Demasiado teatro político-judicial

Demasiado teatro político-judicial

Por Domingo Sanz. LQSomos.

Mil días antes se cerraba 2018, con Sánchez en La Moncloa y un Tribunal Supremo preparando su gran juicio. ¿Quién se atrevería entonces a desestabilizar a unos jueces que están defendiendo la unidad de la patria?

Hace más de mil días que finalizaron los mandatos en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y, a diferencia de cualquier trabajador temporal sometido a la misma Constitución, sus miembros siguen cobrando. Es demagogia, pero mucho más caro nos cuesta el abuso.

Tan caro, que Casado se permitió decir el 2 de septiembre “que Sánchez abandone toda esperanza de renovar el CGPJ”, el día 4 que “el problema es de Sánchez, no nuestro” y, en medio, la prensa titulaba que “Casado emplaza a Sánchez a renovar el poder judicial si acepta un cambio de modelo”.

Por su parte, el Gobierno pide al PP que cumpla con la norma vigente, pues los cargos ocupados por personas han de renovarse cuando vencen, pero las leyes solo pueden reformarse si hay consenso. Si, por falta de acuerdo, las leyes decayeran en cierta fecha, la que terminaría rigiendo sería la de la selva.

En cambio, guarda silencio Abascal ante un problema que, con los escaños que tiene, también podría ayudar a resolver. Está tan contento con sentencias como la del TC contra el Estado de Alarma que no quiere molestar a quienes tanto le ayudan. Y viceversa quizás.

Y puede que también haya leído usted a expertos como Pérez Royo o Escolar recordando que el PP siempre bloqueó los nombramientos judiciales cuando gastó oposición, como ahora, algo que nunca hizo el PSOE.

Como lo que nos recuerdan los expertos es verdad, si no queremos llamar tontos a los del PSOE por regalar al adversario sus escaños durante tantos años, lo único que podemos pensar es que el PP y el PSOE son uña y carne, excepto para asuntos menores.

Estamos ante un teatro protagonizado por malos que resisten contra deficientes que no pueden, o tampoco quieren.

En tiempos dijo el PSOE que no deberían judicializarse conflictos políticos como el catalán. En cambio, el pasado 26 de mayo Sánchez declaró que “hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia”, lo que significa que mentían, pues el “castigo” era la judicialización.

Pero, ¿qué ha ocurrido durante los últimos mil días para que, al ridículo mundial de un ex rey huido de la justicia por un pacto oculto entre un gobierno “progresista” y el rey actual, se añada la vergüenza de un poder judicial gobernado por okupas adictos al cargo?

Mil días antes se cerraba 2018, con Sánchez en La Moncloa y un Tribunal Supremo preparando su gran juicio. ¿Quién se atrevería entonces a desestabilizar a unos jueces que están defendiendo la unidad de la patria?

Nadie, y menos que nadie, un Pedro Sánchez que se envainó en 24 horas una moción contra Soraya por las cargas del 1-O en Catalunya. ¿Conocedor de su cobardía, le puede extrañar a Sánchez que un inconstitucional Lesmes le haya acusado en público de falta de “patriotismo constitucional”?

¿Y qué político está haciendo ahora lo mismo que, ante el mismo conflicto judicial, hizo Sánchez hace 1.000, 900, 800 y 700 días?

Seguro que usted sabe que ya ha leído aquí el nombre de ese político, pues también sabe que se parecen demasiado todos los que ponen circunstancias, como las líneas de un mapa, por encima de la democracia.

Pero aún hubo más trampa en el comportamiento de este PSOE sobre la renovación de los jueces, y muy poca visión política de UP.

Hace 800 días, por ejemplo, Sánchez e Iglesias andaban negociando La Moncloa con los escaños conseguidos en las urnas del 28 de abril de 2019.

Estos números revelan que, para conseguir los 2/3 necesarios, con los escaños de abril Sánchez hubiera podido prescindir del PP pues hasta sumando los de Vox les faltaban 25 para bloquear nombramientos. Sí que hubiera necesitado de un Rivera que aún seguiría en política, pero siempre habría sido más fácil negociar con una derecha dividida en tres que contra los 143 escaños de PP más Vox hoy.

Es decir, con los mandatos del CGPJ vencidos hacía cientos de días, Sánchez e Iglesias dejaron morir un Congreso mucho más favorable para resolver un conflicto que sabían que degradaría aún más la situación política.

Esos periodos durante los que lo nuevo no acaba de nacer porque lo viejo no acaba de morir terminan derrotando a sus protagonistas principales. En las presentes circunstancias, tan inestables, recordamos los 55 meses al frente del Gobierno que duró Suárez, uno que dejó a medias su tarea, a la luz de los escasos 40 que aguanta Sánchez, este con menos escaños en el Congreso.

Si Sánchez pudiera recordar el miedo que impulsó aquel abrazo tras las urnas del 10N con un Iglesias hoy “muerto”, quizás comprendería que convocar ya la reforma de la Constitución es lo único que movilizará esa parte decisiva del electorado que necesita ver firmeza y osadía en la coalición gubernamental.

De lo contrario, la derrota es segura y el bipartidismo que volverá tendrá en la otra mitad, y gobernando, a franquistas sin disfraces ni complejos y apoyados por Leguinas y desde La Zarzuela. Demasiado peligro para la democracia.

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