Simón Rodríguez: tutor y maestro de Simón Bolívar

Por Daniel Alberto Chiarenza
“Adentro, humo de cocina y alboroto de chiquilines. Aquí vive Simón Rodríguez. El maestro de Bolívar tiene en su casa una escuela y una fabriquita. Él enseña a los niños la alegría de crear. Haciendo velas y jabones, paga los gastos”
28 de febrero de 1854: muere en Perú el maestro Simón Rodríguez
Simón Rodríguez nació en Caracas la noche del 28 de octubre de 1769. Bautizado a los pocos días como niño expósito. Se consideraba “niño expósito” a un recién nacido que había sido abandonado por sus padres y confiado a una institución benéfica.
Criado en casa del sacerdote Alejandro Carreño, toma de él su apellido y es conocido como Simón Carreño Rodríguez. Algunos testimonios hacen pensar que el sacerdote era el padre de Simón Rodríguez y también del hermano de Simón, José Cayetano Carreño, cuatro años menor que él. Su madre Rosalía Rodríguez era hija de un propietario de haciendas y ganado, descendiente de habitantes de Canarias.
En 1791 el Cabildo de Caracas lo nombra profesor en la “Escuela de Lectura y Escritura para niños”. En 1794 escribió “Reflexiones sobre los defectos que vician la escuela de primeras letras en Caracas y medios de lograr su reforma por un nuevo establecimiento”. En esa escuela tiene la oportunidad de ser el tutor y maestro de Simón Bolívar. Influenciado por El Emilio de Jean-Jacques Rousseau, Simón Rodríguez desarrolla una revolucionaria epistemología –filosofía del conocimiento- del modelo educativo a llevarse en Hispanoamérica.

“Simón el maestro y Simón el alumno. Veinticinco años tiene Simón Rodríguez y trece Simón Bolívar, el huérfano más rico de Venezuela, heredero de mansiones y plantaciones, dueño de mil esclavos negros”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Bolívar en carta al general Santander en 1824 decía que su maestro “enseñaba divirtiendo”. Rodríguez intentaba romper con las rígidas costumbres educativas del colonialismo español. Esto se reflejaría en toda la obra y el pensamiento de Simón Rodríguez.
“Sostiene este lector de Rousseau que las escuelas deberían abrirse al pueblo, a las gentes de sangres mezcladas; que niñas y niños tendrían que compartir las aulas y que más útil al país sería crear albañiles, herreros y carpinteros que caballeros y frailes”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
La participación de Rodríguez en la conspiración de Gual y España (1797) contra la corona española lo fuerza a tomar el camino del exilio.

En Kingston, Jamaica, cambia su nombre por el de Samuel Robinsón. Permanece algunos años en Estados Unidos, viaja a Francia (1801). En 1804 se encuentra allí con Simón Bolívar. Juntos realizan un largo viaje por gran parte de Europa. Son testigos presenciales de la coronación de Napoleón Bonaparte en Milán. Y es testigo del juramento de Bolívar sobre el monte Sacro, donde profetiza que liberaría a toda América de la corona española y Rodríguez lo registra.
“Lejos de Caracas, el preceptor inicia al muchacho en los secretos del universo y le habla de libertad, igualdad, fraternidad; le descubre la dura vida de los esclavos que trabajan para él y le cuenta que la nomeolvides también se llama myosotis palustris. Le muestra cómo nace el potrillo del vientre de la yegua y cómo cumplen sus ciclos el cacao y el café. Bolívar se hace nadador, caminador y jinete; aprende a sembrar, a construir una silla y a nombrar las estrellas del cielo de Aragua. Maestro y alumno atraviesan Venezuela, acampando donde sea, y conocen juntos la tierra que los hizo. A la luz de un farol, leen y discuten Robinson Crusoe y las Vidas Paralelas de Plutarco”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Entre 1806 y 1823, mientras ya se libraba la Guerra de Independencia en su Venezuela natal, Rodríguez residirá en Italia, Alemania, Rusia, Prusia y Holanda. Simón diría de este tramo de su vida: “Permanecí en Europa por más de 20 años; trabajé en un laboratorio de química industrial […]; concurrí a juntas secretas de carácter socialista […]. Estudié un poco de literatura, aprendí lenguas y dirigí una escuela de primeras letras en un pueblecito de Rusia.
“Orejas de ratón, nariz de borbón, boca de buzón. Una borla roja cuelga, en hilachas, del gorro que tapa la temprana calva. Los anteojos, calzados por encima de las cejas, rara vez ayudan a los ojos azules, ávidos y voladores. Simón Carreño, Rodríguez por nombre elegido, deambula predicando rarezas”. Eduardo Galeano: Memoria del Fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Regresa a América en 1823, recuperando el nombre de Simón Rodríguez. En Colombia establece la primera escuela-taller. Atiende el llamado hecho por Bolívar desde el Perú y es nombrado “Director de la educación Pública, Ciencias, Artes Físicas y Matemáticas” y “Director de Minas, Agricultura y Vías Públicas” de Bolivia.

