Clausencio
Clausencio, llamado así porque había sido lego en el Monasterio de Piedra, en Zaragoza, llegando a subdiácono de epístola, era aficionado al sexo en su estilo de la locomotora. Era persona de poco seso y afectada en sus modales, que hacía visajes y ademanes parecidos a los del mono.
Era natural de Granada, nació en la Sacristía de la Cartuja frente al retablo revestido de jaspe de Lanjarón, y tenía un güito en el rostro, especie de mancha blanquecina o amarillenta, como aquel Francisco Suárez, jesuita célebre, filósofo y teólogo del culo, como algunos políticos lo son del vientre materno, quien creó escuela inventando el abrazo suarista, abrazo blando, liso al tacto, en contraposición al áspero, tosco, soberoso, de la naturaleza o consistencia del corcho.
Clausencio tenía el subidero o instrumento que sirve para subir en alto en cada uno de los follajes que suben adornando un vaciado de pilastras o cosa semejante, muy alto. Era más galán que Mingo, en sitio o lugar en declive que va subiendo.
Siempre llevaba una postal con la efigie de Conrado de Suavia, que por las noches besaba al ir a acostarse, armado caballero por Alfonso VIII de Castilla en Carrión, quien no subió a los altares por haberse desposado con su hija Berenguela; pues él soñaba con tener una hija con la Diosa de los Bosques, Puta, para después casarse con ella.