Collage. Liberia: merienda de los otros negros
Por Nònimo Lustre.
La historia de Liberia en tres etapas. Abajo, puerto de Monrovia en 1849; ondea la reciente bandera liberiana. Inmediatamente arriba, a la izqda., escudo de la república. Zona media, el reverendo Blyden en una foto de 1866. Estrato superior: el Senado, dibujo de 1856.
En el año 1822, grupos de libertos afroamericanos dirigidos por gringos blancos asaltaron un segmento de la costa atlántica de África habitado por etnias autóctonas. Los invasores (negros) expulsaron de sus territorios a los indígenas (negros) y, manu militari, introdujeron el idioma inglés y la cultura de los EEUU. Hoy, las antiguas religiones (animistas) son practicadas por menos del 2% de la población mientras que el cristianismo es adorado por el 87%. Pese a la propaganda que lo ha literalmente bautizado como un ‘modelo de emancipación racial’, esta brusca mudanza no fue idílica ni pacífica. En estas notas insistiremos sobre la cara oscura de la creación-invasión e independencia del país que, dos siglos después del 1822, llamamos Liberia.
Una miaja de Arqueología: parece irreal que, en este siglo XXI, todavía tengamos que recordar que nunca existieron tierras vacías -terra nullius. Por lo que atañe a las costas atlánticas del África Central -menos estudiadas que el valle del Rift o el delta nilótico-, es obvio que, salvo en el anecdótico caso de algunos archipiélagos relativamente cercanos como el de Cabo Verde, estuvieron habitadas desde ‘tiempos inmemoriales’. Sin embargo, en el segmento liberiano, sus yacimientos y sus datos arqueológicos son todavía muy escasos. Aun así, se han encontrado pedernales (sílex) tallados por humanos a los que, siglos después, siguieron unas estatuillas de esteatita conocidas como nomoli o pomdo. Ninguno de estos artefactos ha sido concienzudamente datado. Desde el punto de vista histórico/escrito, reseñaremos que, en 1461, el portugués Pedro de Sintra holló la Costa del Grano, entonces un rincón costero famoso porque producía esclavos… y una carísima variedad de pimienta. Pero, desde la arqueología, sólo hubo retrocesos porque, al saqueo que durante siglos perpetraron las potencias europeas, se le unió que, en 1980, estalló un golpe de Estado militar al que siguieron 15 años de guerra civil (1989-2003) La arqueología liberiana tuvo que dejar las excavaciones clásicas para concentrarse en los vestigios ‘occidentales contemporáneos’, desde 1822 hasta los restos calcinados que ocasionó la guerra civil.
Antes de avanzar hasta el siglo XIX y de analizar el engañoso ‘experimento socio-abolicionista’ que tan buena imagen regala a Liberia, es necesario dibujar a grandes rasgos la diversidad étnica previa a la Invasión. La antropología clásica ha clasificado a las diferentes etnias del África atlántica siguiendo el criterio de las lenguas, una taxonomía obsoleta pues muchos indígenas eran políglotas. A la postre, en manuales etnográficos como el directorio de G.P. Murdock (Africa: Its Peoples and Their Culture History, 1959) dedicado a Liberia, aparecen listados varios etnónimos ‘liberianos’ que son sinónimos entre sí o bien que pertenecen a pueblos no liberianos (Para corregir las confusas nomenclaturas étnicas, cf. Svend E. Holsoe y Joseph J. Lauer. 1976. “Who Are the Kran/Guere and the Gio/Yacouba? Ethnic Identifications along the Liberia-Ivory Coast”; en African Studies Review 19: 1; pp. 139-149)
Historia e Invasión
Arqueologías aparte, a mediados del siglo XVIII, cuando el comercio negrero alcanzó su cúspide, Cabo Mesurado (hoy, Monrovia), fue una factoría negrera tan importante como para sobrevivir a la abolición de la esclavitud africana preconizada débil pero oficialmente por los nacientes Imperios europeos. A principios del siglo XIX, cuando Providence Island todavía se llamaba Isla Gomez, allí se mantenía una fábrica de esclavos cuya propietaria fue Philippi, una mulata dizque hija de un gringo negrero blanco. Aquellos señoríos indígenas no estaban centralizados por ningún rey o reyezuelo sino que todo lo discutían en asamblea mediante sus portavoces autónomos -forma política que, entre los Dei y Gola (cf. supra, mapa étnico), fue conocida como Confederación Condo.