“Para enseñar a pensar”: “Hacen pasar al autor por loco. Déjesele trasmitir sus locuras a los padres que están por nacer.
“Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de razas ni colores. No nos alucinemos. Sin educación popular, no habrá verdadera sociedad.
“Instruir no es educar. Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen y tendrán quien haga.
Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su «porqué» al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las órdenes que recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: «Por qué». Enseñen a los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el porqué de lo que se le manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón: no a la autoridad, como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos.
“En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres; y segundo, porque las mujeres aprender a no tener miedo a los hombres.
“Los varones deben aprender los tres oficios principales: albañilería, carpintería y herrería, porque con tierras, maderas y metales se hacen las cosas más necesarias. Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no se prostituyan por necesidad, ni hagan del matrimonio una especulación para asegurar su subsistencia. “Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
En 1826, establece una segunda escuela-taller como parte del proyecto para toda Bolivia. El mariscal Antonio Sucre, presidente de Bolivia, no tenía una buena relación con él, por lo que Rodríguez renunció ese año, trabajando el resto de su vida como educador y escritor, viviendo alternativamente entre Perú, Chile y Ecuador. Es muy rico su trabajo “Sociedades Americanas”, que tuvo varias ediciones publicadas en Arequipa (1828), Concepción (1834), Valparaíso (1838) y Lima (1842). Allí insiste en la necesidad de buscar soluciones propias para los problemas de Hispanoamérica, idea que sintetiza su frase: “La América española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales sus medios de fundar uno y otro. O inventamos, o erramos”.
Y continúa de esta manera:
“¡Vea la Europa cómo inventa, y vea la América como imita!
“Unos toman por prosperidad el ver sus puertos llenos de barcos… ajenos, y sus casas convertidas en almacenes de efectos… ajenos. Cada día llega una remesa de ropa hecha, y hasta de gorras para los indios. En breve se verán paquetitos dorados, con las armas de la corona, conteniendo greda preparada «por un nuevo proceder» para los muchachos acostumbrados a comer tierra.
“¡Las mujeres confesándose en francés! ¡Los misionerós absolviendó pecadós en castellanó!
“La América no debe imitar servilmente, sino ser original.
“La sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son, en América, dos enemigos de la libertad de pensar. Nada quieren las nuevas repúblicas admitir, que no traiga el pase… Los estadistas de esas naciones, no consultaron para sus instituciones sino la razón; y ésta la hallaron en el suelo. ¡Imiten la originalidad, ya que tratan de imitar todo!
“¿Dónde iremos a buscar modelos? Somos independientes, pero no libres; dueños del suelo, pero no de nosotros mismos.
“Abramos la historia: y por lo que aún no está escrito, lea cada uno en su memoria”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Como todos los grandes, éste de la educación popular, precursor de Paulo Freire, llegará para Simón su etapa de incomprensión y aparente decadencia.
“Cuesta arriba, en el barrio La Rinconada del puerto chileno de Valparaíso, al frente de una casa cualquiera hay un cartel:
LUCES Y VIRTUDES AMERICANAS
Esto es, velas de sebo, paciencia, jabón,
resignación, cola fuerte, amor al trabajo
“Adentro, humo de cocina y alboroto de chiquilines. Aquí vive Simón Rodríguez. El maestro de Bolívar tiene en su casa una escuela y una fabriquita. Él enseña a los niños la alegría de crear. Haciendo velas y jabones, paga los gastos”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.

