La pax americana
Estados Unidos aplica la máxima de Tucídides, según la cual los fuertes hacen lo que quieren y los débiles soportan sus abusos. La política exterior norteamericana se limita a repetir los pasos de los imperios anteriores. Su forma de proceder reproduce la violencia moral y material del imperio británico, el imperio romano, el imperio francés o el imperio español. En la historia de las civilizaciones, no hay progreso moral, sino relaciones de poder. La tesis de Kant de un imparable progreso moral no se corresponde con los hechos. La Revolución francesa introdujo cambios importantes, pero no impidió que el capitalismo recobrara poco a poco los vicios del Antiguo Régimen. Ya no somos súbditos de monarquías absolutas, pero sería una ingenuidad creer que somos ciudadanos con la posibilidad de ejercer una soberanía real mediante las reglas de la democracia parlamentaria. Los procesos electorales están tutelados por el poder militar y financiero de Estados Unidos. Cuando un pueblo vota a favor del candidato “equivocado”, se adoptan medidas de coacción, que incluyen el boicot económico, el acoso mediático, el terrorismo y, por último, el golpe de estado. El Chile de Allende es el ejemplo más conocido, pero casi todos los países de América Latina han conocido experiencias similares. La doctrina de la seguridad nacional propició dictaduras que cometieron verdaderos genocidios (Guatemala, El Salvador, Argentina, Haití, Colombia, Uruguay, Bolivia, Paraguay, Brasil, Panamá) y frustró movimientos de liberación nacional, como la Revolución Sandinista, que no pudo soportar las campañas de Ronald Reagan, un pelele de pavorosa ignorancia convertido en mito por los grandes medios de comunicación. En una sociedad capitalista, no existe una prensa independiente. Los medios son meras prolongaciones de los intereses económicos. Por eso, la prensa llama terroristas a los pueblos que luchan por su independencia y por un orden social basado en la justicia y la solidaridad. La Cuba de Fidel Castro no es el paraíso, pero sus logros sociales, sanitarios y educativos constituyen un desafío inaceptable para Estados Unidos, que nunca ha renunciado a controlar su patio trasero. Eisenhower intentó desestabilizar el gobierno revolucionario y John F. Kennedy lanzó una invasión militar en 1961, que fracasó estrepitosamente. Después del fiasco de Bahía de Cochinos, Robert Kennedy decidió hacer lo posible para desencadenar “los terrores de la tierra” en Cuba, según apunta su biógrafo Arthur Schlesinger. Es la misma política que se aplica a los palestinos. En 2006, se atrevieron a votar a Hamás en la Franja de Gaza, pues entendían que la OLP había sucumbido a la corrupción y había claudicado ante el Estado de Israel, cuya intención nada encubierta es apropiarse de los recursos hídricos de Cisjordania para continuar con su política de asentamientos ilegales, ejecutando una verdadera limpieza étnica. Actualmente, Gaza es la mayor prisión al aire libre del planeta. Las restricciones impuestas por el gobierno israelí afectan al suministro de agua, electricidad, comida, material sanitario y material de construcción. La reciente Operación Pilar Defensivo en noviembre de 2012 provocó la muerte de 170 palestinos (la mayoría civiles y, en muchos casos, menores), 1.300 heridos y 300 millones de dólares en pérdidas materiales, de los cuales 120 corresponden al sector agrícola, principal fuente de recursos alimenticios de la población de Gaza.
