Hacia un mañana ético

La pax americana
Estados Unidos aplica la máxima de Tucídides, según la cual los fuertes hacen lo que quieren y los débiles soportan sus abusos. La política exterior norteamericana se limita a repetir los pasos de los imperios anteriores. Su forma de proceder reproduce la violencia moral y material del imperio británico, el imperio romano, el imperio francés o el imperio español. En la historia de las civilizaciones, no hay progreso moral, sino relaciones de poder. La tesis de Kant de un imparable progreso moral no se corresponde con los hechos. La Revolución francesa introdujo cambios importantes, pero no impidió que el capitalismo recobrara poco a poco los vicios del Antiguo Régimen. Ya no somos súbditos de monarquías absolutas, pero sería una ingenuidad creer que somos ciudadanos con la posibilidad de ejercer una soberanía real mediante las reglas de la democracia parlamentaria. Los procesos electorales están tutelados por el poder militar y financiero de Estados Unidos. Cuando un pueblo vota a favor del candidato “equivocado”, se adoptan medidas de coacción, que incluyen el boicot económico, el acoso mediático, el terrorismo y, por último, el golpe de estado. El Chile de Allende es el ejemplo más conocido, pero casi todos los países de América Latina han conocido experiencias similares. La doctrina de la seguridad nacional propició dictaduras que cometieron verdaderos genocidios (Guatemala, El Salvador, Argentina, Haití, Colombia, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Brasil, Panamá) y frustró movimientos de liberación nacional, como la Revolución Sandinista, que no pudo soportar las campañas de Ronald Reagan, un pelele de pavorosa ignorancia convertido en mito por los grandes medios de comunicación. En una sociedad capitalista, no existe una prensa independiente. Los medios son meras prolongaciones de los intereses económicos. Por eso, la prensa llama terroristas a los pueblos que luchan por su independencia y por un orden social basado en la justicia y la solidaridad. La Cuba de Fidel Castro no es el paraíso, pero sus logros sociales, sanitarios y educativos constituyen un desafío inaceptable para Estados Unidos, que nunca ha renunciado a controlar su patio trasero. Eisenhower intentó desestabilizar el gobierno revolucionario y John F. Kennedy lanzó una invasión militar en 1961, que fracasó estrepitosamente. Después del fiasco de Bahía de Cochinos, Robert Kennedy decidió hacer lo posible para desencadenar “los terrores de la tierra” en Cuba, según apunta su biógrafo Arthur Schlesinger. Es la misma política que se aplica a los palestinos. En 2006, se atrevieron a votar a Hamás en la Franja de Gaza, pues entendían que la OLP había sucumbido a la corrupción y había claudicado ante el Estado de Israel, cuya intención nada encubierta es apropiarse de los recursos hídricos de Cisjordania para continuar con su política de asentamientos ilegales, ejecutando una verdadera limpieza étnica. Actualmente, Gaza es la mayor prisión al aire libre del planeta. Las restricciones impuestas por el gobierno israelí afectan al suministro de agua, electricidad, comida, material sanitario y material de construcción. La reciente Operación Pilar Defensivo en noviembre de 2012 provocó la muerte de 170 palestinos (la mayoría civiles y, en muchos casos, menores), 1.300 heridos y 300 millones de dólares en pérdidas materiales, de los cuales 120 corresponden al sector agrícola, principal fuente de recursos alimenticios de la población de Gaza.
“¡Por España!”, contesta un militar franquista. “¿Y tú?”
-“Por el pan de mis hermanos”.
A pesar del odio recíproco, los dos interlocutores se despiden cortésmente, con un cordial “Buenas noches”.
Marón-. Mayores atrocidades cometen los rebeldes.
Garcés-. Lo sabemos. Nadie monopoliza la barbarie ni el desmán. Pero esto no es una compensación. Ellos son la negación de la ley; nosotros somos el Gobierno, la legitimidad, la República. Una conducta noble, sin otro rigor que el de la justicia, habría robustecido la autoridad de nuestra causa.
-Franco: “No puede haber ningún acuerdo, ninguna tregua. Salvaré a España del marxismo a cualquier precio”.
-Allen: “¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?
-Franco: “He dicho a cualquier precio”.
José Mújica no descubre nada nuevo, pero hace algo más importante. Llamarnos la atención sobre lo esencial. Su utopía se llama “cultura de la pobreza” y ya la planteó la teología de la liberación como alternativa a la economía de mercado. La “cultura de la pobreza” presupone que “nadie tiene derecho a lo superfluo hasta que todos tengan lo esencial” (Ignacio Ellacuría) y afirma que la liberación del ser humano será irrealizable sin la liberación de la Naturaleza, brutalmente explotada por un capitalismo insaciable: “Hoy gritan las aguas, los bosques, los animales, es toda la Tierra la que grita –escribe Leonardo Boff-. Dentro de la opción por los pobres y contra la pobreza debe ser incluida la Tierra y todos los ecosistemas. La Tierra es el gran pobre que debe ser liberado junto a sus hijos e hijas condenados”. Este ideal es profundamente revolucionario, pero no avanzará sin un ejercicio de reflexión colectiva que interiorice una nueva visión del mundo. El siglo XXI debería ser el escenario de ese cambio. La justicia, la libertad y la solidaridad no serán posibles, si el ser humano no logra revertir las fuerzas destructivas de un capitalismo incompatible con la paz social y la preservación de la vida. La esperanza siempre es insensata y temeraria, pero sin ella el futuro se cierra, transformándose en un muro impenetrable. “Traspasemos lo existente –escribió Ernst Bloch en El principio de esperanza (1959) -. El futuro no es una mera prolongación del presente. […] El futuro depende de nosotros, no nos dejemos llevar por la inercia del día a día ni por el derrotismo. El optimismo es una cuestión de voluntad, centrémonos en lo modificable y en lo que depende de nosotros”. La humanidad aún puede reinventarse a sí mismo y alumbrar un mañana ético, sin violencia ni desigualdad. La utopía de lo justo, lo bello y lo fraterno no es una ensoñación, sino el único horizonte que puede garantizar nuestra supervivencia como especie. El socialismo siempre ha apuntado hacia nueva aurora. Por el contrario, el fascismo nunca ha escondido su pasión por el crepúsculo y los ocasos wagnerianos. La muerte no puede tener la última palabra.
Síguenos en redes sociales… Mastodon: @LQSomos@nobigtech.es Telegram: LoQueSomosWeb Twitter: @LQSomos Facebook: LoQueSomos Instagram: LoQueSomos