En pocilgas
Estamos en la cantina de Pocilgas, localidad de la provincia de Salamanca. En vasitos de porcelana, loza u otra materia, tomamos un chocolate o cualquier otra cosa líquida.
¡Puaf¡, hay que joderse, me dice un morenillo guapete, de la Dominicana, camarero y salsero, con estilo chulo putas, ese que ves ahí sentado solo, la testuz sobre las manos y sus codos sobre la mesa observando sin quitar ojo, ha venido en coche oficial y debe ser , por la cara de hijoputa que tiene, un chivato o boquera bodoque al servicio de la represión, pues lleva colgada, y no se la quita, una mariconera estilo pipa o pistolera.
Esos otros, prosigue, han venido montados en Borricos y en Jumentas Son Cátulo (Cayo Valerio), Cicerón (Marco Tulio), y los dos Catones, Marco Poncio “el Censor”, austero y rígido y con una inquina a Cartago, como la que tienen los cristianofascistas a las Clínicas de Aborción y a las Asociaciones de paz, amor y libertad; y el “de Utica”, fanático defensor de las libertadas republicanas, que , según dice, se matará más tarde al ver estos ideales perdidos, al estilo de los que se suicidan por desahucios.
Les miro, y me sonrío. Veo, en ellos, falsedad, malevolencia, corrupción, perfidia; atributos que adornan a todos los tribunos, barones o políticos.
Están sentados alrededor de una mesa redonda en la que figura la constelación de la Osa Mayor, y sobre la que la polarización de la luz se desvía, haciéndoles a ellos reflexionar.
Yo estoy en otra mesa, también solo. Acabo de dejar un librito “Reflexiones”, de un tal Manolo Gorrínez, exmarista del Potosí, ciudad de Bolivia, célebre por las minas de plata de sus inmediaciones, comprado en el Rastro de Madrid; y abierto en la página 33 que estaba leyendo:
Mirando sobre mis hombros el morenillo, pegado a mi espalda, sentí amenidad y fertilidad de un lugar cubierto de pelos. Riendo al leer los versos, él marchó a la barra, que dos codales servían de encaje y la sustentaban.
Nuestras miradas, junto con la del boquera ese, se dirigieron hacia los cuatro conterturlios, sobre cuyas cabezas colgaba una longaniza de bofes de puerco disecada con una luz en su punta. Cada cual echaba fresco a cada uno. Así decían, hablando alto:
Catón “el Censor”: estamos en una nación, en un mundo desdichado, infeliz, abatido. Gente inútil y de poca habilidad manejan las suertes del gobierno, pero de buen ánimo y espíritu para enriquecerse y robar, pues son de buen natural aforado, y fe vaticanaza, pues su dios de bolsillo lo perdona todo.
Cicerón: mientras el pueblo la echa de pobre, pues la pobretería se nota en los pedigüeños de la calle y o en todos esos que se meten en los contenedores de basura para buscar de comer, pues hay escasez de algo, la dejación voluntaria o cortedad de animo de quienes gobiernan es mucha. La mentira, la bola de la fe lo cura todo, es cierto.
Catón “el de Utica”: Y, sin embargo, es indigno ver en las fiestas patronales de los pueblos y ciudades, cómo la gente abultada de carnes y de buen comer tapea su necesidad, estrechez, carencia de lo necesario para el sustento de la vida. Lo cual nos dice que todo es falso. Que la crisis se sustenta en las casetas de tapas y vino, como el azote y el maltrato en la fiesta de los toros. El paro es un espejismo de la miseria.
Cátulo: Callad. Escuchemos a este grupo de música tradicional o folk “Podadera”, que suena:
A continuación, cogió un libro titulado “De las ocho partes de la oración”, de Elio Donato, que estuvo en uso en las escuelas durante la Edad Media y gran parte de la Moderna, leyendo una página al azar inventado:
“El pobrismo del Congreso y el Senado es de pozo y cloaca. O cosa semejante. Esto es una pocilga, zahurda o casa en que se recoge el ganado de cerda, hediondo y asqueroso, así como todas las camándulas de trastienda, disimuladas e hipócritas.
A continuación, intervino Catón, quien dijo que había hablado poco; pero que no dijo nada primero, pues se le vio sacarse cierto aparato del culo que da el número de los pedos andados, sea a pie sea a caballo; manifestando, después, en forma conmovedora y artística:”los políticos pudren las cosas introduciéndose en ellas”.
Se escuchó un ruido. La estacada o palizada que se pone en la berma de una obra de campaña había cedido. De pronto, apareció una señora podrigoria, llena de achaques y alifafes, que decía tener podredumbre, cierta enfermedad de las ovejas, quien, dirigiéndose a los cuatro, les dijo:
– Hoy hay Olla.
– ¿Podrida?, preguntó Cicerón.
Contestando “el de Utica”
– Esta tía es la P…Olla”.
Respondiendo el camarero:
– Si, la P..ola. Pola de Lena, de Siero, etc.
– Santa Pola, dije yo, riendo.