El encuentro con el Perú
Diego Farpón. LQSomos. Marzo 2016
Mi primer día en el Perú.
-¿Disculpa, la calle Schell?
El hombre me mira atónito. Le he preguntado porque llevaba una bolsa de la compra. Aquí parece que hay mucha gente extranjera. Pienso que si lleva una bolsa con alimentos debe ser del lugar. No entiendo su mirada… hasta que reacciona y me responde:
-Te quedan como cuarenta cuadras.
-¿Cuarenta cuadras?
-…
-Por aquí, ¿no? -digo mientras señalo la avenida que estoy recorriendo-. Está bien, gracias.
¿Pero cómo me pueden quedar cuarenta cuadras? Si llevo andadas… al móvil le queda poca batería. Lo enciendo. Pongo el GPS… a veces le cuesta conectar… otra cuadra… y me marca en el mapa un punto: ya. Así que por eso hace horas que me molestaban los pies. Y yo pensaba que era la falta de costumbre. Y no, no era eso, es que me quedaban como cuarenta cuadras para llegar… y llevaba muchas, muchísimas más. ¿Cuántas cuadras he podido andar en el día de hoy? Prefiero no saberlo.
Por la mañana bajé desde Miraflores hasta Barranco, en paralelo al océano. Buscaba librerías de viejo: una excusa para recorrer Lima y sus alrededores mientras espero a Irati para ver el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, así como otras cosas que haya por aquí. Además, siempre que llego a un lugar nuevo me gusta recorrerlo andando. Lo hice en Quito, en Esmeraldas y antes en otros sitios. Ese era el plan de hoy: andar tranquilamente… aprovechar para perderme. Y lo hice: entonces llegué hasta Santiago de Surco. Sí, y lo conseguí: me perdí callejeando. Tiré de GPS y me sitúe levemente: no, no me situé del todo. Avenidas enormes y alguna calle cortada me hicieron dar varios rodeos.
Por el camino encontré alguna librería. Aquí da igual que la moneda sea el sol, la cultura es tan prohibitiva como en mi país. Hay una librería, eso sí, que tiene libros en liquidación a entre un sol y diez soles. Un par me llaman la atención. Casualidad, me suele pasar: a diez soles, los más caros. Los anoto en mi mente.
Y sigo andando: Surquillo y nuevamente Miraflores. Encuentro una librería dentro de un recinto. Una voz a mi espalda:
-No hay exposición hoy.
Me giro.
-Voy a la librería.
-Ah, pase.
No sé dónde estoy, pero allí, encima de una puerta pone librería. Dos guardias vigilan la entrada. Debe ser algún lugar importante, pero ni sé cuál es ni tiene exposición, así que no hay nada que ver. No me preocupo por el lugar, camino hasta la librería.
Me encuentro ahí un libro de Mariátegui. En los créditos aparece “Casa Museo José Carlos Mariátegui”. Joder, claro. Entre museo arqueológico y César Vallejo Perú es la tierra de Mariátegui. Lo había hablado el día antes de salir de viaje con David… fue algo así:
-En Cuba estará la Feria del Libro.
-Entonces no compres nada, salvo que encuentres las obras completas de Mariátegui.
-Claro. No voy a comprar nada, me espero a la Feria del Libro. Seguro que allí hay de todo. Pero sí… si aparecen las obras completas de Mariátegui diciéndome “cómprame, cómprame…” las tendré que comprar.
Lo digo en broma. Hace mucho tiempo que las estoy buscando. Me fotocopié incluso alguno de sus libros que encontré en digital. No es lo mismo. Es papel, al menos no es algo digital, algo que no existe más que en una realidad paralela, pero no es como un libro. Lo digo en broma, digo, porque no espero encontrarlas. Esperaba encontrar mucho libro en el Ecuador y sí, conseguí unos cuantos, pero muchos menos de los que esperaba. Aún así, compré bastante papel, bastante peso. En unas semanas estarán de camino al Estado español, junto a otros materiales para trabajar y dar a conocer la realidad ecuatoriana y la realidad de la Revolución Ciudadana. Eso me libera y me permite comprar algún libro más sin rebasar el peso máximo que pueden llevar las maletas.
