El terror a la peste y otros terrores
Nònimo Lustre*. LQS. Junio 2020
En el nº 166 del periódico mensual Pukara. Cultura, Sociedad y Política de los pueblos originarios (junio 2020; Qollasuyu, Bolivia, disponible haciendo un clic aquí) hemos encontrado un interesante artículo de Freddy Zárate titulado “Una peste olvidada por la historia: La llegada de la Peste Bubónica a Bolivia”. En primer lugar, como Zárate se centra en la peste que hubo en Vallegrande, eso nos ha recordado una coincidencia más anecdótica que sustantiva: que, en efecto, en el año 1928 hubo una epidemia de peste bubónica en Vallegrande (Bolivia). Y también que ese mismo año, nació en Rosario (Argentina) el Che Guevara quien sería asesinado en la comarca de Vallegrande treinta y nueve años después. Volveremos sobre el tema guerrillero.
Lamentablemente, Zárate se apoya los libros escritos por el epidemiólogo Félix Veintemillas quien fue comisionado por el gobierno boliviano para atajar la epidemia. Nosotros no hemos podido consultar esos libros, por mucho que los hayamos buscado en Z Library, Libgen u otros portales que publican libros raros, antiguos o, simplemente, carísimos. Por ello, hemos de limitarnos a Zárate quien, por lo demás, analiza en pocos párrafos los problemas que enfrentó el equipo de Veintemillas y que, en el fondo, son los mismos problemas de bulos, terrores y supersticiones que estamos padeciendo en estos meses de pandemia covid-19. Dicho de otro modo: la paupérrima y analfabeta población indígena y tercermundista que se enfrentó a la peste bubónica de hace un siglo reaccionó igual que la letrada, hiperdesarrollada e hiperconectada del siglo XXI ante el covid-19.
Escribe Zárate: “Un dato interesante del caso, es que antes de que algún médico constate científicamente la na¬turaleza del mal epidémico, los telégrafos provenientes de Valle¬grande se referían escuetamente a una sintomatología semejante a la Peste Bubónica (inflamación de glándulas del cuello, axilas, fiebre, dolor de cabeza). Al en¬terarse de esta información la prensa paceña empezó a difundir una serie de artículos y opiniones que carecían de valor científico. Por ejemplo, algunos afirmaban que la enfermedad se debía a los viajes de las vizcachas, siendo estas las causantes; también se registra la opinión de un veteri¬nario que aseveraba que el mal que padecía Vallegrande era sólo una carbuncosis (enfermedad vi-rulenta y contagiosa producida por el Bacillus anthracis que sufre el ganado), entre otras” (como veremos más adelante, este último párrafo tiene una cierta conexión con el foco guerrillero del Che)
Al llegar a Vallegrande, Veintemillas impuso inmediatamente la cuarentena: “Una vez aislada la población, con ayuda del Subprefecto se obligó a to¬dos sus integrantes a vacunar¬se, “concurriendo al llamado, la gente obediente y aterrorizada por la epidemia, que en pocos días conseguimos vacunar 3.592 personas y 962 revacunaciones”, informa Félix Veintemillas. Simultáneamente a esta medida preventiva, el Jefe de la Comisión Médica –acompañado por dos de sus integrantes– entró en campa¬mento por 21 días, “recorriendo personalmente todos los focos de infección haciendo escalas en carpas, al aire libre (…), para así facilitar a los aldeanos a vacunar¬se en la inmediación de sus co¬marcas. Familias enteras en nu¬merosos grupos concurrieron de día y de noche, a pie y montados a “envacunarse”, como ellos lla¬maban (…). Con el objeto de que la gente concurra a la vacuna nos constituimos nosotros mismos en policía, preguntando en la ciudad y deteniendo a cada individuo en el campo si tenían certificado mé¬dico. Era demasiado dura la labor de ser al mismo tiempo médico y gendarme”. Según los datos pro¬porcionados por Veintemillas, el total de vacunaciones alcanzó a 8.548 hasta el 15 de agosto de 1928… Los datos que registra Félix Veintemillas –en dos meses de la epidemia– son los siguientes: 88 personas muertas y aproximadamente 200 afectados en una población esti¬mada de 1.000 habitantes.” (Zárate, op.cit.) Huelga añadir que hubo tensiones entre médicos y los gobernadores locales. E incluso en medios académicos se negó la existencia de la epidemia hasta que las pruebas aportadas por Veintemillas fueron abrumadoras.
Con el tiempo, se supo que la epidemia de 1928 no fue la primera que asoló a las comarca de Vallegrande y alrededores pues, antes hubo otras: siete años antes, en enero y diciembre de 1921, brotó en Padcaya, Tarija, cerca y al sur de Vallegrande originando la muerte de entre 300 y 1000 personas (ver el libro de 2018 de Álvaro Ramallo Peste Bubónica en Padcaya, terror y desolación el año 1921) E incluso, después, resurgió en 1933 y en 1935 en el vecino departamento de Chuquisaca con un saldo mortal de alrededor de 300 víctimas a la primera y de unas 30 a la segunda.
