Por qué hoy el arte no puede ser solo entretenimiento
Carlos Olalla*. LQSomos. Diciembre 2017
La semana pasada tuve la oportunidad de vivir una experiencia inolvidable: participar en un encuentro TDE’x, en Reus concretamente. Una organización atenta al más mínimo detalle y un público sensibilizado y sensible que llenaba el teatro Bartrina hicieron posible un encuentro sobre un tema imprescindible en el mundo de hoy: FIGHT, lucha, la lucha contra la injusticia social desde los ámbitos más variados: la desigualdad, la manipulación, la defensa de las lenguas amenazadas, la marginación de la mujer en el mundo de la ciencia, la reivindicación de la utilidad de lo “inútil” en nuestra sociedad… A mí me tocó hablar sobre el papel del artista en el mundo de hoy. Fue un acto bello, muy bello y absolutamente necesario. Por eso quiero que la entrada de La placenta del Universo de esta semana sea el texto de esa charla. Aquí lo tienes en su versión completa ya que, por el formato específico de las charlas TED tuve que resumirlo en mi intervención en Reus.
“Muy buenos días y gracias por haber venido a compartir una iniciativa tan necesaria como ésta en un mundo como el de hoy. Estoy encantado de estar en vuestra ciudad. La última vez que estuve aquí fue hace unos diez años, con Bigas Luna, cuando rodaba Yo soy la Juani. Ayer me dediqué a callejear un poco y fui a ver el estadio de vuestro equipo de fútbol, el Reus Deportiu. Fantástico. Ahí está luchando en la liga adelante. Con un poco de suerte quizá el año que viene esté en primera. Sería fantástico. Os lo merecéis.
Sin embargo, viendo el estadio, no pude evitar pensar en que los niños que cada día mueren de hambre llenan cuatro estadios como el vuestro. ¡Cuatro estadios! ¿Os imagináis? 20.000 niños y niñas mueren cada año de hambre y de enfermedades fácilmente curables. Cuesta imaginarlo. Ningún ser humano puede quedarse impasible ante una atrocidad como ésta. Y muchos mueren ahogados en nuestras costas intentando llegar hasta aquí para huir del hambre y de la guerra. Por favor, levantad la mano quienes recordéis el nombre de Aylán. Quizá se levanten más manos si digo que era un chavalín que apareció ahogado en la costa turca, que iba vestido con un jersey rojo y un pantalón azul… A ver, levantad las manos quienes le recordéis ahora… Muchas gracias.
El recuerdo de la imagen de aquel chavalín ahogado boca abajo en la orilla os ha sacudido de nuevo ¿verdad? ¿Y sabéis por qué? Porque conocéis su nombre, porque le pusisteis un nombre a aquel cuerpecito inerte que apareció en la playa, porque su misma existencia hizo que os cuestionarais muchas cosas, os hizo ver la injusticia en la que estamos viviendo, lo criminal de nuestras políticas de inmigración que causan la muerte de miles de inocentes cada día. Imaginaos ahora una fila de niños como Aylán a la puerta del estadio. Es una fila larga, la más larga que ha habido en Reus. Son 20.000 Aylanes vestidos con el jersey rojo y el pantalón azul que, cada día, llenarán cuatro veces vuestro estadio. Esos son los niños y las niñas que mueren cada día por causas que fácilmente podemos evitar.
Pero no pensamos en ellos porque no sabemos cómo se llaman, son números nadies, no existen. El sistema cometió un grave error con Aylán: nos dijo cómo se llamaba, nos lo presentó como lo que es, una persona, un ser humano que tenía el mismo derecho a vivir que nosotros, un niño que tenía toda una vida por delante. Por eso no ha permitido que conozcamos los nombres de ninguno más. Nos esconden sus historias, sus nombres… quieren que para nosotros sean simplemente adjetivos: subsaharianos, inmigrantes, magrebíes, refugiados… Ya no son noticia en nuestros telediarios.
