El carro
Hay personas que aún creen que su palabra vale.
Cotorrean desde los estrados tratando de convencernos de su pulcritud, de su coherencia, de la empatía universal con la que fueron bautizados.
Los vemos en los sindicatos, en los parlamentos, entre intelectuales, pero les huele demasiado mal el aliento.
Dan asco.
Ciegos, abrigados con su cinismo se empeñan una y otra vez en engañarnos.
Y una y otra vez desafían nuestra inteligencia seguros de que podrán convencernos, que depositaremos en ellos una confianza que se pasan por el forro cuando pintan oros.
¿Alguno habla de no pagar la deuda?, ¿alguno ha denunciado la situación de los presos políticos, de las torturas?, ¿dicen abiertamente que la justicia, toda, está patas arriba? ¿Alguno propone construir una sociedad, a años luz de esta democracia emputecida? ¿O proponen casi todos seguir esta rueda, limpiando alguno de sus ejes, engrasando alguno de los engranajes que chirrían, cambiando los caballos viejos que arrastra este carro de indigencia por potros que tiran con más fuerza?
¡Ay, que el carro va lleno de miseria ¡
– Ilustración de Mena