El lugar más triste

El lugar más triste

Por Dmitry Steshin*.

No hay lugar más triste que las ciudades y pueblos de Donbass por las que las operaciones militares han pasado, lo han destruido todo y se han marchado. Solo las tumbas son más tristes en esos pueblos de la zona caliente que aún existen

Esos pueblos no se marchan, respiran, sobreviven. El mundo exterior ya no está interesado en estos lugares. Hace tiempo que sus nombres han desaparecido de los partes de guerra, las noticias siguieron la acción militar y luego el tiempo se detuvo. Incluso los voluntarios de ayuda humanitaria vienen cada vez menos a menudo. En estos pueblos, muchas veces no hay luz, carreteras, las comunicaciones no funcionan bien, los edificios de pisos están destruidos, las minas están inundadas y los cables eléctricos están minados. Lo único que hay en abundancia es el silencio, roto al amanecer solo por el sonido de alguno de los escasos generadores. Si entiendes lo que está pasando, las palabras de un campesino local o de un antiguo minero ya no parecen un juego: “Ya he olvidado cómo era todo aquí antes, solo recuerdo la guerra como la vida. Hay mucha gente, siempre hay alguien con quien hablar. Darán de comer y tratarán a los suyos, pedirán agua, les ayudarás con algo…y ahora no pasa nada, ya no sé ni qué día de la semana es. ¿Por qué?”

Me encuentro en la última ciudad vida en esta dirección. Junto a los voluntarios, hablo con el vicealcalde de la administración de Pervomaisk, el responsable de la construcción y reconstrucción. Supongo que no está muy interesado en nosotros o en una escuela de un pueblo medio muerto. Hay un edificio de pisos detrás de él, la temporada de calefacción ya está a la vista y los trabajadores cualificados pueden contarse con los dedos de la mano. Pero, al mismo tiempo, Alexander Sopolev comprende que hace falta el colegio. Escucho las palabras “un objetivo socialmente significativo”, es algo que se dice en los discursos oficiales, pero que refleja la esencia. Y el oficial cree en nuestro proyecto: “No tengo ninguna duda de que el ala de la escuela se puede reparar y funcionar. No para el 1 de septiembre, es cierto, pero para el tercer cuarto. ¿Pero la luz? No hay luz y no está claro cuándo la habrá”.

Ruslan Yerzin, líder de nuestra misión, interrumpe: “¡Cómo es posible! Dijeron que habría electricidad para el otoño”. Alexander Sopolev se resigna: “Para llevar la electricidad, primero tenemos que limpiar las líneas de alta tensión. Ahora mismo no tenemos zapadores”. El oficial piensa un segundo y encuentra una solución: “Usaremos los generadores desde los puntos de calefacción que usamos el invierno pasado. Los tendremos, lo prometo. Pero no hay trabajadores, los tendréis que buscar”.

Ruslan sube a mi coche. Está bastante satisfecho con la conversación. Tenemos apoyo y todos entienden la importancia de este proyecto. Si abre el colegio, una treintena de menores de los pueblos de alrededor podrán acudir. Pero los generadores… eso no se encuentra en cualquier parte de esta zona. Ruslan está cubierto de tatuajes que miro furtivamente. Es evidente que son una distracción en las reuniones con “hombres de traje”, pero habla de forma inteligente y sabe presionar cuando hace falta y dar su aprobación cuando se requiere. Es un profesional de la industria de la construcción, comprende las reparaciones de tejados y hará lo que haga falta para arreglar el de la escuela. Dice que es posible hacerlo sin traer trabajadores: la población local ya se ha organizado para restaurar el colegio. “Ha sobrevivido un ala, la antigua guardería. Algunas ventanas están rotas y el tejado gotea, pero no hay daños irreparables. La gente ha aceptado la idea de la escuela, ya estamos recogiendo material de construcción”.

Frenamos junto a Toshkovka-Nishnee. Un hombre mayor, trabajador de la oficina del comandante militar, se fija en los tatuajes de Ruslan con inusual claridad. Pero no encuentra nada malo en ellos. También le hace gracia mi nombre: “Steshin. Lo he escuchado en alguna parte, ¿puede que en la formación?”. No soy de la orientación, pero le entrego las llaves del coche y los pasaportes y nos advierte de que nos dispararán desde los edificios de pisos. Una activista pelirroja, Tatiana, que se acerca rápidamente a nosotros desde Toshkovka, no ayuda a aligerar la situación aunque recibe algún cumplido.

Los voluntarios se dirigen a la administración para preparar los permisos. Regalo al comandante la última lata de bebida energética y apunto que “no somos enemigos, la población local lo puede confirmar, tenemos todos los papeles. Tenemos una buena obra, la escuela”. El comandante suspira y dice: “Vamos, te enseñaré algo. Lo recibimos anoche”. Nos acercamos al bloque de pisos. Me muestra las indicaciones de un grupo de sabotaje que puede estar intentando infiltrarse en nuestra retaguardia. Los saboteadores han sido entrenados por las fuerzas especiales británicas. Van vestidos con uniformes de paramilitares. Ahora comprendo todo.

Esperamos a los mensajeros con los papeles. Pero encuentro tiempo para hablar con los chicos de la “Inter Brigade”. Llevan mucho tiempo haciéndose cargo de las localidades, desde su liberación. La población no tenía nada, había que traerles incluso almohadas. Ruslan dice que una vez trajeron un cargamento de zapatos a la población: “Fue el éxito de la temporada, la gente no tenía nada con lo que andar”.