Con lo que EEUU gasta al año en helados o la Unión Europea en productos cosméticos todos los niños y niñas del mundo estarían bien alimentados y escolarizados. Pero eso tampoco aparece en los telediarios. No quieren que seamos conscientes de que solucionar esta tragedia es posible. El otro día un representante de Intermon Oxfam me dio un dato que refleja como pocos lo que está pasando hoy en el mundo: las 8 personas más ricas tienen más riqueza que los 3.600 millones de personas más pobres del planeta. La brecha entre ricos y pobres ha alcanzado cotas nunca vistas a lo largo de la historia. No nos cuentan lo que esas ocho personas, todos hombres por cierto, han hecho para conseguir sus fortunas. Lo que sí nos cuentan, y con todo lujo de detalles, son las obras de caridad que hacen.
Si he empezado esta charla poniendo una realidad tan dura ante vosotros ha sido para que seamos plenamente conscientes de lo que significa hoy luchar, FIGHT. Viendo esta realidad uno no puede dejar de pensar en las palabras del poeta Gabriel Celaya, cuando decía que hoy “la poesía no puede ser sin pecado un adorno” ¿Cómo es posible que hoy veamos hasta como privilegiados a los mileuristas que hace solo 5 años nos daban lástima y personificaban la injusticia del sistema? ¿Os acordáis? Nos daban pena y hoy nos parecen privilegiados. No era una crisis, nos engañaron, era un cambio de paradigma. Ya nada volverá a ser como antes. La precariedad se ha adueñado de nuestras vidas. Por primera vez hay personas que, aún trabajando, no pueden llegar a fin de mes. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres.
El sistema es tan terroríficamente listo que ha conseguido aislarnos en nuestros problemas personales, en nuestro llegar a fin de mes y nos ha hecho seguir creyendo que esto es una mala racha que pronto pasará. Hoy todo pasa a toda velocidad. Tenemos acceso a información sí, pero no tenemos tiempo de analizarla, de pensar en ella. No es casualidad que sean estos los tiempos en los que más fútbol dan por la televisión, en los que la parte de los deportes sea casi tan importante como la de las noticias en los telediarios, en los que la cultura prácticamente no exista en los noticiarios… Y eso sin entrar en los contenidos de lo que nos informan y la forma de tratarlos. ¿No os dais cuenta de que cada día nos hablan más del tiempo pero menos del cambio climático? 15.000 científicos de todo el mundo acaban de lanzar una advertencia a la humanidad: estamos muy cerca de alcanzar el día en el que ya no será posible detener el cambio climático, de que ya sea demasiado tarde. Pero eso no ha merecido prácticamente espacio alguno en nuestros telediarios que, día sí y día también, nos muestras imágenes de señores gordos bañándose felizmente en cualquiera de nuestras playas en noviembre y señoras tumbadas tomando el sol como si eso fuera algo maravilloso. Y en su mentalidad lo es: alarga la temporada turística, nos traerá más y más turistas, aunque eso suponga deteriorar irreversiblemente nuestro ecosistema. Crecer es la consigna, crecer nos hará ricos… pero es una gran mentira. El crecimiento solo hace ricos a unos pocos. Vivimos bajo una constante manipulación y en condiciones laborales precarias, cuando no propias de la esclavitud. Pero el sistema ha alcanzado tal grado de perfección que ha conseguido que, por primera vez en la Historia, nosotros los esclavos no queramos rebelarnos porque nos creemos libres.
Es así de cruel y de duro. Vivimos en los tiempos de la pos verdad, que no es más que una mentira disfrazada de un halo de verosimilitud. ¿No os habéis fijado en que los titulares de muchos de los periódicos de mayor tirada dicen exactamente lo contrario de lo que desarrolla el artículo? Saben que solo leemos los titulares, que nos creemos informados leyendo solo los titulares, que nos creemos libres simplemente leyendo los titulares. Y ahí es donde nos mienten y nos lanzan sus pos verdades. Y nosotros nos las creemos porque hemos dejado de pensar. Hace 40 años muchos libros estaban prohibidos, pero los leíamos. Quizá los leíamos precisamente porque estaban prohibidos. En este tiempo hemos pasado de la sociedad de la palabra a la sociedad de la imagen. Antes leer exigía una actitud activa, un buscar el momento, ponernos frente a unos signos negros escritos sobre un papel blanco que nos abstraían, nos llevaban a un mundo abstracto en el que nos hacían pensar, relacionar unos conceptos con otros, analizar… y eso nos hacía tener opinión propia. Hoy es raro encontrar a alguien con su propia opinión. La sociedad de la imagen implica una actitud pasiva, nos lo dan todo hecho, por robarnos nos roban hasta la imaginación. Hemos perdido la capacidad de la abstracción, de relacionar conceptos, de analizar, de formarnos nuestra propia opinión. Por eso hoy la mayoría repite lo último que ha oído, lo que más le han repetido o lo que más le han gritado. Resulta doloroso escuchar a jóvenes decir que no les interesa la política, que son “pasotas” y que encima lo llevan por bandera sin darse cuenta de que, como alguien dijo alguna vez, “pasota” no es más que la contracción de las palabras pasivo e idiota.
