El ostión regio. ¡Váyase, señor Borbón!

El ostión regio. ¡Váyase, señor Borbón!

 

Sí, hombre, sí, ciudadano Borbón e insigne jefe del Estado español por mandamiento franquista ¡váyase de una vez! ¡Decídase antes de que un nuevo tropezón de alto estanding, “a lo Fidel Castro”, lo lleve a la tumba, al pudridero de El Escorial por más señas! Recoja sus bártulos personales (escopetas antipaquidermos, incluidas), agrupe bajo su altísima figura histórica a su digna esposa griega, a sus amantes (si las hubiera a día de hoy), a sus hijos e hijas (heredero de la finca hispana, incluido), a su montón de nietos, al único yerno operativo que le queda después del repudio familiar de “petronio Marichalar” conocido en los ambientes altruistas de Barcelona como “ Iñaki manos largas”, “el chorizo de Pedralbes” o “el ángel de Movistar”… y lárguese cuanto antes con viento fresco a Estoril, Roma, París, Panamá, Suiza, las Scheelles, las Maldivas, Tinduf o a cualquier otro sitio donde pueda utilizar sin problemas el número PIN de su, al parecer, lustrosa cuenta corriente y donde puedan descansar (si puede ser “ad eternum”) sus doloridos, artrósicos, osteoporósicos y pecaminosos huesos.

 

¿Pero es que no se da cuenta, señor Borbón, de que con sus andares de “robot galáctico”, su pesada humanidad, su cadera de titanio, su reconstruido tendón de Aquiles, su rodilla de formica, su disminuida entrepierna (por cuestión deportiva, nada sexual), sus pulmones de fumador compulsivo, su clavícula descentrada por millares de retrocesos escopeteros sufridos en el curso de centenares de excursiones cazadoras “gratis total”, su mano derecha tonta con el dedo índice agarrotado por haberlo mantenido horas y horas aferrado al disparador de sus armas de última generación en busca de la gloria antipaquidérmica… ya no está para muchos trotes institucionales, ya no puede cumplir con su sagrada misión de reinar (y gobernar todo que le dejen) sobre esta agobiada España vasalla de la señora Merkel, ya no puede moverse de aquí para allá como un poseso en busca de su redención social y política (que nunca ya le llegará) y debe buscar, como sea y cuanto antes, su amable retiro (y, por ende, la de toda su variopinta familia) a alguno de los paraísos (fiscales, por supuesto) que le acabo de sugerir?

 

¿Pero es que no se da cuenta, alicaído y terminal rey de algunos españoles (cada vez menos, afortunadamente) de que en estos momentos usted, aparte de hacer el ridículo personal e institucional más estruendoso cada vez que se pone ante las cámaras con motivo de cualquier acto protocolario (¡menuda leche, con perdón que no me gusta meterme con los ancianitos de mi generación, se ha pegado su majestad en la sede del Estado Mayor de la Defensa), nos pone también en ridículo a todos los ciudadanos de este país y a la nación española en su conjunto? Que no está en estos momentos, aunque no le quede más remedio que reírse a mandíbula batiente con su lanzamiento en plancha contra la escalinata del palacio defensivo español, para numeritos circenses regios ya que bastante tiene la pobre con el figura de Rajoy, su prima (sí, sí, la de riesgo faltaría más), su segunda en el Gobierno, la inefable superSoraya, la panda de indocumentados de última generación que le rodean armados de tijeras y puños americanos… y con los alemanes y nórdicos planificando en la sombra (con el traidor Draghi de jefe de la oficina de guerra psicológica) la compra de la península ibérica a un céntimo de euro el kilómetro cuadrado.

 

Fíjese, señor Borbón, si la cosa estará mal y su majestad tan chocho, acabado, alicaído y patético que hasta a mí, una persona, debo reconocerlo, que padece una profunda alergia antimonárquica desde su tierna infancia (a los cuatro años sufrí un choque anafiláctico cuando el rey Melchor me estampó un beso en la mejilla derecha mientras mis padres compraban el tren eléctrico de rigor en aquellas franquistas fechas y que solo superaría parcialmente tres años después cuando un colega de juegos me filtró “que los reyes eran los padres”) su presencia ante las cámaras me produce últimamente una cierta ternura, bastante desasosiego ante la segura y próxima pirueta de su real anatomía y hasta una creciente compasión patriótica. Que, desde luego, procuro alejar enseguida de mi belicosa mente republicana.

 

Bueno, pues aquí acabo porque este batacazo real en la sede del EMACON (Estado mayor Conjunto) de la Defensa, tampoco da para mucho y no es cuestión de elevarlo a la categoría de emergencia nacional, ya que la verdadera emergencia (económica y política, preferentemente) está de momento en otros frentes. Pero, de todas formas, la imagen de este rey acabado, enfermo, degradado hasta extremos increíbles, caricatura de sí mismo sobre todo cuando tiene la osadía de vestirse de capitán general con mando en plaza, debería salir como fuera de los telediarios y de los vídeos que pululan por todo el mundo. Ya digo, solo le falta a esta España humillada y arruinada que lleva ya más de cinco años en la UCI, que su Jefatura del Estado esté representada por un pobre anciano enfermo, acabado, físicamente inhábil y mentalmente sospechoso, que no puede tenerse en pie y que rueda por los suelos delante de los jerifaltes de su Ejército.

 

Algo habrá que hacer y si las Cortes Españolas, que tienen potestad para hacerlo, no lo remedian pidiéndole que se vaya y, en caso de negarse, lo inhabilitan para el desempeño de sus altas misiones institucionales, deberán ser los ciudadanos españoles los que digan ¡Basta ya! a este espectáculo grotesco. Yo ya lo he repetido muchas veces en mis últimos escritos y me ratifico en ello.

 

¡Nunca saldremos de esta crisis asesina que nos atenaza si antes los españoles no salimos del euro y del Borbón!

 

* Amadeo Martínez Inglés, Coronel, escritor, historiador.

 

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