Elogio de la vagancia
“Preferiría no hacerlo” respondía a sus jefes el exasperante Bartleby, el escribiente de Herman Melville. Lo cierto es que repudiamos un sistema que, en nombre de la aspiración al placer sexual o el simple bienestar tranquilos, nos encadena a una noria extenuante. Y nos roba, por la fuerza, y con una publicidad mentirosa que inunda los sentidos, nuestro único y más precioso activo: el tiempo de vida. Esto se sabe; lo que no acertamos es a ponerle remedio. Tampoco existe el azar del prometido maná gratis total en el outlet paradisíaco; salvo en las altas esferas políticas y en la ficción bíblica. Por eso los parásitos más agitados se afilian a los anillos del poder.
La pereza es un derecho considerado altamente subversivo. Tal vez el que más, porque según la púrpura catequística, la ociosidad es la madre de todos los vicios”. Y, en estos tiempos precarios, negarse a ser explotado es además algo que queda fuera de lugar, como de otra galaxia. Pero el problema es la reducción a un maquiavélico absurdo. Es que, quienes han inventado este circo, lo hicieron con la promesa de liberarnos por el trabajo. Y ahora no lo pueden garantizar. No hay. Está en vías de extinción, como el tigre siberiano. A modo de exorcismo han inventado la palabra crisis.
Sin embargo, se rechaza con repugnancia o desdén, tildándolas de fábrica de vagos, la doctrina de la Renta Básica y el Decrecimiento o Crecimiento Cero. Como si fueran herejías. Y lo son, herejías: pero positivas, lúcidas y laicas; ajenas a la furibunda y destructiva maldición religiosa del “ganarás el pan con el sudor de tu frente…” para que te expriman como un limón y luego arrojen las mondas a la basura, los ricos de la globalización: ese trasunto posmoderno de civilización ensimismada. Ese consumo feroz y descerebrado por liquidacionista.
Ahora resulta que Hillary Rodham Clinton le da la razón a la vagancia y a la utilización del tiempo como algo disfrutable y creativo, no el habitual opio consumista y desquiciado. Un lujo en el pantano de la producción-consumo, el atascado binomio que nos está llevando al sumidero.
El elogio del no hacer nada lo anuncia nada menos alguien que ha sido hasta ayer, como aquel que dice, hipercinética secretaria de Estado de los EEUU de América. Esta mujer era un avión geoestratégico con traje de chaqueta y sonrisa de duralex. Podía haber llegado a esa descreída conclusión antes de ser descabalgada del caballo del cargo, como Saulo en el camino de Damasco. Quizás habría conseguido que otros muchos ejecutores tomaran nota y la imitaran y el ejemplo cundiera…Y la sociedad en este planeta tomara entonces derroteros más humanistas o menos inhumanos…
Me voy a dedicar a no hacer nada
Ahora bien, si las élites aspiran en el fondo al descanso del ocio soberano, este sistema está ciego, es profundamente estúpido y una pura contradicción; o bien una tiranía conductista, hipócrita e inmoral, aparte de su intrínseca injusticia. Porque ¿por qué nos obligan a todos los demás a hacer el trabajo sucio, con sacrificio permanente de víctimas del palo policial, inmoladas al volcán del trabajo-no trabajo, como en tiempos aztecas del maíz? En nuestro caso, ofrendadas ni siquiera al Sol, sino a un Dios abstracto de los cielos y a un supersticioso Más Allá de color zanahoria?
Si padre