Flujos migratorios e inmigración
Por Agustín Unzurrunzaga*
En la campaña de las elecciones al Parlamento europeo, celebradas entre el 6-9 de junio, el tema la inmigración, de las políticas migratorias aplicadas en los diferentes países de la Unión y en la Unión Europea, han ocupado un espacio relevante. Entre los diferentes temas y cuestiones suscitadas está el de la polémica, desarrollada fundamentalmente en Francia, pero que, como ocurre con otras cosas que se discuten en ese país, suele acabar teniendo un alcance europeo, sobre el concepto de «inmigracionismo».
El 18 de junio, el presidente Enmanuel Macron criticaba que el Nouveau Front Populaire propusiese «un programa totalmente inmigracionista». La respuesta no se hizo esperar. Para el Nuevo Frente Popular, cuyo partido más importante es La Francia Insumisa, lo dicho por el Presidente mostraba que éste, en lo que hace a la política migratoria, utilizaba la retórica de la extrema derecha. Aunque todos criticasen a Macron, no quiere decir que todos los partidos que forman ese Nuevo Frente Popular piensen lo mismo sobre esta y otras cuestiones.
En realidad, creo que no estamos ante un tema nuevo. Otra cosa es que, en esta ocasión, el concepto sobre el que giró la polémica, pareciese que lo era. En el fondo, es una cuestión que tiene un gran parentesco con otras polémicas anteriores: si hay que abrir o no las fronteras; si tiene que haber un derecho pleno a la libre circulación y a la instalación en otro país; si hay que ver y pensar la inmigración como algo maravilloso e intrínsecamente beneficioso para las sociedades receptoras; o si hay que verla como un problema complejo (los motivos por los que se sale, los tránsitos, las llegadas, las instalaciones, las cantidades, las políticas de integración, la convivencia…) que no tiene soluciones fáciles y obliga a buscar equilibrios entre valores diferentes.
Hace ya más de veinte años, en las entrevistas que la periodista Catherine Portevin le hizo a Tzvetan Todorov y que se publicaron en el libro Una vida entre fronteras, éste respondí a una de las preguntas: «A riesgo de ser políticamente incorrecto, diré que no hay que hacer como si la inmigración no tuviera consecuencias sobre la vida de la sociedad o postular que esas consecuencias son forzosamente siempre positivas. Lo son desde ciertas perspectivas, desde otras no. El desplazamiento actual de poblaciones, más importante que en ningún otro período de la historia, puede poner en peligro las estructuras sociales».
El mismo concepto (inmigracionismo) es relativamente antiguo. El filósofo e historiador de las ideas Pierre-André Taguieff lo viene utilizando desde hace ya veinte años en dos sentidos diferentes. Por un lado, como descripción de una posición política e ideológica y, por otro, como crítica de una creencia ideológica, que a su juicio forma parte de una religión secular, que considera que la inmigración es buena en sí misma, y que ilustra un proceso de tipo fatalista que va supuestamente en el sentido de la historia.
Esa es, para Taguieff, la posición de una parte de la izquierda, la más escorada hacia la izquierda, o izquierdista. Y la que él critica. Considera chocante que la izquierda, o la parte de ella que se adhiere a esa idea, dé el mismo valor a un proceso que lo ve como ineluctable, cuando, al mismo tiempo, se considera heredera de una tradición política cuyo proyecto fundamental es el de cambiar el mundo, lo que implica dar a la voluntad política un gran peso. Estaríamos, pues, ante la revancha del fatalismo sobre el voluntarismo. Considera esa posición como una variante de la gnosis «progresista» que reposa sobre una utopía mesiánica, la de la unificación del género humano por encima de las naciones, las fronteras y las barreras civilizacionales.
Con esa posición de fondo cualquier discusión o propuesta sobre la necesidad de regular u ordenar los flujos migratorios se convierte en sospechosa de connivencia con la derecha, incluso con las derechas extremas. Pero, como dice Didier Leschi, director de la Oficina francesa de la inmigración y la integración: «Tenemos el deber de acoger a los perseguidos. Es importante recordarlo, más cuando el derecho de asilo moderno, del que emanó la Convenció n de Ginebra, es una herencia legada por nuestra Revolución. Pero ese derecho no resuelve el problema que se nos plantea de forma colectiva: ¿es posible acordar hospitalidad a toda persona que sufre las desigualdades ordinarias del mundo moderno en tanto que fracasos del desarrollo? Y si decimos que sí, ¿hasta dónde? La respuesta no es evidente… Contestar la existencia de un Gran Reemplazo no implica eludir las dificultades sociales que la incorporación de la inmigración puede generar» (Didier Leschi. Ce Grand dé rangement. L ́ inmigration en face).
