II: Lo que gana el pueblo congoleño con el cobalto

II: Lo que gana el pueblo congoleño con el cobalto

Por Julián Gómez-Cambronero Alcolea*.

Segunda parte de tres artículos en los que el autor aborda el abuso del “Primer mundo” bajo la excusa ‘ecológica’ de la transición energética… “arreglamos nuestros problemas a costa de crearles otros a quien ya tiene bastantes y ninguna responsabilidad en los errores que nos abocan a un futuro de restricciones y dificultades”

Primera parte: Nuestra transición energética sobre las espaldas de los congoleños⇐

En el Congo, como en el mundo entero, se suele poner en segundo lugar la salud, el medio ambiente, la naturaleza primando todo lo que, se supone, acompaña a una actividad, minera en este caso, como la descrita. Se cambian unos pulmones saludables o un río limpio por puestos de trabajo, desarrollo económico, crecimiento… Si muchas veces la realidad es muy distinta, en las de las zonas mineras explotadas para obtener cobalto, el tiro sale por la culata.

Como decíamos, el 80% de las explotaciones mineras de cobalto son industriales, como se conocen en Europa, pero el 20% restante es minería artesanal, esto es, hombres que cavan de manera rudimentaria, que se adentran en las profundidades y arrancan las piedras que contienen el oro azul que otros hombres suben por estrechos agujeros, cargando sacos de 20 kgs. y cuyos minerales son lavados a mano por mujeres en arroyos y fuentes. Hablamos de hombres y mujeres pero también participan niños, ideales para moverse por los estrechos agujeros, cavados con la anchura justa para que quepa un cuerpo, o que acompañan o ayudan a sus madres en el insano trabajo de lavado manual.

Esa parte de minería artesanal se presenta como una concesión de las grandes empresas mineras que evitan así problemas con la marea humana que también quiere su parte en la explotación de tanta riqueza aunque, sin duda, preferirían obtenerla de otra manera. Unas 150.000 personas se dedican en la zona a la minería artesanal y venden directamente el mineral que obtienen, bien individualmente o formando cooperativas, a los compradores chinos que se sitúan a pie de mina y que marcan, como monopolio, los precios e, incluso, los pesos, porque son sus “varas de medir” las únicas que valen al realizar el pesaje o determinar la calidad del cobalto que se entrega.

“Los chinos imponen el precio de nuestros productos como ellos crean conveniente, o como ellos deseen”, explicaba un comerciante de Mutoshi durante la investigación Minería de cobalto en la RDC: Causas fundamentales de los abusos de los derechos humanos.

También existen otros métodos para que toda la gente que ha acudido al reclamo de este supuesto “nicho de riqueza” sobreviva sin molestar, como dejar que hombres, mujeres y niños “rebusquen” entre la escoria que se arroja cada tarde, fruto del trabajo minero diario, para obtener algunos restos de mineral que malvender. En cualquier caso, si un terreno resulta lo suficientemente rico, acaba en manos de una gran empresa minera, aunque contrate a los propios mineros artesanales para explotarla.

Aunque trabajar en una mina industrial supone un salto cualitativo para el excavador, su trabajo se realiza en unas condiciones que no se permitirían en Europa.

“Trabajamos sin descanso de 6 de la mañana a 6 de la tarde y sin transporte para llegar al trabajo”, explicaron unos mineros a la ONG holandesa Electronics Watch durante la investigación que realizaron y en la que encontraron muchas más carencias y abusos. Desde horas extras no remuneradas a trabajar a la intemperie en minas a cielo abierto durante la lluvia. Sin las protecciones debidas -cuatro mascarillas para cada diez mineros o un impermeable cada dos años- enfrentan un trabajo peligroso que les puede costar la vida aunque, en ese caso, su familia quedará desamparada sin ninguna indemnización.

La ONG de Lubumbashi PREMICONGO encontró en una investigación con trabajadores de MKM que ésta no les había facilitado viviendas y residían en refugios construidos por ellos mismos, ocupando cada habitación entre 8 y 12 mineros. Carecían de contratos y de cualquier derecho laboral y se veían obligados a deforestar zonas aledañas para obtener ingresos complementarios con el carbón vegetal.