¿Existe algún indicio de que las cosas vayan a cambiar? ¿Avanza el mundo hacia un horizonte de paz, justicia y prosperidad? Es evidente que no. Barack Obama pasará a la historia como el presidente norteamericano que ha aprobado un presupuesto militar más abultado desde la Segunda Guerra Mundial. Incumpliendo sus promesas electorales, sólo en 2011 destinó a defensa 750.000 millones de dólares para financiar la fabricación del X-51a, un misil hipersónico capaz de alcanzar una velocidad de 7.000 kilómetros por hora, superando seis veces la velocidad del sonido. Los misiles de crucero Tomahawk sólo alcanzaba los 880 kilómetros por hora. “El X-51a abre la puerta a la creación de armas hipersónicas capaces de realizar un ataque global”, declaró con entusiasmo el general de brigada William Thornton. El nuevo misil reduce de 80 a 12 minutos el tiempo necesario para recorrer la misma distancia que cubría el Tomahawk. Si combinamos estos datos, con las escuchas masivas ilegales denunciadas por Edward Snowden, consultor tecnológico y antiguo empleado de la CIA, nos enfrentamos a un panorama descorazonador, que recuerda a las distopías de Huxley, Orwell y Bradbury. Saber que el servicio de espionaje británico pincha cables de fibra óptica para acceder a millones de llamadas y correos o que Brasil, ante la magnitud de una inesperada protesta social, ha ordenado a la policía la vigilancia de las redes sociales, no contribuye a tranquilizar a una opinión pública que contempla con asombro la intromisión del Estado en su intimidad, prescindiendo de autorizaciones judiciales. La Europa social y democrática tiende a desaparecer y en su lugar prospera la Europa neoliberal, obligada a integrarse en el Bloque Atlántico liderado por Estados Unidos.
Deuda pública y exclusión social
El darwinismo social regresa para apagar los sueños de un mundo igualitario, libre y solidario. Hablar de una renta básica de ciudadanía parece ridículo en una época caracterizada por los recortes brutales en sanidad, educación y servicios sociales. En España, no cesan los desahucios y crece la pobreza infantil, con al menos un 25% de niños malnutridos. Uno de cada cuatro menores vive en una familia que carece de recursos para comprar regularmente carne, pescado y fruta. Esos niños tampoco suelen disponer de ropa apropiada ni espacio para jugar o hacer los deberes. No pueden participar en actividades extraescolares y tienden a desarrollar problemas de conducta, que afectan negativamente a su rendimiento escolar. El fracaso en los estudios alimenta la espiral de exclusión social, provocando que los conflictos se propaguen de unas generaciones a otras. El 30% de los hijos de familias que subsisten con menos de 640 euros al mes no obtienen el graduado escolar.
Cayo Lara, diputado de Izquierda Unida, no se equivoca al afirmar que “la aplicación del artículo 135 de la Constitución española tiene un nombre: ¡hambre!”. La reforma que aprobaron conjuntamente PP y PSOE para establecer como prioridad absoluta el pago de la deuda y sus intereses ha empujado a miles de familias al hambre, el paro y la marginación, despojándolas de su dignidad y de sus derechos elementales. España paga 100 millones de euros al día en concepto de intereses. Ya son muchos los que afirman que la deuda española es impagable. Según los datos de Eurostat, la deuda asciende a 883.777 millones. En 2012, los intereses representaron 31.297 millones, que se pagaron a bancos privados. Se trata de las mismas entidades que se han beneficiado de rescates públicos. Dado que 65% de la deuda pública española se halla en manos del sector financiero español, no se comete ninguna exageración si se habla de estafa, usura o deuda execrable, odiosa e ilegítima. Los intereses pagados suponen en 42% de la deuda pública acumulada. El déficit público no deja de crecer por este hecho y no por el coste de la educación, la sanidad o las pensiones. Si el BCE financiara a los gobiernos o les prestara dinero en las mismas condiciones que a la banca privada, las cuentas públicas se sanearían sin necesidad de recortes sociales. Es inmoral que el BCE preste dinero al 1% a la banca privada y la banca privada preste dinero a los Estados al 6%, mientras socializa sus pérdidas y mejora sus provisiones con rescates públicos a fondo perdido. La banca española ya ha recibido 125.000 millones de euros y reconoce que 31.000 se han perdido sin remedio. Si las cosas continúan al mismo ritmo, la deuda pública española representará en 2016 el 98’4% del PIB. El ejercicio de usura de la banca privada ha desembocado en una coyuntura absurda y de tintes surrealistas. Si se suma la deuda pública y privada de la eurozona (cerca de 25 billones de euros), sobrepasa la totalidad del dinero circulante (unos 10 billones). Aunque se liquide el sector público y se privaticen todas las empresas y servicios de la Administración, la deuda seguirá creciendo, con una sociedad cada vez más crispada y empobrecida. Es evidente que son los bancos privados y no los ciudadanos los que han vivido por encima de sus posibilidades, prestando dinero de forma irresponsable y temeraria para optimizar sus beneficios, con unos intereses abusivos.
