El conflicto en Ucrania y los profundos cambios en el tablero global

El conflicto en Ucrania y los profundos cambios en el tablero global

Por Jorge Elbaum*. LQSomos.

El 10 de mayo, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, Zhao Lijian, deslizó una frase que en la Cancillería argentina imaginaron dirigida a Alberto Fernández: “Ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser su amigo es fatal”

El regreso de la soberanía

La intervención militar de la Federación Rusa en Ucrania es la expresión de un cambio de época. Durante las últimas cinco décadas se impuso un modelo de financiarización de la economía global que redujo las autonomías nacionales y benefició a los centros especulativos internacionales ubicados prioritariamente en Estados Unidos y Europa. La guerra encarna la suma de tensiones que se catalizaron a partir de la crisis de 2008, cuando el discurso neoliberal empezó a ser cuestionado por la combinación de la precarización laboral y la deslocalización de la producción material, trasladada al sudeste asiático.

El enfrentamiento en territorio ucraniano expresa algo más que la réplica de Rusia al cerco otantista ampliado de forma sistemática desde la implosión de la Unión Soviética. Enuncia la contradicción estructural de la época: la restauración de las soberanías nacionales o la continuidad del modelo de reglas impuestas por las corporaciones trasnacionales, espoleadas por el unipolarismo del Departamento de Estado.

La intervención militar rusa se acerca a su tercer mes de combate. Frente a los sucesos bélicos se han dispuesto tres posicionamientos diferentes. En primer término los atlantistas, que buscan extender el conflicto el máximo tiempo posible, con la pretensión de desgastar a las fuerzas armadas de Moscú, debilitarlas en su frente interno, desacreditarlas frente al resto del mundo y resquebrajar el frente interno de Vladimir Putin. Un segundo posicionamiento hace malabarismos para no alinearse. El tercer grupo –que suscribe la configuración de una nueva arquitectura internacional basada en soberanías cooperantes– ha decidido apoyar tácitamente a Rusia al no sumarse a las sanciones exigidas por la OTAN.

El primer colectivo está liderado por Washington, que promueve el envío de armamento y de mercenarios al teatro de operaciones. En la última semana, la Cámara de Representantes convalidó un pedido de Joe Biden de financiamiento de 40.000 millones de dólares para Kiev. La propuesta se encuentra en debate dentro del Senado al recibir cuestionamientos por parte de legisladores republicanos. La justificación del auxilio incluye los argumentos aportados durante los últimos años por la Research And Development Corporation (Corporación RAND), uno de los think tanks más influyentes en Washington, encargado de orientar las políticas hacia Moscú y Beijing. Una de las sugerencias más reiteradas por los analistas de RAND es la necesidad de quebrar en forma permanente el vínculo de Rusia con Europa Occidental, para evitar la conformación de un polo geoestratégico que articule Eurasia, dejando fuera de foco a Estados Unidos. Para cumplimentar esos objetivos se propone, además, el incentivo de acciones separatistas al interior de China y Rusia, y el estímulo de los conflictos regionales en las zonas de influencia de ambos Estados.

El segundo colectivo lo componen los países que se encuentran expectantes, que se niegan a tomar posiciones definitivas en relación al conflicto, y aquellos que comprenden –sin enunciarlas– las razones de Moscú para garantizar su seguridad. Francia, a pesar de sumarse en forma moderada a las sanciones contra Moscú, desconfía de la política de instigación bélica impulsada por el Departamento de Estado. Las diferencias en el interior de la Unión Europea han quedado expuestas en el conflicto entre París y Varsovia, motivado por acusaciones discriminatorias contra el Presidente Andrzej Duda –sucedidas a principios de abril– y por la negativa de Hungría a sumarse a diversas sanciones contra Rusia. Los debates actuales llevaron además a que Suiza se decidiera a desbloquear una parte de los activos rusos congelados por pedido de Washington. La última semana, los bancos helvéticos liberaron 3.400 millones de francos suizos de propiedad rusa, que habían sido retenidos desde el inicio de la intervención militar.

El probable fracaso de las sanciones a Moscú también aparece como un tema de debate entre los socios atlantistas: los ingresos petroleros de Rusia aumentaron un 50% en 2022 respecto al año anterior, según los informes divulgados por la Agencia Internacional de Energía (AIE). Este incremento le permitió a la Federación Rusa embolsar 20.000 millones de dólares al mes por las ventas de petróleo, un monto que se justifica por la diversificación de las ventas y los descuentos otorgados a nuevos compradores. Gran parte de los barriles de crudo que Rusia dejó de exportar a Europa se están derivando al sudeste asiático. El comercio entre Moscú y Beijing ascendió a casi 51.000 millones de dólares (343.870 millones de yuanes) en los primeros cuatro meses del año 2022, exhibiendo un incremento del 25% respecto al mismo periodo del año anterior. Las exportaciones de China a Rusia crecieron un 11% y las ventas de Moscú a Beijing sumaron un aumento del 38%.

Momento de decisión

Durante el último mes, una decena de sociedades anónimas suscribieron cuentas bancarias en rublos para abonar los suministros energéticos. Esas ventas explican la valorización creciente de la moneda rusa, que alcanzó la última semana una paridad mayor –respecto al dólar– que la que poseía antes de la iniciación del conflicto. En forma paralela, el euro cayó a su nivel más bajo en el último lustro, situándose en 1,04 dólares por unidad. Este segundo grupo –que se diferencia en forma creciente de la comandancia atlantista– es presionado de forma incesante por el Departamento de Estado.

