Hiram Bingham: hacia la ciudad perdida de los Incas

Hiram Bingham: hacia la ciudad perdida de los Incas
El 24 de julio de 2011* se celebró el Centenario del redescubrimiento de Machu Picchu. Aprovechamos la efeméride para adentrarnos en la biografía y peripecia del descubridor científico de este asentamiento inca que hoy forma parte de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. El explorador Hiram Bingham fue la inspiración del personaje cinematográfico de Indiana Jones y, como veremos, sus aventuras nada tienen que envidiar al héroe de George Lucas. Pero… ¿Fue Bingham el primero en llegar a la ciudadela? ¿Realmente estuvo perdido Machu Picchu? ¿Arqueólogo o huaquero como algunos sostienen? A estas y otras preguntas contestaremos en este trabajo.
 
Retrato de un explorador
 
El viajero vino al mundo en la capital de Hawai, Honolulu, el año de 1875. Hijo y nieto de los primeros misioneros protestantes que llegaron al antiguo reino polinesio, el pequeño fue bautizado con el nombre de Hiram Bingham III. Su primera licenciatura en administración de empresas por la universidad de Yale, no hacía presumir los estudios que luego realizaría en Berkeley o su doctorado en Historia y Geografía por la universidad de Harvard. Historiador y arqueólogo aficionado fue catedrático de historia de Iberoamérica en las universidades de Princeton y Yale. Precisamente siendo catedrático de esta última universidad fue cuando inició las exploraciones arqueológicas por América del Sur. En concordancia con su doble cinematográfico, Bingham no se limitó a ser un profesor anclado a una cátedra, sino que se convirtió en un hombre de acción.
 
En 1916, dos años antes del término de la Primera Guerra Mundial, Bingham ya había alcanzado el grado de capitán de la Guardia Nacional de Connecticut y el año siguiente se hizo piloto de combate. Recogió sus experiencias militares en un libro titulado: Un explorador en el Servicio Aéreo, que publicó la universidad de Yale en 1920.
 
A la carrera militar le siguió la política. En 1922 fue elegido teniente gobernador de su Estado, cargo que ocupó hasta 1924, año en que fue elegido gobernador. Claro que un hecho luctuoso le hizo ostentar un record curioso: ser el gobernador de más corto mandato de Connecticut, un día. Su partido, el republicano, lo llamó para cubrir la plaza en el Senado de EE.UU. que había dejado vacante el suicidio de Frank Bosworth Brandegee. Calvin Coolidge, trigésimo presidente de los EE.UU., designó a Bingham Presidente del Cuerpo de Aviación. En aquella época nuestro personaje ya era muy popular y en la prensa le apodaron “El senador de aire”. En 1926 fue reelegido y estuvo en el Senado hasta 1933. Ese crítico año tras la Gran Depresión, Bingham no consiguió ser reelegido de nuevo.
 
La vida familiar del viajero también fue muy activa, por lo que parece. En 1899, se casó en primeras nupcias con quien sería la dueña de la joyería Tiffany, Alfreda Mitchell, la nieta del fundador de la marca, Charles L. Tiffany. A la rica heredera la conoció en la universidad de Yale, cuando los dos eran estudiantes. El joven era miembro de la Hermanad de la Acacia, de indudable inspiración masónica. Ella, y su acaudalada familia, fueron los que posibilitaron los estudios de Bingham sobre historia de Iberoamérica en las universidades de Berkeley y Harvard, y facilitaron sus primeras exploraciones Andinas. Divorciado, en 1937, se casó con Suzanne Hill Carroll. Fruto de su primer matrimonio nacieron siete hijos, que fueron importantes personalidades de la política de EE.UU., como por ejemplo, Hiram Bingham IV, diplomático y héroe de la Segunda Gurra Mundial. Como vicecónsul en Marsella, Bingham IV organizó la huída de Francia de más de 2.500 judíos.
 