Ética y revolución: la guerra civil española
Es evidente que la ira de cada ciudadano oscila en función de sus circunstancias personales. El que aún conserva su empleo y su vivienda o cobra una pensión razonable, siempre se mostrará más moderado que el parado y desahuciado, con niños a su cargo y sin recursos para alimentarlos adecuadamente. El filósofo judío Baruch Spinoza afirma en su Tratado político (1677) que “un elemento que desempeña un importante papel a favor de la paz y la concordia es que ningún ciudadano posea bienes inmuebles”. La propiedad privada es la principal causa de desigualdad y la fuente primordial de la injusticia. Spinoza apunta que el contrato social se basa en el bienestar general y si éste se incumple, si unos pocos acumulan grandes bienes en perjuicio de una mayoría, los ciudadanos están en su derecho de rebelarse, pues la legitimidad del poder político procede de la suma de voluntades y no del poder tiránico de una minoría privilegiada. En el mundo actual, sobran motivos para rebelarse. 40.000 personas mueren a diario de hambre. En esas trágicas 24 horas, los Estados se gastan 4.000 millones de dólares en armamento. Los datos hablan solos. Muchos contemplaríamos con agrado una revolución mundial, pero es una posibilidad altamente improbable. La reaparición de organizaciones revolucionarias, como las Brigadas Rojas o la RAF, no resolvería los problemas. El sacrificio de una minoría sería un gesto inútil, al menos en Europa y Estados Unidos, donde no existen las condiciones para una revuelta armada. Además, la violencia de pequeños grupos sólo acentuaría la dinámica represiva del Estado, despertando la incomprensión y el rechazo de un sector muy amplio de la sociedad. Existen –además- argumentos éticos que desaconsejan esta vía. En este sentido, la guerra civil española nos enseña que la violencia revolucionaria se convierte en barbarie, cuando no se somete a consideraciones éticas. En la España de 1939, la Iglesia Católica, con su intransigencia, hipocresía y corrupción, se había convertido –según el célebre hispanista Gerald Brenan- en “el símbolo de todo lo que hay de más vil, más estúpido y más hipócrita”. Aliada con las clases más ricas y reaccionarias, “los españoles cultos se han visto forzados a considerar la Iglesia no sólo como el enemigo del gobierno parlamentario, sino de toda la moderna cultura europea; las clases trabajadoras han encontrado en ella una barrera a sus esperanzas en pro de un nivel de vida mejor. Detrás de cada acto de violencia pública, de cada reducción de la libertad, de cada asesinato judicial, estaba el obispo, que en su pastoral o en un artículo de fondo de un periódico católico, manifestaba su aprobación o pedía una represión más dura” (El laberinto español, 1943). ¿Justifica eso que se asesinara a 6.832 religiosos? ¿Sirvió de algo la violencia anticlerical, salvo para desprestigiar a la Segunda República?
Antoine de Saint-Exupéry viajó a España como corresponsal de guerra y se quedó horrorizado con las atrocidades de ambos bandos. “Aquí se fusila como quien tala árboles y los hombres ya no se respetan entre sí”, escribe el 19 de agosto de 1936. “Con cal o con petróleo queman a los muertos como abono para los campos. No hay ningún respeto hacia el hombre. En todos los partidos se han acorralado las conciencias como si fueran una enfermedad”. ¿Eso significa que la causa de ambos bandos es igualmente injusta? Saint-Exupéry entiende que no. De hecho, luchará contra el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y morirá en acción de combate, pilotando un P-38. En octubre de 1938, se acerca al frente y escucha la conversación entre dos combatientes:
-¿Por qué ideal luchas?”, pregunta un soldado republicano.
“¡Por España!”, contesta un militar franquista. “¿Y tú?”
-“Por el pan de mis hermanos”.
A pesar del odio recíproco, los dos interlocutores se despiden cortésmente, con un cordial “Buenas noches”.
