Hedonismo: breve periplo contemporáneo (desde la izquierda)
Epicúreos y cirenaicos son las primeras escuelas que ven al placer como un objeto de estudio y a la vida como la finalidad del pensar. Unos dirán que los placeres estables –el pensamiento- tienen privilegio por sobre los placeres en movimiento –la comida, la bebida, la sexualidad-, y otros, lo contrario.
Luis Diego Fernández
Volvamos a Eric Laurent, ‘Un psicoanalista no puede admitir este término de hedonismo contemporáneo pues el hedonismo es un sueño: éste supondría una medida posible de las relaciones del sujeto con su goce.’
Silvia Botto
Todas las crisis han aumentado siempre el número de fieles en los templos; es la hora de las iglesias, las sinagogas y las mezquitas. Pero lo es también -por una especificidad propia del capitalismo- la de las peluquerías y los gimnasios. El nuevo ascetismo se llama, en efecto, “culto al cuerpo”.
¿Y los cuerpos? Ya no existen.
Santiago Alba Rico
Cartografía. La imagen del hedonismo contemporáneo que perseguimos, para nada exhaustiva, más bien minimalista, se mueve en esta dirección: de la negación al elogio. Es decir, del cristianismo que proscribe el hedonismo, a la sociología que, como bisagra cautelosa, lo endosa retóricamente, hasta el ateísmo que lo reivindica de frente, sin pelos en la lengua, en tanto materialidad gozosa, ética y estética, que le saca chispas a la entropía.
(Apelando a una imagen de la luz parecida, se expresó, con la muerte en la cara, desahuciado por el cáncer de esófago —escupiendo bilis—, el ateo irredento, pero políticamente fofo, Christopher Hitchens (1949-2011).
La imagen será inolvidable: desde la furia existencial que lo caracterizó, anclada en la ferocidad cotidiana del tabaco y el alcohol, Hitchens subrayaba con tesón que, a pesar de la muerte que tenía encima, le había sacado chispas a la vida.
¡Inmanencia, demasiado inmanente! Ni se arrepentía de cómo había vivido ni pensaba llorar frente a la entropía: ¡a lo hecho, pecho!
Hitchens literaturizó su muerte con ironía mordaz. Antes de sucumbir a la derecha neoconservadora que lo enfangó, arremetió con tino contra Henry Kissinger y la madre Teresa de Calcuta. El Hitchens que había desvelado, de una manera rigurosamente documentada que nadie ha podido desmentir, la perversidad de la Madre Teresa, el que pidió el cuello de Kissinger por crímenes de lesa humanidad, terminó chapoteando en el légamo de la “kakocracia” de George W. Bush.
El endoso militante que llevó a cabo de la guerra en Irak (2003), lo cagó antes de que el cáncer lo hiciera mierda: humano, demasiado humano.
Por otra parte, nunca se vio una biblioteca personal tan alucinante como la de Hitchens, con sus torres de libros que crecían desde el piso).
Negación. Desde el cristianismo de izquierda del periodista y ensayista usamericano Chris Hedges, crítico acérrimo del neoliberalismo neconservador, de la corporatocracia y de su “totalitarismo inverso,” para quien, tras veinte años como corresponsal de guerra, ésta se convierte, en War Is What Gives Us Meaning (2003), en el mayor vicio de Estados Unidos; para el Hedges de izquierda que en enero de 2012 demandó al presidente Obama por violentar la constitucionalidad ciudadana (militarizando el espacio nacional), el hedonismo (sin más, porque nunca lo califica) desenfoca la voluntad rebelde y creadora de la acción política. Y en última instancia, la extravía en la indulgencia narcisista, emblemática de los hippies.
De ahí que, cuando compara la rebeldía de los años sesenta; años civilizadores de la cultura usamericana, según Chomsky; con el brote de Occupy Wall Street de 2011, Hedges establezca una diferencia que privilegia a los últimos. Y ello porque los ocupas de Wall Street se mantuvieron firmes, sin entregarse al hedonismo de las drogas y el sexo de los años sesenta.
Un tanto en la línea del filósofo afronorteamericano Cornel West, para quien la xenofobia, el consumismo y el hedonismo constituyen la matriz del racismo usamericano, Hedges reduce el hedonismo a la autocomplacencia injustificada, despilfarradora, de un individualismo fácil, vulgar y vago: al garete, que no conduce a nada y que por eso no vale la pena perseguir.
Endoso retórico. Desde la sociología “tropical,” como Ángel Quintero Rivera subtitula su libro, Salsa, sabor y control (1998), la propuesta hedonista no se puede despachar tan fácilmente, como suele hacer Hedges desde su cristianismo militante, antioligárquico y antiplutocrático.
Y ello porque la sociología de la salsa gira alrededor del sabor (y el control), que no es sino el endoso del disfrute individual y colectivo del cuerpo. ¡A gozar!, como se dice en tantas canciones de salsa. Te voy a poner a gozar, como decía el salsero Hector Lavoe: ¡la voz!
Como hedonismo individual y colectivo, el de la salsa tramita una política de la alegría. Por eso, el deleite salsero no conlleva a la voluptuosidad inconsecuente e irresponsable de bagaje cristiano, sino, en el mejor de los casos, a una utopía de la alegría establecida en la práctica de la reciprocidad, goce de la tropicalidad callejera que se plantea como crítica al individualismo posesivo de la modernidad.
De ese modo, desde el prólogo de Puerto Rico en la olla, ¿somos aún lo que comimos? (2006), el sociólogo se asoma a la historia culinaria de la isla de la salsa, para endosar la propuesta del libro de Cruz Miguel Ortiz Cuadra: “un estudio riguroso que se dirige a examinar uno de los temas centrales de la Historia y las Ciencias Sociales contemporáneas: la espinosa problemática de la dinámica de las identidades colectivas.”
