Granja “Otro Orwell”
El niño corre con la barra de pan duro bajo el brazo para ir a echársela a los cerdos y a las gallinas, como le ha sido ordenado por su madre:
– Hijo, lleva este barra de pan al corral y cochinera y échasela a los cerdos y gallinas.
El lo agradeció, y salió corriendo hacia la granja. Al entrar, vio y sintió un alboroto en el que discutían las gallinas y un gallo cebado en las gallinas, los puercos, y hasta los tres perros, que junto con los dos Asnos y un garañón destinado a padrear, y tres caballos, una es yegua, cinco ovejas blancas, que por eso, por ser blancas, votarían en blanco, cinco borregos y un barbudo o cabrón, macho cabrío, a cual más, querían levantar su voz por encima de los otros. El gallo, alborotado, aleaba y cloqueaba, como entendiendo lo que se venía encima.
Había elecciones entre ellos, y mal agüero. Los perros, cual maleantes que utilizan el garabato del ladrido cual lobos dibujados en una pizarra de papel, querían imponerse demostrando su fuerza rompiendo con los dientes el cajón del dinero o Yunca, guarnecido y adornado con galones. Las gallinas, a una supuesta máquina de fabricar moneda o “guitarra”, la hacían sonar “a lo visto” repitiendo con sus pollos las palabras clo clo, y pi pi. El gallo, decidido y acometedor, con un canto o sonido a modo de grito chillón y destemplado como el que suele escaparse a algunos cantantes al atacar las notas altas de la escala, se subió al tejado del pajar donde se mostraban las papeletas del voto, y, cual volatero, entrando por el tejado, comenzó a revolver y romper las papeletas en que se votaba a los puercos para regir los destinos de la granja, pues como cantaba “no podía consentir ser zacoime, criado de confianza de la política cerda al uso, ni esperar como volquete el escrutinio de una granja de “mecheros”; y ki ki ri ki.
Los Asnos y el onagro levantaron la voz rebuznando por el dinero de las víctimas en los juicios y las sombras de justicia que dan sobre, ponen cebo a los sapos, abortos, enanos; y protestaban contra esta granja en veda, con veas, huertos, vayuncas, tabernas, untos, sobornos, sobres, destinatarios de la fe cual tubistas, ladrones que utilizan el soplete oxhídrico por el as de oros o culo, y se apropian de las conejeras y pesebres.
Los cerdos gruñían con alegría, mordisqueando un bordón, bastón o palo más alto que la estatura de un hombre, con la punta de hierro y unos botones como adorno de la cabeza, con el cual regirían los destinos de la granja. Este palo o bordón era con el que él guiaba al onagro, llevándole a pastar “el pasto del entendimiento espiritual”, pues como le decía su padre, “a este onagro se le empina la verga oyendo las campanas sonar”. Verga que él admiraba, y con la que soñaba para cuando fuera mayor, más hombre. Decían:
– Hoy es la trola. A votar se ha dicho.
Ellos sabían que los tres de menor o asnos pondrían sus nombres de puercos en la papeleta de lotería o tocomocho, tocados por excitados al robo o estafadores tentando la codicia. Los perros guardianes, le quitaron la guitarra a las gallinas, y empezaron a ladrar cual tasabelaores, verdugos, advirtiendo que darían tarugo y mordida a quien no consintiera consumar el timo. El perro más malo, el más hijoputa y vigolero, ayudante de verdugo, hacía verruguetas con la uña, turrá, en las papeletas con el fin de borrar los nombres de los otros animales, dejando sólo el del cabrón o barbudo, pues los borregos, las gallinas y el gallo, los perros y los caballos le votarán, quedando los asnos y los cerdos como prelados en sectas cristianas y protestantes. O en drama bucólico entre pastoras y pastores.
Un ruiseñor ganzúa se rujemaraba, se aprovechaba de la rují o flor del rulé, culo en rulos del cerdo mayor cual cartuchos de perdigones. Unos y otros se zamarreaban, maltratándose de palabra y obra y oración, no dejando arbitrio alguno para defenderse.
De pronto, majestuoso el cabrón, elegante como en charda de rodeo, feria de ganado, pidió silencio corneando a la yegua recitándole “donde hay yegua potros nacen”, diciendo:
– Hoy me siento como Ruspé, el adivino de Vilagomez, baratero de casa de juego. Sé que saldré elegido, y cual político que va al río y miente, yo ocultaré las cosas, me apropiaré de algo sin dar parte, sin astillar. Os gobernaré rilando, ventoseando junto a la acequia o norias al pie del retamo o capote de la granja, cobijo de maleantes. Echaré fresco a cada uno. Os azotaré, maltrataré, al mismo tiempo que adularé, lisonjearé a los vengainjurias que con ganchos de fulleros nos venden la castaña del orden y el bien estar trocando el sobre conteniendo por dineros recortes de periódicos.
El ladrido de los perros retumbaron hasta en los cercanos valles. A nadie, entre los animales, se le vino un mal o buen pensamiento. “Este es nuestro regidor”, celebraron los perros.
El niño les dio caritativo el buen pan duro, y de seguro aprendió muy bien la lección, no evitando que sus risas se parecieran al Rebuzno de su Onagro, o a los exabruptos y salidas arrebatadas y violentas en la conversación de su padre con su madre. Bien le hubiera gustado darle un varapalo a los perros, pero salió de la granja riendo, pues la soga que ataba a un perro casi le hace caer en el suelo.
Como era su reír, que una lluvia de dardos de papel le arrojaron cuatro mozalbetes amigos suyos del colegio, que le fueron a buscarle.
Foto de Olivia Desay