Al margen de las ideas, la conciencia se abre paso en el lugar más insospechado. El compromiso ideológico no significa cerrar los ojos cuando otros perpetran injustificables crímenes en nombre de las propias convicciones. El escritor francés George Bernanos residía en Palma de Mallorca el 18 de julio de 1936. Católico en el sentido unamuniano, su literatura reflejaba los conflictos entre la fe y la razón, con un estilo lírico y agónico. Su hijo militaba en Falange Española y participó en la insurrección que logró sofocar en poco tiempo la débil resistencia de los partidarios de la República. La represión posterior fue feroz y despiadada. Horrorizado, Bernanos escribió en 1938 Los grandes cementerios bajo la luna, denunciando los crímenes: “Hasta diciembre, los caminos de la isla, próximos a los cementerios, reciben con regularidad su fúnebre cosecha de rebeldes. Obreros, campesinos, también algunos burgueses, farmacéuticos, notarios. Son hechos conocidos por todos”. Bernanos relata el caso de un alcalde asesinado por falangistas de un tiro en el vientre y rematado a botellazos, después de ser obligado a beber alcohol mientras agonizaba. También relata el caso de un convento de Porto Cristo convertido por los republicanos en hospital de campaña. Las monjas son obligadas a atender a los heridos, a veces con aspereza. Un brigadista sudamericano, que se declara comunista y cristiano, manifiesta su intención e protegerlas. Se trata de un coloso de casi dos metros que colaborará con ellas con grandes dosis de humor, paciencia y humanidad. Cuando los sublevados conquistan la plaza, matan a los combatientes y a los heridos, incluyendo al sudamericano. La superiora relata los hechos a un reportero franquista: “Oímos un intenso tiroteo, los heridos se muestran inquietos, los milicianos parten corriendo, y nosotras nos arrodillamos, pidiendo al cielo que ayude a nuestros liberadores. En nuestros oídos comienzan a resonar los gritos de ¡Viva España! ¡Arriba España!, y las puertas se abren. ¿Qué más os puedo decir? Nuestros valientes soldados entran por todas partes, y dan cuenta de los heridos. El sudamericano fue el último a quien mataron”. El artículo aparece en todos los periódicos de Palma de Mallorca. Cuando Bernanos expresa su repugnancia al autor del reportaje, éste responde airado: “Algunas almas generosas creen su deber rebelarse contra las necesidades de la guerra santa. Pero quien hace la guerra debe someterse a sus leyes. Y la primera ley de la guerra es: ¡Desgraciado del vencido!”. El escritor francés calcula que en los primeros siete meses de la guerra han sido asesinadas 3.000 personas en Palma de Mallorca. Unas quince ejecuciones diarias en una isla que puede atravesarse de punta a punta en dos horas. Abatido y desengañado, Bernanos escribe: “La cólera de los imbéciles llena el mundo y no conoce el perdón”.
La indignación moral de Bernanos se parece a la de Manuel Azaña y Julián Zugazagoitia cuando es asaltada la cárcel Modelo de Madrid. Al llegar las noticias de la matanza de Badajoz (4.000 prisioneros fusilados sin juicio por las tropas de Yagüe), el pueblo de Madrid asalta la Cárcel Modelo y asesina a unos 30 políticos derechistas, entre los que se encuentra Melquiades Álvarez, antiguo compañero de filas de Azaña. Azaña se plantea dimitir y escribe en su Diario: “Esa noche, me hubiera gustado morir”. El bilbaíno Julián Zugazagoitia, socialista, escritor, periodista y Ministro de la Gobernación, publica el 3 de octubre de 1936 un artículo titulado “La ley moral en la guerra”: “La vida del adversario que se rinde es inatacable; ningún combatiente puede disponer libremente de ella. ¿Que no es la conducta de los insurrectos? Nada importa. La nuestra necesita serlo”. Zugazagoitia se exilió en Francia al finalizar la guerra, pero la Gestapo le detuvo y le entregó a las autoridades franquistas, que le fusilaron el 9 de noviembre de 1940 en las tapias del Cementerio del Este, donde se pasó por las armas a 2.500 personas entre 1939 y 1944.
En La velada en Benicarló, Manuel Azaña reflexiona sobre los crímenes cometidos en la zona republicana, escogiendo como portavoz de sus ideas al personaje llamado Garcés. La obra fue escrita en Barcelona en 1937, pero no se publicó hasta 1939 en París y Buenos Aires.
Garcés.-Admito, admiro y agradezco el alzamiento popular en defensa de la República. Pero usted no ignora que dentro de él han ocurrido abusos monstruosos. La crueldad, la venganza, hijas del miedo y de la cobardía, me avergüenzan.
