Diosas maternales y dioses belicosos en el paleolítico

Diosas maternales y dioses belicosos en el paleolítico
Afirman que las Venus eran obesas para soportar el frío (Imagen Museo Archeologico Nazionale en Cagliari)

Por Nònimo Lustre*. LQSomos.

En este planeta hubo unos cuantos miles de años en los que la mujer fue omnipresente. Su representación plástica era abrumadoramente mayoritaria en hueso, marfil, piedra, terracota, o barro. Nos referimos a las abundantes Venus paleolíticas de hace 20.000-30.000 años. Nos llamó la atención que prácticamente todas eran femeninas. ¿Por qué esa llamativa ausencia masculina? Probablemente no sabremos responder a ese por qué pero, al menos, intentaremos precisar algunos detalles de la imagen popular que acarrean las Venus. Estos ‘detalles’ ejemplificarán la penosa influencia que el marco cultural ha impuesto sobre la evidencia empírica más elemental. Y si finalmente, tras una somera observación de los ejemplos de representaciones paleolíticas masculinas llegamos a intuir motivo causal, pues todos nos daremos por satisfechos.

Las Venus

Lösswand bei Willendorf, cuadro de Hugo Darnaut realizado antes de que se construyera el ferrocarril y de que fueran exhumadas las Venus

Hasta la fecha, se han encontrado casi doscientas Venus esparcidas en el enorme arco que va desde la Península Ibérica hasta los siberianos parajes del lago Baikal y del río Amur. Pero Europa sólo se interesó desde finales del siglo XIX por sus Venus paleolíticas [no distinguimos entre las fases de ese período; y todas las fechas son antes del presente; BP, before present] Dícese que, en 1893, fue descubierta la de Brassempouy; en 1908, la de Willendorf -a la que entonces motejaron de impúdica. Quizá no esté de sobra advertir que los loess del yacimiento de esta archiconocida Venus no se agotaron con ella sino que aparecieron varios willendorfs con multitud de artefactos y vestigios de todo tipo, desde huesos trabajados hasta marfiles. Por otra parte, como hubiera colegido Perogrullo, las Venus europeas están desnudas mientras que las siberianas están vestidas y con capucha. En el estado actual de la investigación y gracias al empleo de nuevas tecnologías, se sospecha que quizá no estaban totalmente desnudas puesto que se

Los varios yacimientos de Willendorf, a orillas del Danubio austríaco

están detectando sutiles ornamentos textiles o de cestería.

Rodeadas de una efectiva panoplia de utensilios, las Venus constituyen las primeras obras de arte porque no son utilitarias. Aunque también podríamos decir que lo son en un sentido simbólico sobre cuyas razones sociales hay infinidad de hipótesis algunas de las cuales citaremos más adelante.

Hipótesis interpretativas con y sin evidencias

En el análisis de las Venus, el primer obstáculo es de índole metodológica-cultural. Por fortuna, ha sido duramente denunciado señalado por una autora: “Los prehistoriadores raramente emiten juicios apresurados sobre la función de artefactos específicos, sobre todo si son potencialmente simbólicos o rituales. Una excepción a esta prudencia concierne a las Venus paleolíticas” (Rice, cf. infra)

En general, los tópicos sobre el significado de las Venus oscilan entre estrambóticos por narcisismo de sus defensores y arbitrarios por precariedad de datos o por extrapolaciones insensatas. Predominan las interpretaciones centradas en la maternidad y/o la fecundidad como la de este ejemplo: “los rasgos femeninos sobredesarrollados apuntan a que estamos ante unos símbolos de la maternidad o la fecundidad; algunas venus parecen estar dando a luz o representar a mujeres en cinta.” Olvidemos ese espantoso ‘sobredesarrollado’ porque es preferible señalar que, como veremos adelante, quizá no sea cierto que “algunas” estatuillas tengan una relación con los susodichos valores femeninos tan ostentosa como sugiere el autor de la frase. Sin embargo, es evidente que la literatura venusina está plagada de términos conclusivos como culto a la madre ancestral, ídolos de fertilidad, amuletos de fertilidad o diosas de la maternidad.