Vivimos tiempos de mediocridad e inmediatez, tiempos en los que no debemos fiarnos de lo que nos dicen, sino fijarnos en lo que hacen. Os voy a poner un ejemplo. Levantad la mano quienes penséis que PODEMOS es un partido de izquierda o de extrema izquierda. ¿Habéis leído su programa electoral? No, claro, como la mayoría. Pero si lo leéis veréis que no es un programa de izquierda que proponga nacionalizar la banca y las eléctricas o expropiar las tierras, es un programa de socialdemocracia moderada. Lo que pasa es que nos han repetido tantas veces que son de extrema izquierda que son radicales, bolivarianos y yo qué sé cuántas cosas más, que hemos acabado por etiquetarlos ahí. Pero si leéis su programa u os fijáis en lo que han hecho en los municipios en los que gobiernan, comprobaréis que de extrema izquierda radical no tienen nada. Y eso nos debe llevar a otra reflexión: si PP, PSOE o Ciudadanos nos dicen que PODEMOS es de extrema izquierda cuando en realidad no es más que una socialdemocracia moderada, ¿dónde se están situando ellos?
El papel de los artistas es hacer preguntas. Sois vosotros quienes debéis buscar vuestras respuestas. Y ya que hablamos del papel de los artistas. ¿Cuál creéis que debe ser en la sociedad de hoy? Viendo todo lo que está pasando ¿debemos limitarnos a entreteneros, a reflejar lo que vemos o a intentar cambiarlo en lo que esté a nuestro alcance? Esa es una elección que le corresponde a cada uno y que solo puede tomar él, sobre todo en un mundo como este que cada día da más valor al número de seguidores que tienes y a la imagen que das, y que tiene una gran facilidad para etiquetar, perseguir y negar el trabajo a quienes se enfrentan al sistema. Respeto, aunque no comparto, las dos primeras. Yo me he decantado por la tercera porque creo que antes que artistas somos ciudadanos y nuestro deber es enfrentarnos a la injusticia desde la no violencia con todas las armas que tengamos. Y los artistas tenemos muchas a nuestro alcance. Cuando escucho criticar a actores y a actrices que reivindican la defensa de algún derecho cuando recogen un premio o cuando oigo que los actores y actrices no deberíamos mezclar la política con el cine o el teatro, no puedo evitar hacerme muchas preguntas: ¿Por qué? ¿El simple hecho de ser actor o actriz debe limitarnos nuestra libertad de expresión? Puede que más de uno se cabree al escuchar nuestras reivindicaciones, pero ¿qué sienten las personas que las están pasando canutas, que no pueden comer, que son desahuciadas o que no pueden permitir que sus hijos estudien viéndonos pasear alegremente por una alfombra roja con la mejor de nuestras sonrisas como si todo fuera fenomenal y los problemas no existieran? ¿Callar, mirar a otro lado, pretender no ver, no es acaso en cierta manera y a nuestra pequeña escala, permitir que las injusticias sigan pasando?
Admiro, y mucho, a mis compañeros y compañeras de profesión que toman partido y lo expresan públicamente. Y les admiro porque sé que se la están jugando. En esta profesión significarse políticamente es cerrarte muchas puertas, es ser consciente de que no te llamarán para ofrecerte un trabajo. Eso no pasa en otros países. En Estados Unidos, un ejemplo que suelen emplear en España quienes más atacan a los actores que se comprometen, Sean Penn, Susan Sarandon o George Cloney han manifestado su apoyo a causas como la cubana o la palestina y no por ello han sido condenados a no poder trabajar en su país. Aquí hemos llegado a extremos absolutamente demenciales. ¿Recordáis cuando Pilar Bardem tuvo que regresar urgentemente de México en un avión medicalizado porque sufría una insuficiencia respiratoria grave que casi acaba con ella? Llegó a Madrid y la ingresaron en una clínica privada. La caverna mediática no tardó ni un segundo en ponerla a parir porque iba a la sanidad privada cuando meses antes había estado encabezando manifestaciones en defensa de la sanidad pública. ¿Os dais cuenta? La ponían a parir por haber defendido la sanidad pública y haber acudido a la privada para que la trataran. ¡Lo que tendrían que hacer es haberle dado una medalla! Que una mujer que puede permitirse la sanidad privada y no necesita la pública para ella salga a la calle a defender una sanidad pública de calidad al alcance de todos es para ponerle un monumento. Eso se llama solidaridad y dignidad, y es algo que las personas que la critican no podrán entender jamás.
