Cuestión de principios

Cuestión de principios

Juan Gabalaui*. LQS. Septiembre 2018

Si vemos una serie de zombis es muy probable que nos identifiquemos con algún miembro de la resistencia cuando la realidad es que somos más parecidos a una manada de muertos andantes

Cuando no se tienen principios, el vacío se rellena con los que están en el entorno. Los recogemos porque nos dan seguridad, identidad y nos permiten ingresar en grupos exclusivos. Ideas que se alojan entre los huesos del cráneo y condicionan la mirada con la que interpretamos el mundo. Con el tiempo creemos que son propias. Pero si no las mascamos, pensamos, reflexionamos y discutimos son ideas extrañas, ajenas a nosotros. Los ojos con los que se mira la realidad son los de otros. Las ideas son pulidas por otras cabezas. La renuncia a ser autores de nuestros pensamientos nos convierte en títeres. Sí, no somos originales pero el acto de reflexionar nos convierte en creadores y conforma una mirada personal y propia del mundo.

Las conversaciones y discusiones están llenas de palabras mascadas por otros y aún así somos capaces de luchar y morir por ellas. Vivimos un momento en el que para saber sobre un tema concreto abandonamos los libros y encendemos la televisión. Las disciplinas que nos ayudan a pensar, como la filosofía, están en sus horas más bajas, favorecido por los poderes fácticos. El capitalismo no necesita pensadores sino mano de obra aunque la revolución tecnológica pronto prescindirá de ella. Leer a Platón, Castoriadis o Wittgenstein es, sin duda, un acto subversivo, un ataque directo a las bases del sistema. Pero se imponen píldoras egocéntricas, como las redes sociales, donde se recrea la ilusión de que formamos parte activa de algo. Un algo esencialmente intranscendente.

El hecho es que si no pensamos, otros piensan por nosotros. Los sistemas políticos que niegan o limitan la participación activa en la toma de decisiones tienden a convertir a las personas en títeres, en seres fácilmente manipulables y teledirigidos. No necesitan dar órdenes sino el control de la educación, que está más basada en la activación emocional que en la racional. Nos vinculan con principios que sostienen el entramado político y económico aunque vayan en contra de nuestros propios intereses. Las guerras están llenas de soldados que murieron por ideas que les oprimían y discriminaban. Nos bombardean con ideas que vomitamos, como si hubiéramos ingerido un alimento en mal estado, en nuestras conversaciones sobre aspectos que afectan al entramado. Afrontamos las discusiones como un campo de batalla donde solo puede quedar uno. No aspiramos a convencer sino a vencer sin paliativos.

Si vemos una serie de zombis es muy probable que nos identifiquemos con algún miembro de la resistencia cuando la realidad es que somos más parecidos a una manada de muertos andantes. Las redes sociales nos han encumbrado como estrellas rutilantes aunque no tengamos ningún espectador interesado. El otro existe en la medida en que me nombre, le de a me gusta o me retuitee. Somos un YO muy grande construido en detrimento del pensamiento. Los sistemas políticos imperantes tienen los ciudadanos que le merecen. Sino fuera así, estaríamos al borde de una revolución. La confianza en que la humanidad puede crear sistemas políticos y económicos más justos y libres no quita que, al mirar a nuestro alrededor, nos demos cuenta de la crisis de pensamiento en la que nos encontramos. Toda crisis es una oportunidad de cambio aunque ahora estemos balanceándonos como un funambulista en la cuerda floja. Un mal paso y el fascismo nos espera.

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* El Kaleidoskopio
@gabalaui

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