La última semana, Emmanuel Macron subrayó ante el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, que “no estamos en guerra con Rusia” y que su gobierno intentará promover “el retorno a la paz en nuestro continente”. En forma paralela, Mario Draghi presidente del Consejo de Ministros de Italia, planteó –en su visita a Joe Biden– que “ha llegado el momento de emprender el camino de la paz”, en sintonía con el jefe del Partido Democrático, Enrico Letta, quien lidera la coalición política que le brinda una mayoría parlamentaria a Draghi.

Durante la última semana, Moscú cortó el flujo de gas a través de Polonia, privando a Varsovia de los derechos de tránsito correspondientes al gasoducto EuRoPol GAZ, que gestiona las tuberías del vector Yamal-Europa, para transportar energía a Alemania. El caso de España es también motivo de contrariedad: Madrid se vio en la necesidad de aumentar sus compras de gas a Moscú –pese a la retórica atlantista–, incrementando en un 50% sus adquisiciones respecto al mismo mes de 2021. Pedro Sánchez se vio obligado a suplir el gas ofertado por Argelia, luego de que el gobierno magrebí sancionara a la monarquía ibérica por su alineamiento con Marruecos respecto al conflicto del Sahara Occidental. La última semana, el canciller ruso Serguéi Lavrov visitó Argel y valoró la posición “objetiva y equilibrada adoptada por Argelia sobre los asuntos de Ucrania”, al tiempo que se acordó una visita del jefe del gobierno argelino, Abdelmadjid Tebboune, a Moscú.

El tercer posicionamiento reúne a quienes integran los BRICS –sigla con la que se conoce al grupo de países integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–, y que se posiciona como una articulación alternativa al G-7 conformado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido. El G-7 expulsó a Rusia en 2014, el año que inició la persecución a los rusoparlantes en Ucrania, luego del golpe de Estado conocido como Euromaidán, que produjo el derrocamiento del Presidente Víktor Yanukóvich. El G-7 representaba más del 50% de la economía mundial en los años ‘80 del siglo pasado. En 2020 ese porcentaje se había reducido al 31. La tendencia muestra claramente que, en los próximos años, los BRICS superarán a los socios del atlantismo.

Alineación múltiple

El canciller indio Subrahmanyam Jaishankar –intérprete de los cambios geoeconómicos globales asociados a la emergencia de los BRICS–, publicó en 2020 The India Way: Strategies for an Uncertain World, (El camino de la India: estrategias para un mundo en cambio), en el que augura mayores niveles de autonomía y soberanías nacionales. En el texto se promueve el concepto de la “alineación múltiple”, una actualización del concepto de “países no alineados” propuesto –entre otros– por Gamal Abdel Nasser y Juan Domingo Perón en la segunda mitad del siglo XX.

El grupo que busca no expedirse sobre la intervención militar de Rusia en Ucrania expresa una mutación geopolítica coincidente con la desglobalización y la mudanza del centro económico global del atlantismo hacia el sudeste asiático. Esta tensión postula, además, la contradicción entre la financiarización y la soberanía. Y enfrenta las diferentes formas de injerencismo que se imponen a través de reglas –aparentemente universales– que benefician a Washington y a sus bases productivas y comerciales, las trasnacionales. La OTAN y sus versiones crediticias, como el FMI, el Banco Mundial o el BID, son algunas de las plataformas desde las que se imponen las máscaras normativas de una legitimación humanista, ligada a principios manipulados de los derechos humanos, la lucha contra la corrupción, la transparencia, la calidad electoral y/o el autoritarismo.

La sociedad entre Rusia y China expresa un retorno a la soberanía. Implican también una revalorización del control estatal y la reivindicación de la política. La desoccidentalización del mundo no es solo la limitación relativa de la legitimidad de Estados Unidos, sino la reconfiguración de unas reglas internacionales instituidas desde las soberanías y no sobre reglas genéricas trasnacionales. En los próximos dos meses se ofrecerá una escenificación de estos cambios. El 6 de junio se llevará a cabo la Cumbre de las Américas en Los Ángeles, California. De los 35 países invitados solo han confirmado su participación Canadá, Colombia, Panamá, Ecuador y su anfitrión, Estados Unidos.

El Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, anunció que no participará si se excluye a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Otros 19 países han emulado al líder de MORENA. Hay otros 10 gobernantes que aún no se han decidido. Entre ellos figura el actual Presidente pro-tempore de la CELAC, Alberto Fernández, quien será fuertemente repudiado por la veintena de líderes latinoamericanos en el caso que decida sumarse a las presiones del Departamento de Estado. Pocos días después, el 24 de junio, se llevará a cabo en China la asamblea de Presidentes del BRICS. Xi Jinping envió una invitación especial a la Argentina para que participe del evento en el que seguramente estará presente Vladimir Putin.

El 10 de mayo, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Popular China, Zhao Lijian, deslizó una frase que en la Cancillería argentina imaginaron dirigida a Alberto Fernández: “Ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser su amigo es fatal”.

* El Cohete a la Luna

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