Le pregunto al hombre que está al otro lado del mostrador:
-¿Sabes dónde está la Casa Museo de Mariátegui?
-No, pero lo podemos buscar en internet.
Aquí todo el mundo parece querer ayudar, querer explicar. Mi primera impresión de las gentes del Perú es realmente positiva.
-¡Está en Lima! Eso es Lima… no está aquí… -yo en mi interior pienso: soy turista, para mí todo es Lima-.
Me dice el nombre de la calle. Tiene apellido de un presidente estadounidense. En mi plano hay dos posibles nombres…
-La avenida Arequipa hasta que acaba… por el Parque de la Exposición… la paralela -me sigue explicando el hombre mientras yo pienso que voy a estar en la Casa Museo de Mariátegui, lo que hace que me cueste prestarle atención-.
-¡Gracias, gracias, muchas gracias!
Bueno, pues está claro: avenida Arequipa hasta el final, vamos allá…
Sí, tenía razón. Lima no es Miraflores, es otra cosa, está allá. ¿Quito? Quito, con todo el cariño que le tengo, Quito, que es inmenso, es de juguete al lado de Lima.
De repente la avenida se corta por otra avenida, callejeo. Como está cerca me puedo entretener… el sol, poco a poco, me va quemando. Paso por un parque donde niñas y niños juegan con el agua: Circuito Mágico del Agua. Bonito. No me entretengo: ¡me espera la Casa Museo de Mariátegui! Llego hasta el Parque de la Exposición: ya lo veré otro día. La zona va cambiando: la red de prostitución es inmensa, esto no es la zona turística de Miraflores, no es el Malecón ni son los lugares cuidados en los que estaba hace un rato. Estas son las calles de Mariátegui.
Bueno, si he llegado hasta aquí, por qué no seguir andando: me he tropezado con el Parque de la Exposición. Entre calles cortadas he llegado hasta la puerta, así que lo atravieso. Miro el mapa: ya quedan pocas calles hasta la calle Quilca. En la mañana, en Barranco, me dijeron que ahora las librerías de viejo están allí, aunque las quieren quitar de ese lugar. Lleguemos hasta la calle Quilca, ya tropezaré con la Casa Museo de Mariátegui: callejeo. El sol me sigue quemando.
Y ahí la primera librería, nada más asomar la calle. Preguntemos, no se pierde nada:
-Disculpa, ¿las obras completas de Mariátegui?
-Sí, claro, un momento -me responde una mujer-.
¿Perdón? ¿Esto era todo lo que tenía que hacer? Llama a un hombre, le pregunta dónde están las obras completas de Mariátegui. El hombre se pone a buscarlas. Yo no me creo lo que está pasando. Yo preguntaba para que me respondiesen que no las tenían, ¡y a la primera me dicen que sí! Y sí, al cabo de unos minutos el hombre me saca los libros, usados, viejos… vale, no iban a estar perfectos. Me los enseña.
-Faltan el 9, 11 y 19… te los puedo dejar en 45… los que faltan más adelante. Yo te los consigo -me dice-.
¿¿¿Cómo??? ¿¿¿Cómo??? ¿¿¿Cómo??? No sé si lo que está ocurriendo es cierto o no: ¿45 qué? ¿45 soles? ¿45 dólares? El día anterior un taxista me dio una cifra según él en dólares… mi llegada a Lima… perdón, mi llegada a Miraflores fue entretenida: mi autobús desde Guayaquil nunca iba a salir, tenía un boleto para un viaje que no iba a tener lugar. Al final salí desde Quito, aunque a un costo mayor y con día y medio de diferencia. Iba a llegar a Lima el día 3. El autobús en lugar de tardar unas 36 horas tardó unas 48: llegué el día 4 por la noche. Por suerte, en el Che Lagarto me cambiaron el día sin problema: en lugar de hacer efectiva mi reserva los días 3 y 4 me la cambiaron sin problema para el 4 y 5. Eso sí, es un lugar en el que estoy rodeado de hípsters… son una cosa muy graciosa. No podía ser perfecto el sitio.
