Hugo Chávez desde lo personal
No nos engañemos, la entrada de Hugo Chávez en la política latinoamericana no fue bien vista. El 4 de febrero de 1992 las noticias hablaban de un intento de golpe de Estado en Venezuela. Las mentes de la izquierda no visualizaron un militar reformista o nacionalista, el imaginario se trasladó a dictadores como Augusto Pinochet. Y desde luego por su graduación, teniente coronel, a las maniobras desestabilizadoras de los oficiales argentinos liderados por el neofascista, cara pintada, Aldo Rico.
Si el entonces presidente venezolano Carlos Andrés Pérez estaba sentenciado por sus políticas fondomonetaristas y la represión ejercida durante el caracazo, con más de 500 muertos, nadie, en su sano juicio, avalaría un putsch militar. La intelectualidad, la izquierda política y social se apresuró a condenarlo. Las aventuras de uniformados que se arrogaban la función salvadora de la patria concitaban una repulsa general.
El continente aún buscaba salir de la noche oscura de las dictaduras que habían asolado la región. Así, cuando el responsable de la asonada, Hugo Chávez Frías, deponía las armas, asumiendo toda la responsabilidad política y dando a entender que lo hacia temporalmente, ese por ahora que le hizo famoso, se entendió como una bravuconada de un golpista frustrado. Su detención, encarcelamiento y condena no concitó rechazo. Al contrario, supuso parabienes. Las paradojas de la historia hicieron que Carlos Andrés Pérez acabara entre rejas, acusado de corrupción y malversación de fondos públicos.
El nuevo presidente, Rafael Caldera, amnistió a los soldados que habían participado en el golpe de Estado. Hugo Chávez reaparece en el escenario político. Pero su periplo no fue fácil. Buscó interlocutores para hacer ver que no era un militar al uso. Que su ideario en nada asemejaba a los militares gorilas. Recibió la indiferencia. Producía rechazo.
Entre 1996 y 1998, su labor fue abrir puertas, despejar incógnitas, y definir una alternativa social renovadora. El proyecto V República. En esos años el pueblo comenzó a ver al joven oficial y sus compañeros como una opción política de cambio.
Venezuela había entrado en un estado de corrupción generalizada. La crisis institucional afectaba a todos los ordenes. Los partidos políticos tradicionales perdían representatividad, la desigualdad social, la pobreza, se alzaban como los principales problemas nacionales. La deuda social se acumulaba. La realidad dibujaba un panorama oscuro, un país sin futuro, sin salida. En ese contexto, Hugo Chávez lograría sumar voluntades. Su propuesta crecía a la par que su liderazgo. Aun así, su pasado le perseguía. Sus detractores lo caricaturizaron. Para ellos seguía siendo un golpista y por tanto un peligro para la democracia.
El triunfo en las elecciones presidenciales de 1998 en poco cambió esta esperpéntica visión. La oposición presentaba, al ahora presidente electo, como un hombre que no estaba en sus cabales. Que no era digno de ocupar la máxima magistratura del país. Buscó horadar sus apoyos y restar fuerza. Eran tiempos de orgía neoliberal, de triunfalismo privatizador. América Latina vivía los tiempos de la desintegración, de la perdida de identidad colectiva. Proliferaban los tratados de libre comercio. El sueño de los libertadores, una patria grande, había pasado a mejor vida.
El triunfo de Hugo Chávez dejó patidifusa a la derecha y la socialdemocracia. Sus internacionales se dieron a la labor de financiar y apoyar a sus filiales criollas en el lento camino desestabilizador. Tenían todo a su favor. El perfil diseñado para identificar a Hugo Chávez fue sellado en los despachos del Pentágono. Los medios de comunicación se dedicaron a reproducirlo a escala mundial. Sólo requerían un caballo de Troya. A poco de andar lo consiguieron.
Teodoro Petkoff, ex guerrillero, socialista enfrentado a Carlos Andrés Pérez y aliado electoral de Hugo Chávez en las presidenciales de 1998, rompe su alianza e inicia un furibundo ataque al gobierno y a su presidente. Lleno de resentimiento, sus palabras se convertirán en el referente cuando se adjetiva a Hugo Chávez. Populista, dictador, autócrata, caudillo vengativo y megalómano. Entre 2000 y abril de 2002, mes del intento fallido de golpe de Estado, la oposición interna, el imperialismo y sus aliados, centraron los esfuerzos en difundir dicha imagen. Enrique Krauze fue su principal difusor.
El fracaso del golpe militar fue un punto de inflexión. El pueblo venezolano salió a la calle a defender a su presidente, y las fuerzas armadas, casi en su totalidad, se mantuvieron leales. Ya no había marcha atrás. Los cambios se aceleran, y la obra de gobierno mostró sus resultados. La figura de Hugo Chávez saldrá fortalecida, haciéndose un sitio entre los grandes del continente. Algunos seguían recelando de sus formas, de su espontaneidad, pero nadie cuestionó su convicción democrática, su profundo amor a su pueblo y su talle de estadista. La izquierda lo comenzó a reivindicar. Ganaba enteros y con ello el proceso iniciado en 1998 se institucionalizaba.
La primera batalla al neoliberalismo se saldaba con victoria. Después vinieron otras. Venezuela lideraría con Cuba nuevos proyectos: Alba, Celac o el Banco del Sur. Devolvió la alegría sus conciudadanos. Ese es el legado. Forma parte de ese reducido núcleo de personas cuya impronta política está por encima de las opiniones personales. Es un referente de la historia con mayúsculas.
Entre el año 2002 y la muerte del presidente Hugo Chávez, la oposición buscó denodadamente presentar a Venezuela como un pueblo dividido, sometido al odio y los deseos afiebrados de un déspota sin control. Perdieron elecciones, no lograron el apoyo popular y hoy seguramente no guardan luto. Pero la realidad es obstinada. Muestra otro escenario. El pueblo venezolano sale a la calle, llora a su presidente y se crece en la adversidad.
Mandatarios de todo el mundo acuden a mostrar sus respetos. Ha sido su lucha por construir una América Latina libre del imperialismo y soberana; así como su perseverancia ante la adversidad, el mayor ejemplo de dignidad de un soldado cuya política fue servir al pueblo, no a la oligarquía. Por ello trasciende la coyuntura. La revolución bolivariana pierde a su líder más destacado, pero no queda huérfana. Mas quisiera la oposición.