Dialéctica y liberación nacional
Antoni Puig Solé*. LQSomos. Agosto 2015
Frente popular, unidad popular, poder popular, …. son conceptos utilizados a diario. Pero ¿qué diantres es eso a lo que llamamos pueblo?
El pueblo y sus enemigos
Mao lo aclara, en el texto “sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”. Distingue entre 1) contradicciones que enfrentan al pueblo con sus enemigos y 2) contradicciones en el seno del pueblo:
“Para comprender correctamente estos dos tipos diferentes de contradicciones, se hace necesario, ante todo, precisar qué se entiende por “pueblo” y que por “enemigo”. El concepto de “pueblo” tiene diferente contenido en diversos países y en distintos períodos de la historia de cada país. Tomemos, por ejemplo, el caso de China. Durante la Guerra de Resistencia contra el Japón, el pueblo lo integraban todas las clases, capas y grupos sociales que se oponían a la agresión japonesa, mientras que los imperialistas japoneses, los colaboracionistas chinos y los elementos projaponeses eran todos enemigos del pueblo. En el período de la Guerra de Liberación, los enemigos del pueblo eran los imperialistas norteamericanos y sus lacayos — la burguesía burocrática y la clase terrateniente, así como los reaccionarios del Kuomintang que representaban a estas clases –; el pueblo lo constituían todas las clases, capas y grupos sociales que luchaban contra estos enemigos.”
De la cita se desprenden dos conclusiones:
Pueblo es un concepto que no tiene un límite de clase preestablecido sino que está determinado por las condiciones cambiantes del marco general de la lucha de clases.
Su contenido es amplio; depende del momento histórico y el lugar, y está vinculado a la política de alianzas y a las características del adversario.
Estamos, por tanto, lejos del maniqueísmo, que abunda últimamente, que lo limita todo a una confrontación entre derecha-izquierda, burguesía-proletariado, casta-plebeyos o Cataluña-España, según sea el caso. Algo que tiene su origen en la falta de estudio de la dialéctica y de las contradicciones.
La universalidad de la contradicción
Cualquier realidad, sea la que sea, está atravesada por contradicciones. Cada una de ellas debe resolverse de manera particular, pero sin olvidar las otras que directa o indirectamente le afectan (y se ven afectadas) y pensando, por anticipado, con las nuevas contradicciones que su previsible resolución desencadenará .
¿Qué son las contradicciones en el seno del pueblo? Son las que se producen cuando una mayoría social, interesada en el cambio, tropieza con la realidad que quiere transformar. Entonces, prosperan diferentes puntos de vista y prácticas políticas. De nuevo, son las condiciones históricas y sociales y el curso de los acontecimientos los que, en último término, decidirán su carácter antagónico o no.
En este terreno, hay que tener en cuenta, de nuevo, que el pueblo acoge diversas clases sociales, cada una de ellas con sus intereses, experiencias particulares y organizaciones (y gente no organizada). Ante este alto nivel de complejidad, Mao aclara: “En cuanto a las contradicciones en el seno del pueblo, las que hay dentro de las masas trabajadoras no son antagónicas, mientras que las existentes entre la clase explotada y la explotadora tienen, además del aspecto antagónico, otro no antagónico. Las contradicciones en el seno del pueblo no han nacido hoy, pero tienen diferente contenido en los diferentes periodos de la revolución y en el período de la construcción socialista. ”
Hoy por hoy, las contradicciones en el seno de las clases trabajadoras son numerosas y variadas, por la diversidad y los desiguales grados de conciencia y organización. Esto, hay que tenerlo presente, ya que sin su actuación consciente y mayoritaria no habrá liberación nacional y social.
Por el contrario, reconocer el carácter antagónico entre burguesía y proletariado y actuar en consecuencia, determina el carácter obrero o no de una organización política. Sea cual sea la composición del pueblo en cada momento histórico, no es posible resolver ninguno de los grandes problemas que hoy atenazan a las clases trabajadoras, sin avanzar al mismo tiempo hacia su completa emancipación, eliminando, primero, el poder de la burguesía monopolista española y edificando, después, el socialismo.
De la afirmación anterior, surge necesariamente una nueva triple pregunta: ¿Quién es la burguesía monopolista española? ¿Debemos considerarla como el principal enemigo? ¿El resto de clases sociales conforman, por tanto, lo que hemos definido como pueblo?
La peculiaridad del capitalismo español
Cabe recordar que el desarrollo del capitalismo en España, tomó ímpetu a través de la Dictadura franquista y culminó su integración dentro del capitalismo globalizado, bajo el régimen monárquico, si bien lo hizo de forma desordenada, originando la actual fase monopolista de tipo subordinado, dentro del orden imperialista.
Esto ya nos viene a recordar, que el capitalismo español ha prosperado a la sombra de un Estado centralista, que ha acogido a los grandes grupos financieros, bancarios e industriales, pero sujetos a la vez al gran capital imperialista con fuertes bases y propiedades a lo largo y ancho de “la piel de toro”.
