Disociaciones peligrosas
Cuando sus hijas, en probada connivencia y primera instancia, coincidieron en declarar nauseabundo su puré de zanahoria y, no satisfechas sus demandas, ambas al mismo tiempo, voltearon los platos derramando el puré sobre el mantel… él contuvo la puja por el grito que asomaba la cabeza, de un salto se subió a la mesa y, a cuatro patas, emocionado, fue lamiendo el mantel mientras bendecía la buena mano del cocinero. Después siguió lamiendo las baldosas para que el puré no se desperdiciara.
Nunca más sus hijas volvieron a despreciar la comida.
Cuando sus hijas, cada una tirando de un extremo, acabaron rompiendo un pantalón que las dos pretendían suyo… él retuvo la voz de la memoria y, en silencio, corrió a su habitación y vació su propio armario para ofrecerles toda su ropa, su abrigo, sus zapatos. Hasta se desnudó para que pudieran disponer también de la que llevaba puesta.
Nunca más la propiedad fue motivo de disputa entre ellas.
Cuando sus hijas, en fraterna trifulca, intercambiaron insultos y patadas por alguna última afrenta… -y que cada quien ponga el ¡coño! que prefiera- él agarró la silla que tenía más cerca y la rompió sobre su cabeza.
Nunca más sus hijas volvieron a ofenderse o agredirse.
Se lo prometieron a su padre en el hospital en el que lo ingresaron hasta que se recuperó de la fractura, y volvieron a prometérselo más tarde, en el psiquiátrico en el que está internado luego de que le diagnosticaran un severo trastorno de identidad disociativo. Todavía insiste en que él es San Bonifacio, Confucio, San Pancracio…