Humanismo de izquierdas (no al discurso del odio)
Escribo esta nota con profunda tristeza por los ataques que he sufrido tanto de fanáticos de extrema derecha como de nostálgicos de Stalin. La crisis económica ha causado un enorme sufrimiento: paro masivo, pobreza infantil, desahucios, suicidios. La política de austeridad ha impuesto recortes criminales en sanidad, educación y servicios sociales. No hacía falta mucha inteligencia para saber que estas medidas envenenarían la convivencia y pondrían en peligro la paz social. La indignación popular se ha transformado en algunos casos en odio, alimentando la violencia y el fanatismo. Yo también he experimentado el deseo de levantar una guillotina para ajusticiar a los banqueros y los políticos responsables de una crisis que ha exacerbado las desigualdades sociales y ha condenado a miles de familias a la pobreza. Saber que algunos políticos acumulaban trece cargos y ganaban al año más de 150.000 euros, mientras tres millones de personas viven con menos de 300 euros al mes, produce una ira legítima y comprensible, pero las fantasías homicidas se disuelven cuando interviene la conciencia y nos muestra de cerca los estragos de la violencia. Solo un desalmado puede celebrar un asesinato o pedir seriamente que la cuchilla una guillotina acabe con una vida humana. Las injusticias deben combatirse con planteamientos éticos, desobediencia radical y movilizaciones ciudadanas, exigiendo que los corruptos y los especuladores respondan por sus fechorías. Se trata de hechos gravísimos que merecen ser calificados de delitos contra la humanidad y ser condenados con penas proporcionadas al sufrimiento causado.
Saber que la justicia actúa de forma arbitraria, aplicando en muchos casos las consignas del poder político, no puede convertirse en un argumento a favor de la violencia. España aún nada en las turbias aguas de la Transición, con una Audiencia Nacional que exculpa a los torturadores franquistas y persigue a internautas que alivian su impotencia con mensajes incendiarios. Es evidente que un comentario ofensivo (o incluso cruel) es infinitamente menos grave que golpear brutalmente a una persona al amparo de las leyes represivas de una dictadura, pero los magistrados de la Audiencia Nacional no lo entienden así. No se puede alegar que los crímenes han prescrito, de acuerdo con la Ley de Amnistía de 1977, pues cualquier juez sabe que los crímenes contra la humanidad no prescriben. España ha ratificado las leyes internacionales que eliminan los plazos de prescripción en estos casos, pero incumple sus compromisos. La tortura es un indudable crimen contra la humanidad y resulta vergonzoso que un magistrado atribuya más relevancia penal a un comentario moralmente reprobable que a la aberración de martirizar a un ser humano. No soy jurista, pero entiendo que esa forma de actuar incurre en el dolo y la prevaricación. Al igual que en la época de Franco, España proporciona impunidad a torturadores y genocidas. No hay que tener miedo a denunciar las injusticias, pero la beligerancia contra el régimen del 78 –corrupto, inmoral e insolidario- no debería alumbrar un radicalismo de corte totalitario, que reivindica a Stalin y Corea del Norte como modelos de gobierno revolucionario. En varios artículos, he establecido analogías entre Hitler y Stalin, pero eso no significa que no haya denunciado los crímenes de Estados Unidos en Corea, Vietnam, la antigua Yugoslavia, Irak, Afganistán y América Latina. Estados Unidos no es una democracia, sino un imperio que emplea la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y las agresiones bélicas, disfrazándolas de “injerencias humanitarias”. Desestabiliza países, entrena en técnicas de contrainsurgencia (es decir, en torturas y desapariciones forzosas) y no retrocede ante el crimen de Estado. Entre sus víctimas más célebres, podemos citar a PatriceLumumba y Salvador Allende. La Red Gladio y la Operación Cóndor constituyeron estrategias criminales concebidas para exterminar a comunistas y socialistas en el Sur de Europa y el Cono Sur de América Latina. No son las únicas tramas urdidas para frustrar el ascenso de la izquierda. Entre los países afectados por sus maniobras criminales, hay que incluir a Grecia, Tailandia, Filipinas, Mozambique, Haití, Guatemala, El Salvador, Angola, Indonesia y un largo etcétera que revela su filosofía imperialista.