Marón-. Mayores atrocidades cometen los rebeldes.
Garcés-. Lo sabemos. Nadie monopoliza la barbarie ni el desmán. Pero esto no es una compensación. Ellos son la negación de la ley; nosotros somos el Gobierno, la legitimidad, la República. Una conducta noble, sin otro rigor que el de la justicia, habría robustecido la autoridad de nuestra causa.
Mientras Azaña pedía “Paz, Piedad y Perdón” en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938, Mola, Franco, Yagüe, Varela, Queipo de Llano y otros militares sublevados hablaban sin rubor de exterminar al adversario. El 27 de julio de 1938, el periodista norteamericano Jay Allen entrevista a Franco en Tetuán:
-Allen: “¿Durante cuánto tiempo se prolongará la guerra ahora que el golpe ha fracasado?”
-Franco: “No puede haber ningún acuerdo, ninguna tregua. Salvaré a España del marxismo a cualquier precio”.
-Allen: “¿Significa eso que tendrá que fusilar a media España?
-Franco: “He dicho a cualquier precio”.
Por el contrario, Zugazagoitia, que pertenecía al ala del PSOE liderada por Indalecio Prieto y había sido nombrado ministro por Juan Negrín, escribía: “Asesinándonos hemos vivido los españoles todo este último período. Dispuestos a seguir matándonos, nos acechamos. ¿Cuántos años guardaremos esa pasión cainita? No cabe anticipar ninguna respuesta tranquilizadora. Todas las conjeturas son pesimistas. ¿Vamos a continuar el mismo escorzo violento más tiempo del que la propia vida nos acuerde, prolongando la desesperación a través de nuestros hijos? Entre los que contesten rotundamente no, me inscribo. Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas más penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio, renegando para los que por tal me tengan, escéptico, traidor, egoísta…, que todo me parecerá soportable antes de envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas generaciones”.
Una nueva cultura para el siglo XXI
No voy a ser hipócrita. En la España actual, es imposible pedir paciencia a los que se ha quedado sin trabajo, han sido desahuciados o sobreviven con menos de 3.650 euros al año. En esa situación se hallan tres millones de españoles, el 6’4% de la población. Es la pobreza extrema, que crece imparablemente. Otros diez millones viven en la pobreza relativa, con menos de 7.300 euros anuales. Las protestas son reprimidas con una brutalidad implacable y la tortura sigue presente en las comisarias, las cárceles y los centros de menores. La corrupción es un mal endémico y la independencia judicial una ficción insostenible. Odio la violencia. No es una frase, sino algo muy real, que se hunde sus raíces en mi propia biografía. Me gustaría creer que fenómenos como el 15-M pueden cambiar la historia, pero las evidencias señalan lo contrario. Las revoluciones nunca son incruentas. El Antiguo Régimen y el imperialismo colonial no desaparecieron de forma pacífica. Simón Bolívar y José Martí recurrieron a las armas y han pasado a la historia como libertadores. Creo (o deseo creer) que en el presente hay otras alternativas. Noam Chomsky contempla con esperanza los cambios que se han producido en algunos países de América Latina en las dos últimas décadas. Los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Lula da Silva y Néstor Kirchner han aliviado la pobreza de sus compatriotas, con políticas opuestas a los dictados del FMI. De hecho, Néstor Kirchner liquidó la deuda de Argentina con el FMI para liberar a sus compatriotas de una tutela indeseable. “El FMI –declaró Kirchner- ha sido el promotor y vehículo de unas medidas políticas que han causado pobreza y dolor en el pueblo argentino”. Chomsky opina que los cambios en América Latina no se han producido desde arriba, sino desde abajo gracias a “unos movimientos que carecen de precedentes y a los que, de manera absurda, se ha llamado antiglobalización que privilegia los intereses de los pueblos, en lugar de los de los inversores y las instituciones financieras”. Chomsky augura “un camino accidentado”, pero afirma que “existen posibilidades de que se produzca un progreso real hacia la libertad y la justicia, en el cooperará todo el hemisferio, y que se extenderá incluso más allá. Aunque los avances son frágiles y se enfrentan a una implacable oposición, tanto en el interior como en el exterior, las perspectivas son esperanzadoras” (Esperanzas y realidades, 2010).