Hiram Bingham murió como el descubridor de Machu Picchu en Washington el 6 de junio de 1956. Sus restos mortales descansan en el cementerio de los héroes, en Arlington; pero el que nació predestinado por la tradición familiar a ser un predicador protestante buscó otros rumbos que le llevaron a unas montañas lejanas. Inspirado por unos versos proféticos de Rudyard Kipling, que Bingham recogió en su libro, partió en busca de su particular Santo Grial: “Hay algo escondido. / Anda y encuéntralo. / Anda y mira detrás de la cordillera. / Hay algo perdido detrás de la cordillera. / Perdido y te está esperando. / ¡Anda!
 
Primera incursión en territorio Inca
 
Bingham llegó por primera vez a América interesado en la historia del Libertador Simón Bolívar, pero en su faltriquera llevaba las crónicas de los conquistadores y misioneros que hablaban del último refugio de los incas resistentes a los españoles. Entre la historia y la leyenda, durante los siglos XVIII y XIX, se habló de los inmensos tesoros que los incas habían escondido para que no cayeran en manos de los invasores en una mítica ciudad del valle de Vilcabamba, Vitcos. Esta llacta (poblado del antiguo Imperio Inca) fue la última capital de Manco Inca Yupanqui –y posteriormente de su hijo Tito Cusi-, que escapó del ejército de Atahualpa en Cusco y fue nombrado Emperador por Pizarro con el nombre de Manco II. La coronación de este joven de la nobleza aborigen tenía como objeto evitar hostilidades y controlar a los diversos caciques aunque Manco II terminaría rebelándose contra Pizarro y el vasallaje a la Corona de España. Finalmente fue asesinado por soldados almagristas (en la Guerra Civil entre los partidarios de los conquistadores de Perú, Diego de Almagro y Francisco Pizarro) que combatían en su ejército.
 
Las cumbres de Vilcabamba fueron para Bingham la cordillera de la que hablaba el verso de Kipling, y a ella se dirigió nuestro héroe en busca de la mítica ciudad. En una primera expedición a los Andes, el explorador siguió la ruta bolivariana desde Venezuela hasta Colombia. Fue el relato de este viaje el que posibilitó sus posteriores expediciones, el propio Bingham lo cuenta así: “Elihu Root, entonces Secretario de Estado –durante la presidencia de Theodore Rooselvet, añadimos nosotros-, se interesó en mi viaje e interrogó prolijamente respecto a lo que había visto. Pareció gustarle mi relación, y al año siguiente, muy generosamente, me dio la oportunidad de ver más de Sudamérica al designarme como delegado al Primer Congreso Científico Panamericano, que se efectuó en Santiago de Chile, en diciembre de 1908”.
 
Con el apoyo de su gobierno y como presidente de la delegación estadounidense al citado congreso, Bingham y su amigo el topógrafo Clerence L. Hay, penetraron en los Andes centrales y, en febrero de 1909, recorrieron el antiguo camino comercial de los colonizadores que unía las ciudades de Buenos Aires y Lima, pero partiendo del Cusco. En palabras del viajero: “Me propuse cruzar la tierra incaica a lomo de mula”. Es en la antigua capital imperial incaica donde el prefecto Juan José Núñez le informa sobre la existencia de unas ruinas y la expedición que se está preparando para buscar supuestos tesoros enterrados. Ese oro, que luego resultó no ser tanto, que los indígenas llegaron a creer que servía de alimento a los conquistadores europeos, pues era tal el anhelo con que lo buscaban; pero las ruinas con que se encontró Bingham en esta ocasión fueron las de Choquequirao. Esta no podía ser la gran ciudad que las viejas crónicas españolas citaban como “Templo del Sol” y situaban en la región de Vilcabamba la Vieja y que ya, por entonces, habitaba los sueños del explorador.
 
Lejos de desanimarse, el viajero volvió a su patria resuelto a buscar los apoyos económicos para organizar una gran expedición para buscar la residencia de los últimos emperadores. Una de las fuentes escritas que manejaba Bingham era la Crónica moralizada del Orden de San Agustín en el Perú de Antonio de la Calancha y que fue publicada en Barcelona en 1638. En ella se nos cuenta las andanzas de los frailes Marcos García y Diego Rodríguez que sufrieron suplicio en Vilcabamba la Vieja, en la quebrada de Picchu. Los agustinos calificaron el lugar como: “La universidad de la idolatría” y “cátedra de hechiceros abominables”, pues estos eran los términos de la campaña de “Extirpación de Idolatrías” que dictó el Santo Oficio del Tribunal de la Inquisición.
 
