En una Huffy de mujer
Por Francisco Cabanillas. LQSomos.
La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el
equilibrio hay que seguir pedaleando.”
Albert Einstein
Porque es muy duro
pasar el Niágara en bicicleta.
Juan Luis Guerra
Pasaron / junto a mí / las bicicletas, / los únicos / insectos / de aquel / minuto seco […]
Pablo Neruda
I
Antes de partir en el vuelo 787 de Detroit a Houston (llevo una novela corta de José Luis González), escucho un episodio viejo de Palabra Libre; podcast de Néstor Duprey y Eduardo Lalo dedicado a promover —leitmotiv— el fin del bipartidismo boricua. El historiador, Duprey, dice que la única soberanía posible a la que Puerto Rico puede aspirar se dará en relación con Estados Unidos.
Según se mueve la fila para abordar, aflora uno de los fragmentos más pegajosos de la poesía de Francisco Matos Paoli: “Ya está transido, pobre de rocío este enorme quetzal de la nada” (1976). La espera se hace más densa, como si un eco inesperado quedara suspendido en el tiempo: “quetzal de la nada, quetzal de la nada, quetzal de la…, quetzal…” Otros poetas se agolpan en el espacio condensado de la espera (vuelo de Detroit a Houston; diáspora). Desde la poesía nuyorican, Victor Hernández Cruz irrumpe, en Snaps (1969), como un “new york air poet.” El hecho de que El Poeta nuyorican por antonomasia, Pedro Pietri, muriera en un avión que regresaba de México a Nueva York el 3 de marzo de 2004, estremece.
No; no es posible no pensar en Altazor (1931), el poeta en paracaídas del chileno Vicente Huidobro. Chile; país donde, según Marcos Reyes Dávila, en “‘Mi viaje al sur’ de Hostos: 150 años después” (2018), el decimonónico boricua Eugenio María de Hostos “maduró su personalidad y su figura” a finales del siglo (1873). Donde también “desarrolló su tesis sobre la educación de la mujer.” ¡Chile!
La guagua aérea (1974) de Luis Rafael Sánchez se estrella contra el abismo de la pintura de Arnaldo Roche Rabell en Azul (2009). El cuento de Gabriel García Márquez, “El ahogado más hermoso del mundo” (1968), escupe tinta como un pulpo que mancha el Caribe de sargazo literario. En el cuento de Julio Cortázar, “La isla a mediodía” (1966), se estrella el avión. Un poco antes, el grabado de Lorenzo Homar, Temporal (1955), mide la velocidad del vértigo.
II
El segundo piso del aeropuerto tiembla con el furor de los aviones que entran y salen. Desde el Museo de Arte de Detroit, el mural de Diego Rivera sobre los trabajadores de la industria automotriz, pintado en 1933, inunda el paisaje de estro: tufo de clase (geometría y ritmo).
Vuelo 787; periplo de menos de tres horas. Al despegar, abro la novela corta de José Luis González, La llegada (crónica con ficción) (1980); 106 páginas que se pueden leer, de Detroit a Houston, rápidamente, como lectura preliminar (de turista).
Según se eleva el avión, la novela se condensa. La presión hace que la prosa propenda hacia la poesía. Pronto, estamos en el Puerto Rico de 1898; justo en el día en que el derrotado imperio español le cede la isla al entrante imperio usamericano.
En pocas páginas, La llegada despliega la reacción heterogénea, demasiado heterogénea —y en ello consiste su crítica histórica— de la sociedad puertorriqueña ante la “llegada” (invasión) de Estados Unidos en 1898; desde el peninsular vencido al autonomista criollo a punto de aceptar el colonialismo gringo; desde el cura a las putas; desde el alcalde al negro; desde todos al militar gringo, el coronel Johathan Calvert Mackintosh, que llega en caballo a asumir el nuevo poder imperial cagándose, con diarreas…
III
Vuelo de fácil lectura. Al aterrizar en el aeropuerto de Houston, la bosta de La llegada se hace evidente. Llamado George Bush Intercontinental Airport, lleva el nombre del presidente usamericano que, en los coletazos de la Guerra Fría, invadió Panamá el 20 de diciembre de 1989, haciendo mierda a miles de panameños de El Chorrillo. Violencia que testimonió Barbara Trent en The Panama Deception (1992); documental que, para un boricua, no tiene precio, pues empieza la tragedia panameña con música navideña de Ismael Rivera, el Sonero Mayor de Puerto Rico, seguidor, como dramatiza la novela El Nazareno (2017) de Daniel Nina, del Cristo Negro de Portobelo de Panamá.