Convendría no perder de vista que eso, que las naciones, las fronteras y las barreras civilizacionales existen, que no son inventos malévolos de fuerzas oscuras. Están ahí y son el resultado de complejos avatares históricos. Hay que tenerlas en cuenta. No han desaparecido. Siguen jugando un papel muy importante, incluso en la Unión Europea, donde son fuente de tensión entre los órganos de la Unión y los Estados que la componen. O, como señalaba Ignasi Álvarez: «La universalización de la economía y de la comunicación coexisten con el mantenimiento de una forma de organización política, el Estado Nación, basada en el particularismo» (Ignasi Álvarez. Diversidad cultural y conflicto nacional, Talasa Ediciones, 1993).
Ciertamente, las naciones, los Estados Nación, las fronteras, las barreras civilizacionales son ambivalentes. Como también son las migraciones y sus efectos. Son incluyentes y dejan gente fuera, distinguen entre nacionales y extranjeros. Aseguran derechos civiles, políticos y sociales y son el espacio donde se han desarrollado las grandes solidaridades (los sistemas de Seguridad Social, los sistemas de salud, la protección en caso de paro, enfermedad o invalidez). Y hoy por hoy no tenemos alternativas claras para superar esa ambivalencia. «Esta situación puede parecernos indignante, pero, como afirma con crudeza Dominique Schnapper, la crítica moral no debe impedir comprender que se trata de consecuencias lógicas de la organización del orden político en naciones, inevitablemente constituidas por la inclusión de unos y la exclusión de otros» (Ignasi Álvarez).
Y eso se refleja también, todavía, en otros ámbitos supranacionales, como la propia Unión Europea, donde la discusión sobre las fronteras, sobre todo las exteriores, sigue siendo un problema de primer orden, que afecta de lleno a toda la cuestión de los movimientos de trabajadores inmigrantes y sus familias y demandantes de protección internacional y asilo.
Un par de ejemplos. Acaban de celebrarse las elecciones al Parlamento europeo, pero vemos que los primeros espadas de todos los partidos en todos los países de la Unión (y en las Comunidades Autónomas de este país, por poner otro ejemplo) encabezan las listas internas, las de sus elecciones nacionales, para ser primeros ministros o presidentes del país, o de su Comunidad Autónoma. Ese espacio político, social y cultural sigue siendo fundamental, no está sobrepasado.
El pasado 10 de abril, el Parlamento europeo votó a favor de que hubiese nuevas reglas en materia de inmigración, formalmente adoptadas por el Consejo de la UE el 14 de mayo. Es el Nuevo Pacto sobre Inmigración y Asilo, que consta de Directivas y Reglamentos. Pero son los Estados miembros quienes las tendrán que aplicar, y las leyes de extranjería o equivalentes se aprueban en cada país, y siguen siendo fundamentales. Al mes de esa aprobación, quince estados de la UE, a partir de una Conferencia promovida por el Gobierno danés encabezado por la socialdemócrata Mette Fredericksen, planteaban que el Pacto recién firmado podía ser un punto de partida, pero que era urgente ir más lejos en la promoción de políticas de inmigración y asilo más restrictivas. Y ponía encima de la mesa una cuestión, cuando menos, inquietante: que el estado de bienestar danés no puede soportar los actuales volúmenes de inmigración en su país. ¿Exageraba, era una concesión a las derechas extremas danesas? En cualquier caso, parece que los Estados miembros, sus necesidades, sus problemas económicos y sociales, las divisiones y sus confrontaciones políticas, siguen siendo muy importantes.
Para Pierre-Andre Taguieff, esa parte de la izquierda, que él denomina inmigracionista, manifiesta una concepción unidimensional de la inmigración, unilateral, solo positiva: es productora de crecimiento y contribuye al rejuvenecimiento de las envejecidas poblaciones europeas, convirtiendo a la inmigración en un remedio milagroso contra el declive demográfico de las sociedades europeas y, yendo incluso más allá , proponiendo, con el mismo tipo de argumentación fatalista y salvadora, la creolización (1) de las sociedades europeas.
Esa creolización propiciada por la inmigración, supondría la regeneración de las sociedades europeas y la promesa de un porvenir radiante. Estaríamos encaminándonos hacia la creación progresiva, y además inevitable, de unos pueblos nuevos. Lo dice Jen- Luc Melenchon: «Nuestro pueblo se ha creolizado, ustedes no lo saben, ustedes no quieren saberlo, no quieren oír hablar de ello.
¿Ustedes no han visto cómo es hoy en día el pueblo francés, ustedes no saben que es, ustedes no pasean jamás? Evidentemente, el pueblo francés ha comenzado una forma de creolización, que es nueva en nuestra historia. Pero no hay que tener miedo, ¡está bien! Avanzamos, nos movemos, respiramos, vivimos». Con todos los respetos, a mí por lo menos este tipo de generalización
hiperbólica, esta mitologización de la mixofilia y el mestizaje salvador que hará desaparecer las identidades colectivas que actualmente nos dividen a los humanos, me parece que no nos sirven para abordar los múltiples problemas
concretos que las migraciones modernas presentan en las sociedades europeas.