Todas y todos podemos hacer mucho por cambiar esto. Yo, como actor, lo intento hacer con todo lo que está a mi alcance: seleccionando los papeles que hago y rechazando aquellos que van en contra de lo que creo; participando en actos solidarios en apoyo de las causas que considero justas; diciendo lo que pienso frente a cualquier micrófono que ponen ante mí; bajándome públicamente de los escenarios para protestar contra el IVA cultural; organizando festivales de cine en zonas en exclusión social; impartiendo talleres de teatro solidarios a colectivos en exclusión social; participando activamente en la organización de campañas para el cierre de los Centros de Internamiento de Extranjeros; leyendo poemas en el metro reivindicando la necesidad del acceso a la cultura para todo el mundo; organizando festivales de cine que lleven el cine allí donde no han tenido oportunidad de verlo…
Estas son algunas de las oportunidades que me brinda la profesión que he escogido. Pero todas las profesiones, incluso el desempleo, ofrecen oportunidades maravillosas para luchar por cambiar todo esto. Los fontaneros pudiendo cambiar gratuitamente las instalaciones de un centro okupado o de una casa de personas que necesitándolo no lo pueden pagar; los maestros ayudando a los chavalines que más lo necesitan; los administrativos ayudando a cumplimentar los formularios de personas en riesgo de exclusión que no saben leer ni escribir… ¿Sois conscientes de lo que podéis ayudar enseñando castellano o catalán a personas migrantes que acaban de llegar? ¿Sabéis qué es lo que más valora una persona sin hogar? Que no pases de largo, que le mires y le trates como a una persona, que te pares y hables con ella, que la escuches… y eso es algo que todos sabemos y podemos hacer.
Hace unos años, impartiendo un taller para personas sin hogar tuve que sustituir a un actor profesional en una obra que iban a representar. El elenco lo formaban actores profesionales y personas sin hogar. Todos los personajes eran personas sin hogar y la obra estaba estructurada en monólogos en los que cada uno contaba su historia alrededor de un fuego. No necesitaba que nadie me diera la réplica. Simplemente tenía que ensayar el texto de mi monólogo y buscarle el tono y el cómo decirlo. Podía ensayar solo, y estuve ensayando durante un mes por las mañanas en el escenario de un centro cultural. Ni una sola mañana lo hice solo. Siempre tuve en el escenario a una persona sin hogar acompañándome. De nada me sirvió agradecérselo y decirle que no era necesario que estuviera allí, que podía ensayar solo. Aquella persona me contestó: “Por eso estoy aquí, para que no te sientas solo”
Vivimos en un mundo en el que todo es política: si compras unos calzoncillos en El Corte Inglés estás favoreciendo un tipo de economía, si lo haces en la tienda del barrio defiendes otra totalmente opuesta; si los compras hechos en China o en India probablemente estarás favoreciendo la explotación de mujeres o de niños; si los compras de marca estarás favoreciendo la evasión fiscal. Hoy la acción más aparentemente inocente es política. Por eso no podemos vivir sin ser conscientes de ello. Bergamín, el poeta, decía que existir es pensar y pensar es comprometerse. No podemos vivir aislados del mundo que nos rodea. Es lo que quieren, y por eso nos dominan. Las nuevas tecnologías suponen un reto que está cambiando nuestra forma de ser y de vivir. Cuando abres los ojos y ves la realidad que te rodea te das cuenta de su verdadero alcance.