De hecho, tras una ojeada a 188 Venus inventariadas, Rice deduce que la mayoría no parece estar preñada por lo que no deberíamos obsesionarnos con el recurso a la fertilidad. Además, si fueran exclusivamente símbolos de fertilidad o de la maternidad, ¿por qué no vemos ninguna dando a luz, amamantando o con bebés? (cf. infra ref. bibliográfica)

Dejémonos de imaginarios colectivos –léase, de rutinas y prejuicios-, y vayamos a las cuentas elementales apoyándonos en las obras de László Józsa (1935–2014) Este patólogo y traumatólogo húngaro estudió 100 figurillas, 97 femeninas y tres masculinas. Hoy, tenemos un catálogo de 188 venus (cf. supra) pero las conclusiones que origina este aumento de casos son similares a las de Józsa así que podemos limitarnos al centenar antes citado de cuyo análisis se desprende que, en efecto, la obesidad es predominante (57%) Por cierto, Józsa se permite una rara ironía cuando se sorprende que semejantes ‘gordas’ sean llamadas ‘venus’ –una conseja muy difundida dicta que se llaman ‘venus’ porque, las primeras encontradas, no tenían brazos, como la Venus de Milo.

Los sucintos análisis morfológicos de Józsa se resumen en que, de los 97 ‘idolillas’ femeninas estudiadas, 24 son flacas o esbeltas, 15 son de peso normal y 51 son obesas o muy obesas con senos excesivamente grandes. En cuanto a la grasa corporal, se encuentra concentrada en:

Vientre (en 2 figurillas)
Vientre y caderas (en 10)
Vientre, glúteos y caderas (14)
Vientre, caderas, glúteos y fémures (24)
Obesidad difusa (1)
Esteatopigia (7, aunque no estaban pasadas de peso)
Gravidez avanzada (7)

Una vez provistos de estas simples estadísticas (cf. László G. Józsa.2011. “Obesity in the paleolithic era”, pp. 241-244 en Hormones, vol. 10), podemos pasar a enumerar las numerosas interpretaciones que proliferan y proliferarán –hoy y quizá pasado mañana. Ahora, siguiendo a Patricia C. Rice:

Según Rice, Delporte anotó cinco interpretaciones posibles: (1) las estatuillas son descripciones realistas de las mujeres de entonces. (2) pueden representar el ideal de belleza femenina. (3) son símbolos de fertilidad. (4) quizá tengan un significado religioso y quizá sean sacerdotisas. (5) son imágenes de los antepasados.

Asimismo, Gobert (1965) sostiene que las Venus no son imágenes de mujeres encinta sino de ancianas, quizá magas o brujas. Por su parte, Adam (1940) opina que, además de ser imágenes de diosas de la maternidad y del parto, eran también apreciados objetos “either sexual or aesthetic, probably both.” Mientras, Von Koenigswald (1972), minimiza la function fértil priorizando la hipótesis de las Venus como unas “magic guardians” que, cuando se asientan en un lugar, espantan a los extranjeros.

Por su parte, Rice propone tres posibles roles de las figurines. a) una minoría de esas imágenes quizá representen a mujeres jóvenes sexualmente atractivas y a adultas que no han parido; serían las ‘Venus’ en su sentido más convencional. b) otro grupo retrata los cambios corporales durante el embarazo y pueden ser símbolos de la fertilidad. c) las figurines de mujeres corpulentas y de mediana edad, no eran ‘venus’ en ningún sentido convencional actual. Pero quizá hayan simbolizado la esperanza de sobrevivir bien alimentados durante el peor momento de la mayor glaciación de Europa. (cf. Patricia C. Rice. Prehistoric Venuses: Symbols of Motherood or Womanhood?; online desde 2016)

Nos alegramos de que las interpretaciones sugeridas por las Venus se enriquezcan con cuantas más hipótesis, mejor. Pero Rice incluye la comparación entre los pleistocénicos y los cazadores-recolectores actuales a la que auguramos un porvenir poco fructífero y ojalá que nos equivoquemos. En este pronóstico lego quizá nos influya un recelo ancestral al comparatismo entre las sociedades actuales, que estudiamos por observación directa, y sociedades en las que dependemos de la inferencia deductiva.

Rice plantea que cotejar las venus con los contemporáneos cazadores-recolectores aporta una base empírica para desestimar la ‘teoría de la fertilidad’. Bueno; pero comparar unos objetos materiales con las entidades especulativas que han suscitado, es muy arriesgado. Y es aún más arriesgado fortalecer cualquier teoría venusina basándose en otras teorías, las propias de los cazadores-recolectores (volveremos brevemente sobre esto, cf. infra)

Hasta ahora, se ha diseñado la inmensidad del Pleistoceno a partir de deducciones de unos artefactos. No dudamos que los avances técnicos han conseguido que dispongamos de muchos datos fehacientes de esos enseres. Pero los legos sospechamos que conocer minuciosamente a un individuo termina donde empieza el conocimiento del medio en el tiempo –sería frustrante conocer mucho más a las venus que al tiempo y lugar en que nacieron. Por ello, nos resulta más interesante profundizar en la paleobiología –e incluso en la paleogeología-. Huelga añadir que, para equilibrar la competición entre las venus y el escenario alrededor de las venus, quizá convendría incrementar la descripción del susodicho escenario.

