Collage: El artesonado del desdentado
Por Nònimo Lustre.
Comprendemos que, siendo hijo de Juana, los corruptos tiralevitas de las Cortes de Castilla, Aragón, Yndias y etc., quisieran ocultar la turbia ascendencia del europeo Carlos (no Trastámara) puesto que Juana, legítima reina de Castilla, por las antipatrióticas influencias de los cortesanos flamencos recién llegados del luego llamado César Carlos, fue depuesta, denigrada, condenada a cadena perpetua en Tordesillas y dizque enloquecida, popular pero nunca realmente, como Juana la Loca…
De la serie “Carlos I, matricida, islamófobo, imperialista y urbanicida”
– Juana la Comunera
– El nacimiento de la islamofobia
– Contra las derrotas, lujuria
El servilismo no exento de filonazismo de la España franquista nos ha llevado al absurdo de nombrar el rey Carlos I de Hispania con el remoquete “y Carlos V de Alemania”. Además, para mayor inri lo encumbramos de rey de Castilla y Aragón (amén de Granada y de las Yndias) a Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico lo cual no sería exacto pero, al menos, eliminaría la franquista denominación ‘de Alemania’ puesto que, en el siglo XVI, Deutschland simplemente no existía -y no existiría hasta finales del siglo XIX.
El artesonado del desdentado
Esquina superior drcha.,: Artesonado del horrendo Palacio de Carlos I que inficiona la Alhambra, una imitación cuadriculada que avergüenza a los artesonados mozárabes. Centro: la reina-emperadora Isabel de Portugal según la retrató Tiziano en 1548, nueve años después de muerta; museo de El Prado, Madrid. Y, a la izquierda, Carlos I acosándola en un retrato por Christoph Amberger 1532, museos estatales, Berlín. Esquina inferior drcha.,: grabado en madera de 1894 de Bárbara Blomberg (1527-1597; madre del encumbrado bastardo Juan de Austria, alias Jeromín) tocando un ¿laúd? para entretener a su royal amante.
Semblante de Carlos I: “Su mayor fealdad era la boca, porque tenía la dentadura tan desproporcionada con la de arriba, que los dientes no se encontraban nunca, de lo cual se seguían dos daños: el uno tener el habla en gran manera dura, y el otro tener en el comer mucho trabajo; por no encontrarse los dientes no podía mascar lo que comía, ni bien digerir” (Alonso de Santa Cruz) Es obvio que semejantes taras físicas llevaron al César a contraer una tara estética, seguramente la que le arrastró a destrozar parte de la Alhambra para erigir en su solar ese horripilante Palacio que, cinco siglos después, aún nos atormenta y desvela.
Aunque, bien mirado, es probable que su fealdad facial fuera el catalizador de su nomadismo perpetuo. Según cuantificó en su discurso de abdicación (1556) ascendieron a 40 sus viajes ‘laborales’, enumerados con especial atención a los marítimos: “y para esto he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España, y agora será la cuarta vez que volveré a pasarlo para sepultarme; por manera que doce veces he padecido las molestias y trabajos de la mar”.
En cuanto a su querida Bárbara, hija de un rico peletero alemán, conoció a Carlos I cuando ella tenía 19 años y Carlos, 46. Casada con un cualquiera, cuando enviudó, el Duque de Alba -correveidile y palanganero del rey Felipe II-, la deportó a los Países Bajos para dificultar su obsesiva tendencia a mudar continuamente de amantes… y ocultar que era la Madama de un lujoso prostíbulo en Amberes. Por instigación de su puritano Jeromín, fue ingresada en varios conventos españoles de los que, finalmente, pudo escapar para, a su vejez, solazarse en su conspicuo y seudo-royal libertinaje.
Continuará…
– Juana la Comunera
– El nacimiento de la islamofobia
– Contra las derrotas, lujuria
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