Ejercicio femenino antes de ir a votar
Como en acto de desprender burbujas gaseosas y votar al partido que más le acalore los ánimos, hecho de bulto, Egeria, cual ninfa del Lacio, a quien solía consultar Numa sobre todas las instituciones que deseaba dar a los romanos, gira el aro efímero por detrás desde la cintura a las nalgas, con emanación de partículas sutilísimas e imperceptibles.
Exhalando y evaporando espíritus vitales o de vapores de algunos cuerpos, cual vestidura sacerdotal que se eleva de la piel en forma de grano, nabo, etc., dice:
-Quiero ir con desahogo a votar. Me encuentro en Egea de los caballeros, de la provincia de Zaragoza, y no se si quedarme aquí, o marchar a otra de las cuatro villas de Aragón. Calla. Prosigue:
-La necesidad, la miseria, es el excremento del cuerpo social. Algo, que debiera ser traspasado a los ricos, a los políticos, se ha hecho pelo cerdoso en las pieles de las gentes.
-¡Eh¡, alguien le llamó la atención. Pobre, escaso, un pedigüeño le dibujaba con el dedo índice una línea recta imaginaria alrededor de la cual se supone que gira una línea o una superficie para engendrar un cuerpo de revolución.
Se acercó a él y le cogió, sin mediar palabra, con arte y facilidad, las monedas que había en un viejo cenicero montado sobre un palo grueso parecido a la vela blanca que se pone en lo alto del tenebrario, como haciendo judicialmente las diligencias de embargo y remate de bienes.
El pedigüeño, no dando espera ni permitiendo que se difiera el tiempo, como en los juicios contradictorios de hidalguía, marchó, no sin antes gritar “me cagüen la madre que te parió”.
Ella se sentía ejemplar, práctica, doctrinal. Para escarmiento. Paseó la calle deliberadamente, observando la agilidad en correr del pedigüeño. Entró en una tienda de recuerdos, hollada, frecuentada. Compró un brazalete o collar en forma de torque, con un colgante en su centro como de quebrantahuesos comiendo mierda.
El pedigüeño, al advertir que ya no estaba, volvió sobre sus pasos y recobró la forma que tenía de pedir, después de haber perdido sus dineros. Colocó un vaso de plástico sobre el suelo con dos monedas de un céntimo dentro. En voz alta, altivo, presuntuoso y soberbio, en voz alta decía:
-Soy Elche, apóstata y renegado de la religión cristiana. Malgachó, puta, el/la que no me deje una moneda.
Unos, al pasar, decían “es un infeliz, desgraciado”. Otros, “es un malhablado que por malicia echa las monedas a mala parte”. “ O buena parte”, le respondió un joven con cresta estilo cacatúa.