Hacen falta más Camilos

Hacen falta más Camilos

"Yo soy el ARMY", sentencia una soldado en un anuncio de TV. Se mira planchada. Alegre. Orgullosa y bien firme. Aprendiendo un oficio. Como si de una escuela de beneficencia se tratara. Una ONG. La universidad de la vida. Nada que ver a los pedazos de ARMY's, que troceados saltan por los aires en Afganistán o Iraq.

Anzuelo para obtener la ansiada visa. El sueño americano, condicionado a un fusil y a derramar sangre, en nombre de una democracia, una libertad y un estilo de vida, que cada día se cuestiona más gente. Lo mismo para el anticastrimo de baja intensidad. Al resto de inmigrantes, solo les espera la indiferencia, la zozobra, el anonimato, el sol del desierto y la muerte. La repatriación a sus países de origen. A sus casas y a sus barrios, entre las tertulias de los vecinos en el velatorio, acompañados de un café caliente y pan simple.

Así se incita y se engaña al colectivo latino, para alistarse en el ejército norteamericano. Carne de cañón en la línea del frente. Inocentes conejillos de indias, que uno a uno, conforman poco a poco, el brazo violento y asesino del gran imperio norteamericano. Cuando muere uno de ellos, carta a la familia en un ritual fingido y repetitivo de pesadumbre, medalla del congreso, un número en una estadística y si te he visto no me acuerdo. La Falsimedia se encarga del resto. De retransmitir los sollozos. El lado humano de los que ponen la sangre. Enternecedor para el rebaño. Que no se salga del redil.

En la casa blanca, en los despachos corporativos y en las mansiones burguesas, ni se inmutan. Solo cuando explota un oleoducto o si tambalea la bolsa de valores. Mientras juegan al tenis, degustan una barbacoa o escuchan al reverendo padre, blasfemar en nombre del Dios de los pobres. Bien lejos del horror. Protegidos por guardaespaldas. Y con sus trajes impecables, comprados en las mejores tiendas. Nada que ver con el uniforme y las botas de militar, que en el peor de los casos, se tiñen de rojo sin previo aviso.

Camilo Mejía Castillo, joven de origen nicaragüense enrolado en el ARMY, fue a Iraq y no va a regresar. Por motivos de conciencia. No quiere participar de una guerra injusta, que atenta contra sus principios morales. No más sangre por petróleo.

Cobarde y desertor, han sido algunos de los epítetos que le han endosado. Los trogloditas, cuya moral gira alrededor de un código militar caduco. Que nunca evoluciona. Propio de siglos pasados. Cuando el mundo era otra cosa. Ensalzando el valor. ¿Qué valor? pregunto yo. ¿Asesinar a mujeres desde tanques de última tecnología? ¿Dirigir las bombas con rayos láser a objetivos concretos? ¿Regar el cielo con bombas de racimo? ¿Bañar vastos territorios con uranio empobrecido? ¿Eso es valor?? ¿¡Eso!? ¿No será más valeroso, el que se niega a participar en esta macabra función? Porque lo que hizo Camilo requiere de mucha valentía. No todos hacen lo que quieren o lo que piensan. No todos rompen con esa patética mística del USARMY. Algunos, seguirán asesinando por falta de pelotas, por cobardes. No quieren imaginar una guerra, a la que no vaya nadie. Su conciencia se deteriorará hasta la desesperación, al son de los bombazos. Seguirán siendo invasores non gratos. Ojeados con pudor, odio y desconfianza por el pueblo agredido. Que espera el mínimo descuido, para responder con la misma medicina. Así se cierra el círculo del horror. Con la sangre.

Camilo se ha enfrascado en una difícil empresa, sacrificando su sueño americano, su libertad y el calor de los suyos. Simplemente porque no quiere seguir matando niños, destruyendo hogares, calcinando poblados y pisoteando culturas. Ahora enfrenta la cárcel. Igual que los insumisos en España, hace unos años. Curioso este mundo en el que vivimos. Se asciende al pistolero, se condecora al muerto y se encarcela al pacifista. Preso por pensar, preso por no querer matar. Eso es valentía.

Pero a Camilo y a su familia, hay que decirles que no están solos. Ya lo vimos en España el 14 de marzo. Elecciones marcadas por la barbarie de Madrid. Las guerras de chocolate no existen. Solo en las películas. Los muertos caen por doquier en ambos lados. Igual de bombas son, las que se esconden en los trenes y las que caen de un avión. Igual de roja es la sangre en Madrid que en Bagdad. Igual de asesinos son unos que otros. Así lo entendió el pueblo. Manifestaciones en las calles contra un terrorismo, y pronunciamiento unísono y contundente en las urnas, contra el otro. Medio mundo pendiente. Jamás el PSOE tuvo tantos seguidores. Porque aunque seas español, nicaragüense, mexicano, norteamericano, chino o iraquí; todos queremos y luchamos por lo mismo. Paz, paz y paz. Como Camilo.

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