Pero sigamos: ¿¿¿cómo??? ¿¿¿Cómo??? Podría interrumpir el relato mucho más tiempo: no sé el tiempo que me quedé petrificado. Murmuro:
-Cuarentaaa y cinco… soles…? -así, entre murmuro y pregunta levanto mi vista ante el hombre que me ha sacado los libros de Mariátegui-. Y faltan tres…
Sé que tengo que regatear. Cinco meses en el Ecuador me lo han enseñado: el hombre está dispuesto a venderme 17 de los 20 tomos de Mariátegui por menos de 45 dólares… no sé qué hacer, 45 soles no me parece un regalo: me parece un insulto, un desprecio por los libros de Mariátegui. A punto estoy de decirle:
-Será que me los vende por 45 dólares, ¿cómo me va a vender esto por 45 soles? No soy estúpido: no me los puede vender por 45 soles, ¡maldita sea! ¡Ni siquiera puede vender a Mariátegui por 45 dólares! ¡Son 17 libros de los 20! ¡No, no son las obras completas, pero están casi completas! ¡Esto vale mucho más que 45 dólares! ¡No sea estúpido y dígame cuánto quiere!
En cambio digo:
-Voy a mirar más libros… estos me los llevo -digo, como restándole importancia al tesoro que me acabo de encontrar-.
En lo alto de una estantería dos libros de la editorial Progreso.
-¿Y estos dos?
-¿Quieres los dos?
-Sí.
-A 30 los dos.
-Mmmmm… ¿sale este -le muestro tres relatos, de Chinguiz Aitmátov- con los de Mariátegui por 50?
-Vale.
Trato cerrado. Me llevo 17 volúmenes de Mariátegui y un libro de Aitmátov por 50 soles. Al menos, en lo que respecta a Mariátegui no le he regateado… supongo que si es la zona de las librerías de viejo habrá alguna librería de viejo más, aunque con esa sola librería la zona, a mi modo de ver, debería ser declarada Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco.
Supongo que los libros que faltan son los más difíciles de conseguir y tengo poca esperanza, pero voy a ver qué más aparece.
En la siguiente librería en la que entro hay algún título interesante, pero es bastante peso: sólo quiero a Mariátegui. En la siguiente, pegada pared con pared, un hombre me saca el número 9. ¡Bien! ¡Sólo me faltan dos!
Sigo andando, y librería tras librería -hay multitud- sigo preguntando. Un hombre me dice:
-Los que te faltan son los más difíciles, no los encuentra nadie, pero tengo la correspondencia.
Sí, en las obras completas de Mariátegui no se incluye la correspondencia.
-Son 55 soles… –me mira: mi mente hace cuentas… ¿55 soles? Pero venga, si acabo de pagar 45… ¿45? Bueno, acabo de pagar 50 por 17 libros de Mariátegui y uno de Progreso… ¿55 soles por la correspondencia? Mmmmm… eso son… ¿55 entre 3? Algo así como 18… y los picos… serán como 16 ó 17 dólares… Sigo en mi mundo, cuando me interrumpe: te los puedo dejar en 50.
-No, gracias.
Sigo buscando. Y pienso: “bueno, es una pena que me falte la correspondencia, ya puestos…”. Así que ahora en cada librería pregunto por el tomo 11, el 19 y la correspondencia de Mariátegui.
-Espera -me dice un chico joven al que acabo de preguntar por los libros. Y sale corriendo.
Salgo a la calle: no está. Entro en la siguiente librería. El hombre que atiende está durmiendo. Vuelvo a la calle. Una señora que pasa grita al hombre, que se despierta, entonces aparece el chico con el número 11: así, poco a poco, van apareciendo, por orden, los libros que me faltan para completar las obras completas. Ya despierto el hombre le pregunto por el tomo 19 y la correspondencia. No tiene el número 19 pero me deja la correspondencia en… no recuerdo: 40 ó 45.
