El caballo de Espartero

El caballo de Espartero

Ha sido una alegría volver a ver la estatua en bronce sobre pedestal  de Espartero “El Pacificador”, quien se curó en salud en la Batalla del puente Bolueta, y en el Abrazo de Vergara.

Hacía tiempo que quería ir a Madrid, no sólo para encontrarme en manifestaciones reivindicativas, sino para ver única y exclusivamente la estatua. Mi padre me había dicho en más de muchas ocasiones, pues no soportaba verme “holgazán”, ”tonto de capirote”, “pajillero empedernido”, etc.,  como él decía, y me gritaba: “Eres un cojonazos. Tienes más huevos que el caballo de Espartero, gandul, zoquete”. Y mi madre me espetaba el grito de todas las madres para el joven “nini” (ni estudia ni trabaja), de hoy: Busca trabajo hijo, o estudia. Tienes los huevos más gordos que el caballo de Espartero”. “Ahí sigues así, vas a dar con la cabeza en un pesebre”.

 Ahora, aquí estoy frente a las pelotas del caballo encerradas en una bolsa de forma oval. De lo demás paso.

Frente a la estatua, que se encuentra en la confluencia de las calles de Alcalá y O’Donnell, en el límite de los distritos de Salamanca y Retiro, en Madrid,  yo pasé del  político y militar Baldomero, representativo de la primera Guerra Carlista,  como pasa el pueblo de todos los políticos y militares, y me fijé en el Caballo.  Dije a mis adentros: ¡No es para tanto¡

Un aceite de lombrices caía bajando del pedestal, mientras en vicio y follaje de los árboles del Retiro, el tronco y las ramas echaban serpollos y retoñaban.

Me fije en las pelotas del caballo. No era para tanto su historia.  Los escultores de estatuas ecuestres en bronce, lo sabemos,  pensando en sí mismos, siempre dijeron soñando con los ojos abiertos: “Este caballo tendrá una pieza de artillería de 15 pies de largo que calza bolas o pelotas de 14 libras andando”.

A mi me parecieron estos huevazos iguales a los huevos de Colón o de Juanelo, de veras. Y me acordé de un haiku que había leído en un librito anónimo comprado en el madrileño Rastro:

                        ¡Que dos huevazos¡
                        Bajo un ojo de bronce
                        Qué lindo plasto.

Les miraba como quien contempla por el ojo de una cerradura la llave del arma del chisporroteo de un joven “musculito” desnudo de pie en la ducha bañándose.  Como si nada. Y, como no me decía nada el trasero de este caballo y sus huevazos, desvié un poco la vista hacia unas palomas que junto con gorriones se pegaban por serradizos y desperdicios o migajas de pasteles, bizcochos , etcétera, que una abuela con niños les echaba, y que los niños espantaban, como es lógico.

También recordé, en este instante, que un profesor de Historia de España me había dicho que Espartero, como cualquier hijo de vecina, cometió acciones subiditas de tono amoroso. Recuerdo que me dijo que a este general, como a los seminaristas en el Seminario,  le gustaba jugar con otros al juego de “Adivina quien te dio”. Un juego en el que uno está con los ojos tapados y la mano extendida, los dedos arriba, la palma fuera, y le pregunta uno que le tiene entre las rodillas y le tapa los ojos: “Adivina quien te dio”; hasta que conoce y acierta quien le dio, claro.

Me marché desilusionado.

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LQSRemix

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