De vuelta a la ciudad del Paraíso
Mariano Muniesa*. LQS. Julio 2018
“Appetite For Destruction” llegó a la cima de la era del “hair metal” y nació de la escena rockera de LA, pero sus raíces estaban en la gran música rock de los años 70: Más concretamente, en lo que hubiera sido una explosiva coctelera que hubiera juntado a los Rolling Stones, Aerosmith, Led Zeppelin, AC / DC y los Sex Pistols. Quizá, o mejor dicho, con toda seguridad por tal motivo llegó a convertirse en la leyenda que es hoy
“Appetite For Destruction”, el celebrado debut de Guns N’Roses es uno de los mejores discos de todos los tiempos, y uno de los más grandes a todos los niveles. Es el álbum debut más multimillonario, con más de 30 millones de copias vendidas en todo el mundo, pero más allá de ello, es uno de esos discos que revolucionó toda la música rock a finales de los 80 y transformó a Guns N ‘Roses en superestrellas totales del star-system del rock’n’roll. Y como hoy sabemos, su éxito fue aún más sorprendente dado el caos absoluto en el que se creó.
Guns N ‘Roses estaban tan fuera de control cuando ficharon por Geffen Records para grabar este primer álbum, que su realización se convirtió en una larga y costosa saga de problemas, desencuentros e historias alucinantes que de hecho, crearon una situación en la cual se estuvo a punto de abortar la operación. En 1986, el breve mandato de Arnold Stiefel como gerente de GN’R finalizó después de que las sesiones de ensayos y pre-producción previas a la grabación de “Appetite…” en una casa alquilada en la antigua propiedad del productor de Hollywood Cecil B. DeMille tuvieran como consecuencia la expedición de una factura de 22.000 dólares por daños a la propiedad. Es evidente que el título del disco era un claro reflejo de la actitud de aquellos Guns N’Roses.
Dos productores que llegaron a firmar contrato con el sello y a cobrar sustanciosas cantidades en concepto de indemnización por incumplimiento de contrato por parte de la banda se quedaron fuera de la historia de “Apetite For Destruction”. En el primer caso, el guitarrista de Nazareth Manny Charlton desistió de trabajar con Guns N’Roses cuando no logró reunir a toda la banda junta en una sola sesión durante 8 semanas, y en el caso del segundo, nada menos que Paul Stanley de Kiss, tras acaloradas discusiones con W. Axl Rose acerca de la canción “Nightrain”, abandonó las sesiones de grabación y llevó a la banda a los tribunales. A raíz de esto, el cantante de G N’R nunca volvió a cruzar una sola palabra con él.
Lo que esta banda necesitaba era un gerente y un productor que pudiera ejercer alguna forma de autoridad y que supiera imponer un mínimo de disciplina. Entró entonces Alan Niven, que había trabajado con otra excelente banda del hard rock americano de los 80, Great White -hasta que se dedicaron a hacer playback- y el productor Mike Clink, que había sido el responsable de discos tan exitosos como el doble en directo de UFO “Strangers in the Night” y “Eye Of The Tiger” de Survivor. Clink logró poner algo de orden en ese caos y trabajando en jornadas de 18 horas, “Appetite For Destruction” se grabó en un mes durante enero y febrero de 1987 en el estudio Rumbo Recorders en el suburbio de Canoga Park en Los Angeles con un presupuesto total de 370,000 dólares.
Las expectativas para el álbum difirieron según cada uno de los actores. Niven predijo 500.000 copias vendidas, mientras que Clink auguró dos millones. Pero Tom Zutaut, el ejecutivo de A & R que firmó a la banda para Geffen Records, tenía más confianza aún en ese caótico pero por otro lado sensacional álbum de aquella banda que a pesar de las broncas, el alcohol, las drogas y la anarquía, estaba llamada a ser el futuro del rock duro en todo el planeta; apostó por cinco millones. Al final todos calcularon mal y en enero de 1988, las ventas iniciales no superaban las 200.000 copias en cinco meses. Cuando Tom Zutaut se despertaba cada mañana esperando una llamada de la compañía discográfica diciéndole que podía pasar a recoger sus cosas de la oficina, en julio de 1988, un año después de su lanzamiento, ‘Appetite For Destruction’ fue número uno en la lista Billboard de EEUU.
