Crónica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada

En el principio del teatro gestado en plazas, aldeas, carpas, salones reales y anfiteatros, lo principal era el actor. A los textos improvisados sucedieron las puestas en escena, sin anular el predominio del actor, eje visible de la representación, quien en el sumun de su hegemonía, prescindió de las actrices. 

Luego, sus textos se volcaron a la literatura y los teatros, mientras la actuación femenina equiparó a la masculina en norma que parecía eterna.

La industria cultural contemporánea en el siglo XX, propulsó el teatro hacia la radio y la televisión, donde más que nunca los actores y actrices devinieron íconos y signos visibles de un complejo andamiaje artístico y dramatúrgico, creado por disímiles expresiones de las artes escénicas como la música, la escenografía -sustentada en la arquitectura y la pintura-, la ambientación, las luces, la danza y la interpretación vocal, quienes sustentaban la labor interpretativa de las figuras en la escena.

Mas allá de la representación, el actor y la actriz se convirtieron en ídolos de las multitudes y su impacto se replicó en los más diversos escenarios, roles, productos comunicativos y soportes mediáticos. Fue entonces que la ficción se fundió a la realidad y la vida privada de estos artistas dejó de serlo para resultar materia prima de la industria del entretenimiento y la cultura en su más vasta expresión.

También en ese milenio surgieron los dibujos animados de la cinematografía, como el primer precedente de la representación escénica, que no utilizó la interpretación y caracterización de actores y actrices reales. Luego, el ámbito impreso generó la historieta, pero aún en ellas, el actor y la actriz real, servían como modelo al dibujante.

La apoteosis de los recursos provenientes de la digitalización domina al audiovisual del siglo XXI y este fenómeno rebasa el deslumbrante campo de los efectos especiales y el trucaje. Tradicionalmente, los dibujos animados constituyeron una representación de la realidad que todos reconocían como una forma de ficción creada y recreada por el hombre.

Con los filmes o historias desarrolladas por el resto de la cinematografía -en tanto reproducían una situación interpretada por actores y actrices en escenarios reales o creados parcial o totalmente por el hombre- se le atribuye una dimensión diferente en la percepción de la ficción y de la realidad, que lograba en las grandes multitudes una sensación de credibilidad.

En la década pasada, el mundo se asombró cuando, en una misma película, las imágenes de algunos largometrajes, en lugar de superponer las actuaciones reales a las de los personajes ficticios de los dibujos animados, combinaron las acciones de los actores y actrices con las de las figuras creadas por especialistas en escenarios virtuales, a través de la cibernética, con la apariencia tradicional de los famosos "cartoons".

A la par y gradualmente, animales existentes o los provenientes de la mitología utilizados en la cinematografía, fueron sustituyéndose, primero por robots sofisticados y finalmente por sus homólogos cibernéticos, absolutamente irreales, incorpóreos, intangibles sin haber siquiera transitado por el soporte papel. 

Hasta aquí todo era aceptable, pero el fenómeno actual en la realización de historias audiovisuales en el video y la cinematografía, gracias a la digitalización, redimensiona esta tendencia a niveles insospechados.

Ya existen filmes que sustituyen, prácticamente de manera absoluta, a los actores y actrices empleando figuras, humanizadas o no, que surgieron en las mesas, talleres técnicos y procesadores de imagen computarizadas. En este último caso, las totalmente digitales son, por ende, virtuales y esa condición les permite utilizar desde los protagonistas hasta un ejército de miles y miles de individuos en una batalla sin emplear grandes recursos de utilería, maquillaje y vestuario usuales en estos casos, amén de la contratación y movilización coherente de grandes masas ante las cámaras.

Como si fuera poca la virtualidad de los actores y actrices, potenciando el ahorro financiero y logístico en busca de una reproducción de imagen al detalle de lo deseado para la historia, el fenómeno se ha extendido parcial o totalmente a las locaciones en exteriores e incluso a edificios y otros elementos, desechando las locaciones reales o prefabricadas. 

El resultado en general es efectivo desde el punto de vista visual, artístico y dramatúrgico, pero nos enfrenta literalmente a la desaparición de los actores y actrices reales.

Nadie puede calcular dónde llegarán las aplicaciones de los recursos audiovisuales instaurados por la digitalización. Lo que sí parece es que la industria se acerca al momento de prescindir de quienes, por siglos, fueron los ejes simbólicos de las escenificaciones: los actores y las actrices de carne y hueso.  

* Coordinadora del Proyecto Memorias, para el rescate del Patrimonio histórico de la TV Cubana. Miembro del Comité Nacional de Patrimonio Audiovisual de la Oficina Cubana de la UNESCO.

Publicado enCubarte

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