Colores de la vida
El espacio se puebla de claridades desusadas y una estación aletea en las yemas de la brisa.
El sol se despierta ahora en soledad de nubes y la atmósfera desempolva lentamente sus azules.
Mientras, los mediodías dulcifican su aliento y las aguas terminan por romper su mutismo
-lenta sucesión de huellas en el cielo hacia la primavera soñada-.
La tierra se sabe ya embarazada en sus raíces y los campos destilan sin pausa sus pardos mientras bandadas de grullas triangulan sin interrupción la altura y latidos de nuevas voces inundan el aire.
Al fin, la luz desconocida de una mañana inesperada vence la resistencia de las últimas umbrías y la hora se rinde al guiño palpitante de la nueva vida.
El invierno agoniza en mis manos…
Los últimos estertores de la noche agonizan en la brisa y una luz inesperada sorprende al cielo en su desnudez mientras el sol va pintando gotas al rocío y el paisaje renueva sin pausa sus tonos…
Un torbellino de vencejos desvela el silencio de la hora y lejanos alimoches prestan sus blancos a la altura.
De improviso, todo se incendia de amapolas y cientos de botones de oro se esparcen por los prados.
Poco a poco, los minutos despiertan mil aromas dormidos y el campo se recrea en sus notas de frescor
– ya los más altos tilos desperezan al viento insinuado y la hierba relame sin pudor sus jugos-.
El aire se llena de fragancias del saúco y el día se encamina hacia su verde plenitud.
Inesperadamente, surge la voz del cuco de las entrañas del bosque y la mirada verdea sin remedio sus iris.
Por fin, el mediodía se extasía en sus azules y la tierra esboza un guiño sensual.
Consagración del verde …
La hora sestea en la hamaca del mediodía y una brisa encendida dibuja inconclusas estelas de un boceto de tormenta.
Imperceptiblemente, cientos de manos han desparramado un tablero de cúmulos nimbados por el azul infinito
– la atmósfera se abochorna sin remedio y los charcos transpiran por todos sus poros-.
El sol enardecido arremete de nuevo contra las reminiscencias del verde e incendia los latidos de la tarde, convirtiendo los campos en una amalgama de sudores y de jadeos de la sombra.
La agonía es breve, pues densos nubarrones desandan ya sus pasos y el paisaje se hunde sin remedio en claroscuros.
Sin interrupción, se inmolan las últimas claridades en un mar de sombras y la tormenta avanza con las velas desplegadas.
Mudas chispas recorren con celeridad un espacio de iones y un trueno herido aúlla su dolor al viento desatado
– los relámpagos entrecortan sus silencios y la vida detiene la respiración-.
La estación desentumece lentamente sus amarillos mientras los rayos sucumben en lo alto y en un momento dado, el cielo muda su expresión y la tierra se embriaga de verde.
Final del estío marchito…
El viento desnuda la aurora y la vida se despierta extasiada en sus colores…
Los campos viven un apasionado idilio de ocres y oros mientras los campos amamantan sus verdes incipientes.
El aire se llena ahora de latidos del valle y lejanas cumbres se insinúan con trazos desusados.
De improviso, un vuelo de palomas enluta la tibieza del cielo y la vista azulea sin remedio su mirada
-una brisa cálida de besos inunda la hora y miles de ramas deshojan sus manos-.
Los minutos son ahora una sucesión de jilgueros y la altura se suspende en las alas del cernícalo. Lentamente, la corriente va derramando aguafuertes de oro en sus orillas y un otoño inacabado dibuja las primeras umbrías al bosque.
La atmósfera atenúa sus tonalidades y las hojas reflejan minutos de una tarde que agoniza a lo lejos.
Lujuria del otoño en mis sienes…
Una luna inacabada desgrana su mustia sombra y despunta solitarios mástiles de un infinito océano de blancura
-todo es nieve en la mañana, la vista se humedece en la luz helada y el alma se blanquea en el alba desvelada-.
El viento ya desatado restriega las manos de las más altas ramas y la nieve se renueva en el goteo de sus pinceladas.
El río nada entre las faldas de la nevada y verdea el cielo con sus espejos mientras el aire hibernado se fragmenta en mil cristales.
El espacio se ahoga ya sin remedio entre irisaciones de blanco y azul helado y las huellas de la noche trepan por escalas de silencio hasta morir cegadas en la altura.
La esencia de lo níveo termina al fin por aguarse y el paisaje se diluye en las mil gamas del blanco primigenio.
Amanecer nevado de mi alma…