El Panamericanismo sanitario de 1940
En septiembre de 1940, la Oficina Sanitaria Panamericana, publicó en inglés el informe Plague in the Americas: An historical and quasi-epidemiological survey. Podemos comprender que, estando en los comienzos de la II Guerra Mundial, la salud latinoamericana no dispusiera de los mejores medios humanos o técnicos pero, aun así, el susodicho Informe es demasiado pobre. Por lo tanto, citaremos sólo el párrafo que más se ajusta al tema de hoy: “Veintemillas has reported the presence in the area in which he worked of ratones (mice), wild grey cuises (pampa huancos), vizcachas (vizcachas), quirquinchos (armadillos), tatus, the achocallo (wild field rat), and birds of prey. (“La peste en Bolivia” 1936)”.
En estas pocas líneas, observamos varios descuidos. Ejemplos: los armadillos, se llaman quirquinchos en Argentina y tatus en Brasil, no son animales diferentes. El achocallo del texto –achocaya en otras grafías-, es la conocidísima zarigüeya o Thylamys venustas. Pero también pudiera ser que el autor del informe llamara wild field rat a un marsupial algo más grande y aún más común en todo el hemisferio: el Didelphis marsupialis o tlacuache, rabipelado, runcho, tacuazín, chucha o fara.
En otras fuentes, se equipara al achocaya con el tujo o tucotuco (Ctenomys leucodon), un ratoncito herbívoro de unos 240 grs. de peso. El diccionario RAE cita a ese roedor como: “tucutuco 1. m. Arg., Bol., Perú y Ur. Roedor de tamaño pequeño, coloración marrón amarillenta o parecida a la del ante, que tiene patas y uñas fuertes, aptas para la excavación.” Sirva esta retahíla para subrayar que la ausencia de nombres científicos, el insuficiente dominio de las lenguas locales –indígenas y latinoamericanas y brasileñas-, y el abuso de las apresuradas traducciones al inglés, consiguen desvirtuar la valía de los informes que regaba por el mundo la rama sanitaria de la antecesora de la OEA. Pero el principal defecto de ese informe de 1940 no es por acción sino por la omisión que denunciaremos en el siguiente parágrafo.
El petróleo
En junio de 1959, la misma Oficina Sanitaria Panamericana publicó, traducido al castellano, un informe firmado por Atilio Macchiavello, funcionario en Ginebra de la OMS-WHO, titulado “Studies on Sylvatic Plague in South America: V. Sylvatic Plague in Bolivia”, pp. 509-524 del Boletín de ese mes. Reproducimos in extenso algunos de sus párrafos:
“En 1928, la peste de Vallegrande interesa a los poderes públicos y alcanza repercusión nacional. Veintemillas, establece por primera vez en el país el diagnóstico bacteriológico de la peste, confirmando las sospechas clínicas del Dr. Cabrera. La ausencia de ratas domésticas del género Rattus; la escasez de roedores silvestres cercanos al hombre; la no observación de epizootia entre ellos; la forma e incidencia familiar del contagio; la diseminación entre personas que asisten, visitan o acompañan al velorio de los enfermos que fallecen; la abundancia de pulgas, chinches y triatomas [hematófagos vectores del mal de Chagas] que se indican como probables vectores interhumanos de la infección, etc., hacen que las epidemias de peste se consideren como la resultante exclusiva del contagio de hombre a hombre (p. 511)”
Es decir, al principio se creyó que la peste se expandía por contacto entre humanos. Pero ello repugnaba a las nociones básicas de la Epidemiología de entonces. Por ello, poco después,
“Granados García y el propio Veintemillas admiten la necesidad de un reservorio silvestre-roedor, otro animal o el hombre mismo-y de un “virus silvestre pestoso”. Aunque el origen de la peste de Tomina se sigue desconociendo, hay, como también en el caso de Vallegrande, un vago indicio de que se debió al transporte de un roedor infectado desde la Argentina, en mercadería con destino a los campamentos de la Standard Oil Co (p. 514)”
Evidentemente, esta alusión a la Standard Oil aparece en 1959 por primera vez; ¿no se la mencionó en 1940 porque estaban en guerra mundial? Sea como fuere, hay más citas sobre el daño epidemiológico que pudieron causar las exploraciones petroleras: “Es evidente que Pedro Numbela, primer enfermo de esta zona, en 1928, venía de Tatarenda o cercanías, donde es probable que existiera peste no diagnosticada, y que esa peste fuera de origen murino [de la familia Muridae, más de 500 especies de ratas y ratones del Viejo Mundo], traída por ratas procedentes de Argentina en los cargamentos de materiales y provisiones de la Standard Oil Co. Esta teoría, ha sido también indicada de paso por Veintemillas (p. 515)”
Como las desgracias nunca vienen solas, a la peste bubónica se unió la guerra que, además de las víctimas habituales en humanos y en naturaleza, trajo a otra plaga, la de las ratas: “Desde 1938 [extensión de la guerra del Chaco] se comienza a hablar de la “peste con ratas” y se empieza a constatar la constante epizootia pestosa en Rattus, excepto en Vallegrande y Tomina, donde hasta hoy [junio 1959] el Rattus se desconoce (p. 516)”.
