Epocalipsis: entre artistas y escritores

Epocalipsis: entre artistas y escritores

Epocalipsis-lqs1Francisco Cabanillas*. LQSomos. Abril 2015

Mi restorán te brinda sus servicios.
Arrímate a la mesa, pasajero,
come hasta hartar y séante propicios
los dioses de la Uva y el Puchero.
Luis Palés Matos

Antes del final: exposición colectiva (Liga de Arte de San Juan, Puerto Rico). Cuando Yván Silén me invitó a escribir este ensayo, di por sentado que el banquete entre la pintura y la literatura al que había sido convidado lo auspiciaba la poesía. ¿Cómo no? Por eso, he tratado de oír lo poético en cada una de las piezas presentadas por los comensales: Admin Torres, Emanuel Torres, Rafael Trelles, Yván Silén y Elizam Escobar. Puse las imágenes en un plato en blanco y dejé que el diálogo entre ellas fuera trazando la ruta, la cual he seguido como transcriptor que copia lo que oye. En fin, aunque tiene un principio y un final, lo que sigue debe entenderse como fragmento de un diálogo en movimiento…

Elizam Escobar. Entre la luz que cae como una gota de rocío suspendida de la nada, y la mirada que taladra desde la pose, ¿cara con cuatro ojos?, ella nos Epocalipsis-lqs2mira, en Estudio sicológico # II (2013), para que la miremos; porque el que mira -y no la luz- ilumina el cuerpo rojizo de la que se deja ver con el animal en las manos. Escena que parece una cita de un poema inédito de Silén: “He adoptado a la poesía como a un gato.” Poética, por supuesto; toda una retórica, desde el sombrero con aire boliviano hasta la mirada que se multiplica en un silencio neblinoso y americano. Terrero. Entre los ojos del alma y los del cuerpo, el contexto borroso huele a deseo de mirada masculina. No obstante, el cuerpo relajado del gato contrarresta el olor a carnalidad; dejadez que subraya el silencio. Es decir, la calma o la paciencia del deseo que posa: esa que la mirada múltiple de la diosa alinea en una quietud voraz, que parece ingrávida. ¿Se sostiene ella en la gota de luz? Ergo: lo poético no es sino la verticalidad de esa pasión, deseosa de desmoronarse, hacerse humo, en esa mota de luz que al estallar lo manche todo de blanco, como la leche de la madre que mira con ojos de gata…

Yván Silén. Igual que los senos de Angela de Foligno (2014), marcados por las lágrimas blancas de una maternidad neomística. El vacío de su vientre -¿hueco en el brazo derecho?- se llena de claridad. Diosa de la carne. Madre que llora por las tetas; mujer, sirena húmeda de la imaginación que estalla en colores. Entre la carnalidad del cuerpo que llora leche y la Epocalipsis-lqs3espiritualidad de la materia que se sabe estallido -¡una melena!-, la voluptuosidad plantea una ecuación del exceso en busca de equilibrio. El verde de una teta se chorrea hacia el blanco de la otra; la materia se hace movediza: el grito de la madre que sangra leche coincide en el salto de la mujer que estalla desde el pelo. El olor a hembra se confunde con lo blanco. La neomística nos mira para que la miremos en su tensión, a apunto de romper el azul rubendariano de las flores. El olor a madre se hace amarillo; tono de la lubricidad contenida en un cuerpo rebosante. Lo poético se expone: búsqueda de un punto medio que se mueve entre las tetas y el pubis, entre el amarillo de arriba y el de abajo…

Admin Torres. Salto al abismo plástico: Bodegón con máscara I (2014). Suspensión oleaginosa. Plasticidad. Elasticidad. ¿Petróleo? Flow crítico (el olor a menstruo remite al Silén de los setenta). Verticalidad cristalizada. Colores en fuga. Flores. Intermitencias y chisporroteos. La claridad tiene destellos momentáneos que ciegan; hay fragmentos de negro que no dicen nada. Lo doméstico pega con sabor a dormitorio de mujer. Cuarto tomado. Empapelado. Sangre. Vanidad de vanidades: ella -sí, la calavera- es la semilla blanca que funda la luz y los reflejos, colores y estrabismos. Estallido; grieta contigua por la que resplandece otro destello blanco: ¿semen? Rebote; golpe cercano de otra luz seca (pero no blanca, Epocalipsis-lqs4sino mostaza): ¡gravedad de la máscara -ella- que mira con rostro de mujer! Gata, diosa griega que nos mira sin vernos. ¿Intersecciones falsas? ¿Luminosidades ciegas? Cara de metamujer con velo y sangre de mentira en las mejillas. Aullido mudo: estallido ciego que escupe sangre desde la matriz blanca. Madre de Dios que sopla plástico. Mirada feroz de la muñeca. Lo poético se desenmascara como una artificiosidad doméstica: feminidad creada desde la violencia…