Llegamos a los prolegómenos de la Invasión. En 1816, unos reverendos blancos fundaron en los EEUU la empresa privada American Colonization Society (ACS) con el propósito no sólo de afrontar la inminente ola de manumisiones de los esclavos negros sino también, yendo hacia el futuro, con la meta de que esos libertos evangelizaran a los indígenas africanos. De ahí que, desde 1818, los exploradores de la ACS anduvieran evaluando la habitabilidad y el potencial comercial de la costa hoy liberiana. En 1820, zarpó desde Nueva York el barco Elizabeth con un pasaje de agentes del gobierno USA y de la ACS y 86 libertos norteamericanos negros -¿tropa similar a la escondida en el Caballo de Troya?. Pero desembarcaron en un lugar insalubre en el que, pocos meses después, murieron los tres blancos y una veintena de afros aspirantes a colonos. Poco después, E. Ayres, empleado de la ACS, escogió el cabo Mesurado como buena cabeza de playa y compró (¿) 60 kms. de costa a los jefes indígenas por el módico precio de 300 US$ -el paquete premium incluyó 6 mosquetes, ron, pólvora, 5 paraguas, etc. Huelga añadir que los conceptos manejados por las dos partes sobre compra-venta, duración de la misma, cláusulas contractuales y demás zarandajas leguleyas, no se parecían en nada.
Jehudi Ashmun (1794–1828) fue un agente decisivo. Este neoyorkino blanco, huelga añadir empleado de la ACS, apareció en 1822 en la otrora Grain Coast con el objetivo de organizar el nuevo país -mejor diríamos la nueva colonia. Inmediatamente, fortificó -i.e, militarizó- la futura capital dizque para protegerla de los negreros… y de las ‘tribus’ vecinas. Hoy, las enciclopedias al uso le retratan como el “real founder of Liberia”.
En 1824, Liberia estrenó su nombre bajo el poder de los blanquitos oficinistas de la ACS. Hasta 1841, no hubo un mandamás relativamente negro: el mestizo J.J. Roberts -quien declaró la Independencia en 1847. Por la parte urbana-demográfica, Monrovia alcanzó los 4.000 citadinos en 1847 y, contando hasta veinte años más tarde, llegaron al nuevo edén de los negros unos 12.000 libertos.
En el collage que encabeza estas notas, incluimos la importante figura del reverendo presbiteriano Edward Wilmot Blyden (1832 –1912), originario del pueblo Igbo (Nigeria), quien llegó en 1850 a Monrovia y allá casó con una destacada señorita oligarca que luego sustituyó por Anna Erskine, y allá permaneció hasta su muerte. Blyden formaba parte de la corriente del Retorno a África (RA) como mejor solución a la búsqueda de un territorio que acogiera a los negros libres -aunque estuvieran sangrientamente esclavizados, los afroamericanos de aquellos años no le hicieron demasiado caso porque no se identificaban con África y, especialmente, porque aspiraban a lograr derechos humanos en los EEUU, su verdadero país.
Al principio, sustentó el RA en un pan-negrismo que, después, sustituyó por un pan-etiopeísmo que le acercó definitivamente al Sionismo en boga para transitar inmediatamente al Pan-africanismo en cuya nómina de precursores aparece como uno de los fundadores, maestros de panafricanistas posteriores como Marcus Garvey, Kwame Nkrumah y, quién sabe si el Che Guevara enguerrillado en el Congo.
En su opus major Christianity, Islam and the Negro Race [1887; disponible en internet en edición de Black Press, 1994], Blyden adoptó un discurso del que ahora huyen sus comentaristas: concluyó que, para los negros africanos, el Islam era más ‘africano’ y/o liberador que el cristianismo -léase indirectamente que Cristo sólo veía África como botín listo para el saqueo. Y fundamentó su opinión con datos historiográficos recordándonos que, en 1346, algunos comerciantes de Dieppe (Francia) establecieron factorías en los que ahora Liberas/Sierra Leona. Y que, en 1463 (25 años antes de Colón), los portugueses ya negociaban en esa comarca costera.