En junio 1911 Bingham regresó al Perú. Esta vez con el patrocinio de la Universidad de Yale y la National Geographic Society y con un pequeño equipo compuesto por el geólogo Isaías Bowman, el botánico H. W. Foote, el cirujano W. G. Erving, el topógrafo Kai Hendriksen, el ingeniero H. L. Tucker y P. B. Lanius, un estudiante que hacía las veces de secretario. Como vemos, ningún arqueólogo, pero así quedó conformada la primera comisión científica que estaría llamada a redescubrir uno de los mayores yacimientos arqueológicos del Mundo. Además de las crónicas de los soldados -como las crónicas del soldado Baltasar de Ocampo que en el siglo XVI habló de un poblado con edificaciones colosales y con una acllahuasi o Casa de las Escogidas- y frailes españoles, el explorador manejaba lo publicado por un viajero franco-austriaco que levantó un mapa de la zona y buscó, infructuosamente, dichas ruinas. Se trataba de Carl Wiener que llegó al Perú en 1875 comisionado por el Ministerio de Educación de Francia con motivo de la Gran Exposición Universal de París. Wiener pasó 2 años realizando excavaciones arqueológicas por Perú y Bolivia. Es conocido en América como Charles, ya que durante mucho tiempo se creyó que era de nacionalidad inglesa, o incluso alemán, pero, nacido en Viena, tenía la doble nacionalidad citada. Aunque lo que dio nuevas esperanzas a Bingham fue una carta que recibió meses antes de su llegada al Perú, una misiva que le enviaba su compatriota Albert A. Giesecke.
 
Hechizado ante las ruinas
 
Giesecke  había llegado a Perú en 1907 y era el asesor en asuntos educativos del gobierno de Augusto B. Leguía, que a su vez lo nombró Rector de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco.  En enero de 1911, Giesecke estuvo como invitado en la hacienda Echarati de la localidad de Mandor, en el departamento del Cusco. El hacendado Braulio Polo y la Borda informaron al profesor que en la colina delante de su hacienda había construcciones cubiertas por la vegetación. Un arrendatario de la zona, del que luego hablaremos, llamado Eduardo Lizárraga, y un campesino llamado Melchor Arteaga podían confirmar estos datos. Giesecke, gran aficionado a la arqueología y conocedor de las pesquisas de Bingham, le escribió dándole esta información y, posteriormente, poniéndolo en contacto con estas personas.
Curiosamente, Bingham no recoge en sus libros la inestimable gestión de este personaje que hoy se ha podido conocer gracias a la correspondencia de Giesecke que se conserva en el Archivo del Centro Bartolomé de las Casas del Cusco.
 
Con toda esta información llegó Bingham a Mandor el 23 de julio de 1911. El sargento Fabián Carrasco comandaba la escolta militar que el prefecto Núñez había proporcionado a los expedicionarios. Melchor Arteaga, que habitaba en la planicie conocida como Mandor Pampa, informó al explorador sobre la existencia de dos lugares con ruinas incaicas, uno era Machu Picchu y otro Huayna Picchu. Bingham contrató al campesino y al niño indígena Juan Pablo Álvarez como guías. Fueron ellos, junto al militar Carrasco, los que le acompañaron en la primera excursión de reconocimiento de las ruinas. Era la helada y lloviznosa mañana del 24 de julio. Los demás integrantes de la expedición se quedaron en el campamento. En la fatigosa ascensión, ya junto a las ruinas, se encontraron con dos indios quichuas que tenían sus cultivos en los bancales de la vieja ciudad. Se trataba de Anacleto Álvarez y Toribio Recharte.
 