Estados Unidos no es la única nación con las manos manchadas de sangre. Francia combatió con brutalidad a los islamistas argelinos, creando un método de interrogatorio y exterminio que exportó a la Escuela de las Américas, famoso centro de tortura de Estados Unidos ubicado antiguamente en Panamá. El método de interrogatorio consistía en el uso despiadado de la picana eléctrica. Cuando se extraía la información que se buscaba, el detenido era asesinado y enterrado en secreto. Solo de ese modo perdieron la vida unas 30.000 personas. El general Paul Aussaresses relató en sus memorias su trabajo como torturador y ejecutor, sin mostrar el más leve signo de arrepentimiento. Conviene recordar que trabajó a las órdenes del François Mitterrand, Ministro del Interior, que el 5 de noviembre de 1954 declaró en la Asamblea Nacional: “…la rebelión argelina solo puede encontrar una forma terminal: la guerra”. Alemania tampoco puede presumir de su historial democrático después de la Segunda Guerra Mundial. Desempeñó un papel decisivo en la guerra de la antigua Yugoslavia, proporcionado armas e instrucción militar a croatas y eslovenos. Su forma de actuar evoca la política nacionalsocialista, pues apoyó a Franjo Tudman y sus milicias, que copiaron los métodos de los ustachas. Aliados de los nazis, los ustachas mataron en cuatro años a un millón de serbios, judíos y gitanos. Tudman rehabilitó a los ustachas y –con ayuda alemana- lanzó una ofensiva en la región de la Krajina, que incluyó una feroz limpieza étnica. Investigado por crímenes contra la humanidad, el Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia no llegó a imputarle porque murió de cáncer en 1999. Alemania buscaba el control de la costa dálmata para conseguir una salida al Adriático, lo cual le permitiría extender su influencia desde el Mar Báltico hasta el Mediterráneo y Oriente Medio. Al final, consiguió su objetivo y no le importó avivar la llama del nacionalismo excluyente en la antigua Yugoslavia, alentando una guerra que también aprovechó Estados Unidos para establecer un protectorado en Kosovo y debilitar a Rusia, aliada tradicional de Serbia. Por último, no quiero dejar de mencionar los crímenes del Imperio Británico en sus colonias. Desgraciadamente, los ingleses destruyeron miles de documentos que les incriminaban. Sin embargo, han sobrevivido textos que reflejan su barbarie. En Kenia, los rebeldes MauMau sufrieron horribles torturas. Se castró a los hombres y se violó a las mujeres, después de introducirles agua hirviendo en la vagina. 100.000 insurgentes acabaron en campos de concentración y al menos 1.000 fueron ejecutados sin proceso. Nada nuevo, si miramos hacia atrás. El 13 de abril de 1919, el general ReginaldDyer ordenó ametrallar a una multitud desarmada de hombres, mujeres y niños sijes, hindúes y musulmanes que se habían reunido pacíficamente en Amtrisar. Se ignora el número exacto de víctimas, pero todo indica que murieron 1.000 personas, mujeres, ancianos y niños incluidos, y 1.200 resultaron heridas. La arrogancia británica y el desprecio por los derechos de otros pueblos se reflejan en las palabras de Winston Churchill mientras ocupaba el cargo de Secretario de las Colonias: “No entiendo esos remilgos contra el uso del gas. Estoy completamente a favor de usar gases venenosos contra las tribus incivilizadas”. Corría el año 1919. En 1937 no había cambiado de talante, pues declaró ante la Comisión Real sobre Palestina: “No acepto… que se haya hecho un gran mal a los Pieles Rojas de América o a los negros de Australia… por el hecho de que una raza más fuerte, una raza de más alta graduación… haya llegado y ocupado su lugar”. Churchill también aconsejó esterilizar forzosamente a los discapacitados y mostró el mismo desdén por árabes y judíos.
