Crónicas conosureñas (2016)

Crónicas conosureñas (2016)

cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomosFrancisco Cabanillas*. LQSomos. Noviembre 2016

Durante años imaginé enseñar un curso sobre una Buenos Aires
fantasmática, compuesta de citas y referencias literarias.
Silvia Molloy

La Barra

De Buenos Aires a Colonia, Uruguay, en la otra orilla del Río de la Plata, se llega en poco más de una hora en el Buquebus rápido. De Borges a Onetti; de Sábato a Benedetti. Cruzar es siempre una manera de incidir en el “tratado imaginario” de Juan José Saer, El río sin orillas (1991); y en lo que tendría que llamarse el Universo Galeano: un mundo en expansión.

De día, el río suele ser relativamente manso; nunca de noche. Viento, demasiado viento. Violencia eólica. Ferocidad.

Por momentos, Colonia tiene ángulos y calles que recuerdan las construcciones coloniales del Caribe. Sin embargo, los automóviles antiguos y las carretas que adornan la ciudad, rompen el parecido. La realidad bascula. El casco histórico se aleja de la semejanza caribeña. Extrañeza. Alteridad. Las calles adoquinadas no se parecen más a las del Viejo San Juan; la Plaza de Toros Real de San Carlos colma la diferencia. Cono Sur, no el Caribe.

De Colonia del Sacramento a Montevideo, a lo largo de la Ruta I, las referencias literarias se expanden; además de las plumas uruguayas de Onetti, Benedetti y Galeano, las de Filiberto Hernández y desde la crítica, Ángel Rama, se empiezan a imantar.

Según aumenta la proximidad a las ramblas que costean Montevideo, más intensa se hace la imantación literaria hacia el Parque Rodó, donde no solo se le rinde tributo a uno de los ensayistas uruguayos del siglo XIX que más impactó, con su Ariel (1900), el siglo XX latinoamericano, José Enrique Rodó, sino que además la literatura se abre al arte, desde el Museo Nacional de Artes Visuales localizado en el mismo Parque Rodó.cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos1

La imantación se parece a la fuerza de gravedad. De la Rambla República Argentina a la Rambla del Presidente Wilson, a la Avenida Sarmiento y de esta a la Avenida Julio Herrera y Reissig, aparece finalmente el Museo Nacional de Artes Visuales, en cuyo interior yace a la intemperie el tesoro que ejerce su fuerza de gravedad desde Colonia: Monumento cósmico (1938), obra en granito de Joaquín Torres García, uno de los tres precursores del arte moderno latinoamericano —junto a Diego Rivera, Wifredo Lam y Roberto Matta, según Intercambios del modernismo (1992), de Valerie Fletcher—, cuyo constructivismo universal apela a todas las culturas, incluidas las prehispánicas.

De Montevideo a Piriápolis, el agua del río se junta con la del mar; zona de mezclas desapercibidas. Ruta interbalnearia, desde la que no se puede ver el mar, hasta llegar a la Ruta 10, que lleva hasta Piriápolis; nombre de una ciudad turística, como el de Florianópolis, en Brasil, con identidad playera, demasiado playera, a la cual un caribeño llega por primera vez con la sensación de que ahí, frente a la Bahía de Piriápolis o incluso en Picasso Restaurante, ha estado antes.

De Piriápolis a Punta Ballena, la ruta interbalnearia llega hasta Camino a la Ballena, calle que, con algunos giros, conduce a Casa Pueblo, la mancha blanca del mediterráneo en el Atlántico sur. Poesía.cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos3

Arquitectura a la orilla del mar, que el artista-poeta Carlos Páez Vilaró diseñó durante más de tres décadas; casa que se fue haciendo taller, galería, museo, restaurante, hotel, hasta convertirse en lo que es hoy: un enorme tributo lírico al sol desde una fachada blanca.