Elizam Escobar. En Niña con feto (1995), la mujer involuciona hasta la nena precoz: ¿otro regalo viejo? Huele a podrido. La claridad regresa al origen; por eso, reina la oscuridad que acecha desde un silencio a medias, entre objetos que han quedado de una cotidianidad en clave. ¿Estamos en el dormitorio de la nena o en el salón de clase? Desde su noche, la realidad parece lista; solo necesita que caiga la navaja de la guillotina que cercena impurezas y excrecencias. La niña insiste en su perversidad juguetona (¿inocencia al garete?). Entre el vestido y los zapatos rojos, color de la sangre, que es el llanto de una matriz frustrada, las medias blancas median entre la pulsión de vida y la de muerte. Cierto equilibrio se impone, aunque de una manera incómoda. Eros de gravedad. Como un ángel que cae de la noche, la nena se sonríe desde el vientre. Nos confunde. La oscuridad del cuarto empieza a ceder. Al fondo, el boceto de un cuerpo desnudo reclama su sol. La claridad se expande. Los Epocalipsis-lqs5fragmentos de cotidianidad en clave se iluminan. Ella se posiciona entre el símbolo fálico del poder y el del arte: una escuadra que parece un siete o una A coja (pero abierta). ¡La vida se llena de muerte! El arte se oscurece en su claridad simbólica: la niña se adelanta a la madre que carga la vida, aún cuando esta se confunda con la muerte. Detrás de su sonrisa, esconde la mirada. ¿Quién le ve los ojos? Ella es su propia luz: feto. Lo poético se da como espanto de la condensación…

Emanuel Torres. Cambio de sol: cae el color como si fuera el calor de todos los días. Una canícula seca, sin las complicaciones de la humedad. La niña perversa deviene, en Insoportable peso del gigantismo (2014), en el niño esquivo; el que evita nuestra mirada inquisidora porque mira a otro que tenemos al lado, que solo él ve. ¿A qué le teme este angelito, dueño del sol? ¿Huye de la soledad o juega con un ente imaginario? ¿Por qué grita en silencio? La claridad ciega. La cara enmudece. El azul del cielo parece violeta. Olor fúnebre. Algo se fermenta en la inocencia del color y en el infantilismo del trazo. Algo en la imprecisión del espacio promete espantos vívidos. ¿Se le tira encima el verde al nene? Todo parece que tiembla. Las líneas de la camisa se chorrean. ¿Hace tanto calor? El movimiento desfigura. La cara del niño quieto, aprisionado por la clorofila, se mueve de lugar: su rostro es ahora el de la mano monstruosa que nos interpela, retorciéndose, como un sol borracho, de una manera imposible. Anormal. ¿Brote de una humanidad enferma, llevada hasta el límite? ¿”Mano de Dios”? Niño-horror; fábula de un personaje que nos invita a lo Epocalipsis-lqs6siniestro desde lo pueril. Mano que parece un culo, del cual surge un crecimiento orgánico que parece también la pesadilla de una geografía isleña. ¿Quién cosecha el espanto de los niños que andan solos, entre colores de un expresionismo luminoso? Sobre todo, ¿quién se encarga del horror de los que miran desde una mano en metástasis? Lo poético se da como encanto de la sustitución: mano grotesca que reemplaza un crecimiento más feo…

Rafael Trelles. Corte de luz. El infantilismo siniestro deviene en otra oscuridad: Joel (2012). La modernidad se retuerce en su tinta tenebrosa: aparece la colonialidad del poder. La llegada de esclavos africanos a las Américas mancha el trabajo físico de poder sucio (dominación). El recuerdo de los barcos negreros donde venían los esclavos como sardinas, se transforma en una especie de aura con dos arcos: uno que parece lleno y otro que está vacío en el medio. Fuera de centro, la figura del hombre vestido de blanco se superpone al pasado del esclavo que llegó en esas embarcaciones. Tiempo que aclara el presente y que electrifica el ahora del hombre iluminado, cuyo rostro la modernidad ha dividido en dos desde sus comienzos en 1492 (Enrique Dussel): un lado oscuro y el otro claro. ¿Se enfrenta el poder al secreto? Mitad de muchas mitades. Parte de un todo más grande. Hombre que trae su propia luz, también dividida en dos: la de la incandescencia que emana de la ropa blanca y la Epocalipsis-lqs7del orisha que ilumina el camino desde el bastón. Luz que a partir de lo religioso apunta hacia lo político: blanco de una humanidad que la esclavitud no pudo manchar. Diana. Aura; espiritualidad que ha embrujado a la modernidad, sacándole a la brutalidad de su razón instrumental toda la libertad y el goce que ha podido robarle. Lo poético se parece a sí mismo: dimensión bífida del claroscuro…