No olvido el genocidio de Guatemala o el de Ruanda. Ronald Reagan empleó la doctrina de la seguridad nacional para ofrecer ayuda militar y política a los generales Fernando Romero Lucas García, Efraín Ríos Montt y Óscar Humberto Mejías, que acabaron con la vida de 200.000 mayas y 50.000 opositores políticos, obligando a desplazarse a 1.500.000 personas. Se han documentado 667 masacres y 443 aldeas completamente destruidas. Pido disculpas por no abordar otros genocidios, como el armenio o el congoleño, pero creo que mi postura es clara. Siempre hay que estar al lado de las víctimas. Por eso nunca dejaré de denunciar los crímenes de Stalin o de cualquier otro estadista. Al margen de la Gran Purga, que acabó con la vida de escritores como IsaakBábel y ÓsipMandelstham, las fosas de Katyn y la hambruna causada en Ucrania por la colectivización forzosa, mencionaré la campaña de limpiezas étnicas organizadas por Beria y Stalin en Polonia y el Cáucaso. Entre 1943 y 1944, se deportó masivamente a karachai, calmucos, chechenos, ingusetios, balkar, tártaros y turcos meskheti. Beria acudió personalmente a Grozni el 20 de febrero de 1944 para supervisar y agilizar las deportaciones. En una semana, deportó a 478.479 personas en camiones norteamericanos Studebaker. En algunos casos, se quemaron pueblos enteros hasta los cimientos y se incendiaron establos atestados de gente, imitando el proceder de los nazis. Aunque en un principio la Unión Soviética apoyó la creación del Estado de Israel y envió armas desde Checoslovaquia, Stalin acabó considerando a los judíos un peligro por su “cosmopolitismo desarraigado” o, en su defecto, por su “sionismo pro-norteamericano”. El Comité Antifascista Judío fue disuelto formalmente en noviembre de 1948 y se arrestó a más de cien escritores y activistas judíos. En mayo de 1952, se realizó el primer proceso contra catorce judíos soviéticos. Trece fueron condenados a muerte y ejecutados, pese a que la mayoría de los inculpados mantuvo su inocencia hasta el final. PolinaZhemchuzhina, esposa de Molotov, el famoso Ministro de Asuntos Exteriores que firmó el pacto de no agresión con el criminal de guerra Joachim von Ribbentrop, fue arrestada en enero de 1949. Judía y acusada de traición, fue sentenciada a trabajos forzados en Kazajistán. Sobrevivió gracias a la ayuda de los kulaks que su marido había ayudado a deportar en los años 30. Mólotov se divorció de ella y declaró: “Reconozco mi profundo arrepentimiento por no haber impedido que Zhemchuzhina, una persona muy querida, cometiera errores y estableciera vínculos con nacionalistas judíos antisoviéticos”. Su gesto –cobarde y servil- me recuerda a los alemanes que se separaron de sus esposas judías durante la dictadura nazi, sin ignorar que su decisión acarrearía la deportación y la muerte. Podría continuar, pero creo que es suficiente y no quiero extenderme más. Le pese a quien le pese, Stalin fue un asesino y los crímenes de Estados Unidos, Bélgica, Francia, Alemania, España, el Estado de Israel o el Imperio Británico no añaden ni restan nada a este juicio. Creo que el verdadero fascismo es negar esos crímenes. Pretender que “UncleJoe” era un libertador y un amigo de la humanidad solo constituye una obscena deformación de la verdad.
El odio solo necesita una chispa para avivarse. Me avergüenza la avalancha de comentarios antisemitas volcados en las redes sociales por la derrota del Real Madrid ante el Maccabi de Tel Aviv. En este caso, no se puede echar la culpa a la crisis. Según la Liga Antidifamación, “España es el tercer país más antisemita de Europa”. No se puede ser de izquierdas y antisemita. No se puede ser utópico y agitar la bandera del estalinismo. Al margen de querellas históricas, me asusta comprobar que el odio avanza con la crisis, dañando gravemente la convivencia. Es imposible (y moralmente inaceptable) pedir paciencia al que se ha quedado sin techo ni trabajo. La Corona, el gobierno de Mariano Rajoy y el Poder Judicial no velan por los derechos y el bienestar de todos los ciudadanos, sino por los intereses del IBEX-35. Ser obrero o parado en la España actual significa vivir desamparado y maltratado. Neonazis y franquistas insultan, ultrajan y amenazan en las redes sociales y hasta ahora nadie les ha molestado. La Guardia Civil no llama a la puerta de esos internautas, pues su prioridad es proteger a la casta política y criminalizar las protestas sociales. Es bochornoso que Isabel Carrasco haya sido enterrada con honores de Estado, pues su asesinato no ha sido un crimen político, sino un mero acto criminal. Las manifestaciones oficiales de duelo se reservan para las personas con una trayectoria ejemplar y no había nada ejemplar en la gestión política de Isabel Carrasco. Me gustaría haber visto a Rodríguez Zapatero en el entierro de un trabajador que se ha suicidado por desesperación, pero creo que guarda la corbata negra para sus colegas caídos en desgracia. No quiero terminar este artículo sin expresar mi posición política. Me alejo definitivamente del radicalismo, si radical significa rezar a Stalin y King Jong-un, con los ojos en blanco y el corazón sobrecogido. Soy un humanista de izquierdas. Utilizaré una frase de Sartre para explicar mi postura: “El humanista llamado de izquierda considera su principal cuidado velar por los valores humanos; no pertenece a ningún partido, porque no quiere traicionar lo humano, pero sus simpatías se inclinan hacia los humildes”. España no necesita una guillotina, sino una revolución moral, pues si ésta no se produce, cualquier mejora material nos devolverá a la rueda del consumo, olvidando a los que viven y mueren en la pobreza y la exclusión.