-Pero si toda esta bolsa me ha costado 50 soles -le digo. No es del todo cierto, entre los dos libros de Mariátegui que ya he encontrado he sumado 15 soles al coste total de las obras completas… pero lo que cuenta son los 17 primeros tomos. El resto es para completar: ¡maldita sea! ¡A ver cuánto me cuestan los volúmenes sueltos!.
-Bueno, te los dejo en 30 entonces -dice el hombre mientras mira mi bolsa.
-Gracias -le digo mientras niego con la cabeza y sigo buscando.
30 por correspondencia es lo mejor que me han ofrecido hasta el momento. Pienso en volver: da igual. Seguiré buscando el título que me falta y luego vuelvo. Lo primero es intentar tener las obras completas completas.
Una chica tiene títulos de la colección 70: en Quito he conseguido unos cuantos. Son, algunos de sus títulos, difíciles y caros. Entre los que tiene expuesto está el incendio del reichstag, de Dimitrov.
-¿Estos, los de la colección, a cuánto salen?
-A cinco.
¡A cinco! ¡A cinco soles! ¿Pero cómo que a cinco soles? Eso es tan barato que no se puede calcular: menos de dos dólares, un dólar y medio… ¿Pero cómo pueden vender estos libros a cinco soles? Me indigno. Cojo el libro de Dimitrov. Miro el resto: no estoy seguro de cuáles tengo y cuáles no: me quiero llevar todos, hasta los que tiene duplicados. Me contengo: llevo bastante peso ya. Tengo que llegar a Cuba, y allí me espera la Feria del Libro.
Le pregunto por Mariátegui:
-No, no tengo esos que buscas, pero tengo otros.
Me saca una docena de libros, entre ellos Mariátegui. Influencias en su formación ideológica. Ojeo el índice. Tiene buena pinta.
-¿Este a cuánto sale? -pregunto de forma estúpida: se va que va a ser tan ridículamente barato que lo voy a comprar. En Europa, cuando compro, intento tener conexión wifi. Así miro por Internet el precio de los libros, porque a veces parece que te ofrecen uno barato pero en realidad no es así. Aquí me parece estúpido dudar de que están regalándome, por algún motivo que desconozco, los libros.
-A 9.
-Bien, me llevo estos dos entonces.
Sigo preguntando. Un hombre me dice que está trasladando sus libros a otro lado, me dice que vaya hasta allí, a una cuadra. Me dice que allí tiene muy buenos libros.
Voy de librería en librería. No son librerías occidentales: son miles y miles de libros amontonados, que brotan del suelo, que se amontonan unos sobre otros sin aparente orden… al fin, y en una de esas librerías encuentro el número 19. Ahora, sí, vamos a solucionar lo de la correspondencia…
De esta forma sigo pasando por distintos puestos, hasta que en uno…
-Disculpa, ¿la correspondencia de Mariátegui?
-¡Espera!
Tras unos minutos buscando tras el pequeño mostrador saca la correspondencia.
-¿A cuánto? -no lo quiero ver, quiero saber el precio: los quiero comprar.
-Míralos. No los vas a querer. Tiene algunas hojas que no están bien del todo… pero el contenido sí.
Efectivamente, esos dos tomos fueron, en algún momento, la comida de un insecto, que ha agujereado algunas de las hojas. Insisto:
-¿A cuánto salen?
-¿Pero los quieres?
-Depende, ¿a cuánto salen?
-A 40.
-No, gracias… -realmente, y puesto que el mismo hombre me dijo que no iba a querer comprarle sus libros esperaba un precio más bajo: por los 30. Hasta ahora me los han ofrecido a entre 55 y 30.
-Te los puedo rebajar.
-No, gracias -si en mejor estado me los ofrecen por 30 mucho tendría que rebajar el hombre.