Sobre la primera impresión que le causaron los muros de los templos del Machu Picchu cubiertos de una espesa vegetación, valgan estas palabras del propio Bingham: “Llegamos a una gran escalera compuesta de bloques de granito… De pronto nos encontramos frente a las ruinas de dos de las más hermosas e interesantes estructuras de la antigua América. Hechos de granito blanco, las paredes presentaban bloques de tamaño ciclópeo, más altas que un hombre. La vista de aquello me dejó hechizado…”. Hoy sabemos que los muros graníticos, que parecieran  haber crecido unidos como dijo el explorador, no pertenecían a la supuesta capital del inca Manco II que Bingham identificaba con la antigua Vitcos y que bautizó con el nombre del cerro que las cobijaba, Machu Picchu (Montaña Vieja). Recientes investigaciones en archivos documentales del siglo XVI apuntan a la teoría de que Machu Picchu fue construida en el siglo XV como residencia de descanso, mausoleo y santuario ritual, al sol y la luna, de Pachakutek, primer emperador inca del basto territorio del  Tahuantinsuyo y que gobernó desde 1438 a 1471. Aunque “perdida” y abandonada durantes siglos, quizá por una epidemia, se cree que fue ocupada por tres generaciones de incas, y las Vírgenes del Sol, y era desconocida fuera del circulo del Inca (Inca significa emperador). Eso sí, no podemos decir que fuera una hacienda aislada. Además de los ocho caminos que tenía recientemente se han encontrado ruinas al pie del abismo de lo que al parecer fue la despensa de Machu Picchu, Inkaraqay.
 
Bingham volvió a Estados Unidos resuelto a organizar una importante expedición para estudiar y desbrozar las ruinas halladas. Esta tuvo lugar al año siguiente, en 1912. Las autoridades locales, con el Presidente de la República a la cabeza, expidieron un salvoconducto con fecha 26 de junio de 1912 que autorizaba las excavaciones. El espaldarazo mundial del redescubrimiento se produjo en 1913. Ese año la revista que dirigía Graham Bell, National Geographic, cumplía 25 años desde su fundación y dedicó todo su número especial al descubrimiento.
 
Se sucedieron las campañas arqueológicas de Bingham en Machu Picchu en los años siguientes, hasta 1915. Quizá la época más oscura de la misión porque hubo un trasiego, poco transparente, de objetos que fueron a parar al Museo Peabody de Historia Natural de la Universidad de Yale. En su libro, Bingham siempre quitó importancia a los objetos encontrados y llegó a hablar de unos 4.000, cuando más tarde se supo que fueron muchos más.
 
Un aniversario con polémica
 
Polémica que, sino nueva, si que se ha visto reverdecida por la proximidad de la efemérides. ¿Fue Bingham un huaquero? La situación política en Perú, en la época que Bingham solicitó sus permisos, era muy inestable. En 1913 Leguía estaba desterrado en Panamá (volvería a la presidencia en 1930 tras un golpe de estado) por intentar anular las elecciones que habían llevado a la presidencia Guillermo Billinghurst. En 1915, las cosas estaban muy caldeadas en el país cuando corrió por Cusco la noticia de que, desde el puerto de Mollendo, el explorador se estaba llevando a Estados Unidos tesoros encontrados en las excavaciones. Las leyes peruanas prohibían comerciar o sacar del país objetos de valor arqueológico, pero bien es verdad que, con carácter científico y para el estudio, Bingham fue autorizado por dichas autoridades. En el periódico peruano El Comercio de fecha 5 de noviembre de 1912 se publicaron las cláusulas del acuerdo con Bingham, un permiso firmado en Lima el 1 de octubre de 1912 y que caducaba el 1 de diciembre. En el punto número 4 el Gobierno del Perú se reservaba el derecho de exigir a Yale y la Sociedad Geográfica Norteamericana la devolución de los objetos y los estudios realizados.
 
Tras décadas de litigios diplomáticos y judiciales, el pasado mes de diciembre de 2010 la Universidad de Yale aceptó devolver (la National Geographic sí apoyaba la reivindicación peruana) al Perú los 46.332 objetos de incalculable valor histórico del yacimiento del Machu Picchu.
 
¿Fue Bingham el primero en llegar? Sin duda no, aunque sí podemos decir que fue el descubridor científico y responsable, junto a la National Geographic, de poner el lugar en el mapa. Es indudable que huaqueros (expoliadores de tesoros) y viajeros extranjeros y peruanos estuvieron por la zona desde el siglo XIX. El explorador italiano del Perú Antonio Raimondi no la encontró y el documentado Diccionario Geográfico del Perú de Paz Soldán no la mencionaba, pero desde la época del citado Wiener se rumoreaba su existencia y campesinos y propietarios locales si que tenían noticia del que luego sería uno de los enclaves arqueológicos más importantes del mundo y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1983.
 