Finalmente, en el resumen en inglés de este informe, Macchiavello concluye que: ”It is possible that supplies for the oil camps favored the spread of the infection to Vallegrande (p. 524)”. El daño sanitario causado por la Standard Oil, ¿es solo una hipótesis?, ¿es sólo posible? Comprendemos la cautela del firmante, a fin de cuentas funcionario de la OMS-WHO, pero no la compartimos y menos cuando de salud pública se trata.
40 años después, el Che
Hace casi 30 años, publicamos dos ensayos en los que intentamos elucidar una de las causas –y no de las menores- del fracaso del foco guevarista en Bolivia. En aquellas ocasiones, nos centramos en su minusvaloración del componente étnico de la población de la comarca de Vallegrande [véanse De invisibles a anónimos: la cuestión indígena en América Latina tras Chiapas, 1994; y De Kuruyuki a Ñancahuasú: la guerrilla en territorios indígenas, 1997] En el primero, escribíamos “de Kuruyuki a La Higuera [la Kuruyuki del Ché] median 115 kms. y 75 años”. Hoy, después de recordar las epidemias de peste bubónica que asolaron Vallegrande, en el mismo estilo podríamos añadir que de Vallegrande a Rosario sólo distan 40 años y 1650 kms. al Sur.
Los Diarios del Che son inhumanos en el sentido de que son exclusivamente militares. El territorio elegido como foco que en ellos se refleja es un quirófano atrincherado del que brillan por su ausencia las pinceladas sociológicas y no digamos etnográficas. Apenas hace mención a los indígenas guaraníes que lo poblaban. Ni siquiera utiliza el término chiriguano y esta vez quizá con razón porque es el insulto con el que los quechuahablantes se referían a los awá –un término que dice muy poco porque es el etnónimo genérico de los guaraníes-. A aquella ignorancia o descuido etnográfico, hoy añadimos otro factor: la omisión de las pestes que asolaron Vallegrande pocos años antes de la creación del foco guerrillero.
En los numerosos versiones y/o palimpsestos que componen los Diarios del Che, no hemos encontrado ninguna mención a la peste bubónica ni, en general, a ninguna enfermedad que pudiera ser común en la comarca –recordemos que el Che era médico-. Sin embargo, aquellas pestes no eran una curiosidad epidemiológica sino que podían rebrotar en cualquier momento, como indirectamente escribe Zárate:
“Por ejemplo, algunos afirmaban que la enfermedad se debía a los viajes de las vizcachas, siendo estas las causantes; también se registra la opinión de un veteri¬nario que aseveraba que el mal que padecía Vallegrande era sólo una carbuncosis (enfermedad vi¬rulenta y contagiosa producida por el Bacillus anthracis que sufre el ganado), entre otras.” (Zárate, op. cit.) Y, en efecto, había una posibilidad de rebrote como, sin establecer ninguna conexión con la peste, señala el Che en la entrada del 05.I.1967: “El punto denominado Yuki es un potrero cercano a este campamento, abandonado por sus moradores por sobrevenir una peste en el ganado”. Naturalmente, no sabemos de qué tipo podía ser esa peste pero seguramente era grave, de lo contrario sus ‘moradores’ no habrían abandonado el lugar.
El terror
Como era de prever, en muchas ocasiones los ‘campesinos’ reciben aterrorizados a los guerrilleros. Reacción normal pero en los Diarios podemos leer dos párrafos que no se refieren a ese pánico ancestral de los vallegrandinos: entre las 37 menciones a los campesinos desgranadas por el Che, hay dos escalofriantes,
1) “la base campesina sigue sin desarrollarse; aunque parece que mediante el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más, el apoyo vendrá después. No se ha producido una sola incorporación” (Resumen mes de abril 1967) Y, al mes siguiente, el Che vuelve sobre el tema del terror pero ahora observable desde los dos bandos en disputa:
2) “El Ejército dio el parte de la detención de todos los campesinos que colaboraron con nosotros en la zona de Masicuri; ahora viene una etapa en la que el terror sobre los campesinos se ejercerá desde ambas partes, aunque con calidades diferentes; nuestro triunfo significará el cambio cualitativo necesario para su salto en el desarrollo” (Resumen mes de mayo 1967)(en las dos citas, mis cursivas)
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