El pueblo gitano, a nivel mundial, se está enfrentando a un cambio radical de su forma de vida. Sabéis que es una sociedad muy patriarcal y jerarquizada que ha pasado de padres a hijos durante siglos. Una estructura fundamentada en el consejo de ancianos y el patriarca que son quienes aplican la ley gitana dentro de la comunidad. Hoy los jóvenes no reconocen ninguna autoridad a personas que no saben lo que es Facebook o Twitter. Nos encontramos con una generación que fue educada para mandar que no tiene a quien mandar y otra que no tiene referentes a quien seguir. Eso, entre otras cosas, les está llevando a depender de la iglesia evangélica, del culto como lo llaman ellos. Toda su vida, su forma de vivir y de entender la vida va a cambiar en apenas unos pocos años.
Hace unos años, hablando de este tema con Luis Eduardo Aute, me comentó que odiaba las nuevas tecnologías y que por no tener no tenía ni móvil. Y no le gustaban porque, como él decía: “controlan desde el primer biberón al último polvo”. Hablando de lo mismo con Federico Mayor Zaragoza, su visión era totalmente contraria: para él las nuevas tecnologías ponen, por primera vez en la Historia, la posibilidad de que los ciudadanos nos informemos y organicemos para cambiar todo esto. Federico es una persona que ha vivido una vida apasionante. Desde su cargo de director general de la Unesco tuvo oportunidad de conocer y hacer amistad con las personalidades más relevantes del siglo XX. El otro día vino al festival de Cine que organizamos en Cañada Real, una de las zonas más depauperadas y estigmatizadas de Madrid. Vino para dar una charla con motivo del día mundial por la paz. Y nos contó una anécdota que tuvo con Nelson Mandela que es toda una lección de vida. Un día en que Federico estaba desanimado viendo cómo iba el mundo le preguntó: “Señor Mandela, ¿de verdad cree que este mundo tiene solución? “Por supuesto, y aunque yo ya no la veré, no tardará mucho en llegar” ¿Sí, y cuándo se producirá eso Sr. Mandela? “Cuando las mujeres tomen el poder. Es algo que ya está pasando y que no tardará en generalizarse. El mundo se salvará porque las mujeres rara vez emplean la violencia para resolver un problema, mientras los hombres rara vez dejan de hacerlo”
Este mundo tiene solución. No me cabe duda. Y sin duda vendrá de las mujeres, porque el mundo será feminista o no será. Soy feminista porque defiendo los derechos humanos y no creo que alguien pueda defender los derechos humanos excluyendo en su defensa a la mitad de la población. Estoy convencido de que el conflicto entre Israel y Palestina que lleva tantas décadas enquistado, se resolverá pronto porque un grupo de mujeres judías y palestinas se han puesto a caminar juntas por la paz y su movimiento se está extendiendo por todo el mundo. Estas mujeres son uno de esos fueguitos de los que hablaba Eduardo Galeano cuando nos contaba el cuento del jefe de una pequeña tribu india que un día se elevó hacia el cielo y contó que, desde arriba, vio que todos los seres humanos eran como pequeños fueguitos, que no había dos iguales, unos iluminaban más, otros menos, los había de todos los colores, algunos chisporroteaban,, otros parecían inamovibles y ajenos al viento, y había unos que iluminaban tanto que era imposible mirarlos sin parpadear y que hacían que, quienes les miraban o se acercaban a ellos, también se calentasen y prendieran. La imagen de esos fueguitos es la de la globalización que debería haber sido.
Esa es una de las oportunidades que tenemos: la globalización. Hasta ahora han globalizado la violencia, la explotación, la injusticia y la pobreza. En nuestra mano está globalizar la solidaridad, el amor, la alegría y la esperanza. Hoy algo tan insignificante como encender una llama, ese pequeño fueguito, algo que podemos hacer aquí y ahora, puede llegar a tener repercusión en la otra parte del mundo, puede ayudar a que otra llama se encienda allí. Y a esa llama le seguirá otra, y otra más. Y, juntos, esos fueguitos iluminarán el mundo. Solo depende de nosotros, de lo que hagamos aquí y ahora.