Yván Silén. La noche sombría de la colonialidad del poder se estrella contra un fucsia que promete pesadillas luminosas. Las ratas silenistas ovulan entre muñecas sodomizadas por alter egos y heterónimos. ¿Semen en la excreta? Los libros de poesía se alborotan. Salivan. Las madres aúllan en la carnalidad al rojo de la mujer que cuelga -¿María?- desde su propia humedad, que huele a carne de reciente voluptuosidad.

¡La mirada, por Dios, la mirada! El delirio; la caricatura. ¿Y la leche que le sale por las tetas? ¿Tiene sed o hambre?

Sobre el color de fondo, ¿una promesa art decó?, estalla crística, desde su ambigüedad colgante, La ahorcada (2014). ¿Ventana o cruz? ¿Vida o muerte? Flechazo de amarillo que rompe el fucsia. Caricatura que cuelga como una luz que se resiste a cerrar los ojos. ¿Está muerta esa cara del deseo vivo? Cristo-mujer que se sostiene en su carnalidad. (Meta)Literatura. Muerte bonita. Libros. Longaniza silenista que cuelga de una mirada imperturbable. La línea de la nariz a la partidura -¿flecha o navajazo?- parece un hueso; antropología, fósil de un deseo Epocalipsis-lqs8que pasó a mil millas por hora, cuando la carne colgaba de una luz que todavía se mantiene encendida. ¡La mirada, por Dios, la mirada! Lo poético es rotundo: “ver” a la muerte colgada de la vida…

Rafael Trelles. Ráfaga oscura, más bien gris, a mil millas por hora, que sacude al ser, vaciándolo, como si fuera el fantasma de un cuerpo que ha ganado su libertad, en el problemático contexto de una modernidad que se ha tornado tardomoderna. Tapón: La autopista del sur (2011). ¿Se escuchan las referencias literarias? ¿Quién pasa las páginas de la novela, las del cuento? Validación a quemarropa de lo que no se ve; eso que mueve a una identidad vieja a pasarle por encima a una racionalidad atascada, congestionada en una política cada vez más torpe y por eso violenta. ¿Hace frío o calor? La luna -diría Silén- “loba.” Alta tensión; entre el movimiento y la quietud, vuela la violencia de un disparo de luz. La parte grita por el todo; la respuesta al oxímoron huye catapultada. El viento mueve las páginas de los libros. ¡Barlovento! (El Jíbaro). Lo invisible se deja ver. La antimateria se desplaza como si fuera un Superman anónimo vestido de poesía blanca, alejándose de la multitud atrapada en la abundancia de su materialidad. ¿Demasía prestada? La metáfora del viaje se viste de fuga. ¿Humo? A calzón quitado; ¡en mangas de camisa! Por supuesto, el protagonismo del silencio ensordece. ¡Gris que te quiero gris! Lo poético se viste de inmaterialidad: cuerpo de lo que Epocalipsis-lqs9no se mueve…

Admin Torres. Flechazo de oro. Iluminación. Esta de Bodegón con máscaras II (2014) es una claridad que brilla como un sol domesticado; el cual, sin embargo, tiene todavía la capacidad multiplicadora de alterar lo que alumbra o quema. Ardor. Violencia. ¿Se desatan adyacencias ectoplásmicas? ¡Fuego! Machete amarillo que corta el olor a plástico del espacio doméstico; otra vez, ese interior de casa clase media empapelada, imantada por el rojo, color preferido de la vanidad, que no es sino la muerte acostumbrada a posar en alfombra de sangre. ¿Flores muertas? Estrógeno. Oxígeno. Aura. Fin del teatro. Las máscaras han dejado de fingir que son mujeres, aunque esa parece que nos taladra con la mirada de Antígona Pérez (Luis Rafael Sánchez). ¿Ilusión o implosión? ¿Orientalismo que desafía la entropía? Cierto aire a modernismo hispanoamericano le sale por la boca a la vanidad -¿tufo a mierda?-, cuyo cráneo desconectado ha quedado de lado, con la mandíbula suelta, como si se tratara de una muerte muerta, sin fuerza para morder. Decoración; preciosismo camp. Pero ella, medievalizada, no tiene prisa (la muerte siempre gana); por eso, desde la ecuación de género que la moderniza, espera desde el rojo que lo salpica todo como si fuera un plumaje de pájaro. Herida que la vida le pega a la muerte. Mandíbula. Lo poético adhiere al artificio; su única careta de luz…Epocalipsis-lqs10