Salitre. Regreso a las ramblas, esta vez de Punta del Este, otra ciudad playera que desata semejanzas entre geografías marcadas por el turismo. De Casa Pueblo a Moby Dick; es decir, de la Rambla Claudio William a la que costea toda la península de Punta del Este, la Rambla del General Artigas, donde el Pub Moby Dick tiene una ubicación perfecta frente al Puerto de Punta del Este.
Recorrido en U de la Rambla Gral. Artigas, que recuerda la propuesta de Paco Ignacio Taibo II: no se debe seguir olvidando a José Artigas cuando se habla de los libertadores decimonónicos de América Latina.cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos4

Al entrar a Moby Dick, la crítica del periodista y escritor Chris Hedges se hace inevitable: en estos momentos, Estados Unidos representa el Pequod de Moby-Dick (1851), un barco a punto de…

Salir en línea recta de la península en dirección a La Barra a lo largo de la Rambla Lorenzo Batlle Pacheco, tramo largo que, en general, huele a dinero, mucho dinero, por lo cual se erige, después del Hotel Conrad, un Trump Plaza cerca del casco de la ciudad. Hacia el final de la Batlle Pacheco, en términos de clase, la rambla se normaliza frente al Arroyo Maldonado, cuyas aguas se cruzan a través de uno de los puentes más emblemáticos de Uruguay: Puente de la Barra Leonel Viera.

Del 10 al 17 de mayo: siete días del otro lado del Arroyo Maldonado, en una zona playera, demasiado playera, a trote entre dos comunidades, El Tesoro y La Barra. Uruguay; Cono Sur. Semana rioplatense; trote mañanero por la costa del Atlántico Sur, zona de la Barra, a lo largo de una orilla oscura (aquí es otoño), durante una mañana fría, gris, en una playa solitaria (no es época turística), llena de huevos cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos5marinos, babosos, en forma de globos transparentes, regados sobre la arena como si fueran pelotitas de cristal.

Playa solitaria, como un poema oscuro de Alejandra Pizarnik:

Esta lúgubre manía de vivir,
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra Alejandra no lo niegues. (1958)

Plenitud del trote. Ritmo. Flow playero. Correteo matutino sobre una arena cubierta también de mejillones abiertos, secos, crocantes, sobre los que hay que correr como si fuera vidrio. “Cristales molidos.” Sonido a cáscara rota. Intenso olor a marisco. Atlántico Sur.

Ruta del trote mañanero de 90 minutos: de El Tesoro, a lo largo de la Avenida Haedo, a Playa Montoya; de esta, ahora por la costa y muchas veces por plataformas de madera que van, por encima de las rocas, de comunidad en comunidad, hasta La Barra; trotar hasta casi el final de la costa, cruzar de la playa a la Avenida Haedo por un atajo vecinal, y regresar a El Tesoro por una calle literaria, demasiado literaria, llamada Juana de América. Homenaje a la poeta uruguaya Juana de Ibarbourou:

Si todas las gaviotas de esta orilla
quisieran unir sus alas,
Y formar el avión o la barca
que pudiesen llevarme hasta otras playas… (1930)

Café Cortázar

Del 17 de mayo al 26 de junio: Buenos Aires, Avenida Santa Fe, entre Azcuénaga y Uriburu, frente a Librería Huemul, sobreviviente de todos los neoliberalismos argentinos: el primero, el de la junta militar de la Guerra Sucia (1976-83), el segundo, el menemista (1989-99), y el tercero, el macrista actual. Zona porteña de cierta pulsión literaria; al lado de la nueva, pequeña e insignificante sucursal de la Librería Santa Fe, donde veía desde la acera la novela de Simon Wroe, El chef (2014). Textualidad; contigüidad. Relativamente cerca de cuatro librerías clave de la zona: El Ateneo, Paidos, Guadalquivir y Clásica y Moderna (donde cantó Lucecita Benítez en 2013).

