Conversar

Conversar

Que difícil es hablar de tú a tú con alguien. Por eso escribimos. Son cada palabra botellas de un naufragio (no de un náufrago) con su mensaje dentro. Es necesario, entonces, romper la botella… o como dijera Hermann Hesse “hay que romper el cascarón… el cascarón es el mundo”.

Y es más complejo conversar largamente cuando es con una persona de otro sexo, cuando cada cual tiene su mundo propio, sus relaciones, sus historias, sus interpretaciones diferentes de las cosas. Cuando sucede es emocionante.

Muy poca gente entiende el baile de las palabras, ni de sus caricias, ni sabe que la voz mira. Muy poca gente lo entiende, casi nadie lo ha experimentado, porque se buscan significados a las frases, porque damos segundas intenciones a las conductas.

Pero también las palabras nos golpean con espejismos, sobre todo cuando resulta que se trata de un espejo con truco. Las palabras que una vez fueron puentes resulta que resbalan, las conversaciones sin sustancia abrieron caminos a la orilla del río, a los pies de la noche, pasa el tiempo y son un muro lleno de respuestas, de proyectos inútiles. Las palabras, entonces, dejan de tener ojos, se quedan quietas, sin manos, sin aliento y preocupadas por saber qué decir…

Las palabras también se rompen cuando están en el aire. El silencio pesa, lo mismo que un caldero de piedras. Pero si no hace falta decir nada… Acaba siendo un abismo. Precisamente por eso, porque no hace falta es mas preciada la conversación y quieres hablar, pero la palabra ha enmudecido. Entonces requerimos las frases de salón, de quirófanos y contabilidades y entonces nos escondemos para que las palabras no nos vean .

Conversamos bajo el cielo abierto tiempo ha. Nos señalaron. Apuntaron rumores y dispararon pecados salpicando las palabrasnubes y las nubespalabras. ¿Qué más da todo?. Se ha interpretado tan mal cada paseo, cada tiempo perdido… y florecen cenizas. No podemos respirar de espesas que se han convertido las palabras. Cuando un mentira se ha dicho con sinceridad es menos mentira.

¿Qué tal si quedamos para tomar un café?, frente a frente y hablar, sin saber qué decir ni qué contar, inventar escondites que dicen donde estamos y hablar con las velas extendidas viento en popa y a estribor entre muecas y gestos y decir no sé qué para cambiar de tema. ¿Qué más da lo que haya pasado?, ¿qué más da que ya lo sepamos?, ¿qué importa estar lejos y cada uno por su lado si podemos hablar? un momento, un ratito a la orilla de una taza de café.

Nadie sabe cuánto emociona conversar, sin decirlo nunca, sin abrir puertas ni ventanas, sino que con versar nos basta… Y versar la palabra, los encuentros, inventar los nombres y versar historias y ensueños; y lo demás y luego volver. Y quedar otra vez y conversar en la espuma de una cerveza o sumergidos en las olas del café. 

* Ramiro Pinto

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