Desde el aeropuerto republicano de Bush hasta el sur de la ciudad de Houston; 45 minutos por una autopista en nada parecida a la de Julio Cortázar, “La autopista del sur” (1966), ni mucho menos a la carretera de Marta Aponte Alsina, PR 3 Aguirre (2018). Autopista en la que, según se acerca al casco de la ciudad, el tráfico se condensa, creando tapones muchísimo menos dramáticos que los de La guaracha del Macho Camacho (1976) de Luis Rafael Sánchez.
Más al suroeste de Houston University, desde donde la incandescencia del libro del profesor Gerald Horn, The Counter-Revolution of 1776. Slave Resistance and the Origins of the United States (2014), irradia la zona con su contrapropuesta —la ruptura colonial de Estados Unidos con Inglaterra en 1776 es vista como una “contrarrevolución” llevada a cabo por los “padres fundadores” para “evitar” la abolición de la esclavitud que se veía venir desde London—; mucho más al suroeste de esa universidad de la ciudad de Houston, donde el también profesor Nicolás Kanellos lleva a cabo un proyecto de “Recuperación de la Herencia Literaria Hispánica,” el llamado Old Spanish Trail, tramo que viene del noreste, interseca con la calle Kirby Dr.. Calle que, doblando a la derecha, lleva al Brays Bayou / Pantano de Brays, a lo largo del cual, en una bicicleta Huffy de mujer, se lleva a cabo el pedaleo del 18 de diciembre al 8 de enero de la navidad de 2021. ¡Diáspora!
IV
Localización; entre la Main Street y el 261 South Braeswood Boulevard frente al Pantano de Brays. Desde ahí, los Cuentos sin ton ni son (1970) de Tomás Blanco, con prólogo de Concha Meléndez, marcan la geografía, irradiándola, frente al pantano; a lo largo del cual un sendero para caminantes, corredores y ciclistas delinea la ruta paralela al hilo del agua del Pantano de Brays –una construcción moderna, de cemento, que divide la South Braeswood de la North Braeswood— .
Irradiación literaria. En el prólogo de Sin ton ni son, Concha Meléndez defiende la prosa de Tomás Blanco, autor de la Generación de 1930, cuya narrativa no se entrega in toto a las pulsiones modernas, autorreferenciales, metaficcionales, de la época (“Cervantes las manejó casi todas”); manteniéndose “al tanto” de las mismas sin por eso “renegar” de las formas “ya consagradas” de la tradición. Aclara Meléndez: “Los narradores modernos ceden a menudo a la tentación de destacar el virtuosismo técnico a expensas de lo narrado y sus novelas y cuentos se convierten a veces en frías, descarnadas, abstractas estructuras excesivamente intelectualizadas.”
Pedaleo mañanero por el sendero del pantano en dirección noreste, pasando el Texas Medical Center hasta llegar al parque homónimo, Brays Bayou Park, el Campo de Golf, el Zoológico, el Jardín Japonés y el Distrito de los Museos; entre Texas Southern University por un lado, el más distante y a la derecha, y, por el lado contiguo a la izquierda, Rice University. Pedaleo letrado, entre el arte, la ciencia y el deporte, con tonalidades orientalistas. Del pantano moderno a la modernidad citadina del parque.
Pedaleo de regreso al 261 South Braeswood Boulevard; el hilo de agua del pantano parece una línea recta que obnubila en su aparente infinitud. Imantado por la irradiación de los cuentos de Tomás Blanco, sobre todo “Vida y misterios de la Calle de la Tanca,” el pedaleo de regreso se hace más fácil; como si la bicicleta volviera por su cuenta al prólogo de Concha Meléndez para subrayar la relación entre lo narrativo y lo ensayístico. Es decir, la disminución de la “anécdota” al “mínimo” en favor del “análisis” y la “reflexión” que empujan las “fronteras” del “cuento” hacia las del “ensayo.” Dice Meléndez: “La proximidad al ensayo es consecuencia del amplio saber científico y literario del autor y de su sentido histórico y crítico.”
