Curiosos y devotos
Por Arturo del Villar. LQSomos.
Las kilométricas colas integradas en el Reino Unido por los vasallos para pasar ante el catafalco de su difunta reina Isabel II, han animado a los monárquicos de este otro reino a recrearse con el reforzamiento internacional del sentimento favorable a las monarquías
Es un error. Los seres humanos somos curiosos por naturaleza, nos gusta saber qué está sucediendo en determinado lugar, por qué se arremolina la gente, y nos unimos al grupo para preguntarlo. Sucede lo mismo ante un evento cualquiera.
Entre los que presencian el paso de las imágenes en una procesión es seguro que se encuentran católicos fervientes, pero también curiosos animados para ver un espectáculo especial. Lo mismo puede decirse de quienes se arremolinan alrededor de un vehiculo averiado, o de un muerto en atropello, o de un socavón. Todo lo que se sale de la cotidianidad habitual concita curiosidad y hace que deseemos presenciarlo.
Eso no significa que los espectadores se regocijen ante la visión de un accidentado, de un incendio o de un atraco. Es la curiosidad al parecer innata en la naturaleza humana lo que les atrae. Por ello, es un error deducir ante una cola de curiosos para desfilar en formación vigilada ante el catafalco de la difunta soberana del Reino Unido que los ciudadanos británicos son tan amantes de la monarquía que pierden muchas horas para pasar sin detenerse ante el catafalco o verlo desfilar fugazmente por la calle.
Los hay, sin duda, como hay también republicanos contrarios a ese derroche de dinero que sería tan útil para paliar el hambre de tantos vasallos del nuevo rey, hambrientos por falta de recursos para comer. Muchos espectadores de esos anacrónicos cortejos medievales impropios del siglo XXI es seguro que tenían los estómagos vacíos, y estaban a veces horas a pie firme por la curiosidad de participar en un acontecimiento insólito.
Los republicanos existen
Los republicanos deben ser considerados un caso aparte, ya que las fuerzas brutas policiales les impidieron acceder con signos distintivos de su ideología a los lugares en los que se desarrollan los fastos ceremoniales, e incluso presenciar agrupados el veloz paso de los vehículos oficiales convocados para procesionar junto al que conducía el cadáver de la difunta.
Las colas para ver de lejos tantos vehículos lujosos en los que se trasladaban los invitados oficiales a los ceremoniales, confirman la división social entre los señores y los criados. Unos nacieron en palacios, fueron atendidos por servidores toda su cómoda vida, no han necesitado buscar trabajo porque disponen de rentas pagadas por sus vasallos libres de impuestos, y se benefician de todos los privilegios de su casta, incluido el de ocupar lugres reservados en los diversos lugares visitados por el catafalco de la difunta soberana.
Por otro lado se agolpa el pueblo carente de derechos, urgido de obligaciones, que tiene vetado el paso a los templos y palacios en los que se detiene el cortejo fúnebre, lo mantienen estabulado entre unas vallas groseras símbolo de su condición, custodiado por las fuerzas represivas al servicio de la monarquía, pagadas con los impuestos cobrados al pueblo al que pertenecen, ese mismo pueblo infelizmente ignorante que vitoreaba el paso de la carroza de oro de la reina cuando se trasladaba a presidir algún acto protocolario, ese mismo pueblo al que cuando muera mencionarán su nombre en un servicio fúnebre si sus deudos lo pagan, un pueblo que ha vivido sin enterarse de que lo hacía, por lo que encauza su curiosidad innata en la observación de un suceso inusual, en el que toman parte activa sus amos los señores, a los que mantiene con el pago de sus impuestos, y a él le permiten contemplarlo en la distancia.
El pueblo vuelca su innata curiosidad en presenciar los sucesos gratuitos que acontecen en la calle. Le resulta muy barato, no precisa pagar una entrada para ver un espectáculo. Deducir de esa satisfacción natural que el pueblo británico está muy unido a la monarquía que lo explota, es una ingenuidad. Solamente es necesario que alguien explique a ese pueblo contemplativo la realidad de su situación, para que surja la chispa capaz de encender la estrella de la rebelión. Los curiosos en general no son devotos, y los criados sienten envidia de la riqueza de sus amos, por lo que pueden un día preguntase por qué unos nacen con privilegios y otros con obligaciones.
Fue lo que sucedió en tiempos del rey Carlos I Estuardo, un monarca que se creyó absoluto, hasta que el 30 de enero de 1649 el verdugo le cortó la cabeza. Uno de los curiosos asistentes al acto la cogió por los cabellos y se la mostró al pueblo agolpado para contemplar el suceso, que prorrumpió en vítores a la República, y después la implantó. Los inicialmente curiosos pasaron a ser devotos, con lo que pudieron modificar el sistema político para inaugurar una nueva era entre la algazara generalizada.
Otro tanto pueden poner en práctica los integrantes de las inmensas colas para convencerse de la muerte natural por ancianidad de su soberana. Basta con que se pregunten por qué motivo una familia goza de todos los privilegios de la nación, en tanto la totalidad de los ciudadanos sufre la obligación de mantenerla en su ociosa opulencia. La respuesta la facilita la República.
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