El primer libro de León Felipe cumple un siglo
Arturo del Villar*. LQS. Abril 2020
Sus libros, impresos en México, D. F., y en Buenos Aires, no hace falta decirlo, estuvieron prohibidos por la censura, aunque al ser tan corrupta como la propia dictadura, los importaban los mismos censores y se vendían por debajo del mostrador en las librerías izquierdistas
En 1920 se autofinanció León Felipe la edición de su primer libro poético, Versos y oraciones de caminante. Es una regla habitual en la poesía española, porque los editores no suelen interesarse por la lírica, debido a que se vende poco cuando se vende algo. Además, ese poemario no encajaba con las nuevas tendencias, animadas por los ultraístas y los creacionistas, enfrentados a los modernistas residuales, ni tampoco seguía a los maestros respetados, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, exploradores de dos formas de entender la poesía en profundidad.
Esto significa que el primer libro de León Felipe era muy original, con un estilo propio, sin pertenecer a ninguna escuela o tendencia, y no lo apadrinaba ninguna firma respetada. Eso es lo que debe esperarse de un verdadero poeta, aunque en un principio presentarse ante el público inicialmente con una voz inédita no suele obtener audiencia. Tenía cumplidos 35 años, de modo que se le debía exigir seguridad en sus escritos.
Lo mismo que se encuentra en la mayor parte de los poetas coetáneos, la sublevación de los militares monárquicos modificó la vida y la poética de León Felipe. El autor de estos Versos y oraciones de caminante, publicados en la imprenta madrileña de Juan Pérez Torres en 1920, y de los que formaron su continuación, con el mismo título y el añadido de Libro segundo, impresos diez años después en Nueva York por cuenta del Instituto de las Españas en los Estados Unidos, no parece el mismo poeta que al conocer la noticia de la sublevación militar abandonó su cátedra en Panamá para venir a Madrid y ponerse a las órdenes del Ejército leal.
Donde se realiza la identificación de León Felipe con la poesía es en su exilio mexicano. En la capital federal compuso y publicó el resto de su obra, que es la característica de su poética, la que le convierte en uno de los grandes creadores líricos del siglo XX, con una voz inconfundible, tanto como para poder definirse como poeta del éxodo y el llanto, modificando ligeramente el título de unos de esos grandes libros motivados por el exilio, del que no quiso regresar por evitarse padecer la dictadura fascista.
No podía volver porque compuso poemas con descripciones satíricas del dictadorísimo y su corte de cardenales y banqueros, lo que le hubiera llevado ante el pelotón de fusilamiento, por orden del que definió como “sapo iscariote y ladrón”. Sus libros, impresos en México, D. F., y en Buenos Aires, no hace falta decirlo, estuvieron prohibidos por la censura, aunque al ser tan corrupta como la propia dictadura, los importaban los mismos censores y se vendían por debajo del mostrador en las librerías izquierdistas. Así los pude comprar yo.
Poesía para todos
Quiso León Felipe presentarse ante sus lectores explicando cuáles eran sus ideas líricas, y para ello colocó unos que tituló “Prologuillos” en verso al comienzo del libro. Nos permiten conocer sus intenciones a lo menos, ya que no siempre se cumplen los propósitos, debido a que la poesía ama la libertad y se impone incluso al creador. Vamos a revisarlos, puesto que definen su poética inicial, mantenida ideológicamente con posterioridad, aunque con las variaciones impuestas por el devenir biográfico. La intención del poeta era conseguir una comunión total con todos los lectores, y así se lo comunica a la propia poesía, dialogando con ella como si se tratase de una persona, en el segundo prologuillo:
Poesía…
tristeza honda y ambición del alma…
¡cuándo te darás a todos… a todos,
al príncipe y al paria,
a todos…
sin ritmo y sin palabras!…
Por lo general la poesía se escribe con palabras, aunque los movimientos de vanguardia en ese mismo tiempo ensayaban otras maneras de comunicarse con los lectores, quienes a veces no tenían nada que leer en las páginas de los libros o en los carteles colgados en las paredes. Sin embargo, queda dicho que León Felipe no seguía las invenciones de los vanguardistas, ni tampoco las muestras de los grandes maestros respetados por la nueva generación, aun discrepando de su estilística.
El afán de León Felipe consistía entonces en lograr una comunicación lírica con todas las gentes, representadas en el verso por los dos polos de la sociedad burguesa, el príncipe que manda y el paria que obedece, en una palabra, el dominador y el dominado. Son los enemigos naturales, que se enfrentan en las revoluciones sociales. Y que por ello mismo no se pueden comprender entre sí, al defender unas posturas opuestas, pero tampoco es factible dirigir a los dos el mismo mensaje.
Sin embargo, el poeta pretendía unirlos en su poesía, ajena a las divisiones clasistas, ya que la sentía como una “tristeza honda y ambición del alma”. Esta definición es tan inconcreta como el mismo concepto del alma, que no se sabe en dónde reside y por lo tanto no se pueden sentir sus efectos en algún órgano, como sucede con un dolor. Algo tan etéreo no existe materialmente, es una creación del poeta, y en consecuencia podría ser compartido por el príncipe y el paria.
Era un deseo de 1920, que León Felipe se sentía capaz de exponer en ese momento. A partir de 1936, cuando el príncipe, representado por los militares monárquicos sublevados, se enfrentó a los parias de la Tierra cantados en La internacional, eso resultó impensable. No era posible una poesía común para los dos bandos, y de hecho cada uno de ellos contó con sus propios romanceros, opuestos en la intencionalidad, en la simbología y en el lenguaje, además de diferenciarse en la calidad.