-Pero llévatelos -disculpa, hace unos minutos decías que no me los iba a querer llevar…
-Es que por ahí me los dejan a 20… -vale, la mejor oferta era de 30, pero sin regatear. Seguro que podía conseguir algo menos… digo mientras cabizbajo miro los libros que están sobre el resto de libros que hay en el mostrador.
-Te los dejo a 15.
¿A 15 soles? Supongamos que el cambio es mayor, que es 1 a 3: ¿la correspondencia de Mariátegui por 5 dólares?
-¡Me los quedo! ¡¡¡Me los quedo!!! A la mierda que en algún momento un bicho se alimentase con algunas de sus páginas: ¡¡¡¡Me los quedo!!!!
Eso era lo que decía por dentro. Sin embargo le digo:
-Mmm… está bien. Vale. ¿Y tienes algo más? -porque claro, ya que voy a hacer el favor de comprarte estos libros comidos por los bichos enséñame algo más.
El hombre se pone a sacar libros. Hay alguno interesante. Uno, en concreto, por 15 soles que me quedo con las ganas de comprar, pero realmente tengo ya bastante peso. No descarto volver a buscar al hombre y comprárselo. Me quedo con las ganas: me puede la responsabilidad…
Sigo caminando hasta el puesto que me había recomendado el chico anterior, el que me dijo que estaba a una cuadra. Allí hay un periódico probablemente difícil de encontrar y probablemente muy barato. Puede que si compro uno me regalen uno o dos más. Me acuerdo de Navas. Navas es el tipo ese gracias al cual me podéis estar leyendo. No es el único que recibirá algo tras mi periplo por estas tierras, pero es el único al que le he preguntado qué quiere que le lleve -y el único que recibirá algo seguro, porque ahí tengo una serie de presentes pero… no sé ni cuántos ni para quién, simplemente los compré cuando los encontré… Algún libro… ¿curioso? ¿Interesante? No recuerdo cómo me dijo, qué me dijo que le llevase. Ese periódico podría valer, aunque no sea cubano… pero no estoy seguro… y es que a Navas le iba a llevar un libro de Cuba. Le pregunté qué quería cuando supe que me iba a Cuba. No sé qué hacer. Es una curiosidad pero no tiene realmente mayor interés el periódico. Decido que mejor llevo el peso hasta Cuba, y allí ya intentaré encontrar algo que pueda gustarle. Pienso en sus gustos… creo que lo tengo difícil. Ya veremos.
Se ha hecho de noche. ¿Cuarenta cuadras? Y las que sean: me puedo tirar el resto de los días aquí tirado en una cama. Ni arqueología ni museos ni rollos: el viaje a Lima… bueno, a Miraflores… yo qué sé, el viaje este al Perú… sí, al Perú… el viaje al Perú ya está más que justificado. Si llegué andando puedo volver andando. Mañana será otro día: lo puedo pasar en la cama leyendo… y camino del hostal no sé qué hago: como o ceno. No sé la hora. Tengo ganas de llegar. Estoy muerto: entre Mariátegui y el Perú no he tenido tiempo ni de comer en mi primer día en estas tierras. ¿Cuarenta cuadras? Cuarenta cuadras, hoy, son pocas cuadras: Mariátegui está aquí, a mi lado, mientras escribo estas líneas.
En el Perú… El escenario es precioso
En el Perú el cielo y la mar aún se aman. Se reflejan y reflejándose desaparecen para envolverse en el motivo de sus sueños: el cielo se llena de suave oleaje, la mar de brava brisa, y allá, en el más íntimo lugar, allá, donde ninguna fuerza es capaz de quebrantar ni un instante su amor, allá se funden en pura pasión, y el cielo y la mar se tornan rojos, y el cielo, dejando de ser cielo es el más bello cielo que pudiera existir, y la mar, dejando de ser mar es la más bella mar que pudiera existir. Allá, el cielo y la mar, compartiéndose, dejando de ser, son más cielo y más mar de lo que nunca fueron.