Agustín lizárraga: el verdadero redescubridor de Machu Picchu
 
“Lizárraga, 14 de julio de 1902 para la posteridad”. Esta fue la lacónica inscripción que grabó Agustín Lizárraga Ruiz en el Templo de las Tres Ventanas en la que fue la primera expedición, modesta, eso sí, al Machu Picchu de la que se tiene constancia, nueve años antes de que llegara Bingham. Acompañaban al citado los también cusqueños Gabino Sánchez, Enrique Palma y el indígena Toribio Recharte. Este hecho era conocido por el catedrático José Gabriel Cosio, delegado del Perú en la Comisión Científica de Yale, y se encargó de difundirlo con los modestos medios de la época. En un acto de honestidad nada común, el hijo y biógrafo del explorador, Alfred M. Bingham, da cuenta en su libro de que encontró una libreta de campo de su padre donde se podía leer: “Agustín Lizárraga es el descubridor de Machu Picchu, él vive en el pueblito de San Miguel”. También nos informa cómo su progenitor, en sucesivas ediciones de su libro, fue eliminando toda referencia a Lizárraga, incluso llegó a borrar la citada inscripción, y la valiosa información que de él obtuvo sobre enclaves arqueológicos de las montañas de Urubamba.
 
Es más, durante los días 30 de  junio al 4 de julio de 1904, doce personas (3 mujeres y 9 hombres), guiados por Lizárraga, su primo Enrique Palma y con la logística de Melchor Arteaga, y tras penosas jornadas de ascensión, llevaron a cabo la que es considerada la primera excursión turística a las ruinas, pero Lizárraga, calificado por Bingham como un saqueador de tesoros, también fue el guía de la primera expedición científica peruana a Machu Picchu. La Expedición Universitaria Cusqueña se realizó siete meses más tarde que la de Bingham, en febrero de 1912, estaba dirigida por el doctor José Gabriel Cosio e, incomprensiblemente, nunca publicaron sus investigaciones. Lizárraga murió en ese mismo año en extrañas circunstancias. Cayó al río Urubamba y su cuerpo nunca fue encontrado. Contaba con 47 años.
 
La quina, el mayor tesoro Inca
 
En la época del virreinato del Perú, los indígenas guardaban un secreto que conocían desde los principios del Imperio Inca. Una de las enfermedades que hacía estragos entre los occidentales eran las fiebres palúdicas, y los indios tenían el secreto para curarla. Resulta que al rey Felipe IV de España, a la sazón conocido como el “Rey Planeta”, ocurriósele enviar como virrey del Perú al cuarto Conde de Chinchón, de nombre Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, que ocupó el virreinato durante los años 1629-1639. Con él viajó su segunda esposa, Francisca Enríquez de Rivera.
 
Doña Francisca era muy amable con la servidumbre, y muy especialmente con una joven criada. Corría el año del Señor de 1630 cuando la condesa enfermó de paludismo y, viéndola en trance de muerte, la indígena decidió administrarle una pócima cuyo secreto su pueblo guardaba celosamente. Para no desvelar el remedio decidió darle la dosis mezclada con la bebida. Cogida in fraganti, pensaron que la niña quería envenenar a su señora, y fue apresada. La condesa salió en defensa de su favorita. El padre de la mucama, agradecido, les desveló las propiedades curativas de lo que hoy conocemos por quina.
 
Enterado el corregidor de Loja, Juan López de Cañizares, informó a los jesuitas y éstos llevaron la quina a Roma y, desde allí, se difundió por todo el mundo. Sea esta versión legendaria o sea real, hubo muchos que la dieron por cierta, empezando por el famoso botánico Carlos Linneo que dio el nombre en latín a la quina y la llamó: “Chinchona pubescens”, en honor a esta historia de la “Chinchona”.
 
 
Foto portada: Machu Picchu en 2007, foto Wikimedia Commons, usuario icelight
 
Otra nota relacionada: El polvo de la condesa
 

 

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