Es imposible predecir el futuro, pero un cambio real y duradero sólo prosperará mediante una transformación de la mentalidad colectiva. José Mújica, actual presidente de Uruguay y antiguo guerrillero tupamaro, que vive en una modesta chacra en las afueras de Montevideo y que cede el 90% de su sueldo (260.259 pesos uruguayos) a distintos proyectos contra la pobreza, pronunció un importante discurso en la Cumbre de los Pueblos Río+20 de 2012, planteando la necesidad de crear un nuevo modelo de desarrollo que no se basara en el consumo desenfrenado: “¿Qué le pasaría a este planeta si los hindúes tuvieran la misma proporción de autos por familia que tienen los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar? Más claro: ¿el mundo tiene los elementos hoy, materiales, como para hacer posible que 7 mil, 8 mil millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen las más opulentas sociedades occidentales? […] ¿Es posible hablar de solidaridad y de que estamos todos juntos en una economía que está basada en la competencia despiadada? ¿Hasta dónde llega nuestra fraternidad? […] Nada de esto lo digo para negar la importancia de este evento. No. Es por el contrario. El desafío que tenemos por delante es de una magnitud, de carácter colosal, y la gran crisis no es ecológica, ¡es política! El hombre no gobierna hoy las fuerzas que ha desatado, sino que las fuerzas que ha desatado lo gobiernan al hombre. Y la vida. [… ] ¡Estos son problemas de carácter político! que nos están diciendo la necesidad de empezar a luchar por otra cultura. […] Los viejos pensadores definían – Epicuro, Séneca, los Aimara – “pobre no es el que tiene poco, sino verdaderamente pobre es el que necesita infinitamente mucho y desea y desea y desea más y más“. ¡Esta es una clave de carácter cultural! […] Tenemos que darnos cuenta. Que la crisis del agua, que la crisis de la agresión al medio ambiente, no es una causa. La causa es el modelo de civilización que hemos montado, y lo que tenemos que revisar es nuestra forma de vivir”.
José Mújica no descubre nada nuevo, pero hace algo más importante. Llamarnos la atención sobre lo esencial. Su utopía se llama “cultura de la pobreza” y ya la planteó la teología de la liberación como alternativa a la economía de mercado. La “cultura de la pobreza” presupone que “nadie tiene derecho a lo superfluo hasta que todos tengan lo esencial” (Ignacio Ellacuría) y afirma que la liberación del ser humano será irrealizable sin la liberación de la Naturaleza, brutalmente explotada por un capitalismo insaciable: “Hoy gritan las aguas, los bosques, los animales, es toda la Tierra la que grita –escribe Leonardo Boff-. Dentro de la opción por los pobres y contra la pobreza debe ser incluida la Tierra y todos los ecosistemas. La Tierra es el gran pobre que debe ser liberado junto a sus hijos e hijas condenados”. Este ideal es profundamente revolucionario, pero no avanzará sin un ejercicio de reflexión colectiva que interiorice una nueva visión del mundo. El siglo XXI debería ser el escenario de ese cambio. La justicia, la libertad y la solidaridad no serán posibles, si el ser humano no logra revertir las fuerzas destructivas de un capitalismo incompatible con la paz social y la preservación de la vida. La esperanza siempre es insensata y temeraria, pero sin ella el futuro se cierra, transformándose en un muro impenetrable. “Traspasemos lo existente –escribió Ernst Bloch en El principio de esperanza (1959) -. El futuro no es una mera prolongación del presente. […] El futuro depende de nosotros, no nos dejemos llevar por la inercia del día a día ni por el derrotismo. El optimismo es una cuestión de voluntad, centrémonos en lo modificable y en lo que depende de nosotros”. La humanidad aún puede reinventarse a sí mismo y alumbrar un mañana ético, sin violencia ni desigualdad. La utopía de lo justo, lo bello y lo fraterno no es una ensoñación, sino el único horizonte que puede garantizar nuestra supervivencia como especie. El socialismo siempre ha apuntado hacia nueva aurora. Por el contrario, el fascismo nunca ha escondido su pasión por el crepúsculo y los ocasos wagnerianos. La muerte no puede tener la última palabra.
* Into The Wild Union
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