Afirman que las Venus eran obesas para soportar el frío (Imagen Museo Archeologico Nazionale en Cagliari)

Más interpretaciones

Dixson y Dixson parten de una encuesta sobre las cogitaciones venusinas de unos estudiantes –dudoso pretexto-, para aportar una evidencia menor: que no todos los encuestados ven a las Venus como símbolos de la fertilidad. Y, además, para incursionar en terrenos exegéticos de mayor alcance. En este nuevo campo, citan a Russell argumentando que la variabilidad de las venus puede reflejar desde la variación de los estilos individuales hasta la preferencia por algunos dellos que puede cambiar con el tiempo. A partir de ahí, consideran los factores medioambientales de la glaciación que ubican entre los años 30.000 y 18.000. Y de cómo la afrontarían los cazadores-recolectores actuales –no comment, cf. supra. (cf. Alan F. Dixson and Barnaby J. Dixson. 2011. “Venus Figurines of the European Paleolithic: Symbols of Fertility or Attractiveness?”; en Journal of Anthropology; doi:10.1155/2011/569120)

Según la prensa generalista del año 2020, Richard Johnson (Universidad de Colorado), resume su trabajo más reciente, proponiendo que, “la representación de Venus se relaciona con la adaptación humana al cambio climático. Durante el Paleolítico, los humanos enfrentaron el avance de los glaciares y la caída de las temperaturas que provocaron estrés nutricional, extinciones regionales y una reducción de la población. Analizamos las figurillas del Paleolítico de mujeres con obesidad para comprobar si las figurillas más obesas son de sitios durante el apogeo del avance glacial y más cercanos a los frentes glaciales. Las figurillas son menos obesas a medida que aumenta la distancia de los glaciares. Ello se debe a que la supervivencia requería una nutrición diferente para las mujeres en edad fértil… El cambio de tesis, se debe a que no hay estatuillas de hombres obesos, por lo que se cree que eran las mujeres las que recurrían a una alimentación diferente para poder soportar períodos bajo cero, donde era más difícil obtener la comida.”

Según un divulgador, los brazaletes en las muñecas unidos entre sí parecen un par de esposas, grilletes o ganchos. ¿Un caso de masoquismo? Fragmento de 13,5 cms. Exhumada en Kostienski, río Don, Ucrania 1988

El imaginario colectivo conduce al disparate

Por si no fueran suficientes las variaciones interpretativas que han salpicado los parágrafos precedentes, se han proferido algunas más que, pese a ser excesivamente imaginativas, deben tener un hueco en estas líneas. Citemos tres dellas:

Leemos que “existe una sospechosa figura maniatada en el yacimiento ruso de Kostienki I que apunta en la dirección” del masoquismo –o de sadomasoquismo, añadiríamos. Creer que uno u otro son similares entonces y ahora, es reducir ese complejo fenómeno a los síntomas más físicamente tremebundos –la sujeción física- que se propagandean en la actualidad.

Otra de las Venus de Kostienski

Segundo ejemplo: en varios textos leemos que la cabeza de una figurilla es femenina mientras que en otros se sostiene que es masculina. Estudiando esa cabeza no encontramos rasgos ostentosamente masculinos –las barbas, por ejemplo-, ni tampoco femeninos, salvo que caigamos en el prejuicio de creer que la mujer tenía una cabeza más alargada que aquel hombre.

Tercer ejemplo: “en Portugal se ha encontrado una roca que muestra una posible escena de bestialismo.” No dudamos que el bestialismo existió en el Pleistoceno –y antes y hasta hoy-, pero la cacería era prioritaria no sólo por la urgencia alimentaria sino también porque, si no hay bestia no hay bestialismo. Visto el petroglifo, por mucho que sea palmaria la erección del hombre itifálico, en nuestra interpretación predomina el ansia del cazador sobre el ansia sexual –son complementarios, no excluyentes.