Pero el endoso, si nos fijamos bien, parece precavido, matizado como está por la exclamación “¡por qué no!”: “Pero no crean que nos convida Ortiz… a un banquete frívolo, a otra ocurrencia cute de un postmodernismo light. Puerto Rico en la olla… es un banquete hedonista —¡por qué no!— pero, a su vez, sesudo y muy profundo.”
Defensa cautelosa del hedonismo culinario, consciente, demasiado consciente de la negación cristiana y del hedonismo vulgar que confunde el tener con el ser, el consumo con la intersubjetividad.
Reivindicación. Sin exclamaciones retóricas, de frente, con todo el peso de la contrahistoria de la filosofía que ha escrito a pelo (Las sabidurías de la antigüedad, 2007; El cristianismo hedonista, 2007; Los libertinos barrocos, 2009; Los ultra de las luces, 2010), le toca a Michel Onfray, ”filósofo pop”, restablecer no sólo la legitimidad filosófica del hedonismo, sino el modelo práctico, como militancia, de un hedonismo de izquierda, comprometido, que se define a partir de la disciplina (nunca de la gula, ni del tener, ni del consumo).
Visto como ascesis, el hedonismo de Onfray rebasa, como en la política de la salsa, el placer individual. No, no se vale todo. A lo largo del nuevo milenio, el filósofo hedonista ha fundado una Universidad Popular (2002) y una Universidad del Gusto (2006) para que el pueblo, expuesto a la sabiduría hedonista, coma, huela, toque, oiga y vea más y mejor. El hedonismo y la educación son sinónimos.
El “neohedonismo” de Michel Onfray es viejo: está basado en una historia silenciada durante 25 siglos, “que elogia los deseos, los placeres, las pasiones, las pulsiones, los instintos, el cuerpo, la carne, la materia, el deseo, la vida, etc.” Una filosofía que se plantea el placer como “construcción,” y que por eso mismo, sabe que el “placer se construye… a veces renunciando al placer…”
En vez de en la gula, pues, el hedonismo filosófico de Onfray se inscribe en la tensión de lo que está en continuo proceso de realización, cuya atención requiere toda una vida.
Hedonismo y capitalismo. Desde la izquierda cristiano-protestante usamericana, Chris Hedges, y en menor medida, porque se trata de un intelectual inscrito en la tradición del blues afronorteamericano, Cornel West, también llamado “Brother West”; filósofo cristiano que en ocasiones habla como si estuviera improvisando en el saxofón de John Coltrane (uno de sus dioses afroamericanos); arremeten contra el hedonismo por considerarlo parte esencial del capitalismo corporativo que ha hecho añicos a su clase liberal (la iglesia, la prensa, la universidad, los sindicatos), encargada de proteger a la clase media de los excesos del capital: regreso de los “robber barons.”
Corporatocracia que, a partir de la invasión de Irak (2003), Hedges ha expuesto en su peligrosidad tanática, como una violencia que exige del usamericano de a pie (también de los profesores como West) el mayor compromiso político: la demostración pública que, desde el cuerpo, arriesga la libertad, desafiando sin violencia, pero con determinación inamovible, el poder corporativo que se ha adueñado como nunca del país.
El antihedonismo de Hedges constituye ese llamado apocalíptico a la rebelión antiautoritaria y antitotalitaria que vive Estados Unidos, contra la corporatocracia militarista; compromiso fundamentalmente incompatible con el deleite sinestésico que provee el uso responsable (Antonio Escohotado) de las drogas y el alcohol. Goce que Hedges proscribe, y que tanto el izquierdismo de la sociología tropical como el del neohedonismo de Onfray contemplan y acatan, como parte de la materialidad del cuerpo.
Desde la sociología, el endoso al hedonismo culinario se sabe parte de un izquierdismo latinoamericano, para nada reñido con la lucha “anti-racista” y “anti-clasista,” emblemático de la “música tropical,” en cuya “matriz central,” resultado del “complejo bricolage de imposiciones coloniales y de herencias étnicas, de género y de clases sociales,” se da la “creativa adaptabilidad,” que sobre todo “los afrodescendientes imprimieron a la cultura en el Caribe.”
Desde esa “creativa adaptabilidad,” Quintero Rivera apunta al hedonismo “tropical” que ha mitigado la historia capitalista del Caribe desde una particular sociabilidad premoderna, antimoderna o quizás transmoderna (como diría Enrique Dussel), que deriva placer tanto al recibir como sobre todo al dar y compartir con la colectividad donde se conforma la individualidad “tropical.”
Para el neohedonista feroz, también antimarxista (y ateo) de izquierda, se trata de una moral materialista, “goza y haz gozar, sin hacer daño a nadie ni a ti mismo,” desde cuyas entrañas Onfray aboga por un capitalismo libertario, que reemplace al capitalismo liberal en el que estamos inscritos. Sobre todo, siguiendo el ejemplo de las industrias de autogestión, en cuanto a la repartición de las riquezas. Es decir, fuera del individualismo posesivo que promueve el capitalismo liberal, igualmente criticado por el hedonismo “tropical” y el antihedonismo cristiano-protestante.
Al final de este breve periplo, la relación entre hedonismo y capitalismo plantearía este enganche interesante. Mientras más se ignore la dimensión filosófica del hedonismo, el hecho de que hace 25 siglos viene planteándose como una política a favor de la libertad personal, contra el poder establecido y de frente a la ascesis, menos se lo piensa como herramienta en la lucha contra el capitalismo neoliberal. Mientras más se lo considera como una ética/estética, más se lo concibe como una política contra el neoliberalismo neoconservador.