¿Es la creolización un concepto aplicable, así, sin más, evidente y visible a partir de un simple paseo? Uno sale a pasear y dice, «¡ostras, que maravilla, estamos como en las Antillas o el Subcontinente indio!». Y, en paralelo, otro paseante dice, «¡ostras, que nos están remplazando, que mi barrio o mi pueblo ya no es lo que era, y hay que pararlo!». ¿Es que en una sociedad completamente creolizada no se desarrollarían nuevas diferencias jerarquizantes y nuevas discriminaciones? Creo que habría que ser bastante más prudente a la hora de hacer ese tipo de generalizaciones.
Ciertamente, el término de inmigracionismo es utilizado por las derechas extremas en su confrontación con la izquierda o las organizaciones de solidaridad con los inmigrantes. Pero como ocurre con este, y con otros términos como descivilización (1), o incluso laicidad, su origen no está en las derechas extremas. Nacen desde ámbitos opuestos a las derechas extremas y, a su vez, críticos con cosas que dicen y hacen gentes de izquierda. Por lo tanto, creo que son perfectamente útiles para describir y discutir tales o cuales ideas y propuestas que se hacen desde sectores o personas de izquierda.
Y vuelvo a Taguieff: «El problema es que hay un cierto número de términos, que desde el momento en que son empleados por un campo político, son utilizados como marcadores de ese campo. Entonces entramos en una guerra de palabras, que forma parte de la guerra cultural. Así, si la izquierda acusa al Rassemblement National de ser el inventor o el depositario de la palabra
«inmigracionismo», cualquier personalidad política que lo utilice será calificada de «extrema derecha». Estos pequeños juegos léxicos y retóricos reducen los debates políticos a una serie de diabolizaciones y desdiabolizaciones, donde cada campo busca diabolizar a su adversario principal y desdiabolizarse a sí mismo. Nada más banal y repetitivo. Enfrentamientos simbólicos codificados que no permiten avanzar ni una pulgada en la reflexión política, al tiempo que ponen barreras a la negociación y la búsqueda de compromisos» (De una entrevista publicada en Le Point el 20 de junio de 2024).
Nos vendría bien un poco de prudencia a la hora de calificar y descalificar a quienes no opinan como nosotros, o utilizan o construyen conceptos para intentar entender y explicar lo que pasa, sin echarlos a las ortigas a la primera de cambio. «Los humanos sueñan a la vez con la purificación y la igualdad, con la diferenciación y la uniformidad, con la diversidad y la mezcla, la diferencia y la unidad. Sobre esa base afectivo-imaginaria fabrican métodos de salvación, aquellos que podemos calificar de identitarios, de igualitarios, de diversificadores y de mezcladores. Que hagan de la identidad nacional, etnoracial o religiosa un ídolo, o de la igualdad en la diversidad o de la mezcla un objetivo prioritario que lo tratan como un fin último, las ideologías contemporáneas nos conducen al vacío, al caos o a la dictadura. Esta simple constatación, a la vez antropológica y psicopolítica debería conducirnos a la prudencia ante la oferta ideológica recurrente de los reformadores del género humano, los que quieren refundir la naturaleza humana sobre nuevas bases y de arriba a abajo para construir la sociedad perfecta del futuro. Las tentativas de realizar las utopías ya han producido suficientes estragos en el curso de los dos últimos siglos» (Pierre- André Taguieff. Le Gran Remplacement ou la politique du mythe).
Notas:
1.- La creolización es el proceso cultural mediante el cual elementos de diferentes culturas se combinan para formar una nueva, distinta e híbrida. Este fenómeno es común en sociedades con influencias coloniales, como las Caribeñas, donde lenguas y tradiciones europeas, africanas e indígenas se mezclan. Entender la creolización ayuda a apreciar la diversidad y dinámica de las identidades culturales en el mundo globalizado.
2.- Con el término descivilización (o decivilización) ocurrió algo parecido a lo del inmigracionismo. En mayo de 2023, Macron utilizó esa expresión, y rápidamente una parte de la izquierda, la más izquierdista, que entonces se encontraba agrupada en la NUPES, se manifestó diciendo que el Presidente, utilizando esa expresión, se metí a en el terreno de la extrema derecha y, más en concreto, en el del propagandista de la teoría del Gran Reemplazo, el escritor Renaud Camus. En un artículo publicado en la revista satírica Charlie Hebdo, el politólogo e investigador de las derechas extremas europeas
Jean-Ives Camus, le decía a esa izquierda que no, que ese término (Entzivilisierung) tenía otro origen, que había sido utilizado por el sociólogo antinazi alemán Norbert Elias, primero en 1939 y luego en 1989. Y acababa con una pregunta. ¿Hemos llegado al punto trágico en el que el término «civilización» es considerado «de derechas»? (Charlie Hebdo, 31 de mayo de 2023).
* Agustín Unzurrunzaga fue uno de los fundadores de SOS Racismo en Gipuzkoa. Publicado en Revista Galde, 46, Otoño de 2024. Vía Pensamiento Crítico.
⇒ Migraciones – Personas – LoQueSomos
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