Los hombres

La estatuaria paleolítica masculina se manifiesta en el bajorrelieve –a veces, imperceptibles petroglifos- y en la pintura parietal. Mientras que las venus se despliegan por toda Eurasia, las imágenes masculinas -¿los Martes?- están mayormente restringidas a las pinturas cavernarias. Suelen ser Martes nada obesos. Por aciaga influencia del imaginario masculinista, solía creerse que las Venus habían sido manufacturadas por hombres pero, hoy, estas prejuiciosas especulaciones están en tela de juicio. Naturalmente, los hombres contraatacaron con alguna variable: en 1996, McDermott se oponía al enfoque ‘feminista’ insistiendo en que las Venus fueron hechas por mujeres que reflejaban así las imágenes de sus propios cuerpos antes que utilizando a otras mujeres como modelos.

La primera talla aproximadamente masculina es un teriántropo o teriomorfo –hombre con partes de animal. No hemos encontrado ninguna explicación seria de este hecho.

Milenios después, comenzó una inundación de penes no sólo tallados en restos óseos sino también dibujados en abrigos y cuevas. Suelen ser extremadamente realistas y, a veces, tan detallistas como para que se puedan observar desde la paleopatología.

Lo cual ha permitido que los urólogos Angulo y García encuentren patologías en muchos ejemplos. Por lo demás, “en la actualidad se conocen en torno a 25-30 ejemplos de seres itifálicos paleolíticos”. El más espectacular llega hasta la idealización del priapismo o se abisma en la hipérbole peniana. Tres casos:

Además de varios priapismos hiperrealistas, el Paleolítico es tan variado que nos ofrece hasta un caso de (supuesto) hermafroditismo.

El hermafrodita de Grimaldi. Visión anterior (izquierda) y posterior (derecha)

A este respecto, escriben Angulo y García que “Inicialmente se consideró un hermafrodita de hábito femenino con genitales externos masculinos, por lo que fue denominado “hermafrodita de Grimaldi”. Esta visión simplista no tiene base alguna y bien pudiera representar un hombre con patología escrotal como una hernia, un hidrocele o un tumor testicular gigante; o una mujer pariendo expulsando el feto; o una mujer sujetando algún tipo de elemento masturbatorio, o por incluso la ejemplificación expresa, aunque poco realista, de un acto coital. Objetivamente se trata de una figura que no tiene carácter expresamente femenino, puesto que carece de esteatopigia, pechos voluminosos o vulva patente, y que muestra una “bolsa escrotal” de dimensiones gigantescas, como si se tratara de una patología genital masculina ocupante de volumen (hidrocele, hernia, tumor o filariasis) evolucionada.” (cf. Javier Angulo Cuesta y Marcos García Díez. 2007. “El significado de la erección, la genitalidad y otras representaciones de índole urológico en el imaginario paleolítico”, en Arch. Esp. Urol. vol.60:8; ISSN 0004-0614)

Sólo objetamos una frase larga de estos autores: “No resulta extraño que unos observadores tan hábiles de los fenómenos naturales y del mundo animal fueran conscientes de que cópula, preñez y parto componían un ciclo procreativo”.

La mano ¿itifálica? como compendio del alma según la sorprendente Arqueología humorística

En la misma línea de comentarios ya enunciados (cf. Rice supra), repetimos que no nos gusta comparar culturas contemporáneas con culturas remotas de hace milenios pero, circunscribiéndonos al ‘ciclo reproductivo’ que ahora nos ocupa, recordemos que hay sociedades contemporáneas en las que la reproducción humana se entiende de muchas maneras. La más alejada y hasta disidente del imaginario hegemónico es la otrora definida como “ignorancia fisiológica de la paternidad”. Es decir, que había y hay pueblos indígenas –melanesios en la mayoría etnográfica- en los que el coito y la gravidez no guardan vínculo alguno. Los ejemplos son abundantísimos. Por citar a un clásico que enumera sólo unos pocos: los Trobriandeses descritos Malinowski en su famoso Argonauts of the Western Pacific y confirmado en este punto etnográfico por Austen 1934; algunos Kanaks de Nueva Caledonia; los Keraki de Papúa Occidental y sus parientes del arroyo Bebedeben (árbol del pan); los Lesu de New Ireland; y, para no hacer el cuento largo, los isleños Tami, los Kai del cabo King William, los Monumbo, los Maewo, tanneses de Tanna, Vanuatu –todos ellos, melanesios-; algunos aborígenes australianos; los Dayaks de Borneo Central, etc. (cf. Riesenfeld, A. 1949.” Ignorance of Physiological Paternity in Melanesia”, en The Journal of American Folklore, 62(244), 145. doi:10.2307/536309)

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