Emanuel Torres. Regreso al espanto pueril: Brota de mi cabeza un nuevo yo (Los sueños de Hesse) (2014). El nene se ha cambiado la camisa y los pantalones. ¿Se fumó el apio (Severo Sarduy) de la cocina? Golpe de luz. ¿A quién no le gusta el calor seco de la camiseta azul y los pantalones amarillos? La poesía vomita tinta en colores vivos. El tono rosado de la carne se roba el sol. El verde clorofila se ha hecho alfombra. A todos les gustan las uñas pintadas de amarillo. ¡Sí! El niño que se alimenta de su propia excrecencia, ¡un pobre diablo!, se infla en su fealdad psicodélica, llena de intersecciones culturales: ¿”Goodbye Yellow Brick Road”? ¿Somos nosotros los que alucinamos? ¿Qué pasa? ¿Quién toca? Grotesca, la mano con seis dedos crece como un ganglio que se ha hecho horriblemente poético. Lo político que parece gratuito exige su fealdad: una niñez deformada por la abundancia de una carne que crece a su propio ritmo. Sinécdoque. ¿Se bifurcan los caminos señalados por los dedos? Lo grotesco no se detiene en la mano monstruosa (Monsanto). Por la cabeza le surge al niño alucinado su horror interior: un heterónimo con pelo y piel más oscuros, orejas de cuentos de hada y boca de animal fantástico. ¿Barney, el dinosaurio violeta de la corporatocracia? Crítica a la infantilización como una política grotesca. Lo poético se hace esperpento…

Epocalipsis-lqs11Yván Silén. La luz se oscurece; el tema se relaja. De lo grotesco, pasamos sin pestañear a la propuesta del dandi: El jazzista (2014), un músico emblemático, cuyo único instrumento parece ser el paraguas que agarra como si fuera el pene. ¿Orina o canta? ¿Trompeta o trombón? ¿Llueve? El jazzista se plantea a sí mismo como la única música: un tono entre el anaranjado y el rojo, entre el marrón y el azul. Swing que se arquea desde su mano izquierda, suspendida en su propio flow, hacia la caída de su mano derecha, que termina en un hilo. ¿Gota de rocío? La música se concentra en el sombreo, ¿oriental o africano? El jazzista habla con los verbos del poeta (Silén); “serestá” en su singularidad irrepetible, biocéntrica, citadina, etílica y roja, como los labios del paraguas que permanecerá cerrado, porque, sobre todo, el jazzista es su propia música: una alegría oscura -¿la copa de vino?- entre el color y la piel. Lo poético: una ecuación fronteriza entre el movimiento, la estridencia y la ambigüedad…

 

Emanuel Torres. Vuelve el sol, esta vez, en Asenso (2014), escondido de blanco brutal (¿pus albino?). Cordillera. La tierra amarilla parece la angustia adolescente de Sísifo. La cuesta es un castigo que la cara resiente desde la mirada. El niño se ha hecho un joven imberbe: la mano grotesca se le ha convertido en una boca ovalada, con dientes de fiera. Tufo que mata -¿peste a culo?- desde el Epocalipsis-lqs12silencio oscuro que mira hacia la cima, donde lo espera el premio que no alcanzará nunca. ¿Y las moscas? El niño parece una cabeza olmeca con cara grecorromana: ¿un comeyerbas colonial o transmoderno? En su voracidad, proyecta lentitud. Cierta masividad extraordinaria. Merma intelectual. Efecto inmediato; cambio de tono: de la mano grotesca a los dientes de animal, la mordida promete un agarre más firme que el de los dedos morbosos. La inclinación se ha convertido en un calvario. Proclividad en ascenso. El amarillo endosa la política de los dientes: violencia lenta del silencio en relación con la mordida. ¿”Ñam-ñam”? Del infantilismo crítico, queda el trazo, la huella o el hedor: boca que se ha comido su propia mano. Culo. Orificio por el que sale todo -¿quién se acerca?-, menos la palabra. Política feroz. Lo poético ruge: ¡embocadura! (¿Rubén Ríos Ávila?)…

