En Las Cuevas de Luis Candelas

Estamos en Las Cuevas de Luis Candelas. El camarero es muy servicial y me dice:
– mire esos jóvenes que están jugando al to-ta, so-sa, cho-cha son alumnos de la Universidad.
 
Estoy sentado al lado de Sancho Panza. En un rincón se encuentra Don Quijote como participio absoluto, quien se resuelve por una oración adverbial de tiempo; así: “Terminado este asunto (se está haciendo un toque de amor solo sobre la foto de Dulcinea del Toboso), trataremos el otro”,
 
A lo que Sancho responde dirigiéndose a mí:
– El otro asunto se refiere a este cuento:
 
Que un tal Mefisto Hipérbaton viene en viaje montado en la parda mula del guarro del Cid, tan trotona como falsa, que diría Eugenio Tapia, a la Península de Tonga, donde San Cook visitó al rey Fatafehi Paulah, Viejo corpulento y muy fornido, rey autoproclamado en picaflor por la gracia de dios y de su pueblo, pues desde pequeño tuvo un sueño profético que, más tarde, cumpliría, y que era que no se acostaría con la misma mujer más que una sola vez. ¡Simpático el majara¡ Y cuenta su santoral particular que pasaron por su trono 10 hembras por día, llegando a calcularse unas 37.900, que por eso San Cook le dio a conocer como “El Amante más ocupado”.
 
Queriéndole imitar, la Historia nos lo cuenta, le siguieron el rey San Jorge IV (1762-1830), que amó a ¡7.000 Aspirantes a reina¡
 
El rey San  Eduardo VII (1841-1910), a ¡7.800 Amiguitas de corte¡
 
El rey Ibn-Saud (1880-1953), a ¡20.000 Sumisas reales¡
 
Desde los 11 años hasta su muerte, con 72 años, el monarca árabe mantuvo relaciones sexuales con tres hembras cada noche, exceptuando las noches de batallas. Usando el mismo método de cómputo conyugal que Brigitte Bardot. Ibn-Saud habría tenido un total de 20.000 rolletes a lo largo de su vida. De tan prolífica vida mística surgió la ya famosa máxima monarcal y monacal  “¡qué bueno es ser rey o abad!”.
 
– Oye, calla y escucha, le digo a Sancho.
 
Vuelto hacia nosotros Don Quijote nos recita con su demente voz:
Palomas de los valles, prestadme vuestro arrullo.
Prestadme, claras fuentes, vuestro gentil rumor” (Zorrilla).
 
Vuelto a sentarse e imitando a Iriarte, Don Quixote, como más le gustaba le nombrasen, se puso a dar conversación a un abanico y a un manguito, un paraguas y un quitasol.
 
Sin dejarle terminar, prosiguió Sancho:
– Sí, amigo, un tal Mefisto Hipérbaton nos llega a la Península de Tonga, en el más acertado Gang-Bang de libro, a combatir la máxima de: “La Razón, en la plaza; la religión, en la cuadra”. Y sobre el ara de su altar irán pasando por la piedra dos millones entre zagales y zagalas, primero las interjecciones y los vocativos; a éstos seguirá el sujeto con sus complementos (genitivos y nombres en aposición); después, el adverbio de negación; detrás, el verbo y sus adverbios, seguidos de los atributos y sus apuestos; luego los complementos directos, indirectos y circunstanciales, los descuentos fiscales, y, a continuación de cada uno de ellos, sus complementos en genitivo y nombres en aposición.
 
Don Quijote, vuelto hacia la gente, haciéndonos callar,  en elíptica de la forma verbal hay, urbi et orbi proclamaba:
– Donde juncos, agua; donde humo, fuego; donde mujeres, demonios. Prosiguiendo: Entre los despojos que los ingleses llevaron a la ciudad de Cádiz, Clotardo, un caballero inglés, Capitán de una escuadra de navíos, amigo de Lord Byron, llevó a Londres una niña de edad de siete años.
 
 
 

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