Este desarrollo capitalista ha dado origen a una numerosa clase obrera, que ha tenido que soportar unas duras condiciones de explotación y que cada día se encuentra sometida a mayores niveles de precarización. La fase monopolista del capitalismo, se caracteriza también por el incremento del sector terciario o de servicios, que actúa como una potente palanca de precarización. Mientras tanto, la mayor parte de los campesinos han tenido que emigrar y hoy el campo sufre las consecuencias del peso del capital monopolista en su mercado, que reduce los márgenes de maniobra del campesinado.
El capitalismo español, ha sujetado, a la vez, atadas de pies y manos, a las naciones no castellanas (sin reconocer tampoco a esta), que siguen sometidas al actual Estado centralista y sólo les ha dado un pequeño respiro con el reconocimiento de unos estatutos de autonomía obligados a aceptar el marco capitalista y monárquico que después ha recortado dejándolos en el más sonado de los ridículos.
Este capitalismo, en su fase monopolista, se muestra claramente como un sistema que, a través de la propiedad privada de los medios de producción, a través del Estado y con el expolio, enriquece sólo a unos pocos y explota y oprime al resto; como un sistema que utiliza las máquinas, las personas, la ciencia, … y la tecnología como simples instrumentos de riqueza de un grupo social minoritaria al frente del cual está el capital financiero.
Todos estos sectores capitalistas y su Estado centralista, son, por tanto, los enemigos del pueblo, mientras que las clases trabajadoras y las otras clases y grupos sociales oprimidos por el Estado centralista y explotados por la burguesía monopolista, conforman, hoy en día , el pueblo.
Ni confusión, ni sectarismos, ni frentismo
La composición plural del pueblo, conlleva una lucha en su interior por la hegemonía, y como acabamos de ver, genera contradicciones, que a corto plazo, no tienen que ser necesariamente antagónicas. Esto lo podemos observar bien en el caso de Cataluña.
Ahora mismo, la burguesía catalanista construye toda la estrategia para la independencia copiando los procesos que prosperaron a raíz de la desintegración de los países del Este. Olvida que en aquellos casos, quien se oponía a la independencia, no era precisamente la burguesía monopolista, sino que fueron estos mismos procesos los que forjaron la hegemonía de esta clase social y sus vinculaciones con las potencias imperialistas. Un olvido semejante encontramos en algunos “marxistas” españolistas.
Por esta razón, sólo una política proletaria, puede orientar al pueblo, señalar bien sus objetivos y dotarlo de las formas de organización y de lucha necesarias, en este combate decisivo para la liberación nacional.
Dentro de esta lucha por la hegemonía, y más aún en una situación como la actual, de debilidad de las fuerzas obreras, suelen proliferar posiciones políticas que corresponden a formas ideológicas de la pequeña burguesía, con un carácter más o menos radical. En este abanico caben, tanto las políticas social-reformistas por un extremo, como aquellas que propugnan una vía de cambio protagonizada únicamente por un grupo reducido de activistas, por el otro.
Si se quiere movilizar al pueblo, no hay lugar para la confusión, ya que la situación no permite ni ilusiones ni sectarismos.
Ahora bien, nada de esto significa avalar, en las condiciones actuales, una política tipo frentista donde se mezclen en un mismo proyecto global, la burguesía catalanista, que hoy defiende políticas neoliberales, junto a aquellos que luchamos contra el neoliberalismo y sus políticas nocivas. Por el contrario, es bueno potenciar la cooperación puntual dentro de las organizaciones sociales y de masas. Será, a fin de cuentas, la práctica la que dirimirá la disyuntiva.
Liberación nacional y social
Las condiciones de vida y trabajo siempre duras han empeorado más aún, tras la última crisis capitalista; la explotación y opresión que sufren se hace cada día más insoportable. Por otra parte, la férrea política monopolista agudiza también las contradicciones en el campo, donde deja al campesinado en la más completa indefensión; en la enseñanza, donde pretenden organizar un rígido sistema en consonancia con su concepción clasista y españolista de la educación; y en los barrios, donde la explotación capitalista se manifiesta con los precios inasumibles de la vivienda, los desahucios y con unas políticas impositivas, que son el peaje que las gentes trabajadoras tiene que pagar por unos servicios básicos privatizados, donde los grupos monopolistas también obtienen beneficios. La furia de la represión aumenta, pero podemos evitar que rompa el río creciente de movilización popular. Por ello, se dan las condiciones para vincular las luchas sociales con un incremento de la conciencia de las clases populares, dibujando un objetivo central: acabar con la opresión nacional y social.
Volvemos al punto de partida: hoy por hoy, no tiene mucho sentido golpear indiscriminadamente a todos aquellos elementos burgueses (reales o no), sin tener en cuenta su posicionamiento político ante la lucha de liberación nacional. Este es un error, además, muy arraigado en la izquierda española, incluso en aquella que se reclama del marxismo (con honrosas excepciones) que criminaliza cualquier movimiento amplio en torno a la reivindicación nacional, como una “renuncia a la internacionalismo “.
La dialéctica, precisamente, nos aporta un método adecuado para identificar las contradicciones, tratar cada una de ellas de una manera correcta y lograr la unidad del pueblo, que en definitiva es a lo que más temen los opresores