De una u otra forma, el pueblo congoleño apenas recibe algunas migajas de este gran negocio. Si bien empiezan a apreciarse iniciativas para la creación de un tejido industrial que aproveche los recursos en el propio terreno y cree otra riqueza más allá de la mera extracción, el sistema actual condena a la población a mejorar en poco su miseria con un circuito económico que va desde la extracción en la mina y lavado del mineral para su posterior traslado a Sudáfrica y allí, desde Durban, la mayoría del cobalto en bruto sale hacia China, donde será refinado y entrará en la cadena de suministros a unos precios muchísimo mayores que los ingresos que han supuesto para la RDC.

La mayoría de los congoleños que trabajan en las minas de cobalto lo hacen en la minería artesanal y las compensaciones en inversiones en infraestructuras, como en la del llamado “Contrato del siglo” con empresas chinas, no se cumplen.

“En conclusión, la mayoría de los congoleños no se benefician de las innovaciones tecnológicas creadas por la explotación del cobalto. Asumen los costes de la transición energética sin tener acceso a ella”, era la conclusión de Zelie Pelletier Hocharten, que ha investigado sobre el terreno para la Universidad de Oxford, en su artículo El lado oscuro de la transición energética: cobalto e impacto ecológico.

El propio presidente de la RDC, Felix Tshisekedi, a propósito del citado “Contrato del siglo”, declaraba en febrero en la African Mining Indaba celebrada en Suráfrica: “Nada ha beneficiado a la población”

Pero el pueblo congoleño sigue pagando

Tras las líneas anteriores no queda duda de que el mineral está por encima de cualquier derecho, por básico que sea, por lo que no extrañará que donde se encuentra cobalto, se construye una mina, al precio que sea… Y éste suele ser obligar a la población que vive al lado o encima a marcharse. En el mejor de los casos habrá una expropiación unilateral más o menos compensada, y en el peor, un desplazamiento por la fuerza. Pero los pobladores no sólo pierden sus viviendas sino que, muchas veces, se quedan sin medio de vida, al deforestar terrenos de los que vivían o tener que desplazarse lejos de ellos.

La mina de Tenke Fungurume, cerca de Lubumbashi, se construyó tras la marcha de cientos de familias que vivieron en tiendas de campaña durante dos años y que recibieron 200 dólares para compensar sus pérdidas de ingresos por el traslado. Posteriormente recibieron viviendas nuevas aunque sin acceso a electricidad ni centro de salud, al menos al principio. La población de Kishiba y sus terrenos agrícolas fueron desmantelados para otra operación minera de manera que sus habitantes, que desde hacía generaciones vivían allí y dependían de la agricultura y de un río, fueron trasladados a un territorio sólo en parte cultivable y sin acceso al agua, por lo que algunos emigraron a la vecina Zambia. Estos ejemplos -como muchos otros que se pueden encontrar en el informe Cobalto Azul de la organización de investigación SOMO- corresponden al primer supuesto que citábamos: el más pacífico y con compensaciones, evidentemente insuficientes. Pero luego existen casos mucho peores.

400 casas fueron demolidas en 2009 cerca de la mina Luiswishi, en Kawama. La demolición la llevó a cabo la policía utilizando, al parecer, excavadoras facilitadas por la minera Forrest Group que, no obstante, echó toda la culpa a la policía. Varias personas murieron en las protestas posteriores. No había constancia de compensación posterior alguna.

En general, las infraestructuras creadas para la población obligada a desplazarse muchas veces no se construyen, son insuficientes o de mala calidad o no se mantienen debidamente. Escuelas a 14 kms., casas pequeñas y repletas de termitas, centros de salud lejanos o maestros que no cobran están relacionados en el informe citado como la realidad de la compensaciones entregadas por empresas mineras que ingresan millones con el negocio del cobalto.