De Azcuénaga a la Avenida Pueyrredón; pienso en el prefacio de Cosmos (2016), último libro del filósofo materialista, anarquista y hedonista Michel Onfray, que leí en dos visitas a la Librería Santa Fe, en el cual cuenta cómo se le murió su padre en las manos, durante una noche mientras conversaban, el hijo filósofo y el padre campesino, sobre la Estrella del Norte. Diálogo cósmico.

El proyecto de Onfray, como él dice, uno a la izquierda de Nietzsche (hay que devolver la filosofía al pueblo), no le tiene respeto a las modas filosóficas. De ahí el subtítulo, Una ontología materialista, de un libro dividido en cinco partes, para nada vanguardistas, y una conclusión, tradicional, demasiado tradicional: 1) El tiempo; 2) La vida; 3) El animal; 4) El cosmos; 5) Lo sublime; Conclusión, La sabiduría.

De la Avenida Pueyrredón a la calle Paraguay y de esta a la José Antonio Cabrera, esquina con la Avenida Medrano; aparece el café temático en honor a Julio, Café cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos6Cortázar Bar. Estallan las referencias literarias. Presencia. Fachada en blanco y negro del local. Poesía. Aparición de un texto inédito: Café Cortázar. La realidad se hace literatura. Caminar y leer se confunden en la ciudad literaria. Buenos Aires me escribe un poema comercial: Bar, Café Cortázar, Bar.

Los nombres cortazarianos de la bebida y la comida —Café Rayuela, Picada Cortázar, Café París, Té cronopio, Café Bestiario, Picada El examen, Café La Maga— evocan los títulos de los capítulos del primer libro de Onfray, El vientre de los filósofos. Crítica de la razón dietética (1989): “Diógenes o los gustos del pulpo,” “Rousseau o la Vía Láctea,” “Nietzsche o las salchichas del Anticristo,” “Sartre o la venganza del crustáceo.”

La novela de Simon Wroe, El chef, es una bomba que hace estallar la imagen romántica del cocinero convertido en superestrella de la cultura neoliberal, como Ferrán Adriá, Gastón Acurio y José Andrés. Pienso en el estrellato de los escritores del boom latinoamericano de 1960, sobre el que escribió Jean Franco. Cuando reparo que el único de esos escritores que queda vivo es Mario Vargas Llosa, tiemblo.

Por la Avenida Medrano cruza una Vespa parecida a la de Cortázar.

Café del Lector

Avenida Santa Fe; de Azcuénaga a la calle más literaria de esta zona, la Agüero, al final de la cual está la Biblioteca Nacional, la realidad de Buenos Aires oscila. Se mueven los esquemas literarios. Las lecturas se mezclan. Según se suceden las calles para llegar a la Biblioteca Nacional desde Agüero y Santa Fe —Arenales, Beruti, Juncal, French, Peña, Pacheco de Melo, Gutiérrez, Las Heras—, el tono cortazariano va dando paso a la figura de Jorge Luis Borges:

Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
tejen su incalculable laberinto.
Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana.
Aquí mi sombra en la no menos vana
sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto.
Será por eso que la quiero tanto.
(“Buenos Aires,” 1964)

cronicas-conosuren%cc%83as-loquesomos7En efecto, al llegar a la Biblioteca Nacional la presencia de Borges queda constatada en el Café del Lector, cuyo nombre completo, Macedonio Café del Lector, remite por contigüidad literaria a Borges: Macedonio Fernández, padre del idealismo filosófico porteño que Borges convertirá en literatura, para beneficio, por ejemplo, de Cortázar, poeta del relato fantástico y de la novela armable.

Café del Lector; de Macedonio a Borges y de estos a Horacio González, ex director de la Biblioteca Nacional —Macri lo echó—, conocedor de ambos escritores, y por supuesto, también de Julio, cuyo Año Cortázar (2014) celebró en la Biblioteca, donde González habló de la teoría de la novela que Julio, por sus jugueteos surrealistas, nunca formalizó en su escritura. Ausencia que González delinea como un vacío con forma.

Año Borges (2016).

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014)

Bego

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