El éxito de “Appetite…” fue asombroso. Era la antítesis del rock corporativo: crudo y agresivo, lleno de actitud provocativa y palabrotas sin censura que dificultaban su emisión en las FM’s americanas, dándose el caso de que se convirtió en el disco para el cual parecía expresamente creada la famosa etiqueta adhesiva de los discos americanos de los 80 del “Parental Advisory”, es decir, la advertencia de la no idoneidad de permitir la escucha de este disco a los menores de edad por parte de sus padres o tutores legales. Nueve de las 12 canciones que componían el álbum hacían referencia explícita al sexo, cuatro a las drogas y cuatro a la bebida, por no hablar del lenguaje machista y misógino de temas como “It’s So Easy”, en el que Axl Rose gritaba “Da la vuelta a la perra, tengo un uso para ti …” o por no mencionar “Rocket Queen”, en la que Axl fue grabado practicando sexo con la stripper Adriana Smith, la entonces novia del batería Steven Adler.
Pero en el corazón del álbum había un núcleo de canciones verdaderamente geniales: en muchos sentidos, “Welcome To The Jungle” es la canción definitiva de Guns N ‘Roses, la primera canción que Slash y Axl escribieron juntos recordando la impactante experiencia de la llegada de dos jóvenes imberbes de Indiana -Axl Rose y el guitarra Izzy Stradlin- a la Jungla, es decir a Los Angeles. Y si gran parte de “Appetite…” declara que Los Angeles en 1986 es una mierda sucia, depravada y peligrosa, “Paradise City” es la declaración de principios del espíritu de la banda, que pese a todo, afirma que Guns N ‘Roses no querrían estar en ningún otro lado que no fuera Los Angeles. Mientras que en “Sweet Child O ‘Mine”, Guns N’ Roses tenían un arma secreta guardada: una hermosa semi- balada de rock inspirada en sus iconos del rock sureño Lynyrd Skynyrd. A Slash no le gustó demasiado la canción al principio, descartándola como “cursi” y llamando a su propia melodía de guitarra “un estúpido riff pequeño”. Pero encabezó la lista de Estados Unidos durante dos semanas en septiembre de 1988, regularmente encabeza las encuestas para encontrar el mejor solo de guitarra o riff, y sigue siendo la canción más emitida en radios y escuchada en Spotify de la carrera de Guns N’Roses.
“Appetite For Destruction” llegó a la cima de la era del “hair metal” y nació de la escena rockera de LA, pero sus raíces estaban en la gran música rock de los años 70: Más concretamente, en lo que hubiera sido una explosiva coctelera que hubiera juntado a los Rolling Stones, Aerosmith, Led Zeppelin, AC / DC y los Sex Pistols. Quizá, o mejor dicho, con toda seguridad por tal motivo llegó a convertirse en la leyenda que es hoy.
Aunque el 30 aniversario de su edición fue el pasado año de 2017, es en estos días cuando se pone a la venta una edición especial en varios formatos, con una inmensa cantidad de material inédito, maquetas, grabaciones de ensayos, shows grabados en vivo y todo aquello que es el alimento favorito de esa curiosa especie -a la que si señores, no me avergüenzo en reconocer que pertenezco- tan merecedora de estudio como son los coleccionistas de memorabilia rockera.
Hoy, Guns N’Roses aunque han recuperado parte de la formación que grabó este disco y actualmente defienden en directo con encomiable dignidad y profesionalidad ese legado, afortunadamente no como en otras épocas, en la que se convirtieron en una grotesca caricatura de si mismos arrastrándose de manera bochornosa por el escenario, obviamente ya no son esa banda controvertida, anárquica, salvaje y radicalmente sincera de aquellos legendarios años 80. Son, como todos los grandes del espectáculo, gigantescas máquinas de explotación de la nostalgia y de hacer dinero fácil y rápido. Pero pese a todo, merece la pena meterse en el túnel del tiempo y disfrutar, porque “Apetite For Destruction” es un álbum que se disfruta, de una época en la que el rock sincero, despojado de cualquier presión, el rock que nacía de los suburbios de los barrios más peligrosos de LA y se plasmaba sin más recursos que unos buenos amplificadores y unas buenas guitarras en discos en los que algunos ejecutivos del rock-business creían y eran capaces de defender en las reuniones de los consejos de administración. Si, lo sé, claro, eran otros tiempos.
Take me down to the Paradise city…
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– LoQueSomos en Red
* Nota original del diario “La Región”
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