Toshkovka está completamente destruida. La escuela quedó destruida por la artillería, las Fuerzas Armadas de Ucrania habían instalado su cuartel general allí. Y los banderistas vivían en el edificio de cinco pisos de enfrente. No soy un experto, pero entiendo que todo esto está para tirar. Ruslan explica: “Solo dos personas viven en esas viviendas, una familia. Colgaron una gran bandera rusa en su fachada en primavera. Dijeron: esta es nuestra tierra y no nos vamos a ir a ninguna parte. La gente ha empezado a volver. Habrá colegios, se conectará la electricidad y volverán”.

Solo quienes tenían coches y se marcharon al lado ruso durante la batalla podrán volver. Ucrania se llevó a los demás y rápidamente les lavó el cerebro. Así es como la pelirroja Tatiana, que nos había intentado ayudar antes, me lo explica. Dice: “Soy rashistka [mezcla de ruso y fascista, término que han generalizado oficiales ucranianos como insulto contra la población rusa-Ed], eso es lo que dicen de mí mis antiguos conciudadanos, que huyeron a Ucrania. Por cooperar con los voluntarios. Nos comunicamos por chat. Y eso es lo que no entiendo. Saben perfectamente que empezaron a bombardearnos cuando no había tropas rusas aquí. Ya lo han olvidado. ¿Cómo?”

La antigua guardería de la escuela sufrió impactos, pero he visto fotos de Mariupol que daban más miedo y eran más desesperanzadoras. En la guardería han vivido todos, de los ucranianos a los músicos. Lo comprendo, yo mismo viví en una clase cerca de Mariupol durante tres meses. Pregunto a la futura directora, Alla Yurevna: “¿Qué pasa con la vieja escuela de Toshkovka-Nizhnee?”. La respuesta es sorprendente. Los ucranianos quemaron todas las escuelas del distrito. ¿Para qué? La directora explica: “Es lo que dijeron. Vuestros niños no estudiarán. Echaron gasolina y les prendieron fuego, lo vimos”. Cito una escena que me chocó en la serie de televisión sobre La guardia blanca, cuando Garmash, que hacía del coronel de Petliura Bolbotun, le dice al alcalde: quema esta escuela, es mala, Moskal. Los haidamakis se marchan a Kiev y la escuela arde a sus espaldas. Alla y Tatiana no han visto la serie, fue prohibida inmediatamente después de Maidan. No esperaba ver una imagen de Petliura en el siglo XXI.

Alla Yurevna explica que solo se dedicaban dos horas a la semana al ruso en la escuela quemada y nada en las escuelas de alrededor. Tras la ley sobre el uso de la lengua adoptada por Poroshenko y aprobada por Zelensky, las lecciones fueron canceladas. Los directores que querían, hacían clases opcionales de ruso, los que no quisieron se fueron a Ucrania. Aquí no se habla ucraniano, solo ruso y surzhik.

Tatiana me dice: “Se hacían llamar a sí mismos defensores, pero solo era de palabra. Venían en tanque y un abuelo de nuestro pueblo fue a ellos y les preguntó por qué estaban destrozando nuestras carreteras”.

“¿Qué dijeron ellos?”

“Se rieron de él y le dijeron que los muertos no necesitan carreteras”.

Mientras conversamos, Ruslan está colgado del tejado y cambia a un tema más optimista: “Pensaba que sería peor. El tejado de nuestra ala está dañado en dos lugares. Pero lo cambiaremos todo, hace tiempo que tendría que haberse hecho. ¿Habrá algún sitio para poner el material? Mañana lo traeré de Stajanov”.

Alla Yurevna asiente y dice contenta: “Se me ha olvidado decirlo. El otro día trajeron pupitres y sillas para nuestra escuela. Están en el club, tenemos un almacén ahí, pero encontraremos un lugar para el material de construcción, claro”.

La voluntaria Olga, una enfermera de Lisichansk, se nos acerca. Viene conduciendo un camión. También puede cambiar un radiador mientras los hombres a su alrededor le van pasando las herramientas. Lleva en la mano unos cuantos cartuchos de munición y comenta sobre lo que ha encontrado: “Obviamente, en el colegio no hacen falta. Gracias a los soldados, no sé de qué ejército, pero nuestros soldados estarán contentos”. Olga nos devuelve a la realidad a quienes habíamos estado soñando. Escuchamos los sonidos del horizonte: las Fuerzas Armadas de Ucrania intentan sin éxito avanzar sobre Artyomovsk. Llega el abuelo Grigory, voluntario en la brigada local de reparación. Han hecho varios subotniks y han limpiado toda la basura del edificio. Grigory trabajó en la escuela y su futuro también depende de ella. Medimos las ventanas, pero Tatiana se detiene: “Chicos, el toque de queda es desde las nueve. No tendréis tiempo de salir, os quedaréis conmigo”.

Terminamos de medir y nos apresuramos por la carretera esquivando los baches. Pero aun así paro junto a una chica al lado de la carretera. Lleva ahí tres horas esperando a su madre, que se marchó al hospital. No hay transporte público y casi no hay nadie que te pueda llevar, así que no está claro cuándo volverá. Le doy una bolsa con chocolates para que la espera no sea tan amarga. Nastia no irá a la escuela hasta dentro de un año. Para entonces, tendremos tiempo para repararla.

* Artículo Original en Komsomolskaya Pravda. Traducido en Slavyangrad.ES

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