El papel de las empresas y las autoridades en todo esto

Kolwezi contaba a principios de siglo con 35 empresas mineras mientras que veinte años después llegaba a 500. Obviamente las necesidades de cobalto a nivel mundial se han disparado pero estos datos también reflejan un negocio muy beneficioso en torno a su explotación. La enormes, y relativamente fácilmente accesibles, reservas de cobalto y la alta proporción en las rocas que se extraen, como ya hemos visto, favorecen la rentabilidad de las minas pero, además, la realidad que hemos ido viendo en materia laboral, de seguridad, sanitaria o de medio ambiente, suponen enormes ahorros económicos.

No debería ser así, porque la RDC se dotó de un Código Minero que contempla todos estos aspectos y los regula de manera ejemplar. Tras su lectura, especialmente de artículos como el 479, cualquiera diría que esta normativa corresponde a un país escandinavo o de los más estrictos en materia medioambiental. Pero la realidad la resumía perfectamente en una frase el abogado de Kowelzi especializado en derechos humanos, Donat Kambola:
“No hay una sola mina congoleña que cumpla con el Código de Minería”.

Otra manera muy eficaz de ahorrar dinero es al recibir una concesión minera, y aquí entra en juego la corrupción, enraizada en la clase política congoleña y alimentada permanentemente por las empresas que acuden al país, de manera que entregando una parte a los funcionarios o cargos políticos encargados de concederlas, la operación puede salir por muchos millones menos, bien inicialmente o con los pagos recurrentes de regalías. Este es un capítulo que merece un artículo propio pero citaremos sólo algunos ejemplos que se encuentran en el informe de la Inspección General de Finanzas realizado hace un año sobre la empresa pública minera Gécamines:

– El 21 de marzo de 2018, Gécamines cedió a Kimin Resources todos sus derechos (…) por un monto de USD 70 millones con reducción de USD 9 millones sin justificación convincente.
– Tenke Fungurume Mining (que antes veíamos) que heredó las mayores reservas de Gécamines, no tiene obligación de pagar regalías. La pérdida de regalías, valorado a la tasa del 2,5%, sobre la facturación (…) realizada a partir de 2012 a 2020, es 360.316.437 USD.

Como se decía antes, determinados contratos, como el de SICOMINES, una empresa mixta entre la congoleña Gécamines y dos mineras chinas, incluyen importantes inversiones en infraestructuras que, o no se cumplen, o se cumplen sólo en parte. En este caso concreto, la sufrida Inspección General de Finanzas reevaluaba, por insuficiente, en su informe de febrero pasado las infraestructuras a cargo de la parte china inicialmente acordada en 3.000 millones de dólares, fijándola en 20.000 millones…

En definitiva, un auténtico paraíso para todos aquellos que quieren hacer negocios con el cobalto congoleño, en un clima de corrupción y sometimiento público -donde la policía, e incluso el Ejército, se ocupa en misiones de seguridad para las empresas mineras- en el que casi nadie va a hacer nada para cambiarlo, si bien es justo resaltar algunos movimientos tras la toma de poder como presidente de Félix A. Tshisekedi, como la creación de Arecoms, para controlar y legislar la minería artesanal, y General Cobalt Contractor, para combatir el fraude y monopolizar el cobalto artesanal, evitando intermediarios.

Pero no parece alterar demasiado el inmovilismo de décadas gracias al que empresas y políticos sacan suculentas tajadas:
“En esta región de la RDC, una de las cosas más llamativas es la contaminación y el hecho de que el Estado y las empresas mineras no hacen prácticamente nada para prevenir la contaminación y proteger a las personas que viven y trabajan allí […] Aunque las actividades mineras en Katanga comenzaron hace más de cien años, lamentablemente ha habido muy poca investigación sobre los efectos de la contaminación resultante”, declaraba Mark Dummett, director del Programa de Empresas, Seguridad y Derechos Humanos de Amnistía Internacional en mayo de 2020.

La anteriormente citada Zelie Pelletier Hochart explicaba muy bien las posibilidades de que toda esta situación pueda cambiar, al referirse a una de las mas poderosa, sino la que más, empresas mineras instaladas en la zona, la suiza Glencore:
“Es más fácil para ellos operar en el entorno corrupto y poco regulado que han ayudado a crear”.

Primera parte: Nuestra transición energética sobre las espaldas de los congoleños⇐

* “Congo en español”. @CongoActual

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