Entrando en materias más cercanas a nuestro interés, Blyden atribuye al ‘descubrimiento’ de las Yndias la desmesurada expansión de la trata de esclavos negros señalando que, sólo 25 años después del 1492, España ‘legalizó’ la esclavitud. Pocos siglos después, de esta infamante constatación derivó la idea de mejorar la suerte de los negros libres transformándolos en colonos de “la tierra de sus antepasados”, una iniciativa teórica estrenada por el filántropo británico Granville Sharp a quien apoyó el Chief Justice Mansfield quien, en 1772, sentó las bases jurídicas del abolicionismo con su famoso principio “as soon as any slave sets foot on English ground he becomes free.” (pisar suelo inglés, libera y manumite) Item más, en 1779, suecos y daneses fueron los primeros en llegar a la susodicha comarca con fines humanitarios.
En cuanto al Paganismo, pese a calificarlo como obstinado y como terquedad propia de una superstición encanecida (hoary), admite que, pese a carecer de escritura [falso, cae en el enésimo prejuicio occidental], las “grandes tribus” de África (entre las que cita a los Jaloonkas, Korankos, Limbas, Ashantees y Zulus) lo mantienen fragrante y rozagante de lo que deduce que el paganismo africano goza de una “subtle, indefinable, inappreciable influence”.
Finalmente, nos explica su idea del Islam: no debemos ignorarlo puesto que los musulmanes gozarán siempre de una “powerful influence in Africa”. Y ello por la simple razón de que sus feligreses no reducen el islamismo a ‘la religión de los árabes’ sino que han sabido constituir una raza emparentada (cognate) con los negros. Y continúa su apología de la conversión al Islam asegurándonos que ‘Mahoma no sólo amó a los negros sino que, además, sentía África con “peculiar interest and affection”. Según este clérigo presbiteriano, el Profeta nunca maldijo a los negros ni al ‘Continente Oscuro’; al contrario, cuando estuvo perseguido en Arabia, recomendó a sus fieles que buscaran asilo en África. A Blyden, esta ‘peculiar’ lectura del Corán le recuerda a los ‘intachables etíopes’ cantados por Homero e incluso la recomendación del Ángel a José: “Levántate y vete a Egipto y quédate allá hasta que yo reconstruya tu mundo” -esta erudición à la occidental, le obliga a suscribir la falsa leyenda de que Las Casas ‘amaba a los indios’ pero menospreciaba a los negros.
Asimismo, Blyden reconoció que el Retorno a África como marco teórico y como experimento liberador en Liberia, fracasaron porque los colonos no se mezclaron con los indígenas. Si hubiera llegado al siglo XXI, su desánimo habría sido aún mayor puesto que en la actual Liberia sólo subsisten un 12% de musulmanes.
Primeros años en Liberia -especialmente, en la Occidental
Es asaz trabajoso esto de encontrar en internet fuentes de las relaciones entre colonos e indígenas en un rincón de Liberia poblado por tres diferentes pueblos indígenas: los Die, especializados en comerciar con el producto de sus salinas y orgullosos de ser dueños fértiles tierras gracias a la figura de King Peter, único rey documentado; los casi desconocidos Gola (cf. supra, la Confederación Condo); y, quizá, los Zolu Duma. Este King Peter inauguró la acogida que debía prestarse a los colonos: después de firmar (¿) las ventas de sus tierras, los indígenas se percataron del expolio que significaban y rompieron los contratos… pero los nuevos amos rehusaron recibir el dinero que los estafados indígenas quisieron devolverles. Entonces, llegó un navío militar británico que desembarcó a 30 afroamericanos ‘rescatados’. Siguiendo una norma plurisecular, los locales quisieron apropiarse de la embarcación pero los marinos les rechazaron a cañonazos causando entre ellos las primeras víctimas mortales de la Invasión -los indígenas contraatacaron quemando algunas cabañas de los colonos y matando a dos dellos.
A partir de esa batalla sin nombre, entre los indígenas se sucedieron las evacuaciones hacia tierras alejadas de la costa, las deserciones de las incipientes plantaciones e incluso las conspiraciones para organizar un levantamiento generalizado -todo ello con la angustia de haber comprobado la superioridad de las (ajenas) armas de fuego. Varios reyes locales (Peter, George, Bristol, Ben, Tom, Bromley, Todo, etc.) quisieron amotinarse pero la deserción de algunos dellos y, mucho peor, la vuelta al esclavismo de otros, impidió que fraguara la rebeldía anticolonialista. Mejor dicho, se limitó a incendiar la factoría española de Digbe en el río Po y a la firma entre Ashmun (cf. supra) y algunos reyes ‘neutrales’ de un tratado de amistad que, huelga añadir, fue papel mojado pues continuaron y hasta se incrementaron las incursiones de los (ilegales) barcos esclavistas británicos, norteamericanos y franceses.
