Dos beatos más “mártires de la guerra”

Dos beatos más “mártires de la guerra”

Por Arturo del Villar

La Iglesia catolicorromana intervino activamente en la guerra a favor de los rebeldes, con su propaganda y también con la recogida de dinero en sus templos por todo el mundo para entregárselo a los rebeldes con destino a la adquisición de armamento…

La basílica de la Sagrada Familia en Barcelona se ha utilizado este 23 de noviembre de 2024 por parte de la Iglesia catolicorromana para continuar su repetida campaña contra la República Española. El cardenal Marcello Semerano, prefecto del Dicasterio de los Santos en el presunto Estado Vaticano, beatificó con toda la pompa habitual en las celebraciones de esa secta, al sacerdote Gaietà Clausellas y al laico Antoni Tort, previamente declarados “mártires de la fe” por haber sido ejecutados en 1936 debido a su connivencia con los militares monárquicos rebeldes contra la legalidad republicana.

Asistieron al espectáculo el nuncio del supuesto Estado Vaticano y varios cardenales, arzobispos y obispos, así como el consejero de Justicia y Calidad Democrática, Ramon Espadaler; el inspector general del Ejército, teniente general Manuel Busquer; el director general de Asuntos Religiosos de la Generalitat de Catalunya, Ramon Basssas, y otras autoridades civiles y militares, porque en este reino borbónico que no tiene una religión estatal, según asegura contra toda evidencia el tercer punto del artículo 16 de la vigente Constitución borbonoidea, los cargos civiles y militares se pasan media vida en los templos.

El papa Paco no cesa de hacer beatos y santos a los denominados en lenguaje eclesiástico “mártires de la fe”. Los catolicorromanos se niegan a entender que los ejecutados durante la guerra en la España leal no lo fueron por sus ideas religiosas, sino por su participación en las actividades del bando sublevado. Está demostrado hasta la saciedad que en los templos catolicorromanos se almacenaban armas, que sus fieles tomaban parte en toda clase de actuaciones favorecedoras de los intereses de los sublevados, que difundían informaciones falsas acerca de la marcha de la guerra y de la realidad social en la retaguardia, y en una palabra, que constituían la conocida como “quinta columna” en apoyo de los rebeldes.

En una guerra esas actividades se consideran alta traición y se castigan con la muerte. Es incontable el número de asesinatos oficiales perpetrados por los sublevados durante la guerra en los lugares conquistados, y la sanguinaria represión llevada a cabo contra los derrotados a su final. Pero de eso no quieren enterarse los historiadores catolicorromanos y los altos cargos de la Iglesia catolicorromana, aquellos que hacían el saludo fascista junto a los militares rebeldes. Nunca se le ha ocurrido a ningún papa declarar santos a los curas vascos fusilados por los rebeldes por predicar la reconciliación en su tierra.

La actitud de la Iglesia catolicorromana quedó expuesta, para su eterna condena, en la Carta colectiva del Episcopado español, firmada el 1 de julio de 1937 en apoyo de los sublevados, llamando a una cruzada contra los defensores de la legalidad constitucional. Rubricada por dos cardenales, seis arzobispos, treinta y cinco obispos y cinco vicarios capitulares, constituye una justificación de la sublevación militar y de la implicación de los catolicorromanos de todo el mundo, empezando por el papa, con las consignas nazifascistas. Fue muy distribuida por los sublevados en su propaganda, tanto que aquel mismo 1937 se imprimieron 36 ediciones en los principales idiomas del mundo.

La Iglesia catolicorromana intervino activamente en la guerra a favor de los rebeldes, con su propaganda y también con la recogida de dinero en sus templos por todo el mundo para entregárselo a los rebeldes con destino a la adquisición de armamento. Los catolicorromanos fueron beligerantes, de modo que los constitucionalistas de la España leal estuvieron en su derecho de condenar a muerte con absoluta legalidad a los colaboradores de sus enemigos. El supuesto Estado Vaticano declaró la guerra a la República, y continúa sus ataques con actos como el celebrado este 23 de noviembre. En consecuencia, los republicanos españoles estamos en guerra contra las instituciones y los militantes de la secta que tiene el historial más criminal de todos los tiempos contra la humanidad, la Iglesia catolicorromana.

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