El voto como ejercicio, el voto como maleficio

El voto como ejercicio, el voto como maleficio

Es el debate que habita en el seno de las reuniones callejeras de las ciudades españolas.

“Pregunten a los electores por el nombre de los que estaban en la lista que eligieron. Pregunten a los elegidos por las visitas que han realizado a los espacios de su electorado en tiempos de normalidad”.

Las voces contra los representantes políticos, elegidos en las urnas suenan con excesiva frecuencia. Es como si, después de elegirlos, resultaran pervertidos por un extraño maleficio con el que, tras admirarlos, pasaran a ser el objeto de todas las iras. No hay duda de que los comportamientos de muchos de ellos y ellas, encerrados en la fortaleza del escaño, empapelados por los expedientes, urgidos por las reuniones, van evolucionando hacia una cierta forma de endiosamiento. Desde esa peana sobre la que se instalan concejales, alcaldes, diputados, ministros y ministras, se construye con facilidad la ilusión del poder sin límites. El comportamiento de ese grupo, que no es la totalidad, se le atribuye sin embargo a todo el colectivo de los representantes políticos. Injusticia sobre la que ya avisó el antiguo Aristóteles cuando advirtió que los juicios universales son siempre falsos.

El abandono social en el que se sumergen los representantes electos, es notable. Abandono de los elegidos con respecto a sus electores, abandono de los electores hacia sus elegidos. Sólo si destacan por alguna clase de escándalo, por alguna suerte televisiva que los coloca en el escaparate, volverán los electores a mirarlos y a pensar en ellos. Hay una prueba que lo demuestra: pregunten a los electores el nombre de los que estaban en la lista que eligieron, el trabajo que le han visto realizar a lo largo de su mandato de representación, las tareas que cumplen o incumplen. Pregunten a los elegidos por las visitas que han realizado a los espacios de su electorado, en tiempos de normalidad, al margen de los conflictos conocidos públicamente. La incomunicación entre ambos espacios es notable.

En estas jornadas de campaña 2011 irrumpe de nuevo el "no nos representan". Es una protesta, un rechazo de dudosa justificación. Tan difícil es que un olivo dé naranjas, como que abunden los políticos indecentes en una sociedad decente. Y aún más difícil que se multipliquen y se mantengan en el cargo de representación que los votantes le consiguen. Así que, los representantes políticos, pasados, presentes futuros, se sostienen gracias a los valores y las conductas que circulan en la sociedad. Lo políticos honestos, trabajadores, responsables, con actitud de servicio a los representados, los ha habido, los hay, los habrá. Son los que luchan por la recuperación moral, por la restauración ética de la política, ellos también nos representan. Cada cual representa a los semejantes.

Esta forma de democracia abreviada en forma de voto cuatrienal, de elección bipartidista, que oculta con su manto muchos siglos de luchas y triunfos, derrotas y esperanzas, mantiene escasamente su sentido a fuerza de procesos electorales. Es una forma de participación popular limitada, que comprime las voces discrepantes en el corsé hecho a medida por las minorías poderosas. Es también limitada por la burla que, en el caso de España, significa el modo de contar votos para pervertirlos en partidos ajenos a la voluntad de quien los depositó. Y para construir falsas mayorías que se fundan en el número de escaños y no en el número de votos reales que muestran una pluralidad mayor de la que se refleja en los ayuntamientos y en los parlamentos.

Así que no debe extrañar que, en estos tiempos de desasosiego democrático europeo, el voto en blanco, el voto nulo, la abstención consciente, hagan su campaña particular. Es el debate que habita en el seno de las reuniones callejeras de las ciudades españolas. Un nuevo maleficio que resucita el silencio de los tiempos franquistas y abona el crecimiento del monstruo. El maleficio que actuó en el periodo de entreguerras, haciendo crecer el miedo de nuevo tan presente hoy. Sin olvidar que junto al miedo se acomodan y alientan los fascismos.
El maleficio aquí, en los tiempos de la democracia avanzada, en los espacios del conocimiento, en las formas de libertad, en la sociedad de los derechos, no se rompe con ensalmos, bebedizos ni oraciones. Se vence con la palabra libre, alta y claramente pronunciada. Se aleja con el ejercicio diario de la soberanía, de la reivindicación de los derechos. Y con el rechazo de programas y partidos que proponen recuperar el sometimiento, la moralina hipócrita, la prepotencia, el miedo, el miedo, el miedo.

Aún en esta democracia abreviada, en la que el voto actúa como expresión minimalista que la resume, no hay que dar ni un paso atrás. Es lo que significaría el silencio de la abstención, de los votos blancos y nulos que alimentan claramente el sistema de ideas únicas, de medidas económicas, laborales, sociales destructivas, consensuadas sin fisuras. No habrá libertades con bipartidismo. No habrá derechos con el mensaje único del empobrecimiento masivo. No habrá justicia ni convivencia cívica desde el silencio de las urnas. Ni con las soluciones de la derecha política y de la derecha real que rebaja pensiones, salarios, derechos…

Es tiempo de leer programas electorales, de valorar su cumplimiento. Es tiempo de recordar las lecciones de la historia. Están en muchos lugares, algunos como "El miedo a la libertad" de Erich Fromm. También en la excelente literatura de "Una princesa en Berlin" de Arthur R. G. Solmssen, una novela que es casi la autobiografía del comienzo del siglo XXI. Los nubarrones de la barbarie asoman en el horizonte.

Ahora que todavía tenemos la palabra, frente a la barbarie, no hay que abandonarla. El día 20 en las urnas. Y cada día más en las calles, en las plazas, en los trabajos si los hay. A ello animo a todos, desde el fondo de la plaza, a la izquierda.

* Publicado en Información.es

 

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