Rafael Trelles. Del blanco total, impúdico y albino, al gris surreal de Camisa blanca (2011). Cámara de eco; resonancia. Estruendo sordo. Del olor a ano que sale por la boca de la fiera, al estallido fenomenológico, otra vez mudo, que huele a cosmos. ¿Dónde está el poeta del “Sombrero de Copa”? La poesía fuma por el cuello. Cabeza llena de humo. Implosión. Fuga hacia dentro; desaparición. Humo que se transforma en nube; saber, cuerpo de una quimera con camisa de manga Epocalipsis-lqs13larga. ¿Y la corbata? El humo se viste de persona. El viento lo marca como si estuviera hecho de polvo. Las nubes nublan la materialidad del cuerpo que se esfuma. Vacío y plenitud; ¿se encamisa la ingravidez de espiritualidad? La imaginación exacerbada se piensa como una detonación nuclear; eclosión en el centro alto y frío de la nada. Remolino. Soledad turbia. Cuerpo de un deseo que eflorece en una humedad nebulosa. La pintura se fuma las cenizas de su fuego. Estalla (¿por el culo?). Lo poético eleva la materia a su dimensión filosófica (¿dónde está el “filósofo-poeta”?)…

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Elizam Escobar. Vuelta al mito: Conversación (1991). La escritura cambia. El trazo se hace más fabulesco. ¿Huele también a ojete? Tono: ni blanco ni negro; tampoco gris. Color a piel de cobre neobarroco. ¿Gótico carpenteriano? ¿José Clemente Orozco? Disonancia; tembladera expresionista. Olor a literatura. Texto. Multiplicidad. Por un lado, está el furor de las tetas en cascada azul celeste (cita de otras damas pictóricas); color que junto al rosado funge de ropa. ¡Ella se viste de colores! Poesía. Por el otro, está la tembladera del azul oscuro, con aura benjaminiana; ¿blanquedad? Está también el corcovado púrpura, incrustado en su contraste con el azul. Los opuestos se tensan desde sus esquinas; de la grieta donde se tocan, salta el espanto. La sorpresa Epocalipsis-lqs15acontece frente a nuestros ojos. Entre el azul celeste y el oscuro, aparece el horror: ¡un viejo en pelotas! Ahí está, vestido de piel entre las dos mujeres. Tez desnuda, sin colores, pero en ángulo; cubriéndose la cara del pene (¿el paraguas cerrado de El jazzista?). La sorpresa se eleva al cuadrado. Detrás de la mujer vestida de celeste y rosado, se asoma de negro ¿el psicopompo? ¿El Cuco o el culo? Claustrofobia: los personajes, como sardinas, se pegotean. ¡Contigüidad! La muerte nos mira desde atrás. Lo poético se disfraza de sorpresa vieja…

Admin Torres. Frontalidad mezquina. Angular (¿se escucha el saxofón de David Sánchez?). De la muerte que nos mira desde lo negro, al rojo que estalla desde la hembra (¿y la madre?; ¿dónde están las tetas de La ahorcada?). Sospecha. Polinización. Efluvio. En Aún, aprendiendo a desligarme de ti (2014), las flores y el amor se enrojecen de blanco: ¿muerte enamorada de la vida? Destellos de luz que ciegan. Espejismos. ¿Eco pictórico del título de una novela (de Mayra Montero)?: “del rojo de su sombra.” Las máscaras se han transformado en pétalos; motas que manchan de sangre el deseo Epocalipsis-lqs16que cuelga como una pañoleta con barba. ¿Deviene el orientalismo en kitsch? (Silén merodea por las letrinas de la poesía). Astro; menstruación. Olor a celo. Cara que se chupa el dedo de hambre. Esfínter. Sed de un deseo que se transforma en ofrenda; hornacina. Escrito en la pared; sí, grafiti. Propedéutica; como ejercicio didáctico, el desamor cuesta sangre, atención y en más de un sentido, fijación. Distancia. El movimiento se detiene en la mirada que busca el infinito desde el rojo: ojo de la sangre que se chupa la pupila. Humedad. Mancha roja en la pared; de punta en blanco. Colgadera; desgarre; separación; hoyo; plegaria; menstruación; masturbación. Lo poético es la espera que se fija para no cambiar…

Más artículos del autor
* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua española, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014)

 

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