También fue importante “El Libertador del Mediodía de América y sus compañeros de Armas” (1830), un alegato sobre la lucha social que emprendía Bolívar en esa época.
Hacia el final de su vida dio clases en colegios de Quito y Guayaquil (Ecuador); debido a un incendio que azotó esta ciudad, gran parte de su obra se quemó.
“-En lugar de pensar en medos, en persas, en egipcios, pensemos en los indios. Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio. Emprenda su escuela con indios, señor rector.”
Simón Rodríguez ofrece sus consejos al colegio de Latacunga, en Ecuador: que una cátedra de lengua quechua sustituya a la de latín y que se enseñe física en lugar de teología. Que el colegio levante una fábrica de loza y otra de vidrio. Que se implanten maestranzas de albañilería, carpintería y herrería.
“Por las costas del Pacífico y las montañas de los Andes, de pueblo en pueblo peregrina don Simón. Él nunca quiso ser árbol, sino viento. Lleva un cuarto de siglo levantando polvo por los caminos de América. Desde que Sucre lo echó de Chuquisaca, ha fundado muchas escuelas y fábricas de velas y ha publicado un par de libros que nadie leyó. Con sus propias manos compuso los libros, letra a letra, porque no hay tipógrafo que pueda con tantas llaves y cuadros sinópticos. Este viejo vagabundo, calvo y feo y barrigón, curtido por los soles, lleva a cuestas un baúl lleno de manuscritos condenados por la absoluta falta de dinero y de lectores. Ropa no carga. No tiene más que la puesta.
“Bolívar le decía mi maestro, mi Sócrates. Le decía: Usted ha moldeado mi corazón para lo grande y lo hermoso. La gente aprieta los dientes, por no reírse, cuando el loco Rodríguez lanza sus peroratas sobre el trágico destino de estas tierras hispanoamericanas:
“-¡Estamos ciegos! ¡Ciegos!
“Casi nadie lo escucha, nadie le cree. Lo tienen por judío, porque va regando hijos por donde pasa y no los bautiza con nombre de santos, sino que los llama Cholo, Zapallo, Zanahoria y otras herejías. Ha cambiado tres veces de apellido y dice que nació en Caracas, pero también dice que nació en Filadelfia y en Sanlúcar de Barrameda. Se rumorea que una de sus escuelas, la de Concepción, en Chile, fue arrasada por un terremoto que Dios envió cuando supo que don Simón enseñaba anatomía paseándose en cueros ante los alumnos.
“Cada día está más solo don Simón. El más audaz, el más querible de los pensadores de América, cada día más solo.
“A los ochenta años, escribe:
“-Yo quise hacer de la tierra un paraíso para todos. La hice un infierno para mí”. Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
En 1853 emprende su último viaje a Perú al lado de su hijo José y de Camilo Gómez, un compañero de aquél. Gómez lo asiste en su muerte, en el pueblo de Amotape. Sus restos son trasladados 70 años después al panteón de Perú, y luego a su Caracas natal en donde reposan hoy en día en el Panteón Nacional desde 1954.
“Cuenta un testigo cómo Simón Rodríguez se despidió del mundo: Don Simón, tan luego vio entrar al cura de Amotape, se incorporó en la cámara, se sentó, hizo que el cura se acomodara en la única silla que había y comenzó a hablarle algo así como una disertación materialista. El cura quedó estupefacto, y apenas tenía ánimo para pronunciar algunas palabras tratando de interrumpirlo…” Eduardo Galeano: Memoria del fuego. II. Las caras y las máscaras. Argentina, Siglo XXI, 1988.
Arturo Uslar Pietri escribió una biografía novelada sobre Simón Rodríguez, publicada en 1981: La isla de Robinsón.
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