Quiero acabar esta charla con una anécdota que me ocurrió hace un par de años. Estaba en Donostia rodando la película de Lasa y Zabala y colgué en Facebook una foto de la bahía de la Concha con un comentario que decía algo así como “Día de sol, Donostia y rodando Lasa y Zabala, ¿qué más se puede pedir?” No tardó en llegarme un mensaje por privado de una mujer a la que no conocía (era una de los 5.000 amigos que tengo en Fb). Me preguntaba si ya habíamos rodado las escenas del cementerio de Tolosa. Estábamos rodando el final de la película y aquellas escenas se habían rodado hacía algunas semanas. Se lo comenté y le pregunté que por qué quería saberlo. Y me contó su historia. Era de Barcelona. Desde muy joven había tenido eso que se llama un novio de toda la vida con el que se casó y tuvo una hija. Pero un día conoció a Juan Carlos, un joven de Tolosa y se enamoró locamente de él. El amor era compartido y durante varios años se estuvieron viendo un día al año en un lugar a medio camino de donde estuvieran. Ella de Barcelona, él de donde le pillara el trabajo aquel día. El amor que ella sentía fue a más y se fue un día a Tolosa para decirle que estaba dispuesta a dejarlo todo para irse a vivir con él. Juan Carlos le contestó que no porque tenía leucemia y le quedaban pocos meses de vida. Ella, destrozada, regresó a Barcelona. Poco después supo que Juan Carlos había muerto. Me dijo que le hubiera gustado que le hubiera llevado unas flores a su tumba. Le dije que, aunque ya se hubieran rodado las escenas del cementerio, tenía un hueco de rodaje entre las dos y las cuatro del día siguiente y que iría encantado a Tolosa a llevarle las flores. También le pedí que me indicara cuál era su poema preferido para leérselo a Juan Carlos. Me dijo que era la Elegía, de Miguel Hernández. Encantada, ella lo organizó todo. Cogí el tren y, al llegar a Tolosa, fui a la floristería que ella me había indicado. Allí el encargado de la floristería me estaba esperando y me dio un ramo. Me dijo que ya estaba pagado y que, al conocer la historia que aquella mujer le había contado por teléfono, se había permitido añadirle un lazo que decía “Te querré siempre”. Cogí un taxi para que me llevara hasta el cementerio porque está un poco alejado del centro y no tenía demasiado tiempo. Por el camino le conté al taxista, un hombre de unos 70 años, la historia y le pedí que me grabase con el móvil mientras recitaba el poema y le dejaba las flores. Al llegar al cementerio, que a esa hora debía estar cerrado, me encontré a un chicarrón vasco que me estaba esperando. Era el enterrador. “Carlos ¿no?” Me preguntó. Sí, le dije. Le pedí que me acompañase a la tumba de Juan Carlos, no sin antes pasar por la de Lasa y Zabala, a quienes también quería rendir mi homenaje. El taxista me grabó leyendo la Elegía y dejando las flores en la tumba de Juan Carlos. De vuelta a la estación, cuando le pregunté qué le debía me contestó “Déjame contribuir a esta historia sin cobrarte la carrera”
Así fue como aquella mujer, sin siquiera proponérselo, consiguió sacar lo mejor que llevábamos cuatro hombres que ni siquiera la conocíamos ni nos conocíamos entre nosotros. Ninguno olvidaremos aquella historia, el regalo que, sin saberlo, nos hizo. No es casualidad que su nombre fuera Esperanza.
Os he contado esta historia porque quiero que sea lo que os quedáis de esta charla. Aquella mujer me enseñó que las cosas pasan cuando somos capaces de andar por la vida con el corazón abierto, que lo más grande surge de lo más pequeño, que somos lo que hacemos y que no hay nada que nos haga sentir más vivos que dar. Alguien me dijo alguna vez una frase que cambió mi vida: “Todo cuanto retuve lo perdí. Solo me queda lo que di” Os puedo asegurar que quien me lo dijo no mentía. Lo he comprobado. Esperanza, al compartir su historia, al dar a un desconocido lo que ella más quería, me enseñó el camino a seguir. Tan solo tuve que escucharla desde lo más hondo de mi corazón. Quiero irme pidiéndoos dos cosas: Cuando paséis por delante de vuestro estadio recordad a Aylán y a todos los Aylanes que necesitan nuestra ayuda, ellos, como a mí aquella mujer, os dirán lo que podéis hacer, y, eso sí, nunca, nunca, dejéis de animar a vuestro Reus Deportiu. Muchas gracias.
Aquí tienes los vídeos de lo que fueron las ponencias de esta edición del TEDx Reus
https://livestream.com/Tedx/events/7948999/videos/166392698
https://livestream.com/Tedx/events/7948999/videos/166399778