Cañetes de España

Cañetes de España

Cañete es un fenómeno político, un remolino, un maëlstrom de la acuicultura histórica de una derecha derivada de los golpes de Estado desde el Cid o más atrás. El golpe de Estado es la sopa cósmica primordial de la que se deriva todo coto cerrado. Puede durar medio siglo o apenas un 23-F, pero siempre persigue dejar las cosas en su sitio. Inmóviles. Listas para empaquetar, llevar y consumir. Nadar en la piscina exclusiva es lo que mejor saben hacer los apellidos de la pomada. Luego, inmediatamente, otra habilidad innata reside en situarse lo más arriba posible del escalafón. Al final es eso. En el fondo de toda la pólvora, los muertos y los siglos, España consiste fundamentalmente en situarse. Y situarse uno mismo y los allegados requiere la práctica seglar de un nepotismo tripero imperial. El lema es así se hunda el mundo: a mi lo único que me importa es subirme el sueldo. La pasta.

Naturalmente, esa mística de soldadura autógena no se vende cruda y a granel. Viene envuelta en papel de discurso y preparada para descongelar en el microondas. Por encima de todo está la patria, esa gran metáfora terrenal que permite y abona el insulto institucional a los de abajo. La bóveda religiosa que actúa como aceite lubricante: el aceite no es Dios pero hace milagros. Uno de ellos, no menor, es el saqueo.

Por los alfombrados pasillos del poder, una barahúnda infinita de carnívoros está dispuesta a comerse hasta las moscas. Así está servido un universo de fulleros con labia, proxenetas filosóficos, charlatanes de dura verga y lengua bífida, favoritos de nalga fácil, religiosos residuales, teóricos húmedos, usureros en flor, teóricos de orinal y oficina, cortesanas de braga más o menos sutil y otros vómitos del sistema afilan estos días sus deseos de labrarse un presente sin dar golpe y sin ningún escrúpulo. A cambio del voto, a los ingenuos votantes se les vende siempre, con profusa publicidad, el Futuro. El presente es, por siempre jamás, cosa suya.

Por poner un ejeamplo concreto, Cañete. Al representante de los trapicheos legalizables de los lobbys en la Unión Europea no lo podían haber escogido mejor. Cañete. En el fondo podría parecer confesión de sinceridad; es como decir esto es lo mejor que tenemos: Cañete, un candidato de rima fácil y verbo escatológico y expansivo, es el espécimen que conjuga a la perfección los intereses privados (los suyos) convergentes con la vida pública. Con su pinta de sonrosado fray Escoba, ha ido barriendo para casa todo lo que ha podido. Y es mucho. Aquí está un ejemplo: www.genoveses.blogspot.com.es

Cañete se me asemeja como una caricatura pantagruélica. Una siderurgia de potajes, un regüeldo de asadurillas del mondongo, un empacho de pasteles de monjita católica, una teoría de visceral ronquido, un eructo preliminar, un asalto de gambas a la plancha, una cagada descomunal entre tormentas de pedos.

Cañete es, sobre todo, un artista de los papeles sellados, un maestro tragaldabas del toreo de salón; su lance favorito es la larga cambiada, abrochada con la media verónica y dejando al toro del negocio listo para el matadero. Pero esta vez su exceso de soberbia le ha superado. Ha salido su yo verdadero. Se le ha enganchado el trapo rojigualda y le han dado un aviso por prepotente: “Si me dejo ir, me temo. Entro a matar” dijo. Más tarde disculpó cansancio. Pero su rudo machismo ha dado la vuelta al redondel de las portadas europeas. La Marca España ha quedado reflejada, una vez más, con banderillas de fuego.

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