Disparos de muerte en León

Disparos de muerte en León

Isabel Carrasco, presidenta del Partido Popular de León, de la Diputación provincial y un largo amén de otros cargos oficiales simultáneos y remunerados, ha muerto por disparos de una empleada de la propia diputación leonesa. La presunta asesina es hija o la esposa (al parecer actuaron juntas) del policía jefe de la comisaría de Astorga. Se supone que era suyo el reglamentario arma homicida. Su esposa e hija han sido detenidas. La pistola está desaparecida. Se especula con el móvil de la venganza personal. La agresora había sido despedida de su trabajo en la Diputación, donde Isabel Carrasco era la jefa y ejercía el cargo sin titubeos ni remilgos. De todo el mundo era sabido que esta era mujer de rompe y rasga; aunque al final la que la ha abatido ha sido otra militante de armas tomar. Conmoción y desconcierto al más alto nivel del PP nacional.

Podrá especularse lo que se quiera o se pueda pero, a bote pronto, en este asunto leones se barrunta un fulgor de sangre requemada; y un cruce de cables por despido procedente o improcedente, pero despido con finiquito en cualquier caso.

La rabia se ha manifestado en la España profunda donde hunde sus raíces el PP sembrador de cóleras; tierra de desconocida y contenida idiosincrasia, exportadora de escritores emigrantes y de garbanzos mayoristas; donde se padece un secular atraso de telarañas conservadoras y caciques agrícolas. En ese légamo de minería carbonífera precaria y parásitarios señoritos de pelambre ondulada con fijador, los odios son cavernícolas y el trabajo un bien muy precario. Conseguir un puesto funcionarial a menudo es una labor ímproba; hay que bailar aguas y militar en el esquema dominante por generaciones. Aún así, escaso es el pastel y demasiadas las moscas. Siempre es preciso llamar a muchas puertas y concitar favores. En la Diputación leonesa la puerta era una: Isabel Carrasco.

Esta controvertida política saltó a la popularidad extraprovincial porque, en una época de crisis galopante como la presente, decidió subirse el sueldo en cantidad significativa. El hecho fue muy comentado en los bares y otros cenáculos rurales.

España padece un gobierno que ejerce de lúgubre caballo de Atila sobre las ralas hierbas del trabajo (casi) inexistente. Los vientos esteparios no aportan soluciones que auguren mejorías. Por otra parte, los recortes de Mariano Rajoy y su gobierno indexado con los Bárcenas, Gürtel, Camps y demás carteristas, hacen soñar a los dirigentes provinciales. Y entonces les hierve en su fuero interno el clamor de ¿Y por qué yo no, si soy el ama, la imprescindible, la que lo hace todo? Aquí mando yo y se hace lo que yo diga.

Pero la desesperación, la humillación, el pisoteo o la fría indiferencia estadística hacen a veces saltar unos fusibles ya muy baqueteados por la prolongada rajatabla de las carencias. Hoy ha sido León, pero mañana puede ser otro sitio. Rajoy está llevando las cosas a extremos difíciles de soportar. Hay situaciones individuales o colectivas que no tienen salida. Y cuando no hay salida para el gas acumulado, se sobresaltan las válvulas de la seguridad y el sosiego.

Y una vez sobrepasados los límites de la alarma, se puede disparar hasta el mango de una escoba.

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