medidas de seguridad para evitar que fuese detectada por los funcionarios (“boquis”) y evitar la requisa de la cámara y las fotos ya tomadas. El compañero “Juan” ya mencionado, era el encargado de tomarlas, por su experiencia (era fotógrafo en la vida real), pero eso no era lo más importante. Había que proteger al fotógrafo y la cámara. Para tomar cada foto se movilizaba a media docena de compañeros, unos haciendo bulto alrededor del compañero, otros tapando con sus cuerpos el ángulo de visión de los funcionarios, otros sujetando las puertas o vigilando… toda una acción “tipo comando” que decíamos.
Varias de las fotos tomadas fueron sin duda excepcionales, incluso merecedoras de algún premio o la participación en algún concurso fotográfico. Algunas fueron tomadas a escasos metros de los funcionarios y de otros presos o tomadas con el policía de vigilancia de la garita (“mono”) mirando hacia el grupo que realizaba la foto… pero nadie se percató en ningún momento de lo que estábamos haciendo y se pudieron seguir tomando fotos durante varios meses (más de un centenar).
Estas fotografías, con pleno derecho, deberían formar parte de la memoria e historia reciente de nuestro país. Suponen un pequeño recuerdo de la lucha y resistencia antifranquista que llevaron a cabo cientos de hombres y mujeres que dieron su bienestar, su libertad, incluso su vida, por conseguir una sociedad libre, mejor y más justa.
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