En 1837, el negrero español Pedro Blanco y su lugarteniente Teodoro Canot dieron señales de debilidad momentánea pese a que, cinco años antes, el contraataque de los invasores había logrado formar una milicia de 200 hombres compuesta por voluntarios, colonos y afroamericanos manumitidos. El estado de guerra se cronificó y así se mantuvo durante las décadas siguientes. La Independencia proclamada en 1847, no instauró ninguna paz; al contrario, los Invasores llegaron a la guerra sucia -tras varios intentos fallidos, ese mismo año consiguieron envenenar mortalmente al rebelde rey Bromley (cf. Svend E. Holsoe. 1971. “A Study of Relations between Settlers and Indigenous Peoples in Western Liberia, 1821-1847”; en African Historical Studies 4: 2; pp. 331-362)
Como suele suceder en las invasiones consumadas por Occidente, en la de Liberia no faltó la excusa de la intervención humanitaria -ahora, responsabilidad para proteger, la infame R2P. So pretexto de erradicar la trata negrera, desde 1850, los cerebritos de la ACS copiaron el afamado método del indirect rule gracias al cual extendieron su “esfera de influencia” y controlaron las exportaciones de los productos de sus nuevos dominios -principalmente, oro, una madera roja y dura similar al palo de Brasil (camwood), cueros, arroz, marfil e incluso agua. La narrativa oficial de este proceso oculta que la ACS y el gobierno USA –Washington, el Fundador, poseía 200 esclavos-, contaron con la ayuda de las tropas franco-británicas quienes, desde el primer momento de la Invasión, se afanaron en ‘comprar’ (eufemismo de la gunboat diplomacy) tierras a los chiefs locales. La realidad de esas compra-ventas se manifestó crudamente durante la primera Invasión y sobre la tenaz resistencia al expolio que, durante décadas, sostuvieron los indígenas. Dos ejemplos: en 1822, el mismísimo año oficial de la Invasión, la colona USA-georgiana Matilda Newport (ca. 1795–1837, pasajera en el Elizabeth antes mencionado), se erigió en cabecilla del escaso centenar de colonos ya asentados y su primera medida fue aplastar a los indígenas sublevados en Mesurado/Monrovia mediante el acreditado método de cañonearles – así se transformó en Heroína Nacional de Liberia… hasta que, en un clima de choques entre negros ricos y negros pobres, su fama fue revisada críticamente tras el golpe de 1980.
Un siglo después de aquella dudosa y evasiva gesta femenina, en 1912, dos ‘comisionados’ (Lomax y Cooper, gobernadores de facto) depusieron a ocho renuentes jefes Gbande y los ahorcaron. En su puesto colocaron a Mambu, un chief domesticado a quien, al año siguiente, ejecutaron sus descontentos súbditos bajo el mando de Bombokoli, pariente de los asesinados.
(cf. M. B. Akpan. 1973. “Black Imperialism: Americo-Liberian Rule over the African Peoples of Liberia, 1841-1964”; en Canadian Journal of African Studies / Revue Canadienne des Études Africaines 7: 2, pp. 217-236)
Élites liberianas, invasoras a las que nunca se las denigró como reyezuelos.
Milicias de las corruptas élites liberianas. Frecuentemente, el Indirect Rule, método imperialista que rigió el colosal saqueo cometido por el Imperio Británico -sobre todo en el Indostán-, no era tan indirecto
Liberia no fue un experimento social y, menos, abolicionista en cabeza africana puesto que la esclavitud en los EEUU continuó sin trabas ‘internacionales’ y, asimismo, porque su conquista fue similar y coetáneo al sojuzgamiento por Occidente del planeta empobrecido -reyezuelos pastoreados de cerca por eclesiásticos blancos, pastores en el doble sentido de la palabra. Además, las potencias hegemónicas no experimentan: destruyen países mediante reglas indirectas y directas. Pero sí es evidente que Liberia, portaaviones gringo en África Central, desde principios del siglo XIX (carta sionista de Balfour a Lord Rothschild, 02.XI.1917) sirvió como referencia para la fundación de Israel, el portaaviones gringo en Oriente Próximo.
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