Casa de cristal
La casa de San Dionisio No. 6-A en el reparto Celimar, cercano a las capitalinas playas del Este, responde al propósito de descanso de una familia aburguesada de la década de los 50.
El Chalet ubicado en la zona de playa, construido con ladrillos y placa cementada, tiene dos habitaciones, baño intercalado azulejeado hasta el techo, ducha y juego de cerámica blanca en combinación con los azulejos, garaje techado, pisos de baldosas en diferentes colores, cocina amplia y patios con frutales en exteriores para una buena sombra en los mediodías calurosos del trópico.
Estuvo abandonada al principio de la Revolución, sin tener dueños hasta que la ley de reforma urbana la asignó a una familia con carencia de vivienda, que luego la permutaron en la década de los ochenta.
Sus inquilinos la modernizaron cubriendo sus ventanas con cristales calobares, quitaron la cerca perimetral y levantaron una gran tapia cementada cubierta de arbustos para, que desde el exterior no se supiera lo que acontecía en el interior.
En la década de los noventa, la crisis del período especial hizo que las fachadas de las moradas vecinas perdieran su colorido y vistosidad pero ésta continuó con su esplendor.
A ella llegaron autos con placa de turismo, sus tapias fueron testigos de fiestas nocturnas, música a cualquier hora, muchachas bonitas entrando y saliendo, grandes bultos con cantidad de comida y bebida alcohólica, así como un clima social de dudosa procedencia.
Finalizando la década, los vecinos confirmaron sus sospechas. La policía en una reunión informó de la confiscación de la casa porque en ella merodeaba el negocio ilícito y fungió como sitio de citas para la prostitución.
Inquilinos de la zona hicieron gestiones para apropiarse de la casa, incluso hubo saqueos de sus juegos sanitarios, lozas de pisos y cristales exteriores, pero un día la familia de Lidia Leyva Morales se mudó con unos pocos muebles, un niño epiléptico y un esposo deseoso de trabajar. Se le otorgó como un bien de protección a familias con desventaja social.
Muy pronto los patios quedaron limpios de malezas, crecieron plantas y se confeccionaron jaulas de material reciclado para la cría de aves. No importó lo árido del terreno, salinizado y pedregosos por las rocas de diente perro, que abunda en el lugar.
Con las primeras cosechas tocaron a las puertas de sus vecinos, brindaron los frutos, las plantas medicinales para las dolencias leves y los caldos elaborados con sus gallinas. Con las nuevas leyes de otorgamiento de terrenos ampliaron sus parcelas y enseñaron a la vecindad a cultivar para el autoabastecimiento y fomentaron en los jóvenes hacer del trabajo un modo de vida.
Entonces los vecinos conocieron que esa familia llegó del Oriente del país, con un niño enfermo que necesitaba de especialistas de la capital, convivieron con familiares y amigos en varios lugares de la Habana hasta plantar un organopónico que resultó ser de referencia nacional y por sus méritos alcanzados recibieron la casa para vivir.
Desde entonces, la casa de ventana con cristales se convirtió en la morada del barrio, allí se entregan conocimientos agroecológicos y el cariño para la colectividad.
* Periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba