Hugo Chávez se hizo pueblo
Para Juan Carlos Alonso, amigo discreto, comprometido y leal
Hugo Chávez ha sido una de las figuras más odiadas y vituperadas de la revolución neoliberal. En España, proliferaron las campañas de hostigamiento, basadas casi siempre en la deformación grotesca de la realidad. El diario El País desempeñó un papel particularmente tenaz, incurriendo en el libelo y la difamación. El célebre “¿Por qué no te callas?” de Juan Carlos I refleja ese desprecio elitista hacia un líder político que ha reducido la pobreza de Venezuela en un 44%, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL). Un 44% significa que cinco millones de venezolanos mejoraron sus condiciones de vida, librándose de la miseria. Hugo Chávez incrementó el gasto social hasta el 43’2% del PIB, disminuyendo casi un 20% la desigualdad durante su mandato presidencial y repartiendo 146.000 viviendas entre los sectores más desfavorecidos de la población. Mientras el gobierno de Mariano Rajoy subía el IVA de los alimentos del 8% al 10% y recortaba los presupuestos de sanidad y educación, Chávez subvencionaba alimentos e impulsaba la educación pública y la atención sanitaria universal. Tal vez por eso ha ganado una elección democrática tras otra, obteniendo el 55% de los votos en los últimos comicios. Su muerte no podrá borrar un legado basado en la lucha contra las oligarquías y el compromiso con el bienestar de los trabajadores.
Hasta que Hugo Chávez subió al poder, el petróleo venezolano sólo fluía en beneficio de las élites políticas y financieras y las empresas trasnacionales. Tanto la democracia cristiana como la socialdemocracia, que alternaban sus mandatos en una marea de corrupción y desigualdad, sólo se preocupaban de privatizar los recursos naturales y plegarse a los intereses de los mercados de capitales. Chávez invirtió la situación, recuperando los sectores estratégicos de la economía para restablecer la soberanía nacional e impulsar las políticas sociales y la inversión pública. Ese giro significó un cambio colosal, que se manifestó en nacionalizaciones, reforma agraria, protección y ampliación de los derechos de los trabajadores, respeto al medio ambiente y la construcción de un Estado moderno, con una nueva red de carreteras, ferrocarriles, puertos, represas, gasoductos y oleoductos. Estas iniciativas redujeron a la mitad la mortalidad infantil, erradicaron el analfabetismo y multiplicaron por cinco el número de maestros en escuelas públicas (de 65.000 a 350.000). Venezuela es el segundo país de la región con mayor número de estudiantes matriculados en educación superior (83%). Sólo es superada por Cuba, pero está por delante de Argentina, Uruguay y Chile. En el plano internacional, ocupa el quinto lugar, rebasando a Estados Unidos, Japón, China, Reino Unido, Francia y España. Chávez ha elevado el salario mínimo (el más alto de América Latina); ha otorgado pensiones de jubilación a todos los trabajadores, incluyendo a las amas de casa y a los que nunca habían cotizado; ha mejorado los recursos y la infraestructura de la red hospitalaria. Gracias al sistema Mercal, ha provisto a las familias más pobres de alimentos un 60% más baratos que en los comercios privados. Ha impuesto limitaciones a los latifundios que han permitido duplicar la producción de alimentos. Ha subvencionado la formación técnica de los trabajadores y ha reducido la deuda externa. El transporte privado se hizo más asequible. El parque automovilístico pasó de 2.441.000 a 5.218.940. Comprometido con el medio ambiente, ha prohibido la pesca de arrastre, que causa terribles daños ecológicos. Venezuela posee el mejor coeficiente Gini (el indicador más fiable para medir la desigualdad) y el instituto norteamericano de sondeos Gallup estima que es la sexta nación “más feliz del mundo”.
En política exterior, Chávez promovió una alianza entre los países latinoamericanos que fomentó la aparición de revoluciones progresistas, creando un frente de izquierdas contra la ofensiva neoliberal. Estados Unidos ya no dictaría el rumbo de su patio trasero, financiando golpes de estado y dictaduras genocidas como las de Pinochet y Videla. Las clases dominantes contemplaron esta política como una intolerable agresión contra sus intereses. De ahí que financiaran agresivas campañas de difamación y promovieran un fallido golpe de Estado el 11 de abril de 2002, con la complicidad de Estados Unidos. Se ha dicho que Chávez era un dictador que estrangulaba la libertad de expresión, pero lo cierto es que el sector privado, hostil a su política, controla los medios de comunicación. De los 111 canales de televisión, sólo 13 son públicos. Con la prensa sucede algo parecido. Los dos diarios más influyentes, El Nacional y El Universal, son de propiedad privada y nunca se han cansado de atacar a Chávez y sus reformas. La supuesta falta de libertad se revela irrisoria cuando se repara en que en la última década se ha incrementado sensiblemente el censo electoral, incluyendo a personas hasta entonces excluidas por sus circunstancias sociales o geográficas. Chávez ha convocado elecciones casi anuales, con una participación del 80%. Naciones Unidas, la Unión Europea, la OEA e incluso el Centro Carter han afirmado que todos los comicios se han celebrado, respetando las exigencias internacionales de transparencia y legalidad. La Foundation for Democratic Advancement (FDA) publicó en 2011 un estudio que situaba a Venezuela en el primer lugar de las naciones que respetan la justicia electoral. La revolución bolivariana es la prueba de que el socialismo no sólo es compatible con la libertad y la democracia, sino que necesita su presencia para garantizar una verdadera transformación social.
Con unos orígenes sociales muy humildes (de niño, fue vendedor ambulante de dulces), Chávez siempre se presentó como el candidato de los humildes y olvidados. Si alguien le hubiera preguntando cuál era la fuente de su energía, habría podido contestar lo mismo que Fidel Castro: “El amor al pueblo”. El periodista Ignacio Ramonet le acompañó en varias de sus campañas electorales. “Es un orador fuera de serie –escribió-, sus discursos son amenos y coloquiales, ilustrados de anécdotas, de rasgos de humor y hasta de canciones. Pero son también, aunque no lo parezcan, verdaderas composiciones didácticas muy elaboradas, muy estructuradas, preparadas de manera muy seria y profesional, con objetivos concretos. Se trata, en general, de transmitir una idea central que constituye la avenida principal de su recorrido discursivo”. En uno de sus discursos, el propio Chávez afirmó: “Soy como el eterno retorno de Nietzsche, porque en realidad yo vengo de varias muertes… Que nadie se haga ilusiones, mientras Dios me dé vida estaré luchando por la justicia de los pobres, pero cuando yo me vaya físicamente me quedaré con ustedes por estas calles y bajo este cielo. Porque yo ya no soy yo, me siento encarnado en el pueblo. Ya Chávez se hizo pueblo y ahora somos millones. Chávez eres tú, mujer. Chávez eres tú, joven, Chávez eres tú, niño; eres tú, soldado; son ustedes, pescadores, agricultores, campesinos y comerciantes. Pase lo que me pase a mí, no podrán con Chávez, porque Chávez es ahora todo un pueblo invencible”. Creo que todos los que nos identificamos con una izquierda real y revolucionaria, nos sentimos hoy Chávez. Ha muerto uno de los grandes líderes del socialismo del siglo XXI. Nos hubiera gustado que permaneciera unos años más a nuestro lado, pero el cáncer nos lo ha arrebatado prematuramente. Sin embargo, nos ha legado un inesperado caudal de esperanza en un tiempo de penalidades y humillaciones. Sus catorce años de gobierno son la prueba de que es posible invertir el rumbo de la historia y crear una sociedad más justa y menos desigual. Su ecosocialismo es una apuesta valiente, pacífica y dialogante que seguirá movilizando a la resistencia anticapitalista. Por último, no quiero dejar de mencionar su tendencia a la hipérbole en sus confrontaciones verbales. Muchos le han acusado de populista y bocazas, pero cuando llamó a George Bush “burro, ignorante e hijo de papá” muchos experimentamos la sensación de que por fin un presidente se atrevía a prestar su voz a la indignación popular. Tal vez su mayor defecto fue decir la verdad, prescindiendo de la hipocresía diplomática. Fue un hombre del pueblo y el pueblo hoy llora su desaparición, preguntándose si surgirá una figura capaz de mantener con vida la revolución bolivariana.