Cuentos sin ton ni son. Sobre “Los misterios de la Calle de la Tanca,” la descripción del Viejo San Juan amurallado cartografía las tres puertas del islote decimonónico, de las que solo ha quedado una. Según Tomás Blanco:
“La vida de la calle de la Tanca no ha sido tan larga ni de tanta importancia como la de sus siete hermanas mayores que, desde muy temprano, flanquearon la Plaza de Armas como núcleo poblacional, y en seguida, estiraron sus tentáculos hacia las tres puertas originales del recinto amurallado: La Puerta de Tierra al Este, la de los Santos Justos y Pastor al Sur, y al Poniente, frente a la Iglesia Catedral, la del patronato San Juan, que daba al primitivo puerto y era entrada forzada de ultramarinos forasteros. Por eso proclamaba su inscripción: Benedictus qui venit in nomie Domini.”
V
Pedaleo mañanero, esta vez en dirección opuesta; hacia un poema que se plantea como exégesis de una pintura azul, “Comentario a La tragedia de Picasso” (1980) de Áurea María Sotomayor:
“Esos brazos cruzados,
esas miradas rotas de imperfecto crepúsculo,
ese azul invasor que estrecha un saco,
un pie, una mirada, un dedo,
esos pies entreabiertos y encogidos,
esos pliegues fruncidos hasta la obstinación
o el desmayo despierto,
como una lucidez apenas entrevista,
pulsada por el horror, el sueño y el desahucio.”
Pedaleo entre la descripción y la interpretación azuladas. Tempestad descalza, sin brisa pero con fuerza, causada por el espanto de una realidad costera que se ha quedado sin zapata. Fría. Rota. Imperfecta. Invasiva. Apenas luminosa. Horrible. Desamparada. Interrogativa:
“Esos brazos exhumados hasta el hueso,
qué son,
mas que sólidas sombras traviesas de abstención,
incorruptibles hasta la saciedad más negativa,
barbilla contra pecho perfilado,
brazo entregado frente a brazo perfectamente ascético,
rodilla solmene y genuflexa,
rectitud de estampa,
insomnio agudo.”
Aprehensión de una respuesta sin tregua; soledad compartida que el azul protagoniza desde su ubicuidad silente, siempre a orillas del vértigo:
“Y ese mar grave, auspiciando el desmayo
y aquel niño proscrito de perfil y harapo puro
con sus pequeñas manos abiertas como un roce.
Y ese ceño.
Y ese silencio sostenido, tan saciado” (Áurea María Sotomayor).
VI
Pedaleo; dimensión de género y de clase. En una Huffy de mujer a lo largo del pantano literaturizado; entre bicicletas de hombre, mil veces mejores que la Huffy de mujer, que pasan volando bajito piloteadas por ciclistas uniformados de deportistas. La subalternización del ser, en función del tener (como diría Erich Fromm), transcurre, silenciosa, entre los que pedalean sin mirar a los de abajo. En una Huffy de mujer, vestido de paisano, la política de la invisibilidad se desplaza sobre ruedas.
Por una de las salidas del sendero hacia la North Braisewood, pedalea cuesta arriba uno que, vestido de turquesa, en una bicicleta negra de hombre, ¿enfermo o enfermero?, parece huir de la peste veintisiete años antes (1993) de que se declarara la pandemia en marzo de 2020. Se llama Sísifo (1993) y es uno de los ciclistas que Elizam Escobar pintó en la brega política, siempre soberanista, del pedaleo boricua.
VII
En una Huffy de mujer, el pedaleo navideño de 2021 termina el 8 de enero del nuevo año. Regreso; vuelo 787. De Houston a Detroit.
Despegue exitoso. Titubeo. Entre leer Mainland (1972) de Victor Hernández Cruz, empezando por el poema “Entering Detroit,” “State Street cold mingling / crowds of christmas,” y repasar la novela corta de José Luis González, La llegada (1980), gana, después de vacilar, la prosa híbrida de la novela.
La llegada; ¿única novela de la literatura en la que el conquistador llega a asumir el poder colonial cagándose?:
“Las tripas le gruñeron al son de ese pensamiento. ¡Con tal de no verse obligado a ordenar otro algo y zamparse entre las matas a la orilla del camino! […] ¡Maldita diarrea! […] Aguantó un retortijón. Aguantó dos. Pero al tercero ordenó el alto, descendió del caballo con todos los músculos del cuerpo contraídos y se metió pujando y maldiciendo entre las matas.”
Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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