La nada poética
El propósito inspirador se explicita más en el prologuillo XVII. Aquí León Felipe supera los designios de la poesía pura, muy de moda por entonces, al preconizar una poesía tan pura que no tiene nada, ni siquiera poesía porque no está en ningún lado:
Deshaced ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma…
Aventad las palabras…
y si después queda algo todavia,
eso
será la poesía.
Eso es la nada absoluta, y la poesía siempre es algo, aunque resulte complicado de definir el arte de crearla. Hasta la irrupción de los movimientos de vanguardia la poesía se había compuesto a base de palabras, incluso en los caligramas que forman dibujos con las letras. Con los ismos se modificaron los conceptos heredados de los griegos clásicos, que fueron los inventores de los caligramas, por cierto, y se intentó poetizar de una manera diferente: eso que León Felipe describe en los versos con palabras cadenciosas rimadas y con una idea dominante, no es, según propia confesión, la poesía.
Lo curioso es que León Felipe se declaraba entonces enemigo acérrimo de los poetas vanguardistas. Queda muy claro en el prólogo en prosa puesto a este libro, resumen de una charla en el Ateneo de Madrid para presentar su poesía en 1919, fecha corregida a 1920 por Gerardo Diego en el prólogo a la Obra poética escogida editada por Espasa-Calpe en 1975, asunto de menor importancia recordado por afán de exactitud simplemente. Lo válido es que León Felipe abominó “de los modernos herejes” insuflados “por un afán incoercible de snobismo”, para ser autores de unos escritos con los que “no tiene nada que ver el arte”.
Sorprende que no fuera capaz de comprender que esos innovadores de las formas retóricas clásicas ponían en práctica la poética definida en sus propios versos. En aquel tiempo León Felipe, nacido en un pueblo de Zamora, educado en su infancia en otro de Salamanca y después en Santander, estudiante universitario en Madrid a continuación, era un castellanista acérrimo. Los viajes posteriores le hicieron modificar esa apreciación, y el largo exilio definitivo hasta la muerte se encargó de superarla.
Un paria sin nada
Mientras tanto deambuló por tierras de Castila, unas veces ejerciendo la profesión de farmacéutico y otras la afición de cómico de la legua, y escribiendo en las posadas. Uno de sus más famosos poemas, “¡Qué lástima!”, un largo romance informal en a-a, explica las razones por las que se dedicaba a escribir sobre cuestiones vulgares, en vez de hacerlo acerca de temas importantes.
Y es porque se retrata como un paria sin nada, carente de todo lo que hace a una persona pertenecer a una sociedad. Puesto que no tiene nada es un paria de la Tierra, forma parte de esa famélica legión que espera un día liberarse de las opresiones políticas. El final resume todo lo que ha ido asegurando que no tiene en los versos anteriores, y concluye que por ese motivo su poética alude a las cosas carentes de valor para los poetas oficiales:
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa…
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!
No dice que sí tenía un expediente policial, porque estuvo tres años en la cárcel como preso común por cometer estafas, poca cosa para afianzarle en la sociedad. Era un desarraigado social, sin patria ni chica ni grande, sin otra posesión que capa para cubrirse del frío castellano en invierno, hambriento como aquellos hidalgos tan bien descritos en las novelas picarescas. Algo de picardía hubo en sus desventuras, que bien hubiera contado Quevedo, con la sorprendente estancia en la colonia de Guinea, y el embarque obligado a México, un primer viaje como emigrante económico en 1922, como prólogo de lo que sería su exilio político.
Ese paria era uno de los grandes poetas de la literatura castellana, pero en esta historia española son muchos los poetas que conocieron las mazmorras de la monarquía. En este primer libro de versos León Felipe se presenta al lector como un paria carente de todo, empezando por una patria. Es un desarraigado social contrario a todas las normas aceptadas, incluso contrario a las preceptivas poéticas. Desea otra poesía para otra sociedad. No la encuentra bajo el reinado de Alfonso XIII, vaga por España, emigra, se consuela escribiendo versos, pero con una producción muy escasa, ya que inicia el trabajo a una edad en la que otros compañeros cuentan ya con varias publicaciones, y él sólo edita dos libros breves en diez años
Todo cambia cuando los militares monárquicos se sublevan contra el régimen constitucional republicano. Ese día descubre que sí tiene una patria, y que está obligado a defenderla contra los traidores. Inmediatamente deja la comodidad de su bonito trabajo en Panamá y regresa para encuadrarse en el Ejército leal, ansioso por cumplir las misiones que le encomienden. Si ningún abuelo suyo ganó una batalla de la que pudiera sentirse orgulloso, a él mismo se le ofrece la oportunidad de derrotar a los militares monárquicos sublevados. Ahora tiene una patria, una idea y una poética, ya no es un paria, sino un miliciano. Su poesía desde entonces solamente va a cantar cosas de mucha importancia, como es la libertad, por la que se enfrentará a los rebeldes.
Vencido tiene que exiliarse, y en ese momento sí que es un paria sin nada, porque le han robado la patria, la han encarcelado y encanallado. Todo lo demás es amor apasionado a la patria prohibida y odio a los vencedores que le arrebataron todo, menos la condición de patriota español republicano. Seguirá combatiendo por esa idea con las armas de que dispone en la escritura, hasta el último día de su vida, porque le había encontrado un sentido que le imponía una obligación.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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